Morir peleando

MORIR PELEANDO
Parte de la costa norte desde Lairaga hasta el Bañadero solía ser escenario de purificación. Las harimaguadas bajaban al mar por un sendero especial para su tránsito. Caminaban cantando y procuraban que el sol no les diera en la cara. Venían de la casa de oración o Toriña, de la que solo salían en determinadas ocasiones, bien para hacer rogativas portando ramas con las que azotaban las olas en las playas de Agaete o a bañarse en los charcos exclusivos para mujeres. Cualquier hombre debía evitar encontrarse con ellas.
Aquel día del mes de mayo Doramas tuvo que esperar que las harimaguadas dieran por terminados sus baños rituales para acercarse a la orilla. En aquella ocasión la acción purificadora le llevó más allá del espíritu para fortalecer su voluntad y su mente.
Con la infinita sensación de libertad que da el contacto con las bravas aguas del océano, se sumergió una y otra vez tratando de arrancar en cada inmersión alguno de los secretos que aquel misterioso mar le planteaba y nadó hasta unas peñas cercanas dejando atrás las ropientes. Algo reacio a dar la espalda al horizonte, contempló la sinuosa línea de costa y el batir de las olas golpeando el litoral y, alzando la vista, le pareció ver a Nira con su pelo al viento y la dulce mirada que lo enamoró.
La presencia de un nutrido grupo de guerreros encabezados por Maninidra le devolvió a la realidad. Puesto al corriente de que un contingente al mando de Pedro de Vera avanzaba hacia el norte, se apresuró a hacerles frente.
El nuevo Gobernador acometió la empresa de llegar hasta AgáldarAgáldar Agáldar: Gáldar. seguro de que, al ser este un núcleo estratégico, su ocupación facilitaría el resto de la conquista. Sabía que tendría que vérselas con Doramas antes de lograr su objetivo, y así fue.
El indómito caudillo le cortó el paso en la ladera oriental de la montaña de ArehucasArehucas Arehucas: bendición (Arucas). con cientos de guerreros y muchos fieles a los que reprochó que lo siguieran, convencido de que se adelantaban a una muerte cierta. Presintió que su amada isla sucumbiría a los avatares de los nuevos tiempos y vaticinó el deterioro inexorable de su querido bosque, del agua de sus nacientes, de las charcas y barrancos, de su mar y, sobre todo, de una cultura que caería definitivamente en el olvido.
De Vera lo vio venir y preparó el ataque, dispuesto a acabar con tan temido rival. Doramas, queriendo evitar un baño de sangre, pactó un cuerpo a cuerpo. Sabía que su oponente quería su cabeza para escarmiento, aunque no pensaba ponérselo fácil.
Habló a sus hombres para que se mantuvieran distantes y se adelantó con valentía y arrojo, desafiante, enarbolando su libertad y la de su pueblo. Entonces, descubrió que estaba siendo rodeado por un despliegue de soldados. Enfurecido por el engaño, destrozó con una enorme espada de madera, que manejaba con una sola mano, todo cuanto se movía a su alrededor, esquivando los golpes con gran agilidad y causando estragos entre los que pretendían reducirle, mutilando cuerpos de soldados y de caballos.
Cuando se le fracturó el banotBanot Banot: palo grueso con la punta afilada, lanza de guerra., varios soldados al mismo tiempo lo hirieron gravemente por la espalda y el costado. Hecho un río de sangre, aún tuvo fuerzas para derribar a algún jinete cuando Pedro de Vera le perforó el pecho de una lanzada mortífera, con la rabiosa satisfacción del acto de venganza que inclinaría a su favor el pulso de la conquista. El Capitán contempló con frialdad la agonía de su contrincante, sabiendo que con su muerte conseguiría sofocar la rebelión.
−¡Alemaley vacaguaré! −imploró Doramas a AcoránAcorán Acorán: dios. sintiendo que se le iba la vida.
Y caminó vacilante hasta que cayó casi sin aliento. Sus incondicionales acudieron en su ayuda e incluso se dejaron apresar. El resto se desmoronó al ver a su jefe ya acabado y, con él, el final de su pueblo.
Con la furia de la desesperación, ya moribundo, maldijo al cobarde que lo hirió por la espalda.
Nira salió a su encuentro.
Su cabeza fue expuesta en una pica como macabro trofeo a la entrada del Real de Las Palmas.

La pérdida del guerrero insigne aceleró la conquista. Nos queda la memoria del legendario héroe encumbrado a los anales de la historia como valioso testimonio de nuestro pasado aborigen.


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