El temido horizonte

EL TEMIDO HORIZONTE
Todos sabían las razones por las que Doramas pasaba mucho tiempo mirando al mar y contando al viento sus pensamientos de libertad. Infatigable vigilante, presagió que de la grandiosidad que tanto amaba vendría la decadencia de su pueblo y el abandono de sus tradiciones por culpa de aquellos que habían llegado por mar y de otros que vendrían dispuestos a quedarse.
Hasta que en el temido horizonte se confirmó el presagio y contempló con espanto la arribada de grandes naves que fondearon en Las Isletas. Aprovechando la noche transportaron hasta cerca de la desembocadura del Guiniguada herramientas, suministros de guerra, víveres, hombres y cabalgaduras.
Eran muchos y, apesadumbrado, empezó a calibrar la verdadera dimensión de la conquista comprendiendo que llegaba el principio del fin. Con urgencia informó al GuanartemeGuanarteme Guanarteme: Rey. y se reunió el Sábor con el propósito de ponerse en guardia.
Los ataques se hicieron más frecuentes, y la superioridad de espingardas y ballestas que se ensañaban con los cuerpos desnudos de los isleños armados tan solo con piedras y palos, evidenciaron las desiguales batallas. Los castellanos fueron ganando posiciones y obligaron a muchas familias a retirarse a la ruta de las cumbres.
El Guanarteme, hombre noble y amante de su pueblo, queriendo evitar su exterminio abogó por convencer a los jefes del Sábor argumentando que para no alargar una inútil agonía debían aceptar las propuestas de los castellanos de someterse y vivir en paz.
Sentenció que antes o después habría de suceder, fueran quienes fueran los protagonistas, vinieran de donde vinieran, pues era el sino de algunos pueblos que otros lograran cambiar su destino y que el embate de la historia trastocaría para siempre la fisonomía de su querida isla tal y como la habían conocido ellos y sus antepasados sin que lo pudieran evitar.
Doramas y algunos guayres se opusieron a tal idea decididos a morir en la lucha y convencidos de la necesidad de ir a por todas para mantener a raya al invasor. Se entabló una larga y acalorada discusión en la que Doramas encabezó el discurso. Rechazó, como tantas otras veces, cualquier pacto o acuerdo de paz con quienes no merecían su confianza, pues no se fiaba de la palabra de ninguno. Tenía sobrados motivos para desconfiar. Agotó razonamientos en pro de los derechos de los pobladores de la isla que no merecían que los nobles allí reunidos escatimaran su defensa. Criticó la política conciliadora del Guanarteme y dio su particular visión del futuro de esta tierra y de la penosa realidad que se avecinaba. Puso como ejemplo la buena fe de los que se acercaban al Fuerte del Real de Las Palmas para ser cristianizados esperando que se cumpliera el prometido bienestar, pero luego eran apresados y embarcados como esclavos.
Era impensable, por tanto, acatar una tregua de sometimiento que a él le removía las entrañas de sus sentimientos de arraigo a la isla que le vio nacer. Furioso, rechazó con rotundidad una y otra vez la posibilidad de renunciar a su identidad en la creencia de que solo había un camino para conservar la libertad: luchar por ella o, si fuera preciso, morir peleando.