EL PADRE JUSTINIANO

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EL PADRE JUSTINIANO

En el interior, un hombre de aspecto corpulento, barba y pantalón corto limpiaba el rostro de la Virgen subido a una escalera. La iglesia no era excesivamente grande. Contaba con un ventanal de colores, doce bancos de madera, una virgen empotradaEmpotrada Meter una cosa en una pared o en el suelo, asegurándola con obra de albañilería. en la pared, un altar con azucenasAzucenas Denominación que se da a diversas plantas liliáceas, apocináceas, amarilidáceas y orquídeas, de las que la más conocida es la azucena común. de plástico y una torre con un humilde campanario. El aire en la iglesia corría agradable. Olía milagrosamente a azucenas frescas.

Al oírlos entrar, el hombre giró la cabeza desde lo alto de la escalera y los miró extrañado. Descendió con agilidad, secándose el sudor de la cara con un pañuelo.

—Buenos días, hijos míos. Soy el padre Armando Justiniano, aunque en esta aldea se me conozca por don Justi. ¿En qué puedo servirles? —preguntó con las mejillas encendidas.

—Buenos días, padre. Me llamo Alan Brito y estos son mis compañeros: Timba, Tabata, Eneko y Kamal. Vamos de camino hacia la costa, pero si nos da cobijoCobijo Lugar que sirve de refugio. por unas horas y algo de comer le estaríamos muy agradecidos —respondió Alan con amabilidad.

—¿Y qué se les ha perdido por la costa, hijos míos?

Alan dudó si confesarle el motivo del viaje. Miró a sus agotados amigos y comprendió que tenía que ganarse la confianza de aquel cura para que los ayudara. Y solo se la podía ganar con la verdad.

—Buscamos a unos niños pequeños, padre. Creemos que los han raptado los matuma —confesó.

Don Justi se quedó pensativo y, tras unos segundos, dijo:

—¿Los matuma? —negó con la cabeza—. Se han topado con una gente muy mala, hijos míos. Cogen a los pequeños para sus dichosas minas, los niños se van quedando ciegos por los vertidos tóxicosVertidos tóxicos Se entiende por vertido toda emisión directa o indirecta de sustancias que pueden contaminar las aguas. y, cuando ya no sirven para nada, los abandonan en el desierto. Hemos recogidos a docenas de niños vagando por ahí, ciegos y desorientados, y la tristeza con que llegan es incurable.

Entonces entendieron por qué había tantos pequeños vagando sin rumbo por la aldea y por qué no jugaban entre ellos. Estaban ciegos.

—No queremos que les pase eso a los nuestros, padre. Por eso vamos hacia la costa, donde están las minas. Cogeremos a los matuma por sorpresa y los recuperaremos.

Don Justi los miró fijamente y se apiadó de ellos. No era tarea fácil para unos jóvenes inexpertos. Necesitarían algo más que suerte.

—Bueno, acomódense en los bancos y descansen un poco. Ya veré yo qué puedo hacer por ustedes —guardó la escalera, se arrodilló, se persignó ante el altar y salió de allí apresuradamente.

Ellos se habían acomodado en los bancos y perdieron la noción del tiempo hasta que el cura regresó a la iglesia con un saco de arpilleraArpillera Tela muy basta de estopa usada para hacer sacos y cubiertas. al hombro. Había visitado las viviendas del pueblo casa por casa y había convencido a sus feligresesFeligreses Persona que pertenece a una parroquia. para que le dieran una pequeña aportación por caridad a unos arrepentidos que peregrinaban por el desierto. Y los aldeanos le habían creído, como si el que les pidiera limosna fuera el mismísimo Moisés.

El saco de arpillera contenía panes, quesos, frutos secos, aguacates y plátanos. Un paquete de sal, repelente de mosquitos, velas y algunas cajas de fósforos. Y, por último, les mostró lo mejor de aquel botín de bondad: dos cuchillos recién afilados, un machete, tres mantas deshilachadas y dos cepillos de dientes usados.

Alan y Timba se miraron preocupados. Temían que el cura hubiera contado más de lo debido. Por eso, Timba preguntó con el ceño fruncido:

—Don Justi, no le habrá contado a alguien el motivo de nuestro viaje, ¿verdad?

—No, hija mía, no te preocupes. Nadie sabe nada de nada, aunque uno a estas alturas tenga sus mañasMañas Habilidad para hacer una cosa bien o con facilidad. para tocar el corazón y la generosidad de la gente. Sé muy bien que en este pueblo hay familias que viven de negociar con los matuma. Intercambian armas por diamantes sin ir más lejos… —los chicos se quedaron helados—. Pero no queremos que los matuma se enteren de que en este pueblo hay unos chicos que son una amenaza para ellos, ¿verdad? No teman, que de este hijo del Señor no ha salido ni una palabra que lo ofenda.

Don Justi volvió a apoyar la escalera a la pared mientras los chicos bebían y comían, retomando el trabajo de quitarle el polvo a la Virgen con la satisfacción de haber llevado a cabo un acto de caridad inesperado. Entonces, empujado por la euforia que sentía, comenzó a contarles a gritos desde lo alto de la escalera la historia de aquella aldea que estuvo a punto de desaparecer bajo la arena del desierto.

Les contó que en otros tiempos aquel había sido un pueblo rico y opulentoOpulento Que es abundante o muy desarrollado., lleno de señores elegantes y mineros codiciososCodiciosos Que tiene ansia de riquezas. venidos de distintos países de Europa, porque bastaba con remover la arena con un cubo para llenarlo de cientos de diamantes caros y luminosos. Que tenía casino, un hospital con médicos y enfermeras, una escuela con niños saludables, cientos de viviendas señoriales y hasta un tren a vapor para trasladar la valiosa carga desde las minas.

Pero inesperadamente, como un castigo de Dios por su codicia, los diamantes se agotaron —arrugó el ceño—, lo que atrajo el odio y la pobreza entre la gente, y la población emigró hacia tierras más ricas en diamantes en apenas unos meses. Sin embargo, algunos mineros y sus familias se negaron a partir. Ahora son ancianos y no hay quien los mueva de aquí. Y a la escasa población de la aldea se le han sumado estos niños ciegos que ya no tienen a dónde ir.

—Es una pena, hijos míos, una gran pena, lo rico que fue este pueblo y lo que es ahora… —concluyó don Justiniano con la tristeza reflejada en sus ojos.