UN FLAMBOYÁN AL QUE LE GUSTABA LA MÚSICA

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UN FLAMBOYÁN AL QUE LE GUSTABA LA MÚSICA

 Mientras Alan recordaba a Joaquín, el tío Tranqui abrió los ojos y la caja de fósforos, sin dejar de tararearTararear Cantar una canción en voz baja y sin articular las palabras. su canción. Encendió los palitos parecidos a la canelaCanela Sustancia de color ocre rojizo, olor muy agradable y aromático, obtenida de la corteza de las ramas del canelo y otras plantas, que, en trozos o molida, es usada como condimento, particularmente de platos dulces. y extendió el humo que soltaba por todas las ramas del árbol. Se bajó del flamboyánFlamboyán Árbol de la familia de las leguminosas, oriundo de México, de tronco ramificado y flores abundantes y muy vistosas, de color rojo encendido., ahora con más dificultad —bajar no es lo mismo que subir, a punto estuvo de darse un porrazo—, y derramó el contenido de la bolsita, un polvo gris como ceniza, sobre las raíces. Dio varias vueltas alrededor del tronco y volvió a sentarse en el banco de madera. Cerró los ojos y en esa postura se quedó, rígido e inmóvil, como un perenquénPerenquén Lagarto de tamaño pequeño pero robusto, endémico de las Islas Canarias. viejo bajo el sol.

Alan le ordenó a Rufo que no ladrara para que el tío Tranqui no se diera cuenta de que lo observaban. De pronto, aunque parecía estar echándose un largo sueñecito, inesperadamente el tío abrió los ojos, dirigió la mirada hacia donde se escondían y les hizo un gesto para que se acercaran. Alan se quedó pálido como un helado de vainilla. Rufo corrió y se tumbó boca arriba junto al banco. El tío Tranqui le hizo cosquillas en la panza y en el cuello sin apartar la mirada taladradora de hombre viejo de su sobrino, que se resistía a acercarse. Hasta que Alan se aproximó y se sentó junto a él en silencio.

—¿Qué hay, chico? —preguntó sonriente—. ¿Estás de paseo con Rufo?

—Sí —dijo él con la vista clavada en las hojas secas del suelo. Mentía. Nunca salía tan temprano con Rufo, y menos de paseo.

—Es un perro muy cariñoso —soltó Tranqui sin dejar de acariciarle la panza.

—Sí, es cariñoso… —afirmó Alan. Y ahora no le mentía.

—¿A que es tu mejor amigo?

—Sí —contestó el pequeño mientras trazaba un círculo con la punta del tenis en el suelo.

—Pero tendrás más amigos, ¿verdad?

—No.

—¿Ni en el colegio?

—Tampoco.

—¿Y eso por qué?

Alan volvió a quedarse colorado de vergüenza. Le dio una patada a una piedra pequeña.

—Porque se ríen de mí. Y cuando me ven gritan: «AlanBrito, AlanBrito, carapeo, enanito raro».

El tío Tranqui soltó una carcajada. Su barriga parecía que iba a estallar al reírse; sin embargo, sus ojos eran dos estrellas azules y brillantes que lo miraban con simpatía.

—Tú no les hagas caso. Cuando yo tenía tu edad, los chicos del barrio me llamaban Calambrito porque era un niño muy nervioso. Pero yo pasaba, porque Brito es el apellido de nuestra familia y me sentía orgulloso de él —se quedó pensativo y después preguntó—: ¿O acaso piensas que eres un enano rarito?

Alan se encogió de hombros.

—No sé. Quizás un poco bajito sí que soy, pero rarito no —respondió borrando el círculo que había dibujado en el suelo.

Rufo miraba al tío Tranqui con la lengua afuera para que lo siguiera acariciando.

—¿Quieres que les diga algo a esos chicos para que no se metan más contigo? —le preguntó.

Alan negó rápidamente.

—No, no. Tengo diez años, sé defenderme solo.

El tío Tranqui sonrió.

—Vale, vale, no les diré nada. Pero tú no les hagas caso, que con el tiempo las cosas van cambiando, ya verás —sentenció guardando de nuevo la bolsa de tela en la riñonera—. Bueno, ¿y tú no tienes ninguna pregunta que hacerme?

Entonces Alan aprovechó para preguntarle lo que tanto deseaba saber.

—¿Por qué le cantas a ese flamboyán?

Se colocó la riñonera a la cintura y le dijo:

—Pues porque los árboles son seres vivos como nosotros y necesitan cuidados para crecer saludables. Por eso vengo por las mañanas a cantarle un ratito al flamboyán, que sé que le gusta. Lo mimoMimo Cariño, halago o demostración expresiva de ternura. con olores ricos y le echo calcio a las raíces para que crezcan fuertes. He aprendido muchas cosas de los árboles del Amazonas. Nos ayudan a sobrevivir, nos alimentan, nos dan cobijoCobijo Lugar que sirve de refugio. y nos curan de enfermedades. Hay que ser agradecido.

Entonces se levantó del banco dispuesto a regresar a la casa. Al observar que Tranquilino se iba, Rufo salió disparado moviendo el rabo. Alan, por el contrario, se quedó inmóvil. Le hubiera gustado seguir sentado para hacerle miles de preguntas sobre la selva que su tío conocía. Aunque, como siempre, su timidez pudo con él y se levantó obediente.

—¿No tienes hambre, chico? —Alan asintió—. ¿Sí? ¿Mucha, mucha hambre? —Alan volvió a asentir y el tío Tranqui rio—. Pues no se hable más. Vámonos a desayunar esa taza de leche calentita con gofio que se nos enfría.