LA INSINUACIÓN DEL TÍO TRANQUILINO

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LA INSINUACIÓN DEL TÍO TRANQUILINO

Llegaron a altas horas de la noche al río. Les dieron de beber a los animales y bebieron ellos. Recogieron los dátiles caídos de las palmeras, sacaron los aguacates que les quedaban en el saco, comieron y cayeron rendidos sobre la arena.

Alan esperó, como había calculado, a que todos durmieran para ponerse las gafas y, en un segundo, volver a su habitación. Entonces sería como si el viaje con los chicos del Kraal fuera solo un sueño; si no fuera por el cansancio que sentía desde las caderas hasta las uñas de los pies.

Guardó el carcajCarcaj Caja tubular utilizada para guardar las flechas, que se llevaba colgada del hombro. bajo la cama, se puso el pijama y se quedó adormecido sobre las sábanas. Pero no había pasado media hora —para él, apenas unos minutos— cuando tocaron en su habitación. Era su madre que, no satisfecha con aporrearle la puerta, la abría de repente como un huracán.

—Hijo, tú me vas a quitar de este mundo. ¿Dónde estabas? Te he llamado mil veces —preguntó sin importarle que Alan durmiera. Alan abrió un ojo, le costó abrir el otro y los volvió a cerrar. Su madre lo zarandeó—. ¡Alan, despieeerta!

Se sentó con mucho esfuerzo en la cama y se frotó los ojos.

—Ummm… ¿Qué pasa, mamá?

—¿Que qué pasa? —preguntó ella con las manos en jarra—. Pasa que nos has dado un susto de muerte. ¿Dónde estabas?

El tío Tranquilino asomó tímidamente la cabeza por la puerta. El cabreo de su cuñada era descomunal.

—¿Dónde has estado? ¡Dímelo! ¿O acaso crees que te vas a manejar solo? —insistió.

Alan inventó una respuesta. No podía pensar con claridad y añoró a sus amigos, que estarían durmiendo como troncos.

—Fui a dar un paseo, mamá. No he pegado ojo en toda la noche. Y cuando llegué a casa, me quedé dormido enseguida. No te oí.

La respuesta pareció amansar un poco a su madre. «El niño no se había ido a la calle con sus amigotes», pensó. Suspiró aliviada.

—¿Y eso? ¿No podías dormir? ¿Tendrás fiebre? —le tocó la frente preocupada y esperó unos segundos; no tenía fiebre—. Hijo, esas hormonas tuyas te tienen muy perturbadoPerturbado Que tiene trastornadas sus facultades mentales.. Anda, baja a comer que ni siquiera has desayunado.

—Ahora no, mamá. Más tarde. Déjame dormir un ratito… —suplicó remolónRemolón Que evita trabajar o hacer una cosa.. No podía mantenerse en pie.

—Mujer, deja al chico dormir, que ya lo despierto yo dentro de una hora —intervino el tío Tranqui para poner orden entre madre e hijo.

—Bueno, pero que no pase del almuerzo. ¡Mira que este niño se me va a enfermar cualquier día!

Y se marchó refunfuñando.

El tío Tranqui le guiñó un ojo y cerró la puerta despacio. Alan respiró hondo y se echó en la cama con el deseo de dormir un día entero.

A las dos horas, más de lo prometido, el tío Tranqui llamó a la puerta.

—Venga, Alan, arriba. Que tu madre te ha hecho un arroz a la cubana para chuparse los dedos —dijo retirándole las sábanas para que se levantara.

Alan comenzó a desperezarse y buscó a Timba por todas partes, pero la visión del tío Tranqui lo devolvió a la habitación.

—Chico, tienes que ponerte fuerte. Todavía te queda mucho camino por recorrer hasta llegar a donde tú quieres. Anda, vístete y baja a comer —repitió despeinándole el pelo.

Alan lo miró a los ojos. No sabía si lo que le decía era el consejo de una persona mayor o si le estaba recordando lo que aún le quedaba por andar hasta llegar al Kraal. Tenía la impresión de que el tío sabía más de lo que aparentaba.

Bajó al comedor con el tío siguiéndole los pasos. Ya estaban servidos los platos en la mesa —arroz, huevo, papas y un plátano frito— y la familia sentada ante ellos. Le encantaba el arroz a la cubana, era su comida preferida, pero aquel plato le recordó a los compañeros del Kraal y a los dos niños, que estarían muertos de hambre.

Levantó la vista en busca de su tío. Sus miradas se cruzaron. Él tenía razón, recapacitó Alan, debía alimentarse para coger fuerzas y llevar a los niños con sus padres. Cogió el tenedor y el cuchillo, y arrasó hasta con el último grano de arroz que quedaba en el plato.

—Alan, ¿sabías que el tío nos deja dentro de unos días? —le preguntó su padre para después añadir con una sonrisa—: Dice el muy gandulGandul Que es holgazán, perezoso o vago. que tiene cosas pendientes que hacer al otro lado del mundo —dejó de sonreír—. Bueno, hace bien. Empezamos a trabajar la semana que viene y ustedes tienen que ir al colegio. Se aburriría como una ostra.

—Sí, me lo dijo él.

—Pues le vamos a hacer una despedida en el jardín. ¿Qué te parece?

—Me parece estupendo —dijo Alan con fingido entusiasmo.

Le preocupaba ese festejo. Solo esperaba llegar al Kraal con tiempo para dejar a los niños con sus padres, volver a casa y ayudar a su papá con los preparativos de la despedida.

Esperó a que todos se retiraran a la siesta y a que Laura se embobara con la tele para ir a la cocina, coger algunos sobres de sopa, chocolate y varios vasos de plástico —lo que pudiese caber en el carcaj—, y subir rápidamente a la habitación. Debía darse prisa. En el desierto estaría amaneciendo.

Sacó los petardos y los guardó bajo la cama. Les daría utilidad en otra ocasión. Aprisionó los objetos dentro del carcaj, se desnudó —¿para qué vestirse si siempre llegaba al otro lado con un taparrabos y las sandalias de cuero?—, se puso las gafas y esperó.

Al momento, el sol le dio en la cara. Sonrió. Ya había amanecido en el desierto.