LOS MATUMA, ENEMIGOS DEL KRAAL

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LOS MATUMA, ENEMIGOS DEL KRAAL

Cuando se puso las gafas de nuevo, habían transcurrido varios días en el Kraal y la comunidad, alarmada, se había reunido para tomar medidas urgentes ante los últimos acontecimientos. A media tarde habían desaparecido dos niños de la aldea sin que nadie lo advirtiera y se habían presentado algunos voluntarios para ir en su búsqueda. Se sospechaba que habían sido los matuma, una tribu guerrera enemiga del Kraal y de otras aldeas cercanas que se llevaban a los niños para hacerlos trabajar en las minas de diamantes. Los más pequeños eran menudos y podían deslizarse fácilmente por las grietas estrechas de las minas.

Era un gran negocio. Vendían los diamantes extraídos de las minas a los joyeros o a los mafiosos extranjeros y, con el dinero ganado, compraban armas para robarles las tierras y los cultivos a las tribus de la zona. Eso, o cabía la posibilidad de que los niños hubieran salido a jugar fuera de la aldea y unos animales hambrientos se los hubieran llevado al interior del desierto para devorarlos. Aun así, el grupo de búsqueda había partido el día anterior de la aldea y, entre ellos, estaba Timba.

Al conocer lo sucedido en la comunidad, Alan no dudó en partir del Kraal para alcanzarlos lo más pronto posible y unirse a ellos. Se enfundó en una piel de cabra para resguardarse de las tormentas de arena, que eran frecuentes, y del frío de la noche; enganchó a la montura del camello una bolsa con queso, pan y un recipiente con agua; y con el cuchillo a la cintura y las gafas, las flechas y el arco a la espalda, partió hacia las despobladas y extensas dunas del desierto. Había decidido viajar de noche, guiado por las estrellas, y descansar de día para evitar el sol ardiente del arenal. Así avanzaría por la noche y, probablemente, daría con el grupo.

Anduvo kilómetros y kilómetros sin detenerse, envuelto en el silencio de la noche, que solo se veía alterado por las risas lejanas de unas hienas salvajes que parecían ir tras los pasos de su camello.

Al alba, una llovizna inesperada le mojó los hombros y cayó sobre la arena sedienta, humedeciéndola. Al momento, como por un milagro prodigioso, surgieron de la arena miles de flores amarillas, naranjas y rojas, alfombrando la llanura hasta donde sus ojos alcanzaban a ver. Cientos de mariposas, abejas y pájaros surgieron sin saber de dónde, revoloteando sobre las flores y la hierba mojada. El paisaje se llenó de vida. El griterío de los pájaros era ensordecedor. El colorido de las mariposas, insuperable. Se detuvo a contemplar, hechizado, la hermosura del desierto. Sin embargo, continuó andando, no fuera a ser que las hienas salvajes los alcanzaran a él y a su camello al llegar el día.

Buscó un refugio seguro donde dormir y lo encontró al aproximarse a unos macizosMacizos Conjunto de montañas que forma una unidad. rocosos. Era una cueva fresca que lo protegería del calor que se avecinaba. Entró con el camello y cerró la entrada con piedras y ramas secas para impedirle el paso a las hienas. Una vez dentro, hizo una hoguera para ahuyentar la oscuridad y se comió un trozo de queso y pan junto al fuego. Luego, extendió la piel de cabra sobre aquel suelo duro e intentó dormir.

A pesar de intentarlo repetidas veces, no podía pegar ojo. Le preocupaban los matuma, unos hombres con mirada de escorpión venenoso que no le temían a nada, y menos a unos chicos con arcos y flechas que no sabían de armas de fuego, ni de nada parecido. Los matarían en un abrir y cerrar de ojos.

Estuvo largo tiempo pensando en una manera de ayudarlos. Hasta que, después de darle muchas vueltas al problema, dio con una idea genial. Se pondría las gafas y regresaría a su casa. Bajaría al garaje y, sin que nadie lo oyera, cogería los petardos de la Navidad anterior que su padre guardaba en la estantería. Los estallaría, eso los haría poderosos ante los matuma y quizás, con un poco de suerte, huyeran alarmados. Los matuma eran unos ladrones supersticiosos. Creerían que el estrépitoEstrépito Ruido muy fuerte nos despertó un gran estrépito que procedía de la calle. producido era una señal divina, que traería el caos, y abandonarían a los niños. Exacto, eso haría. Guardaría los petardos en el carcajCarcaj Caja tubular utilizada para guardar las flechas, que se llevaba colgada del hombro., donde podía llevar varios objetos de un lado a otro, y regresaría de nuevo.

Se puso las gafas y, como había previsto, desapareció la cueva. La familia dormía plácidamente en sus habitaciones, así que no tuvo problemas para moverse por la casa, excepto por una cosa: la obstinaciónObstinación Actitud del que se mantiene en sus ideas, opiniones o deseos aun en contra de razones convincentes. de Rufo. Al verlo, lo persiguió por toda la casa hasta que Alan dio con lo que buscaba al fondo del garaje, en la estantería metálica. Metió los petardos en el carcaj, se puso las gafas y desapareció de nuevo ante la mirada sorprendida del perro. Entonces, Rufo entendió que Alan jugaba a esconderse y empezó a husmear buscándolo por el salón, en la cocina y los alrededores hasta el día siguiente, sin éxito.