Capítulo 16

16

Cayó la noche del 13 de marzo de 1937. Tumbados en los catres, nos hicimos los dormidos hasta que, a medianoche, Virgilio y un cabo entraron, con uno de los centinelas, en el Casino.
–Arriba, compañeros –dijo Virgilio. Traían fusiles máuserMáuser Mauser, originalmente Königliche Waffen Schmieden, es una firma fabricante de armas fundada en 1811 en Isny im Allgäu, Baden-Württemberg. Su línea de fusiles de cerrojo y pistolas semiautomáticas se ha producido desde la década de 1870 para las fuerzas armadas alemanas. y municiones. De las otras chavolas fueron llegando hombres silenciosos e inquietos. En esos momentos, el sigilo resultaba fundamental.
Yo me uní al grupo que se dirigía al Fuerte. Pedro quiso venir conmigo.
–Ni se te ocurra.
–Hemos estado juntos todo este tiempo, Tigre. Si te tiene que pasar algo, que me pase a mí también.
–No, Pedro. Hoy, cada uno tiene que hacer lo que mejor sepa hacer. Lo tuyo es sobrevivir para contar esto. Lo mío es repartir porrazos.
Nos dimos un abrazo que nos supo a último y nos separamos. Él se quedó en la chavola preparando pertrechos. Yo salí a las sombras y al peligro.
Los centinelas de la entrada, al vernos, preguntaron:
–Santo y seña.
Virgilio montó el cerrojo, apuntó a uno de ellos y dijo a media voz:
–Viva la República.
Durante unos segundos, todo quedó como suspendido en el aire. Después, para nuestro alivio, el centinela alzó el puño.
–Viva.
Los centinelas nos franquearon el paso a la armería, donde nos fuimos haciendo con los fusiles. Dos de los soldados se encargaron de una de las Hotchkiss y se encaminaron hacia el muelle. Todo sucedía con tanta rapidez que apenas teníamos tiempo de darnos cuenta. Un grupo salió del Fuerte camino a las residencias de Linajes y de Clares. Otro corrió a los barracones de la tropa a avisarlos. No hubo ni un solo traidor. Todos los soldados estaban de nuestro lado. A González, el alférez de guardia, lo sorprendimos dándole, como de costumbre, a su botella de coñac. Aquel borracho tardó mucho en darse cuenta de que había sido hecho prisionero.
Rodríguez nos llamó, a Lucio, a Virgilio, a tres soldados y a mí. Fuimos a por Malo. Yo, con un máuser, me quedé al pie de la escalera. Los otros subieron. Rodríguez y Virgilio delante. A los lados de la escalera, cubriéndolos, Lucio y los soldados. Yo veía aquellas sombras, expectantes, tomándose unos segundos antes de intentar aquel gesto difícil de conseguir tomar por sorpresa al alférez, quien, lo sabíamos, no dudaría en disparar a la menor sospecha de amotinamiento.
Rodríguez golpeó la puerta.
–Mi alférez, en la ría hay un barco francés armado.
La puerta tardó unos segundos eternos en abrirse. El alférez, perfectamente uniformado, hizo su aparición en el vano. Entonces, el sargento le apuntó con su Astra, que, desgraciadamente, aún no había amartillado.
–Manos arriba.
Pero Malo, que debía de haber sospechado algo, salió por completo de la penumbra empuñando una pistola. Dio una patada en el pecho a Rodríguez, que rodó escaleras abajo, y, sin mediar más palabra, comenzó a disparar sobre ellos. Yo me hice un lío armando el cerrojo y, cuando apunté hacia arriba, ya no sabía cómo disparar sin hacer blanco en un compañero. En el tumulto, podía distinguir a Lucio, que intentaba quitarle a Malo la pistola que no cesaba de disparar. Uno de los soldados intentaba socorrer a Virgilio, que yacía en un rincón. Otro intentaba, como yo, buscar una forma de disparar contra el alférez sin darle a Lucio. Finalmente, Lucio renunció a arrebatarle el arma. Lo que hizo fue doblarle el brazo al veterano forcejeando, impidiendo que volviera a alzarlo. Y, de repente, se escuchó el último disparo. Lucio, herido en una pierna, soltó el cuerpo de Malo, que se desplomó y rodó por las escaleras. Quedó inerte, a mis pies, un poco más abajo que Rodríguez, quien, en ese momento, comenzaba a reaccionar.
Ya no nos preocupamos más por el alférez. Subimos corriendo hasta donde estaban los compañeros. Lucio había hecho un jirón con su camisa y se aplicaba un torniquete para evitar desangrarse por la herida del muslo. Virgilio no había tenido tanta suerte. Su cuerpo joven quedó tirado allí, a las puertas de la residencia de Malo, con un tiro atravesándole el pecho y los negros ojos abiertos a la opacidad de la muerte.
Ni siquiera tuvimos tiempo para reflexionar sobre ello. Desde el exterior comenzaron a oírse disparos aquí y allá. Nos encaminamos a la entrada mientras escuchábamos al grupo de Nicolás, en el extremo suroeste del Fuerte, destrozando a culatazos la estación de radio.

Quienes habían disparado habían sido los que habían ido a por Clares. El muy cobarde había salido corriendo por la puerta trasera de la vivienda dejando atrás a su mujer y a sus hijos. Los demás, Linajes, Ferrer, los otros militares de aviación, ya habían sido hechos prisioneros. Se encontraban vigilados, junto con González, en el almacén de víveres. Pero Clares había huido y, al parecer, a caballo.
–Mal asunto –dijo Rodríguez–. En un par de horas puede ponernos a los regularesRegulares Los Grupos de Regulares pertenecen a las fuerzas militares españolas, creados a partir de 1911 en África, con personal español e indígena. encima. Hay que moverse rápido.