Capítulo 13

13

Así transcurrió aquel verano: largo, inmóvil, plúmbeo. Y un mal día, las cosas comenzaron a precipitarse.
Repatriaron a los tres primeros compañeros que serían sometidos a consejo de guerra en Canarias: Antonio Sanz, Adolfo Bencomo y Francisco Sosa, nuestro Paco, el Almirante. Los vimos partir, custodiados, hacia el puerto. Los supimos montando en la falúaFalúa Pequeña nave de carga. de abastecimiento. Los adivinamos embarcando en el Viera y Clavijo, que luego se fue haciendo pequeño en el horizonte hasta desaparecer, rumbo a un archipiélago que se había convertido en un nido de abyección.
–Puede que tengan suerte –dije, por decir algo, mientras el correíllo se alejaba.
Pedro miró alrededor: a la verja, a las chavolas, al Fuerte, a sus ropas y a las mías.
–Mira dónde estamos, Tigre. La suerte se nos acabó hace tiempo.
Tenía razón. Parecía que la suerte se nos había acabado. Días después llegó la noticia del fusilamiento del Almirante. Lo ejecutaron al amanecer del 13 de octubre de 1936. Ahora ya no valían consuelos. No valían esperanzas. Habían comenzado a juzgarnos y a ejecutarnos. Cualquiera podía ser el siguiente. Podía haber más. Y los hubo. Por tandas, en grupos de dos o tres, o de cinco, el Viera y Clavijo se los iba llevando a Canarias para que se les formara consejo de guerra.
Ya no nos alegraba verlo entrar en la ría. Entre finales del 36 y principios del 37, fueron repatriando a compañeros en un goteo incesante, arbitrario, atemorizador. Quienes no eran fusilados, eran condenados a veinte o treinta años de prisión. El día en que los soldados de la mía vinieron a por Antonio, el Albañil, estuve a punto de hacer una locura. Los Illada y Pepe Rial, el Farero, lograron apenas contenerme al fondo de la chavola para evitar que me suicidara arrojándome sobre los guardias.
Los conciliábulos, las largas discusiones sobre lo que debíamos hacer se sucedían sin que hiciéramos nada efectivo. Ningún plan viable. Ninguna oportunidad de fugarnos con éxito.
Y en febrero, cuando ya teníamos cada vez menos esperanzas, ocurrió algo que parecía una vuelta de tuerca y supuso, en realidad, nuestra salvación.