Archipiélago fantasma

… Y se fue, después, situando buque a buque, hasta formar el Archipiélago de Tenerife. Que nunca como entonces justificó su título de Isla del Infierno.

José Rial Vázquez, Villa Cisneros. DeportaciónDeportación Deportación es la expulsión de una persona o un grupo de personas de un lugar o un país. y fuga de un grupo de antifascistas

El día de la infamia

… La acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo (…). Desde luego, serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos para estrangularEstrangular Impedir o dificultar. los movimientos de rebeldía o huelgas.

De una instrucción reservada firmada por el General Emilio Mola el 25 de mayo de 1936

Capítulo 19

19

La mayor parte de la tripulación y del pasaje se unió a nosotros. Los oficiales y los mayordomos fueron confinados en sus camarotes.
Tardamos unas horas en embarcar, pero ya no hubo más tropiezos. Las lanchas iban llenándose de hombres en cuyas sienes latía la promesa de la libertad. En el ajetreo febril del embarque, destacaba la falúaFalúa Pequeña nave de carga. que llevaba, entre fusiles, al sargento Polo y a Darías, médico del Fuerte, quienes serían nuestros rehenes hasta llegar a Dákar. Ellos eran los únicos suboficiales solteros. A los demás los encerramos en el calabozo. Le entregamos la llave a Linajes haciéndole prometer que no abrirían hasta que hubiéramos zarpado.
La sublevación solo había causado dos víctimas mortales. Pero, aun así, esas dos muertes pesaban en el ánimo de todos.
Al amanecer del 14 de marzo de 1937, más de un centenar de hombres libres partía a bordo del Viera y Clavijo rumbo al puerto de Dákar. Nos habíamos rebelado y habíamos vencido.
Desde la cubierta, Pedro y yo contemplamos por última vez Villa Cisneros. Mientras la coloniaColonia Conjunto de personas que pasan temporadas en un sitio que no es su residencia habitual. se iba empequeñeciendo en la distancia, nos acodamos en la baranda.
–Ya se acabó todo –dije.
–Todo lo contrario –repuso el Poeta–. Ahora es cuando todo empieza realmente.


FICHA DE LECTURA

Capítulo 18

18

La falúaFalúa Pequeña nave de carga. se acercaba al Viera y Clavijo. En el suelo de la motora, tras la barandilla, once hombres, agachados, apuntábamos al prácticoPráctico Persona que por el conocimiento del lugar en que navega dirige el rumbo de las embarcaciones. y a su ayudante. Yo sabía lo que había que hacer para asegurarme de que colaboraran. Me lo habían enseñado ellos mismos.
–Un solo movimiento en falso y te pego un tiro –le susurré cuando estábamos a punto de situarnos junto al correíllo–. Puede que muramos todos, pero tú irás por delante.
Nunca sabré exactamente cómo fue el abordaje. Sé que el práctico hizo señales de que bajaran la escala. Sé que al momento subíamos, de cuatro en cuatro, a la cubierta del Viera. Sé que de pronto yo ya estaba allí y en un santiamén teníamos encañonado a todo el personal de cubierta. Algunos de los nuestros recorrían el barco trayendo a todo aquel que encontraban. Los reunimos en la proaProa Proa: es la parte delantera del barco, según el sentido de avance.. Un cabo trajo a Pastor encañonado.
–No hace falta –le dije al cabo–. Este señor es un caballero.
Le estreché la mano al capitán, que me mostró una sonrisa de buen perdedor.
–Tomamos posesión del barco, capitán –anunció Layo.
–Usted sabe que no puedo unirme a ustedes –le dijo Pastor.
–Lo sé. Pero yo le garantizo que no sufrirá ningún daño.
–Cuento con ello –dijo Pastor saludándolo militarmente.
De pronto, un maquinista gritó:
–¡Salud y República!
Al instante, casi todos los demás se unieron al saludo.
Dos pasajeros se adelantaron saludando con el puño en alto.
–Somos pilotos de la mercante. Estamos con ustedes.

Capítulo 17

17

Fuimos al muelle a por el prácticoPráctico Persona que por el conocimiento del lugar en que navega dirige el rumbo de las embarcaciones.. Divisamos en la explanada a los soldados que montaban la ametralladora con sigilo. Nicolás, un par de soldados y yo nos dirigimos al puesto del práctico, donde este y su ayudante jugaban, ajenos a todo, a las cartas. El ayudante intentó echar mano de su pistola. Uno de los soldados se puso nervioso y le apuntó con el fusil, pero yo me adelanté y lo tumbé de un puñetazo en la barbilla.

Capítulo 16

16

Cayó la noche del 13 de marzo de 1937. Tumbados en los catres, nos hicimos los dormidos hasta que, a medianoche, Virgilio y un cabo entraron, con uno de los centinelas, en el Casino.
–Arriba, compañeros –dijo Virgilio. Traían fusiles máuserMáuser Mauser, originalmente Königliche Waffen Schmieden, es una firma fabricante de armas fundada en 1811 en Isny im Allgäu, Baden-Württemberg. Su línea de fusiles de cerrojo y pistolas semiautomáticas se ha producido desde la década de 1870 para las fuerzas armadas alemanas. y municiones. De las otras chavolas fueron llegando hombres silenciosos e inquietos. En esos momentos, el sigilo resultaba fundamental.
Yo me uní al grupo que se dirigía al Fuerte. Pedro quiso venir conmigo.
–Ni se te ocurra.
–Hemos estado juntos todo este tiempo, Tigre. Si te tiene que pasar algo, que me pase a mí también.
–No, Pedro. Hoy, cada uno tiene que hacer lo que mejor sepa hacer. Lo tuyo es sobrevivir para contar esto. Lo mío es repartir porrazos.
Nos dimos un abrazo que nos supo a último y nos separamos. Él se quedó en la chavola preparando pertrechos. Yo salí a las sombras y al peligro.
Los centinelas de la entrada, al vernos, preguntaron:
–Santo y seña.
Virgilio montó el cerrojo, apuntó a uno de ellos y dijo a media voz:
–Viva la República.
Durante unos segundos, todo quedó como suspendido en el aire. Después, para nuestro alivio, el centinela alzó el puño.
–Viva.
Los centinelas nos franquearon el paso a la armería, donde nos fuimos haciendo con los fusiles. Dos de los soldados se encargaron de una de las Hotchkiss y se encaminaron hacia el muelle. Todo sucedía con tanta rapidez que apenas teníamos tiempo de darnos cuenta. Un grupo salió del Fuerte camino a las residencias de Linajes y de Clares. Otro corrió a los barracones de la tropa a avisarlos. No hubo ni un solo traidor. Todos los soldados estaban de nuestro lado. A González, el alférez de guardia, lo sorprendimos dándole, como de costumbre, a su botella de coñac. Aquel borracho tardó mucho en darse cuenta de que había sido hecho prisionero.
Rodríguez nos llamó, a Lucio, a Virgilio, a tres soldados y a mí. Fuimos a por Malo. Yo, con un máuser, me quedé al pie de la escalera. Los otros subieron. Rodríguez y Virgilio delante. A los lados de la escalera, cubriéndolos, Lucio y los soldados. Yo veía aquellas sombras, expectantes, tomándose unos segundos antes de intentar aquel gesto difícil de conseguir tomar por sorpresa al alférez, quien, lo sabíamos, no dudaría en disparar a la menor sospecha de amotinamiento.
Rodríguez golpeó la puerta.
–Mi alférez, en la ría hay un barco francés armado.
La puerta tardó unos segundos eternos en abrirse. El alférez, perfectamente uniformado, hizo su aparición en el vano. Entonces, el sargento le apuntó con su Astra, que, desgraciadamente, aún no había amartillado.
–Manos arriba.
Pero Malo, que debía de haber sospechado algo, salió por completo de la penumbra empuñando una pistola. Dio una patada en el pecho a Rodríguez, que rodó escaleras abajo, y, sin mediar más palabra, comenzó a disparar sobre ellos. Yo me hice un lío armando el cerrojo y, cuando apunté hacia arriba, ya no sabía cómo disparar sin hacer blanco en un compañero. En el tumulto, podía distinguir a Lucio, que intentaba quitarle a Malo la pistola que no cesaba de disparar. Uno de los soldados intentaba socorrer a Virgilio, que yacía en un rincón. Otro intentaba, como yo, buscar una forma de disparar contra el alférez sin darle a Lucio. Finalmente, Lucio renunció a arrebatarle el arma. Lo que hizo fue doblarle el brazo al veterano forcejeando, impidiendo que volviera a alzarlo. Y, de repente, se escuchó el último disparo. Lucio, herido en una pierna, soltó el cuerpo de Malo, que se desplomó y rodó por las escaleras. Quedó inerte, a mis pies, un poco más abajo que Rodríguez, quien, en ese momento, comenzaba a reaccionar.
Ya no nos preocupamos más por el alférez. Subimos corriendo hasta donde estaban los compañeros. Lucio había hecho un jirón con su camisa y se aplicaba un torniquete para evitar desangrarse por la herida del muslo. Virgilio no había tenido tanta suerte. Su cuerpo joven quedó tirado allí, a las puertas de la residencia de Malo, con un tiro atravesándole el pecho y los negros ojos abiertos a la opacidad de la muerte.
Ni siquiera tuvimos tiempo para reflexionar sobre ello. Desde el exterior comenzaron a oírse disparos aquí y allá. Nos encaminamos a la entrada mientras escuchábamos al grupo de Nicolás, en el extremo suroeste del Fuerte, destrozando a culatazos la estación de radio.

Quienes habían disparado habían sido los que habían ido a por Clares. El muy cobarde había salido corriendo por la puerta trasera de la vivienda dejando atrás a su mujer y a sus hijos. Los demás, Linajes, Ferrer, los otros militares de aviación, ya habían sido hechos prisioneros. Se encontraban vigilados, junto con González, en el almacén de víveres. Pero Clares había huido y, al parecer, a caballo.
–Mal asunto –dijo Rodríguez–. En un par de horas puede ponernos a los regularesRegulares Los Grupos de Regulares pertenecen a las fuerzas militares españolas, creados a partir de 1911 en África, con personal español e indígena. encima. Hay que moverse rápido.

Capítulo 15

15

De pronto, todo comenzó a ocurrir con rapidez, como el descenso de una roca por una ladera. Efectivamente, la mía partió al interior, al mando de La Gándara y del comandante del Fuerte. El Dris iba con ellos. Al parecer, iban a realizar una leva forzosa de reclutas entre los indígenas. La lucha en la Península se recrudecía y faltaban soldados. Pero los jefes locales se resistían a enviar a más jóvenes a la guerra y el alto mando había decidido enviar a la mía para «convencerlos».
El Fuerte quedó bajo el mando de Malo y de otros alféreces: Ferrer, González, el alférez de aviación Linajes y Clares, un bravucón al que todos detestábamos.
Y nosotros quedamos bajo la guardia directa de los soldados canarios.
Unas noches más tarde, el sargento Rodríguez y Virgilio vinieron al Casino. Traían cara de preocupación.
–Venimos del puesto de transmisiones. Mañana llega el correíllo –dijo Rodríguez.
–Y trae órdenes de repatriarlos a todos ustedes –añadió el soldado.
El silencio duró casi un minuto. Si nos repatriaban, solo podía ser para someternos a consejo de guerra. Y, si lo hacían, lo menos que nos pasaría sería que nos condenaran a veinte o treinta años.
–Si nos fugamos hacia el desierto no tenemos ninguna oportunidad –opinó Nicolás–. Los de la mía se nos echarán encima enseguida y…
Rodríguez le cortó:
–Yo soy un militar. No voy a salir corriendo como una rata.
Todos nos quedamos en suspenso. Solo Virgilio y Lucio Illada habían parecido entender lo que había dicho. Reparando en ello, pasó a explicarse.
–Esto no es asunto de treinta presos que quieren salvar el pellejo. Esto es una guerra, señores. Y los de nuestro bando las están pasando canutas. Así que, desde mi punto de vista, no basta con que nos fuguemos. Debemos tomar el Fuerte. Hacernos con todo el armamento. Detener a los oficiales fascistasFascistas En singular (fascista), se utiliza para referirse a cualquier dirigente o gobierno totalitario, autoritario o nacionalista.. Mandarán barcos y aviones a buscarnos. Y, mientras nos anden buscando, dejarán de matar a camaradas en el frente.
–Está bien –intervino Pedro–. Tomamos el Fuerte. Robamos las armas. Hacemos prisioneros. ¿Y después?
–Abordamos el Viera y Clavijo. -Layo hizo un rápido cálculo –. En dos o tres días podríamos estar en Dákar. Es territorio francés.
Todos asentimos. Francia aún era un buen sitio al que huir. Todavía confiábamos en su democracia.
–Tendremos que dividirnos en grupos –prosiguió el sargento.
Le escuchábamos con atención. La mayoría de nosotros no éramos gentes de armas. Su formación militar era una ventaja para todos.
–Hay varios objetivos y cada grupo se dedicará a uno. El primero, después de conseguir armas, es controlar a la oficialidad y a la tropa que no se una a nosotros. A poder ser, sin derramamiento de sangre.
–Eso será complicado –le interrumpió Virgilio.
–Pero habrá que intentarlo por todos los medios. Nosotros no somos como ellos. Que no se te olvide –hizo una pausa para recibir el asentimiento del soldado–. El segundo objetivo es el equipo de transmisiones. Hay que inutilizarlo. Cuanto más tarde se enteren, mayor margen tendremos para huir. Por último, tomar el barco. Para eso habrá que hacer dos equipos. Uno secuestrará al prácticoPráctico Persona que por el conocimiento del lugar en que navega dirige el rumbo de las embarcaciones. y lo obligará a ir con la falúaFalúa Pequeña nave de carga. hasta donde esté fondeado. Layo, usted va en ese equipo. El otro equipo se apostará en el muelle con una ametralladora. Esas «Hotchkiss» son pesadas y difíciles de manejar. Los artilleros serán dos de mis soldados.
Cada uno se quedó pensando en lo que podía hacer. Nos sentíamos tan eufóricos como asustados. Pero era una oportunidad, quizá la última, de salvar el pellejo.
Continuamos con los planes hasta bastante después del toque de queda. Cuando se marcharon, intentamos echar una cabezada, pero nos costó conciliar el sueño. La ilusión y la inquietud echaban pulsos en el interior de nuestras cabezas.