Capítulo 9

Mi tío tiene por costumbre ir a pescar los domingos a alta mar. Aunque el único que vaya a salir temprano sea él, el escándalo que forma para buscar sus cañas y anzuelos nos quita el sueño a mi tía y a mí. Bajo las escaleras con una sudadera y un pantalón de chándal del mismo color, y la escena entre la búsqueda de sus pertenencias y el sonido de la batidora me hace bostezar. Entro en la cocina tras saludar desde lejos a mi tío y le doy un beso en la mejilla a mi tía al pasar junto a ella. Pongo mi desayuno sobre la mesa, arrugando la frente por el molesto ruido del electrodoméstico.

—Buenos días, cielo —se escucha por encima de la batidora—. Dentro de un rato me ausentaré para ver a una vieja amiga y me quedaré a comer. Me gustaría que limpiases la casa.

—Está bien. Hoy Dara vendrá a casa porque no tiene ensayo.

—¿También Noah?

—No, la traerá y la recogerá luego.

—Me dijo que iba a trabajar en el restaurante y prefirió pedirme si podía dejarme a su hermana en vez de que se quedara con él hasta que acabara.

Dara es una niña encantadora y es muy sencillo complacerla, puesto que no le costó mucho a Noah que aceptara. Tiene que traerla dentro de cuarenta y cinco minutos. Mi tía se dirige hacia su habitación y, poco después, el sonido del cierre de la puerta principal me avisa de que ambos ya han salido.

Para tener el resto del día libre, agarro la escoba y barro los dos pisos. Me doy cuenta de lo grande que es la casa y que no había entrado en todas las habitaciones hasta ahora. El cuarto más sucio es el trastero. Primero, limpio el suelo, pero llaman mi atención algunos objetos y dejo el cepillo a un lado. Hay montañas apiladas de ropa de colores extravagantes y vistosas; encuentro discos de hace cuatro décadas desperdigados y pósteres enrollados en una de las esquinas. Me intriga su contenido, pero recuerdo la visita y salgo del cuarto.

Al acabar, me pongo de puntillas en el pequeño balcón de mi habitación. Mi mirada está a la misma altura del tejado de enfrente. La última vez que estuve asomada en un balcón se oía el tráfico y las cotorras del edificio de enfrente que se gritaban desde sus terrazas como en este momento.

Descanso escuchando la lista de reproducciones que he activado en mi móvil y mi cerebro reacciona al relacionar una de las canciones con una melodía aún familiar. Es muy pegadiza. Mi memoria, de nuevo, me hace presenciar la escena del paraguas y sacudo la cabeza antes de comprobar la canción. Ya la escuchaba desde hace meses, pero, por la tontería del encuentro de aquella noche, comencé a tararearla más frecuentemente.

Justo en ese momento, la voz de Dara me saca de mis pensamientos:

—¡Alexia!

—¡Ya voy!

Mi mirada busca la de Noah. Viene de la mano con su hermana. Desde mi perspectiva es más visible la diferencia de la altura y del pelo entre los dos, aunque se llevan más de ocho años. Agilizo el paso cuando suena el timbre de la puerta. Un gesto innecesario sabiendo que los he visto al llegar. Abro la puerta y Dara se me abraza con fuerza soltándose de su hermano. Noah se queda en el umbral observando el interior.

—Cómo se nota cuando no está tu tía —dice.

—¿A qué te refieres?

—Solo digo que con su obsesión por la limpieza… Ya sabes… —se excusa y ruedo los ojos.

—Tu madre no te quiere en casa, ¿a que no?

—Solo hasta las cinco. No ha pasado ni un día desde que llegó y ya está pintando las habitaciones. Dice que, si no la ayudo, mejor que no esté estorbando. —Se subió al poyo de la cocina—. Tampoco trabajo hoy.

—Pues tienes el día libre. Felicidades. Adiós, Noah.

Estoy a punto de cerrar, pero él pone su pie impidiendo que se cierre. Vacilo en si dejarlo entrar o no.

—A mi hermana no le importa. No seas cruel y déjame pasar.

—¿Sabes cocinar?

—¿Tú no? —mi silencio es la respuesta—. ¿Quieres comida italiana?

—¡Yo sí! —chilla Dara y espera mi confirmación sin separarse de mi cintura.

—Supongo que no hay problema.

—Bien. El restaurante está cerrado, por lo que nadie molestará. Muéstranos el camino, Dara; Alexia no sabe dónde es.

Pido un minuto para prepararme, tomo la cartera y las botas, y salgo después de ellos para cerrar con llave. Antes de guardar el móvil le escribo un mensaje a mi tía por si necesitase algo.

El restaurante está situado a unos metros de la playa principal, en el núcleo turístico. Es un establecimiento con elegancia italiana, las mesas se distribuyen fuera debajo de algunas sombrillas cerradas y el resto se encuentra en el interior a través del cristal decorado con el logo del negocio. Veo el parque a lo lejos, junto a otros bares y más tiendas.

Mientras Noah busca entre sus llaves y abre el local, Dara me recita información del restaurante, con algunas correcciones por parte de su hermano. El lugar por dentro es asombroso, muy refinado. La luz principal la despide una lámpara de techo compuesta por esferas cristalinas. Las mesas situadas por todo el comedor tienen una distribución similar, dejando un pequeño pasillo a su alrededor.

Aún es pronto para comer, pero nos apañamos para entretenernos hasta la hora. Dara juega conmigo y Noah me explica recetas, utensilios y su vida en Italia cada vez que su hermana se distrae atrayéndome a la cocina gigante del fondo. Como ella no tarda en darse cuenta, me pongo pegada a la ventanilla que separa ambas salas para atenderlos a los dos.

—¿Has cocinado alguna vez?

—Arroz, pero no te lo recomiendo. Mi compañera de piso tampoco lo hará —niego, y me río al recordar su mueca al probarlo.

Noah me enseña la base de la cocina italiana y me convierto en la ayudante durante un rato, con la niña trayéndonos los ingredientes de la nevera. A la hora de comer, Dara y yo colocamos una mesa alejada de la entrada y nos sentamos un momento. Su hermano aparece con los platos de comida. Los deja en su sitio y se sienta junto a nosotras. Pruebo el primer bocado de la lasaña. Está increíble. La mirada de Noah está pendiente de mi reacción.

—¿Qué tal?

—Está muy buena —digo después de un nuevo mordisco.

El triunfo es apreciable en su rostro. Unos treinta minutos después, acabamos de comer y yo friego mientras los dos hermanos recogen la mesa y la limpian. Volvemos a mi casa y nos quedamos en el sofá viendo la televisión. Noah está con los pies cruzados, subidos en la mesa, Dara está cambiando los canales con el mando y yo reviso mi móvil cuando escucho una notificación:

¿Dónde estás? No coges el teléfono fijo y mamá no me deja en paz. Bastante tengo con mi vida para tener que ocuparme de ti.

Lo acompañan diez mensajes más del mismo tono, Me recorre una rabia interna y lo único que hago para no molestar al resto es bufar y rodar los ojos de manera desagradable. La bloqueo, ni que yo no tuviese una vida. Ya hablaré con ella cuando regrese. Ese gesto no pasa desapercibido para Noah, quien me mira antes de volver a la pantalla. El sonido de llaves en el exterior alerta y mi tío aparece tras esta con la caña sobre su hombro y una nevera portátil en la mano.

—Pescado para cenar —exclama alzando el botín. Estornuda; tiene la camisa empapada. Pronto nos mira, desde Noah a Dara, yo en el centro—. ¿Y esta reunión?

—Somos Noah y Dara Ruiz, señor —saluda la niña educadamente.

—Claro que te conozco, hija. ¿Quieren quedarse a comer?

Pero la pregunta la hace mirándome a mí, como si yo fuera a oponerme. Noah se adelanta, poniéndose de pie:

—No, gracias. Ya nos vamos.

—¿Ya?

—Sí, ya son más de las cinco. Exacto —afirma cuando comprueba su reloj—. Tienes que dormir temprano para mañana.

Mi tío asiente y se va a ducharse. Yo no intervengo. Con una mueca de tristeza, Dara me entrega el mando y me da un cariñoso abrazo. Noah, en cambio, se mantiene de pie, me guiña un ojo y se acerca a la puerta. Ella se posiciona a su lado y la abre:

—Está lloviendo, Noah.

—Bueno, no podemos quedarnos aquí —repone. Me arrepiento de no haberle dicho lo contrario y sigo sin poder hacerlo—. Habrá que correr.

—No, no. Coge mi paraguas y ya me lo devolverás.

—Será divertido correr bajo la lluvia —rechaza mi oferta y suspiro por lo desagradecido que ha sido.

—Sí. Igual de divertido será para Dara perderse la actuación y enfermarse por tu idea de diversión —repongo con sarcasmo. Ante esto, su hermana adopta una expresión temerosa y jala de la camiseta del chico.

—Vamos, coge el paraguas —ordena. Él hace caso. Salen con el paraguas abierto sobre sus cabezas.

Apago la televisión con el propósito de ponerme el pijama y tumbarme a leer en el hueco de mi habitación donde aún se percibe luz solar. En ese momento, oigo un chasquido que me detiene proveniente de la puerta de la calle que está todavía abierta. Al girarme hacia ella, Dara parece nerviosa escuchando el murmullo de su hermano y comenta:

—Seguramente mi hermano te habrá invitado, no querrá estar solo —Mira a Noah y él niega señalándome con la cabeza—. Quiere que te lo diga yo, así que, espero que vengas mañana a la actuación.

—Me encantaría.

—Gracias. —La sonrisa desaparece cuando se vuelve a su hermano—. Vámonos antes de que me enferme.

—Como digas, jefa.

Se van después de que Noah me guiñe un ojo y suspiro por ir a mi habitación, rogando al menos veinte minutos de claridad natural.