Al final, cuando recogemos a la niña, esta se está despidiendo de su profesora, que la felicita como al resto del compañeros. Para celebrarlo, la familia Ruiz nos invita a cenar por Nochebuena. Van a hacer una comida conjunta con el resto de los alumnos de danza. Mis tíos acceden y volvemos a casa a prepararnos. Lo único bonito de mi armario es una falda oscura de brillantes, que acompaño con un pulóver de color blanco crema y unas botas. Mis tíos me esperan en el sillón con un pastel en sus manos.
Volvemos a la plaza para encontrarnos todos en una larga y rectangular mesa donde están sentados la mayoría de los vecinos. Localizo a Noah entrando en el restaurante y lo sigo. Está a punto de sacar los entrantes. Lo saludo al caminar a su lado.
—¿Puedo ayudar en algo?
—Hay que sacar bastante comida, cualquier ayuda se agradece.
Asiento y agarro una de las muchas bandejas que hay sobre un estante. Sirvo los platos en la gran mesa y repito mi acción hasta que se vacía la repisa y los niños se sientan para comer. Muchos de ellos se ven cansados y otros, enérgicos; sin embargo, todos están felices por haber hecho una gran actuación. Me siento cerca de mis tíos; Noah lo hace unas sillas más allá. Las familias conversan animadamente mientras disfrutan de la comida.
El cielo está totalmente negro, excepto la luna. Los niños que aún no se han dormido, entre ellos, Dara, corretean por la plaza bajo la tenue luz de la farola. Todo esto es maravilloso e, internamente, agradezco la decisión de venir al pueblo. A pesar de que me ofrezco, no me dejan ayudar a recoger y utilizo el móvil durante la sobremesa. Suena el tono de llamada predeterminado. Me alejo lo suficiente de la mesa y contesto al ver quién es:
—¿Pasa algo?
—¿Cómo te atreves a evitarme una semana entera? Mamá está enfurecida y no te imaginas cómo estoy yo.
—¿Y me has preguntado cómo estoy yo, acaso? —espeto al encontrarme cerca de la arena.
—Solo necesito saber dónde estás —se justifica.
—Judith, no necesitas saberlo. Mamá lo sabe, pero no he sido yo la que se lo ha contado. —Me distraigo viendo a algunos niños jugando en la arena—. Voy a pasar el resto de las vacaciones donde quiera que me encuentre —recalco las últimas palabras.
—Ven a pasar la Navidad con nosotros, por favor.
—Tarde. Te deseo feliz Navidad y próspero año nuevo —recalco antes de colgar.
Sacudo la cabeza. Podría habérselo dicho, nuestra discusión no es tan extrema como para odiarnos, pero su ego es muy irritante cuando se trata de ella. Detrás de mí, las farolas que quedaban apagadas se encienden iluminando un poco más la zona. Miro al suelo y una sombra se acerca; levanto la cabeza y la apoyo en el pecho de Noah, una vez está lo bastante aproximado.
—Se te oía molesta —dice. No parece incomodarle mi gesto—. ¿Estás bien?
—Un problema familiar.
—¿Quieres desahogarte?
—Otro día —zanjo la conversación cerrando los ojos.
—Te he traído un regalo.
Pone frente a mi cara el paraguas rojo que le presté ayer. Eso no cuenta como regalo, porque ya me pertenece. Omitiendo ese detalle, lo tomo.
—Gracias.
—Si te soy sincero, me alegra haberte encontrado. Me intrigó saber más acerca de la chica que casi tira el café con un paraguas.
—No sabes lo que me alegré de que no pasara.
—Lo mismo pienso.
—Queda poco para que terminen las fiestas, ¿qué harás luego?
—Supongo que volveré a la ciudad —digo sin ponerle demasiada atención, pues esta se concentra en no caerme y contemplar el mar a oscuras—. Por ahora solo quiero quedarme aquí.
—Esa es una decisión sabia —hace una pausa—. Cinco minutos para las doce.
—Feliz Navidad adelantada.
—Feliz Navidad adelantada.
Y así nos quedamos. Inmóviles, respirando coordinadamente y con mis sentimientos a flor de piel. Pasan los minutos y suenan las campanas de medianoche. Todos ríen y celebran de fondo en la mesa. Únicamente deseo a la Navidad que esto sea el comienzo de algo nuevo y mejor. Aprieto contra mi pecho el paraguas que me ha salvado dos veces de una forma que jamás olvidaré.
FICHA DE LECTURA