Capítulo 5

Decido salir temprano a explorar la zona después de un día entero dentro de la casa mientras me arreglo una coleta alta que sujeta una larga melena morena y me acomodo las gafas que agradan mis ojos color café. El paraguas rojo está sobre la mesa del comedor, listo para acompañarme en la expedición.

—Si no está nevando ni lloviendo, Alexia.

—Por si acaso —le respondo a mi tío—. Nunca se sabe de lo que me puede salvar esto.

Aún hay charcos de la lluvia sobre algunas piedras del suelo. Los evito mientras juego con el paraguas y al mismo tiempo me fijo en las diferentes edificaciones del pueblo. Es evidente que han remodelado las viviendas con pinturas atractivas que conforman la mayoría de las callejuelas. Me detengo al llegar a la plaza circular. Esta zona es una combinación turística y pesquera, se nota por la concentración de bares, restaurantes y tiendas de suvenires que hay hasta llegar a la playa.

Me siento en un banco cercano tras pedir un café amargo, aunque el sabor no es mi favorito. Hace mucho frío. Observo a visitantes y residentes dar un paseo mañanero por el lugar. Cerca de un quiosco hay un grupo de niños jugando en el parque. Me hubiera gustado traer algún libro o pasatiempo, perono tenía muy meditada la idea del viaje hasta hace unos dos días y solo quería salir de la ciudad. Me levanto para seguir el recorrido cuando mi móvil vibra dentro del bolso y veo la notificación:

—Eras la chica del paraguas, ¿o me equivoco de Alexia?

Claro que me sonaba el nombre del copiloto.

—Es Noah Ruiz —me digo a mí misma—. ¿No podía ser una casualidad encontrar a dos personas con el mismo nombre?

No sé cómo ha conseguido mi número; ese será el menor de los problemas. Tiene mi número y sabe dónde estoy viviendo; más ventajas no puede conseguir. Vuelvo a leer el mensaje y reflexiono acerca de las similitudes que encuentro entre ambas situaciones para responder a mi pregunta.

Noto un objeto golpear mi pierna derecha y suelto un quejido. Busco alrededor de mi pie y veo que es un balón atrapado bajo el banco. Miro hacia los lados en busca del responsable, y, para mi sorpresa, una niña que aparenta no tener más de diez años acompañada de otro niño rubio de edad similar, se acercan pasando su mirada de mí a la pelota, y de nuevo a mí.

—¿La pelota es tuya?

—Sí, ¿nos la das? —pregunta el niño—. Estábamos jugando…

—Se nos escapó. Fue sin querer —justifica la niña.

—No pasa nada. —Me agacho a cogerla dejando el paraguas en el suelo—. Aquí la tienen.

Se la entrego y me lo agradecen antes de volver a la cancha del parque con el resto de sus amigos mientras yo pongo rumbo a la playa. A medida que me acerco, el sonido del mar se mezcla con la fría brisa que traspasa el abrigo que llevo puesto. Me detengo en la barandilla y el olor del mar inunda mi olfato. Respiro profundamente y me permito disfrutar del momento de paz.

Poco después recibo un nuevo mensaje. Lo primero que me viene a la cabeza es la posibilidad de que Noah me haya vuelto a escribir, pero es una nota de mi tía avisándome del almuerzo. Una última ojeada es lo que necesito para plasmar en mi mente la imagen de una hermosa playa casi desierta y ando con algo de prisa para evitar un enfado por su parte.

La televisión está encendida. A esta hora suelen poner los informativos de después del mediodía, tal y como los locutores daban las noticias que se ponían durante la hora de la comida cuando estábamos en la casa de mis padres hace unos tres años. Este pensamiento me hace recordar que tengo unas cuantas llamadas perdidas de mi hermana. Le escribiría un mensaje, pero no me apetece hablar con ella tras lo ocurrido. Ya lo haré.

Coloco el paraguas en el paragüero de la entrada y voy decidida a ayudar a poner la mesa. Estoy segura de que me llamó solo para colocarla, pues, según el cronómetro del horno, aún quedan veinte minutos para que se termine la comida. Cuando acabo de colocar todo en la mesa, me siento en una de las sillas a distraerme con el móvil.

Nos colocamos los tres en la mesa frente a cada uno de los platos con berenjenas rellenas. Una de mis comidas preferidas, que solían preparar cuando venía a visitarlos. Como los últimos dos días, a la hora de comer y si no hay nada interesante en el telediario, hablamos de temas casuales sobre lo que ocurre en la pastelería donde trabajan o en el pueblo en general. Son muy sociables y buenos vecinos.

—Antonio, me encontré a Isabel en la plaza, estaba recogiendo a su hija.

—¿Y hablaste con ella?

Ella asiente. La conversación se había tornado en un diálogo entre ellos dos y yo sigo comiendo en silencio para cotillear disimuladamente.

—Me dijo que Dara está en una academia de ballet.

—¿Pero no es Navidad? —pregunto.

—Sí, pero tienen un compromiso en la ciudad y no tiene con quién dejarla. Estaba buscando una persona que la cuidase la mayor parte del tiempo.

—¿Y dónde duerme? —mi pregunta no tuvo respuesta esta vez.

—Así que se me ocurrió que, como Alexia está de vacaciones… —De la impresión al mirarla me cruje el cuello y hago una mueca de dolor—. Le he dicho que no le importaría hacer de cuidadora.

—Cariño, eso debías haberlo consultado con tu sobrina antes de darle una respuesta.

En eso tiene razón. Mi idea de vacaciones nunca fue cuidar de niños, sino escaparme de la ciudad hasta mitad de enero. Haciendo caso omiso a todas las cosas con las que puedo contradecirle solo la observo detenidamente para elegir bien las palabras.

—¿Y ella aceptó sin más?

—No puso ninguna objeción. Por las noches estará con alguien de la familia, pero que trabaja durante el día.

Eso no me ayuda mucho. Creo que al contarme todo esto da a entender que estoy dentro desde el primer minuto.

—¿Y cuándo empiezo?

—Tiene una exhibición la semana que viene, por esa razón, estará ensayando en la academia todos los días menos los domingos. Igualmente, ese día también puedes cuidarla.

—¿Necesita a alguien que la lleve, la recoja y esté con ella hasta el sábado? —resumo más para mí que para mis tíos.

—Exacto, ¿te parece bien?

Asiento, encogiéndome de hombros. En verdad, tampoco me desagrada tanto la idea. Por mucho que me guste la tranquilidad y estar a mis anchas, de este modo no pasaré las tres semanas únicamente paseando por las callejuelas del pueblo. Solo espero es que nos llevemos bien.