La recuperación

Capítulo nueve

La recuperación

 Después de permanecer unas horas en urgencias, los tres fueron dados de alta. A Lucas le vendaron la cabeza. A  Omar y a don Pancho les dieron un jarabe relajante y a todos les aconsejaron reposar por la tarde, así que descansaban en el dormitorio de Lucas.

–Omar –dijo Lucas en voz baja–, puedes coger mi bici cuando quieras.

–¿De verdad, de verdad me la prestas?

–Claro que sí. ¿No tienes bici en tu pueblo?

–Ojalá tuviera una, sería estupendo…

–¿Cómo juegas entonces? ¿No tienes playstation, ordenador, una wii…?

–Nada de eso. Tengo un balón y juego al fútbol con mis amigos. Tengo un fleje de ellos.

–Eso es genial. Me gusta mucho jugar. Antes lo hacía con mi padre, practicábamos todos los días.

–Puedes jugar conmigo si quieres. Yo juego descalzo.

–¿Descalzo? ¿Y por qué?

–No usamos zapatos. Todos jugamos así. Es guay… Me gusta más.

–No tenía idea. Voy a probar. Omar, no sé cómo…, bueno, me gustaría que fuéramos amigos. Yo…, yo no me he portado muy bien contigo. No quería que vinieras. Mamá me contó lo que hiciste por mí. Me dijo que te diera las gracias. ¡Gracias, colega!

No esperaba que Lucas le agradeciera lo que hizo. Se sintió confuso y no sabía qué decir. Así que se quedó callado un momento y respondió:

–De nada, colega. Gracias a Don Pancho que es un cacho perro y me ayudó un montón.

El bulldog levantó las orejas y le dio un lametazo. Omar apostaría que lo vio sonreír. ¿Tendría razón Marta y era mágico?

Marta entró en el dormitorio para llevarse al bulldog y también a Omar. Lucas se quedó  solo descansando por orden del médico y pensando que, de no haber sido por Omar, se hubiese ahogado aquella mañana. En ese momento tocaron en la puerta y Tomás se asomó.

–¿Cómo te encuentras, Lucas? Me han dicho que te gusta romper piscinas con la cabeza. ¿Es verdad? Ja, ja.

–¡Qué gracioso!

–Déjame ver esa herida. ¡Pareces un sultán con el turbante!

–No bromees, papá. Casi me ahogo, gracias a Omar estoy vivo.

–Sí, ya me lo dijo tu madre. ¡Toma! Te compré este libro.

–¡Bien! Harry Potter. El libro que quería.

–Pues nos vamos a pasar la tarde leyéndolo, ¿vale? –Tomás rodó una silla, se sentó y añadió–: Ponte bien pronto. La semana que viene nos vamos de pesca.

***

Al día siguiente, Lucas descansaba en el salón. Llamaron a la puerta y al instante entraron  Ely y Bea.  Ely se acercó y le dio un beso en la mejilla. Los colores le subieron a la cara y el corazón le empezó a palpitar. No le hubiese importado golpearse la cabeza otra vez con tal de que ella volviera a besarlo.

Se sentó junto a él y Lucas le acarició la mano. Bea los miraba burlona.  Ely se levantó de sopetón y se dirigió a la puerta de la terraza.

–¿Se han fijado en cómo está el tiempo? Hay un montón de calima, casi no se ven las montañas. ¡Qué pasada…! –exclamó.

–Déjame ver –Omar entraba en ese momento y se apresuró a mirar–. Esto no es nada. Si pudieran ver la cantidad de arenas voladoras que hay en el desierto… ¡Eso sí es una pasada! Hay tormentas que te pueden dejar enterrado.

–¡Qué miedo! –comentó Bea metiéndose una galleta en la boca–. Aquí, cuando tenemos tiempo de sur, se queda todo amarillo y no se ve nada. Cerramos todas las ventanas para que no entre el polvo y se mete un calor horrible.

–También hace mucho viento –confirmó Lucas–. ¿Se acuerdan cuando se cayeron aquellas palmeras encima de los coches?

–Yo sí me acuerdo –respondió Ely mirando a Lucas–. Y también que cortaron algunas carreteras porque había árboles tirados en el suelo que el viento arrancó.

–Cuéntanos cómo son esas tormentas, Omar –dijo Lucas.

–Bueno… –se quedó pensativo un momento–. No hace mucho tiempo, jugaba con mis primos Nasser y Ayed. Dábamos patadas a una botella de plástico. El viento nos arrastró, parecía que te quería levantar y llevarte. El polvo se te metía en los ojos y la botella se alejaba dando saltos de gigante. Corríamos detrás de ella y otra vez se nos escapaba. La tarde se oscureció y el cielo se puso rojo, rojo, como pintado de sangre.

–Si llueve con el cielo así, ¿la lluvia es roja? –Quiso saber Bea.

–No lo sé… El agua que yo he visto caer es canela y sucia –afirmó Omar–, como si lloviera barro.

–¿Lluvia roja? ¡Anda ya!, eso no existe. No seas tonta –respondió  Ely.

–Sigue, Omar –Marta lo miraba con atención. Le gustaban las historias que contaba de su país–. ¿Qué pasó con la tormenta?

–Nos fuimos a casa. Mi madre había cerrado la tienda para que no entrara arena. Dijo que si no cesaba el viento, iríamos a dormir a la casita que tenemos al lado de la jaima. Allí prepara la comida y lava la ropa. Me acuerdo de que cenamos cuscús y un pastel de dátiles que nos regaló tía Fátima. Comíamos en silencio y nos mirábamos cada vez que el viento le daba una patada a la tienda.

–Pues bien, nos fuimos a dormir y nos despertaron las arenas voladoras que sacudían la tienda. La jaima temblaba como si quisiera volar. Teníamos miedo de que una ola de arena pudiera sepultar nuestra casa. Mis hermanas se habían levantado y Tala, la más pequeña, lloraba. Entonces, sacudieron la tienda con fuerza. Nos abrazamos a mamá. Ilham también empezó a llorar.

–¿Tú no lloraste? –preguntó Bea.

–Sí, un poco. No tanto como mis hermanas… Me tuve que hacer el fuerte delante de ellas.

–¿Qué pasó entonces? –preguntó Marta mientras acariciaba a don Pancho, echado a su lado.

–Lo que te dije. Una ola de arena pasó por encima, nos empujó y siguió rodando por La Hammada. El estruendo se fue alejando y mi madre dijo: gracias a Alá, lo peor ya pasó.

–¡Qué valiente eres, Omar! –le sonrió Marta–. Yo me hubiese cagado de miedo.

–No hables así –la reprendió Lucas–, o te voy a lavar la boca con jabón.

–Oh, se me había olvidado –Ely cortó a Marta que iba a responderle a su hermano–. Te traje un regalito, Lucas…, es una chorrada –Lucas siguió a la niña que se había levantado a coger su bolso–. Mira, ábrelo –le entregó un paquetito envuelto en papel de regalo.

–¿Para mí? ¿Qué es? –lo desenvolvió con rapidez y sacó un puzle de un barco velero.

–Es para que no te aburras. ¿Te gusta?

–Me gustas tú –le dijo en voz baja sin levantar la vista.

–Tú a mí también – Ely soltó una risita y salió corriendo a sentarse con los demás.

***

Eran las once de la noche y ya estaban acostados. Lucas, con los brazos detrás de la cabeza, pensaba en Ely. Estaba contento. Le preguntó a Omar si dormía.

–No, todavía no.

–¿Te gusta Ely?

–Sí…, como una amiga. Como novia me gusta Hana. Tú no la conoces, es guapísima.

–Ely también. Me gusta un montón…, y creo que yo también a ella. –Omar sonrió y Lucas continuó:

–Me mola cuando se pone ese traje verde con el lazo a la cintura. Y me gusta cómo huele a manzanas. Oye, ¿quieres aprender a nadar?

–¡Pues claro…!

–Te voy a enseñar, ¿vale? ¿Empezamos mañana? Voy a ser el entrenador. Primero te pones los dos manguitos. Cuando te sientas seguro, te quitas uno; y luego, el otro. Verás qué fácil va a ser. Aprenderás enseguida –se dio la vuelta y se durmió feliz.

Omar no le dijo que casi sabía. Noches atrás, nadó hasta un arrecife perseguido por unos camellos fantásticos. Pero le tomaría el pelo. De todas maneras, tan solo fue un sueño…