Fantasma en la madrugada

Capítulo siete

Fantasmas en la madrugada

Aquella noche hacía calor y Omar no podía coger el sueño. Se levantó y fue a la terraza. Cerró la puerta corredera y se recostó en una tumbona bajo la pérgola de buganvillas. Miró al cielo y pensó que aquel no era su cielo. Al menos no era el cielo que él conocía. Las estrellas casi ni se veían y no eran tan brillantes. ¡Qué pena!, pensó. Me gusta tanto verlas… ¡Qué raro es Lucas! No es como Marta… Tal vez le haya hecho algo malo. Con la de cosas que tiene…, esta casa tan bonita. Jo, no les falta de nada. Bueno…, no es cierto, no tienen estrellas tan lindas como las de mi pueblo. Eso vale más…, me parece.

En ese momento escuchó voces. Pensó que era su imaginación, así que se concentró en los sonidos de la noche sin hacer el menor ruido. Percibió susurros cálidos y cercanos. Alguien hablaba muy bajo, como si contara un secreto, pero no se veía nada. La terraza estaba totalmente a oscuras.

Se incorporó y prestó atención. Le pareció que era la voz de Marta, pero no estaba seguro. ¿Cómo iba a estar levantada a esas horas? Bueno, se dijo, lo mismo que lo estoy yo.

De la oscuridad salió una luz muy tenue, que casi se arrastraba por el suelo. Al instante, cambió de dirección. Omar estaba algo desconfiado, pero cuando reconoció la voz de su amiga, se envalentonó. Se acercó y escuchó algo muy confuso. No parecía una voz humana. Después oyó a Marta:

–Te he dicho que no. ¿Quieres que me penen?

–¡Anda ya! Sabes cómo se enfadó mamá aquella vez.

–Que no seas pesado… Solo me dejan traerte huesos.

Omar caminó hacia allí. De pronto, se quedó todo oscuro y las voces se perdieron. Se aproximó más. No había nadie.

–Será mejor que me vaya a la cama –se convenció–. Creo que sueño despierto –Sin embargo, se extrañó de que la puerta que había cerrado estuviera ahora abierta.

Pasó por delante del dormitorio de Marta. Estaba abierto. La niña dormía en su cama. Esto le extrañó todavía más. Sacudió la cabeza y se fue a su habitación.

Lucas roncaba ligeramente. Se escurrió entre las sábanas que olían a lavanda. Sintió una sensación agradable. Luego se durmió y soñó con la daira. Unos camellos se habían vuelto locos y le acosaban por la Hammada. Corría delante de ellos topándose con las cabras que merodeaban por allí, pisando sus cagarrutas. Tenía que dar saltos de canguro para esquivarlas. Quería dejarlos atrás, pero iban tan rápido que parecían camellos de carrera. Al llegar a una playa de aguas turquesas con un arrecife de corales, miró hacia atrás y buscó a sus perseguidores. Estaban en la montaña y pateaban furiosos la arena. Escupían y gruñían mientras empezaban a bajar, y le enseñaban sus dientes largos y afilados. Empezó a temblar. No sabía por qué los camellos le perseguían. Lo único que podía hacer era lanzarse al mar.

Se alejó nadando a toda velocidad y cuando se dio cuenta de que no hacía pie, empezó a flotar. ¡Flotaba! Se emocionó al ver que era capaz de nadar y llegó hasta el arrecife. Cansado, se sentó sobre una roca. Desde allí volvió a mirar a los camellos que habían llegado a la orilla y le miraban amenazadores con sus enormes ojos de dobles hileras de pestañas. Ahora no les temía. Estaba a salvo sobre el arrecife y podía volver a la orilla cuando quisiera, así que se empezó a burlar de ellos con todas sus fuerzas. Entonces, los camellos desaparecieron como fantasmas y la playa se quedó desierta. En su sueño creyó que había sido un espejismo, o quizás cosa de Alá para que aprendiera a nadar. Nunca lo sabría…