La llegada a la isla

Capítulo tres

La llegada a la isla

El avión aterrizó puntualmente. Las familias de acogida esperaban ansiosas. Marta apretaba la mano de su madre, impaciente. Le preguntó cuál de los pequeños pasajeros que empezaban a aparecer por la puerta de llegada era Omar.

–No lo sé, hija, estate quieta, por favor. Vamos a esperar a que entre el grupo y se reúna con los monitores. Todos estamos un poco despistados.

A medida que los viajeros entraban, la sala de espera se transformaba en una selva humana donde las personas se movían en todas las direcciones.

Marta se fijó en un chico moreno que pasaba a su lado. Llevaba una bolsa de deportes como equipaje. Era un chico muy guapo. Su cara era como el ámbar y los ojos, del color de la arena. Tenía un hoyuelo en la barbilla. Le sonrió mostrándole una boca sin paletas. El niño le devolvió la sonrisa. Tenía unos dientes muy blancos y el pelo negro y brillante.

–¡Mamá, seguro que ese es Omar! –le tiró de la rebeca.

El grupo de recién llegados se arremolinaba en torno al comité de bienvenida. Saludaban a los niños y les entregaban una bolsa con regalos y algunas explicaciones. Elsa tomó a su hija de la mano y se encaminaron al extremo de la sala. Los niños del Sahara escuchaban con atención las explicaciones de los coordinadores, que les hablaban en hassaniya. Después de esperar un buen rato, Elsa y Marta conocieron a Omar.

***

Los niños iban sentados en el asiento de atrás. Elsa conducía y hablaba con el niño, que parecía cansado.

–Te lo dije, má –insistió Marta–. Lo reconocí enseguida. Sabía que era él.

–¿Dónde está el niño? ¿No vino? –Omar se removió en el asiento y miró por la ventanilla.

–No quiso venir –respondió Marta–. Siempre está enfadado.

–Marta, no hables así de tu hermano. Lucas se quedó con don Pancho.

–¿Don Pancho? ¿Quién es? ¿Tu padre? –preguntó Omar, con curiosidad.

–No, es nuestro perro –Marta soltó una carcajada–. Es muy simpático y cariñoso. Es un perro mágico.

–¿Mágico? –Omar abrió los ojos como platos–. Nunca he conocido a un perro mágico. ¿Qué sabe hacer?

–Tiene luces en los ojos –contestó la niña bajando la voz, como si fuera un secreto–. Cuando alguien le cae bien, se le encienden.

Omar miró a la niña con la boca abierta. No sabía si se reía de él o si en verdad, los perros de otros lugares eran distintos.

–Es un mataperros –continuó Marta–, siempre está haciendo mataperrerías.

Cuando llegaron a la casa, Lucas los recibió con frialdad. Jugaba a la play station y no se movió del sillón. Volvió la cabeza y saludó con un hola indiferente. Le pareció que el invitado tenía las orejas abanadas. Lo comparó con Dumbo y se rió para sus adentros. Sin embargo, Omar se acercó y le dio la mano. Esperaba que llegaran a ser buenos amigos. Elsa lo llamó para mostrarle el dormitorio que iba a compartir con Lucas. Marta le enseñó el resto de la casa. Lo llevó a la terraza y a Omar le pareció un parque de ciudad. Preguntó si vivían en un palacio. Marta pensó que bromeaba. Volvieron al salón y se sentaron a ver jugar a Lucas.

–¿Dónde está el perro mágico?–preguntó Omar–. Me gustaría verlo.

–Salió a dar un paseo –contestó Lucas sin levantar la vista de lo que hacía–. No tardará en volver.

A Omar no le pareció raro que el perro saliera a dar un paseo. En su tierra, los perros estaban siempre paseando en busca de comida. Quizás también éste había ido a revolver en la basura.

–¿Tienes bicicleta? –le preguntó Omar con voz queda.

–¡Claro! –contestó sin dejar el juego–. Me la regaló mi padre en mi cumple.

–Me gusta mucho montar en bici… –Omar buscó los ojos de Lucas.

En ese momento sonó el timbre y Marta saltó del sillón.

–¡Es él! –corrió a abrir la puerta–. ¡Ven, Omar! don Pancho quiere conocerte.

El perro fue hacia él, lo olisqueó y le plantó las patas sobre el pecho. El niño le frotó la cabeza, con cierto temor, y el perro le ladró de contento.

–Vaya, le has caído bien –dijo Marta dando palmaditas en el lomo del bulldog. Don Pancho se hacía un ovillo, jugando con ella, en el suelo. Entre gritos y ladridos, Elsa los mandó callar desde la cocina. Omar no sabía cómo un perro podía tocar el timbre para entrar en la casa. Pensó que en verdad era especial, además parecía muy fuerte y gordo. Nunca había visto un perro tan bonito. Tenía el pelo blanco como alguna de las nubes que vio desde el avión. Se agachó para acariciarlo y don Pancho le lamió las manos.