Adios

Capítulo Once
Adiós

Fue un gran verano. Había transcurrido entre playa, pesca, risas y juegos. Y como todas las cosas, había llegado a su fin. Omar tenía que volver con los suyos y Lucas y Marta, empezar el curso escolar.

Era la última noche que pasarían juntos. Elsa quería que fuese especial. Les haría macarrones con mucha salsa de tomate, la comida preferida de Omar, y una tarta de despedida. La cena sería en la terraza, junto a la piscina en la que Omar le había salvado la vida a Lucas.

Por la tarde, los chicos adornaban la terraza con bombillos de colores. Marta y su madre se ocupaban de la cocina. Y Don Pancho ayudaba sujetando con la cabeza la escalera en la que los niños subían a colgar las luces.

A las siete en punto Ely y Bea tocaron a la puerta.

–¡Guau! ¡Cómo mola! ¡Qué buen trabajo han hecho! –dijo Ely mirando a su alrededor–. Parece una fiesta más que una cena.

–Es una fiesta. La fiesta de Omar –respondió Lucas.

–Sí, es verdad –continuó Marta–, es como una fiesta de cumple. Le compramos un regalo grandísimo. Que nadie me pregunte lo que es, no puedo decirlo, ¿vale?

–¡Cállate, lengüina! –Su hermano le tiró de la oreja–. Puede oírte y entonces no habrá ninguna sorpresa.

Comenzaba a oscurecer. Los niños encendieron las luces y Elsa las velas de la mesa que había preparado con su hija.

–¡Qué bonito…! –exclamó Omar con los ojos brillantes–. No esperaba que quedara tan bien.

–Ni yo –Lucas le pasó el brazo por los hombros–, es que somos los mejores…

Elsa llamó para que le ayudaran a llevar las cosas a la mesa.

El aroma de la noche se paseaba por la terraza. Comenzaron a comer y  saborearon los macarrones mientras hablaban animadamente.

–¿Puedo repetir? –Omar le preguntó a Elsa–. Están buenísimos.

–Sírvete a tu gusto, hijo. Hice un caldero como para un Regimiento de Infantería.

Se rieron de la comparación y levantaron los platos para que les sirviera más.

Después de la tarta de chocolate, apenas podían moverse de los asientos. Tenían las barrigas repletas.

–¿No se lo vas a decir, má? –preguntó Marta mostrando las paletas que le empezaban a salir–.

Los niños se quedaron en silencio esperando a que Elsa hablara.

–Omar, primero, gracias por haber venido a esta casa. Todos te queremos y nos gustaría que volvieras el próximo verano. Marta y Lucas pensaron en un regalo para ti, y me pareció una idea estupenda.

Marta saltó de la silla y empujó a Omar fuera de la mesa.

–El regalo está allí. En la esquina… Donde don Pancho fuma…

–¿Es que sigues dándole puros al perro, niña? –preguntó Elsa enfadada.

–No, ya no, mamá… –Marta se paró en seco–. Solo huesos, como me dijiste. De verdad. ¡Vamos, Omar!

Corrieron hacia donde Marta había dicho. Llegaron los primeros. Después Ely, Bea y Lucas. Al final, Elsa.

Detrás del arbusto donde el bulldog solía tomar el sol, había una bicicleta azul tapada con una manta. Lucas le pidió a Omar que la destapara y, cuando lo hizo, se quedó mirándola sin decir palabra. Luego reaccionó:

–¿Para mí? ¿Es para mí…?

–Es toda para ti –contestó Marta–, para siempre. Es muy chula, ¿a que sí?

Omar la miraba por todos lados: giró los pedales, tocó el timbre, accionó la palanca de cambios y comprobó el freno. Luego se subió y las piernas no le llegaban al suelo. Reguló el sillín.

–¿Cómo me la voy a llevar? ¿Se pliega?

–¡Claro! Mira, además tiene transportín con tirantas. Puedes llevar cosas, montar a un amigo … –Elsa le daba ideas.

–¿Y el agua? ¿Puedo transportar el agua?

–¡También! –contestó emocionada al verlo tan feliz–. Es una bicicleta muy fuerte para un chico fuerte como tú.

–¡Sube atrás, Marta! Vamos a probarla.

Don Pancho los siguió ladrando.

***

Lucas se había quedado dormido. Omar no podía. Tendido sobre la cama, esperaba a que llegara el día siguiente para abrazar a su madre. Pensaba dormir fuera de la jaima mirando al cielo. Estaba deseoso de escuchar los cuentos de su tío. Oler el té con menta. Comer cuscús y pinchos de camello. Contar a su familia todas las cosas. Hablarles de sus amigos, sobre todo de Marta, la encantadora de perros. Y todo eso iba a ocurrir muy pronto. Se imaginaba la cara de sus hermanas cuando vieran la bicicleta. Se veía con un bidón de agua en el transportín, o dando un paseo con Hana sentada atrás. Lo había pasado muy bien esos meses, pero quería volver a su hogar.

Se levantó y fue al baño. Se sentó en el borde de la bañera y abrió los chorros. El agua salió estrepitosamente. La contempló como si se despidiera de ella. Así estuvo un rato hasta que salió a la terraza. Todavía estaban encendidas las luces de colores. Se recostó en una hamaca y recordó la noche en que había oído a Marta hablarle a don Pancho y entendió que de verdad era un perro muy especial. Uno más en aquella familia. Le pareció que aquella noche tenía un color diferente, un olor distinto. Hasta las estrellas lucían más brillantes.

Oyó los pasos de don Pancho y lo llamó. El perro se acercó moviendo la cola con alegría y colocó la cabezota bajo las manos de Omar, que se había incorporado. Se la rascó y le dio unas palmadas en el lomo. Le tiró de las orejas y le levantó el hocico. Los ojos del perro se encendieron con lucecitas multicolores.

–¡Guau! –Omar habló en voz alta–, entonces Marta dijo la verdad, debo caerte muy bien, perrito.

El bulldog saltó sobre la hamaca y lo empujó para que le dejara sitio. Seguro que tampoco podía dormir. ¿Se sentiría triste porque él se marchaba? Se pegó más a Omar, que notó el olor a tabaco. Conocía el secreto: don Pancho fumaba y no le extrañó. Le echó una de sus patas por encima y se quedaron dormidos.

Se despertaron al escuchar a Marta histérica: no encontraba a Omar, decía, y su cama estaba hecha. Pensó que se había marchado sin decirle adiós.

–Estoy aquí, chiquilla, en la terraza –se levantó y estiró los brazos hasta el cielo.

–¡Qué susto me has dado! Pensé que te habías ido.

–¿Cómo me voy a ir sin decirte adiós, tonta…?

–Es que pareces tan contento por marcharte… ¿No quieres estar aquí?

–¡Sí! Pero también quiero estar allí, con los míos. Tengo mariposas en la barriga solo de pensarlo…

Marta lo miró como enfadada, llamó a don Pancho y se fue.

***

Por megafonía llamaban a los pasajeros con destino a Argelia. Entre el revuelo de niños, Omar buscaba a Hana. La vio despidiéndose de su familia de acogida. La llamó y agitó un brazo en el aire. Hana le devolvió el saludo. Pronto estarían los dos en el avión cogidos de la mano, pensó.

Marta, Ely y Bea tenían los ojos húmedos. Omar se adelantó, abrazó a Elsa con fuerza y besó a las niñas. Lucas quería impresionarlo y le soltó un:

–Salaam aleikum. ¡Nubi!

Omar, con una sonrisa de una a otra oreja contestó:

–Aleikum as salaam. ¡Bat best!

***

Los niños entraron en el coche y con ellos, la tristeza. Bea señaló el avión a lo lejos, que subía y subía. Cada vez se hacía más pequeño hasta que se convirtió en un punto oscuro que volaba por el cielo.

En otro lugar del planeta otros miraban con alegría aquel punto oscuro que volaba por el cielo. Esperaban que bajara y bajara hasta convertirse en el avión en el que volvían a casa los niños del desierto.


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