Un día en la playa

Un día en la playa

La familia desayunaba en la terraza. Elsa se había esforzado en poner gran variedad de frutas que Omar nunca había probado. Hizo una enorme jarra de naranjada y tostadas con mermelada de fresas. Los ojos del niño se abrieron como lunas ante aquel banquete.

–Tienes que probar de todo –Marta le guiñó un ojo–. Mamá nunca pone tantas cosas para desayunar. Debe de ser porque estás tú aquí.

–Nosotros desayunamos pinchos de carne de camello. Mi madre amasa el pan desde que termina las oraciones. Sabe buenísimo. Y prepara el té con mucho aroma. Me gustan sus desayunos. Me lo tengo que comer todo, pero como siempre tengo hambre…

–Venga, come lo que quieras, Omar –dijo Marta acercándole la bandeja de la fruta–, pero no tomes mucho zumo porque te orinarás todo.

Elsa los apuró para que terminaran y no hablaran tanto. Quería llegar pronto a la playa para coger un buen sitio en donde don Pancho no molestara a la gente. Lucas ya había desayunado y jugaba con el perro.

Bea tocó en la puerta. Le abrió Lucas y fueron hasta la terraza. Elsa le preguntó si quería tomar algo y sin dudarlo se sirvió un poco de todo en un plato. Omar la miró con la boca abierta.

Minutos más tarde subieron al coche y pasaron a recoger a  Ely.  Finalmente, se pusieron en camino hacia la playa. Bea sabía una adivinanza y les preguntó:

–¿Quién sabe qué es silencioso y huele a gusano? –se miraron unos a otros sin saber la respuesta.

–¡El pedo de un pájaro! –se quedaron pensando y rompieron a reír.

–Yo me sé otra –gritó Marta–. A ver si la adivinan. ¿Cuál es la planta que no tiene raíces, ni tallos ni flores? –de nuevo nadie sabía qué contestar–. La planta de los pies, tontos… –dijo Marta triunfante.

–¿Sabes tú alguna adivinanza, Lucas? –le preguntó  Ely con una sonrisa.

Se alegró de que se lo preguntara. Afirmó con la cabeza y dijo:

–A ver quién adivina esta. No es fácil. Nos persigue a todas partes y de noche no se ve. ¿Qué es?

–¡Yo lo sé! ¡La sombra! –contestó rápidamente Bea con un chupa-chups en la boca. Es la sombra, lo adiviné.

Lucas la miró con fastidio.

–Vaya, Doscu, dejaste a mi hermano más rascado que un piojo –Marta le quitó el Chupa Chups y se lo tiró por la ventanilla–. Anda, Lucas, pregunta otra cosa.

–Vamos, chicos –dijo Elsa mientras aparcaba–, hemos llegado. Que cada uno coja un bolso del portabultos. Yo llevo la nevera.

Saltaron del coche. Omar iba descalzo. Se había dejado los zapatos porque no estaba acostumbrado a usarlos. Lucas señaló los pies desnudos riéndose. Omar se sintió tan ridículo que los colores le subieron a las mejillas, pero terminó riéndose como los demás.

***

Las olas se estrellaban en la orilla y llegaban hasta Omar llenas de espumas. Todo le sorprendía: la inmensa playa, los niños en las tablas cogiendo olas, los que se bañaban con colchonetas, las sombrillas multicolores… Sentado en la arena, miraba cómo sus amigos jugaban en el agua. No sabía nadar y solo se adentraba hasta que el agua le llegara a la cintura. Incluso don Pancho chapoteaba donde él no se atrevía. ¡Qué pena no poder flotar!, pensó.  Ely regresó a nado y se sentó en la orilla con él. El sol los acariciaba con suavidad.

–¿No te aburres sentado aquí solo? –le preguntó mientras hacía un hoyo en la arena para llenarlo de agua.

–No, no me aburro. La playa es genial. Estoy esperando a que salgan del agua. Vamos a subir a las dunas, ¿no?

–No lo sé…, supongo que sí. Omar, ¿qué haces los domingos en tu pueblo? – Ely formaba una bola con la arena que sacaba del hoyo.

–Lo mismo que los lunes, los martes y todos los días –Omar miraba cómo don Pancho jugaba en el agua y evitaba las olas. Lo encontraba muy gracioso–. Voy a la escuela, acarreo agua hasta la jaima… Por las tardes, juego a la pelota con mis vecinos… A veces se pasa Mustafá, mi tío. Contamos cuentos y nos divertimos hasta la hora de dormir.

–Lucas me dijo que vives en una caseta y que no tienes agua ni luz, ¿es verdad…?

–Sí. Es una tienda de lona grande. Se llama jaima. No tenemos agua, los camiones la traen y la dejan en unos depósitos. A veces me toca ir a buscarla para llevarla a casa.

–¿A la jaima?

–Sí, claro. La jaima es mi casa y la de mi familia –respondió orgulloso.

Don Pancho salió del agua y se tiró sobre Omar para jugar.  Ely fue hasta la sombrilla a buscar un balde. Le hizo señas a Omar para que la acompañara a coger caracolas y cangrejos. El perro los siguió meneando el rabo. Lucas los miraba desde el agua con el ceño fruncido. No solo se iba con su chica, sino que además se llevaba a su perro. Algo tenía que hacer para pararle los pies al Dumbo aquel.

Por la tarde, mucha gente ya se había ido de la playa. La marea estaba baja y a Omar le pareció un lago gigante. Entonces se metió en el agua y no salió hasta que don Pancho le ladró desde la orilla. Tenía la piel arrugada. Se tapó con una toalla y miró al cielo, todavía lleno de sol.  Le pareció que la playa entera se había encendido.

Cuando regresaron, ya era de noche. Había sido un día maravilloso y se acordó de Ilham y Tala, sus hermanas pequeñas. Luego se quedó dormido de cansancio. Elsa lo despertó suavemente cuando aparcó en el garaje.