Capítulo 7

Durante su penúltimo día como estudiante en aquel lugar, a Pepe no le pasó inadvertida una singular situación que se estaba creando.

La conserje del colegio acababa de fregar el suelo y parte de los niños y las niñas que jugaban en el patio buscaban divertirse echándole (literalmente) por tierra el trabajo.

Percatándose de la futura jugarreta, la señora colocó el cubo en medio del pasillo, agarrando con fuerza la fregona en la mano, inmóvil: POR AQUÍ NO PASA NADIE HASTA QUE ESTÉ SECO.

Una niña, insensata y sabionda a partes iguales, creyó pensar que la conserje no se daría cuenta de sus ruines intenciones atacando por detrás, y…

¿NO ME OÍSTE, MOCOSA? ¡HE DICHO NADIE! ¡HASTA QUE SE SEQUE!

Proyectó su voz a los confines de cualquier galaxia conocida y por conocer, dejando en fuera de juego a toda persona que intentara estropear su labor. Pepe la miraba… y la admiraba, sorprendido por no fijarse en ella antes.

¡Qué mujer tan valiente! Ojalá yo fuera así de fuerte…

Se la imaginó vestida con brillante armadura protegiendo su fortaleza; luchando con la fregona y el cubo (imaginemos una espada y un escudo) contra un dragón de mil cabezas escupiendo fuego sin parar, y ella sin pestañear, sin quemarse ni una sola vez.

Cuando las aguas volvieron a su cauce y el suelo estaba seco, la resuelta señora cogió sus bártulos y volvió a otros quehaceres. Vio cómo la miraba Pepe y le guiñó un ojo.

El niño sonrió (bonita costumbre algo caduca) y devolvió el guiño con el ojo parcheado.

Ojalá yo fuera así de fuerte, se repetía Pepe continuamente.

Ojalá supiese luchar, ojalá tuviese una armadura… Una armadura… Una armadura…

¡Un momento! ¡Alto! ¡Pepe tuvo una idea!

Me pregunto qué será. ¡Este niño no me cuenta nada!