Capítulo 9

¡RIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIING!

El despertador hizo un cameo en esta historia, para desgracia de todo aquel que escuche su estridente melodía. Pepe no. Por raro que parezca, lo esperaba ansioso.

Había algo en él que deseaba oírlo sonar, qué curioso… Una vez aseado, se colocó el parche y comenzó a ponerse la indumentaria para ir a ese colegio una última vez.

¿Nos vamos?

Pepe estaba pletórico ante la mirada atónita de todo el que se cruzase con él: vecinos, transeúntes… Jamás había estado tan seguro de sí mismo como en ese momento.

Hasta su madre estaba asombrada, y eso no era tarea fácil.

¿Estás seguro…?, dijo ella mirándolo de arriba abajo con una fingida tranquilidad. Como nunca, mami. Ella no dijo nada más, solo se enjugó rápidamente las lágrimas.

Pepe no se percató de esto último. Contemplaba el paisaje al estilo de las primeras veces (como debería ser siempre) y disfrutaba de la brisa mañanera entrando por la ventanilla.

Llegaron al colegio.

El chiquillo se detuvo en la puerta antes de entrar. Congelado.

Su madre paró el motor, bajó del coche. Abrazó a su hijo.

No he conocido a personita más valiente que tú.

Gracias, mami.

Por favor, que tengas un buen día, mi niño.

Lo tendré…

Si pasa cualquier cosa, me llamas, o a tu padre…

Que síiiiii.

Se sonrieron mutuamente con ternura y ambos siguieron sus caminos.

Pepe atravesó la conserjería.

Palpó con los dedos su parche, como si quisiera comprobar que aún seguía pegado a su cara… y cruzó el patio.

Las clases aún no habían empezado y, lógicamente, reinaba la locura: gritos, saltos, juegos… Pepe se quedó plantado justo en el centro de todo el bullicio.

Lentamente, los gritos se convirtieron en comentarios; los saltos, en pasos, y los juegos se pospusieron a un futuro incierto, todo ello para contemplar lo que parecía un extraño espejismo.

De pronto… silencio.

Pepe, adjudicándose sin reparo el centro del espacio y de la atención, siendo contemplado por todo objeto viviente, reuniendo todo el aire que le permitió el mundo contener… y vestido de pirata, gritó:

¡VIVA PEPE PARCHE!

¿QUÉ? ¡Vestido de pirata!

Sí: lleno de harapos pintorescos, calzando botas enormes, usando pendientes de mentira, envuelta la cabeza con un pañuelo decorado con una calavera blanca…

¡Lo que se necesita para surcar los mares!

Y, por supuesto: el parche. ¿Dónde se ha visto un pirata sin su parche?

Nadie a su alrededor salía del asombro. Silencio.

Todos seguían anclados en un silencio absoluto hasta que…

¡VIVA!, gritó la conserje sonriendo entre la multitud.

Caminó hacia Pepe con la fregona como si fuera su pata de palo.

La miraron aún callados, apartándose a su paso.

¡Pido permiso para subir a bordo, capitán!

¡Adelante, permiso concedido!

Un enorme galeón hizo aparición en el imaginario de ambos… y surcaron un mar de hojas que jugó a ser el mismísimo océano.

La risa de ambos comenzó a propagarse entre los allí presentes poco a poco.

Cada vez más risas… Esta vez distintas, esta vez limpias. Risas bonitas.

Mira por dónde, otro maestro jugó a ser un loro, ¡UA!

¡Tesoros! ¡UA! ¡Cuidado, capitán! ¡UA!, avistando antes que el resto posibles arrecifes.

Una niña quiso ser una estrella de mar y se quedó pegada al barco, nadando a su son. Un poco más allá, un niño quiso ser sirena y cantó tan alto que los que escucharon su «bello canto» se hipnotizaron.

¡Pasaremos en medio de la tormenta, sin despeinarnos!, decía el capitán Pepe Parche, siempre velando por la seguridad de su tripulación. Tormentas a él… ¡JA!

¡Arríen las velas!

A lo lejos, su maestra movía una cortina atada a un palo (a falta de banderas negras con calaveras atravesadas por huesos, ni tan mal).

Tantísimos profesores y alumnos querían ser delfines, ballenas, ¡cangrejos! ¡Incluso más miembros de la tripulación! ¡En el mar no faltaban personajes!

¡Todos jugaban a vivir mil aventuras! ¡Todos reían!

Todos… menos uno.

El compañero de pupitre de Pepe, infatigable en las burlas, ahora se quedó sin habla ante tal esperpento. Casi podía ver el agua salada, pero se negaba a mojarse. Donde esté el orgullo…

¿Juegas?, le preguntó la niña estrella. Él, por llevar la contraria, sacó la lengua y gritó: ¡No quiero!, y con una contundencia irritante huyó del viaje marítimo.

Se separó del resto contrariado y buscando la soledad, aunque no deseaba encontrarla. Lo dicho, donde esté el orgullo…

Miró atrás mientras corría (error de manual), contemplando las aventuras que se alejaban de él, o viceversa. Tropezó en un adoquín y se dio un «cocazo» contra el suelo, haciéndose un chichón que ríete del Everest.

Su primera reacción fue asegurarse de no tener espectadores.

Justo después palpó su chichón: ¡Ay!

Quedó totalmente expuesto, y solo supo estrecharse la cabeza entre sus propios brazos… y llorar.

Nadie lo vio caer y llorar.

Nadie en el mundo… menos Pepe.

Entre la tormenta, Pepe bajó del barco con sorprendente solemnidad, se quitó el pañuelo de la cabeza, mostrándoselo a su compañero a la altura de los ojos.

Necesito a alguien como tú en mi tripulación…

El compañero pensaba: ¿Me hará daño? ¿Se reirá de mí? No, porfi, no…

Solo si te apetece, insistió Pepe.

¿Puedo ser lo que quiera?, preguntó el niño tímidamente desde el suelo.

La conserje «pata de palo» hizo su aparición:

Siempre y cuando haya paz. En nuestra tripulación no permitimos otra cosa, grumete.

Ya en pie, comprobaron que la herida era superficial. De mejor humor y con el orgullo descansando, el compañero de pupitre de Pepe se colocó el pañuelo en la cabeza y subió sin miedo al galeón.

No hacía falta nada más… ¡La tripulación estaba al completo! Rodeados de risas bonitas gritaban ¡VIVA PEPE PARCHE! mientras, navegando, se alejaban de estas páginas…

No se sabe si Pepe cambió de colegio o no…

Imagino que vio algo con su ojo gandulGandul Vago que solo él podía descifrar. Solo él.

Un camino señalado por estrellas errantes. Un camino diferente tras su parche, ese rasgo distintivo que lo reconvirtió en otro niño normal, excepcional, y único. Como todos los demás…



Panel para trabajar en clase

Capítulo 8

Llegó a casa.

Pepe correteó por ella como si no la conociera, no sin antes soltar la mochila donde le vino bien al azar. Almorzó a ritmo de guepardo. ¡Mastica bien! No tenía la cabeza para trámites. Terminó la comida. Saltó de la silla. Buscaba desesperadamente, ¿el qué? Vete a saber. ¡Ay, ay, ay!

Primero oteó el salón, miró en un baúl, luego fue directo al altillo, al trastero, al garaje… (buena casa, mira tú; ideal para jugar al escondite).

Iba amontonando trastos en su habitación. Cajas a tutiplén. Su padre, pensando que Pepe estaba construyendo un alcázar, no pudo contenerse:

Mi niño, si no quieres ir mañana, se entiende perfectamente.

Sí quiero ir.

¿Quieres ir?

Sí.

¿Por qué estás tan seguro?

¿Por qué no?

Pepe sonrió, y con eso fue suficiente. Con esa sonrisa parecía el único en tener claro el origen del universo, nada menos. Así pues, su padre decidió no interponerse, ya habrá tiempo para ordenar.

Superada la tarde (y la merienda), la inquietud vencía a su padre, provocada por el barullo que salía de la habitación de Pepe.

Miraba de reojo, paseaba al lado de la puerta. ¿Qué estará haciendo este niño?

Ni una pista. Fisgoneó sin éxito. No supo qué tramaba.

Antes o después, la noche crecía y el ruido fue menguando, y el niño, tras varias risitas divertidas, durmió.

Durmieron todos en aquella casa.

Durmieron como hacía semanas…

Durmieron…

…del tirón.


Capítulo 7

Durante su penúltimo día como estudiante en aquel lugar, a Pepe no le pasó inadvertida una singular situación que se estaba creando.

La conserje del colegio acababa de fregar el suelo y parte de los niños y las niñas que jugaban en el patio buscaban divertirse echándole (literalmente) por tierra el trabajo.

Percatándose de la futura jugarreta, la señora colocó el cubo en medio del pasillo, agarrando con fuerza la fregona en la mano, inmóvil: POR AQUÍ NO PASA NADIE HASTA QUE ESTÉ SECO.

Una niña, insensata y sabionda a partes iguales, creyó pensar que la conserje no se daría cuenta de sus ruines intenciones atacando por detrás, y…

¿NO ME OÍSTE, MOCOSA? ¡HE DICHO NADIE! ¡HASTA QUE SE SEQUE!

Proyectó su voz a los confines de cualquier galaxia conocida y por conocer, dejando en fuera de juego a toda persona que intentara estropear su labor. Pepe la miraba… y la admiraba, sorprendido por no fijarse en ella antes.

¡Qué mujer tan valiente! Ojalá yo fuera así de fuerte…

Se la imaginó vestida con brillante armadura protegiendo su fortaleza; luchando con la fregona y el cubo (imaginemos una espada y un escudo) contra un dragón de mil cabezas escupiendo fuego sin parar, y ella sin pestañear, sin quemarse ni una sola vez.

Cuando las aguas volvieron a su cauce y el suelo estaba seco, la resuelta señora cogió sus bártulos y volvió a otros quehaceres. Vio cómo la miraba Pepe y le guiñó un ojo.

El niño sonrió (bonita costumbre algo caduca) y devolvió el guiño con el ojo parcheado.

Ojalá yo fuera así de fuerte, se repetía Pepe continuamente.

Ojalá supiese luchar, ojalá tuviese una armadura… Una armadura… Una armadura…

¡Un momento! ¡Alto! ¡Pepe tuvo una idea!

Me pregunto qué será. ¡Este niño no me cuenta nada!


Capítulo 6

Cada día a la hora del recreo se sentaba entre las raíces de un tronco de árbol cortado que había en el patio. Allí Pepe veía pasar la vida en silencio, que no es lo mismo que callado. Su corazón no paraba de tropezarse, gimotear, entristecerse. Todo se volvió nublado y gris. Una lástima de color…

Su padre no quería intervenir demasiado defendiéndolo por si las burlas iban a peor.

¿Necesitas que tu papaíto te ayude, o qué?, resonaba en su mente. No quiere decir esto que no le importara. Una parte de sí mismo se rompía al ver el nubarrón sobrevolando a su hijo. Pero seamos honestos: su padre no sabía qué hacer… ni su madre tampoco. Ella puso quejas al colegio, habló con otras madres, removió cielo, tierra, patio y lo que hizo falta… nadie había visto ni oído a nadie que hiciera nada preocupante.

Pepe seguía siendo un niño gris con un parche de colorines. Evidentemente, ganas de arrancárselo de la cara no le faltaban, que pudiera es otra historia: el tratamiento mandaba.

Finalmente, sus padres tomaron la decisión: cambiar a Pepe de colegio. Supongo que sería lo más conveniente para él y todos estarían más aliviados, empezando por nuestro niño protagonista, cambiar de ambiente ante la penosa gestión del colegio en el que está ahora. Me parece bien, qué quieres que te diga. ¡Tanto malcriado junto! ¡Aj!


Capítulo 5

A la mañana siguiente su madre lo llevó al colegio igualmente.

Pepe, a falta de un plan mejor, optó por el de «ignorar las burlas».

Mochila en mano, orgullo dudoso en pecho y parche en el ojo, reunió todo el valor que pudo y se dispuso a entrar al patio. ¡Hasta yo estoy nervioso!

¡Viva Pepe Parche!

De nuevo la misma canción. No había ni cruzado el umbral de la conserjería del colegio… ¡Tuerto! ¡Amorfo!, y ya sentía Pepe que la mirada le caía a los pies entre tanta burla.

¡Bobilín! ¡Un ojo!

Los profesores intentaban mantener la decencia, pero en cuanto le daban la espalda al parche, continuaba la mofa. Ya era oficial: existían DOS cosas en este mundo que envenenaban y enfurecían a Pepe por dentro: la palabra PEPE y la palabra PARCHE.

Pobrecito.

Pasaron algunos días (no recuerdo ahora mismo la cantidad), intentando llevar a cabo el plan de su padre: lo que tienes que hacer es ignorarlos, si te molestas… te lo hacen más…

Muchas gracias padre de Pepe, pero no había manera. Todo seguía como si nada. Fracaso estrepitoso del plan. Lo más importante de ignorar las burlas es que sea verdad…

El problema es lo mal que disimulaba Pepe sus emociones. Su expresión hablaba por él.

¿Qué hacer con tanta frustración? ¿Pataleo? ¿Pego puñetazos al viento? ¿Lloro? ¿Grito? ¿Grito mucho?

Eso pensó: ¡gritar tan fuerte como le permitieran los pulmones!

Guardaba enfado de sobra para gritar tres años seguidos. Si grito lo bastante fuerte, a lo mejor se asustan y me dejan en paz.

¡Ay, qué enfadado estaba! Voy a gritar, ¿eh? ¡Voy a gritar!

¿Lo hizo? No, nunca, ni de lejos, ni en sueños, ni loco.


Capítulo 4

Pepe no quería hablar. ¿Por qué se rieron de mí?

No quería volver a ponerse un parche ¡EN LA VIDA!

¿Qué pasó?

Silencio.

¿Qué te pasó hoy?

¿Necesitas ayuda?

¿Te hicieron daño?

Come algo.

¿Algún compañero o compañera?

Come algo.

¿Tengo que llamar a casa de alguien?

¿Al colegio?

¿A tu seño?

¡Contéstame, mi niño!

¡Come algo!

Silencio.

Pasaba la tarde…

Cuanto más le preguntaba su padre, Pepe más se encerraba en sí mismo.

No agachó mejor la cabeza porque no le daban más de sí las cervicales.

Solo asintió a la pregunta: ¿Quieres merendar?

Una vez engulló la (sagrada) merienda, y dispuesto a batir su propio récord de silencio, se encerró en su habitación… Su padre estaba preocupadísimo…

Decidió sentarse a leer. Mejor dejar al chiquillo un ratito, a ver…

«El chiquillo» no habló ¡durante una hora! Jamás había estado esa eternidad en silencio, ni debajo del agua.

Llegó la noche, la puerta de la habitación de Pepe se abrió (gracias a él, no es que se abriera sola), haciéndola chirriar y dando un golpecito al final.

Papi…

Despertó a su padre, cuyo libro reposaba en el pecho con las gafas a la altura de la boca (su padre, no el libro).

Pepe tenía los ojos llorosos y los mofletes aún sonrojados. Su padre se levantó con toda la calma que pudo, no quería asustar a su hijo, ya parecía suficientemente indefenso.

Dime.

Papi, en el cole… en el (su boca hizo un pucherito) cole (otro pucherito) se rieron (primera lagrimita) se rieron… (fusión de puchero y lágrima) de-de-de-de- mi… (se acerca el llanto) de m m m m m miii… (ya viene) SE RI RI RI ERON (ahí va)

¡SE RIERON DE MI PAAAAAAAAAAARCHEEEEEEEEEEEEEEEE!

Pepe se abandonó a una llantina gigante y se tiró a los brazos de su padre en busca de refugio.

Este lo abrazó y dijo dándole un beso en la frente: No pasa nada, mi niño. Mira tú… ¡Ay, los chiquillos cómo son! Lo que tienes que hacer es ignorarlos. Si se dan cuenta de que te molesta, te lo hacen más… ¡No es con maldad! Es por molestar.

A Pepe no le entraba en la cabeza cómo es que las ideas «molestar» y «maldad» no fuesen siquiera familia. Para él eran exactamente lo mismo.

Se sentía algo mejor por desahogarse con su padre, pero su plan de «ignorar las burlas» le parecía una estupidez y eso no lo reconfortaba en absoluto.

Ya en la cama y pensando que tendría que enfrentarse a esa situación al día siguiente, le apeteció de pronto ponerse muy enfermo, tener fiebre, dolor de estómago, o partirse un pie… Lo que fuera menos volver allí.

Sin embargo, la vida no pide opiniones…


Cap. 3

Al día siguiente, Pepe no podía esperar para entrar por la puerta del colegio. Tal era la prisa que llevaba que ni se despidió de su madre al salir del coche.

Cuando cogió aire, su pecho casi explotó de la emoción y entró para lucir su nueva pertenencia. ¡Ya verás qué guay!

Miraba a todo el mundo, profesores y alumnos, a través del ojo gandulGandul Vago; y aunque este hiciera unos esfuerzos enormes por enfocar la vista, Pepe era un artista disimulando y apenas se notaba.

Qué naturalidad, qué gallardía, qué actit…

¿A dónde vas, tolete?, le dijo una niña en el patio con una risita algo burlona. Pepe, sin darse cuenta, seguía caminando alrededor de vítores y miradas de admiración… La voz de un niño un poquito mayor que él interrumpió su paseo hacia la fama y, reconozcámoslo, no le acabó de gustar el «tonito» de su comentario: ¡Mira Pepe!

Ja, ja, ja, ja, ja, ja, empezaron risas de fondo, JA, JA, JA, JA, JA, JA, JA; murmullos, bz, bz, bz, bz, bz…; dimes y diretes, ¿por qué camina así con eso?, ¿qué se cree Pepe?

Por si fuera poco, le señalaban con el dedo a su paso. Los profesores no decían nada, supongo que quisieron «quitarle importancia». Típico de los adultos.

A nuestro simpático amigo no le convencía el camino por el patio…

Nada de esto era como se había imaginado.

Lo que en un principio le parecían vítores y admiración se estaba convirtiendo en algo que a Pepe le hacía sentir «regulín», mal, algo tonto… podría decirse que hasta (y esta es la parte que más me cuesta narrar) ridículo.

Fue al baño y se miró a trompicones en el espejo, esperando encontrar un pelo mal colocado, una mancha en la camiseta, la mochila abierta, un moco asomando en la nariz; no sé… cualquier cosa que le diera una explicación de la actitud tan cruel de sus compañeros.

Sonó la campana.

Total que, algo desconcertado, salió y fue al aula correspondiente (porque la educación es lo primero), colocó su mochila en el espaldar de su silla de color verde gastado, abrió también su pupitre verde aún más gastado y se dispuso a navegar por la aventura del saber…

La clase parecía ir como cualquier otro día hasta que, en un momento en que la maestra salió, su compañero de pupitre (a Pepe no le caía bien) gritó:

¡Viva Pepe Parche!

Todos empezaron a reírse como locos, menuda fiesta.

¡VIVA!, se burlaron.

Le señalaban el parche, se reían, le señalaban aún más… y reían aún más. Todo el mundo se reía… menos Pepe.

Al volver la maestra se callaron al unísono. Qué ironía, ¿verdad? Absolutamente nadie hizo el más mínimo gesto delator. Nadie en el mundo… menos Pepe.

Echó la cabeza abajo, cruzó los brazos. No dijo nada.

Las lagrimitas que poco a poco iban apareciéndole crearon un charco invisible tras el parche… haciendo que se despegara de su ojito. Frustrado, muy frustrado, se lo arrancó de golpe, llevándose algunos pelos de las cejas por el camino. ¡Para colmo!

A su alrededor tuvieron que contener la risa; y fue ahí, con esas risas apestosas, donde la maestra percibió que algo malo pasaba con Pepe…

¿Qué pasa aquí? ¿Qué son esas risitas? Todas las cabecillas mirando al frente menos una. ¿Estás bien, Pe…?

Pepe arrastró su silla hacia atrás y salió volando de la clase mirando al suelo con los mofletes bañados en lágrimas.

Su maestra imaginó la situación, y hasta se sintió culpable de su ausencia. Ordenó y recogió las cosas de Pepe por él y lo acompañó hasta que su padre vino a buscarlo.


 

 

Capítulo 2

Sentado Pepe en aquella silla negra, «el médico de los ojos» lo miraba por unas gafas cósmicas, llenas de tubos y engranajes que le hacían parecer un camaleón, y a Pepe le hacía sentir como un saltamontes…
Ajam… interesante… susurraba para sí mismo el simpático señor. Por fin, después de un rato, dijo:
Creo que sé lo que le pasa a este muchachote.

Sí, lo que me temía…
Solo tiene un ojo trabajador, el otro es un gandulGandul Vago.
Resultó que tuvieron que mandar de vacaciones al ojo que trabajaba por dos para que el ojo gandul recuperase el trabajo atrasado: los colores, las formas, los espacios… ¡Cuánto trabajo! ¡Por gandul!, se lamentó Pepe, y no pudo evitar recordar la vez que tuvo que hacer deberes en verano por rascarse la barriga durante toooooodo el curso.
¿Me pondrán deberes a mí? ¡Si no es culpa mía! Ojalá no me manden deberes por esto… ¡Bastante tengo con los del cole!

El médico se acercó agarrando una especie de tirita redonda y grande…
Se la acercó al ojo de Pepe.
Espere, ¿eso para qué…?
Un parche. Un parche de colorines sobre el ojo bueno para que descansase. Así al ojo gandul no le quedaría más remedio que centrarse en su único trabajo: ¡VER!
Pepe se miró al espejo. Observó cómo le quedaba ese curioso artefacto en la cara… y lejos de lamentarse, ¡salió encantado! Si antes se sentía excepcional y único, ahora que tenía este rasgo distintivo tan chulo ¡se sentía un superhéroe!

Ya verás mañana en el cole, pensó entusiasmado. Les va a encantar a mis compañeros… ¡No pararemos de jugar!


Capítulo 1

Pepe Parche,
de Abián de la Cruz

Érase una vez que se era… Así creo que era, no sé, como empiezan todos los cuentos. Este será igual por descontado… En fin, perdón por esta enredadera, pero no puedo podarla. Me deja el jardín tan bonito y la lengua tan atrofiadaAtrofiada Paralizada que no me aclaro y carraspeo, claro…

Ejem, ejem…

Érase una vez la pequeña historia de… ¡Qué digo pequeña! ¡Pequeñita! ¡Diminuta! La diminuta… ¿He dicho diminuta? ¡Minúscula! ¡Microscópica! ¡Atómica! Eso: ¡la atómica historia de Pepe Parche!
Pepe era un niño como todos los demás, es decir, absolutamente excepcional y único. Le gustaba mucho jugar, correr, saltar, pisar crujientes hojas otoñales, mancharse de barro los pantalones, la merienda… Vamos, lo que le gustaba a cualquier niño normal, excepcional y único.
Si bien es cierto que la alegría lo acompañaba en casi todas sus aventuras, había UNA cosa que no podía aguantar, algo que lo envenenaba y enfurecía por dentro: ser nombrado como PEPE. ¡Pepe es nombre de viejo!, decía frustrado, no me llamen así, ¡jopé!
No había manera. Cuanto más pedía a los demás que lo llamaran por su nombre de verdad, más se le pegaba como un chicle a un zapato ese ridículo «Pepe» retumbando en su cabeza como un martillo. Pepe, Pepe, Pepe…
Solo le quedaba resignarse. Pobrecito.
Sin embargo, y casi sin previo aviso, la casualidad quiso regalarle una sorpresita…
Un día empezó a ver raro. Y no porque al planeta le sobre rareza.
¡Vaya, hombre! Donde antes había un objeto, ahora parecía estar… difuminándose. Se frotó los ojos y vio algunas calles apagarse. ¡Ay, mi madre! Se frotó de nuevo los ojos y el resto del camino se apagó todavía más…
¿Qué pasa? ¡Casi todo está negro, mami!
¿Qué hizo mami con tanta sombra? ¿Asustarse? No, lo que hay que hacer: llevar a su hijo al «médico de los ojos».