Capítulo 4

Pepe no quería hablar. ¿Por qué se rieron de mí?

No quería volver a ponerse un parche ¡EN LA VIDA!

¿Qué pasó?

Silencio.

¿Qué te pasó hoy?

¿Necesitas ayuda?

¿Te hicieron daño?

Come algo.

¿Algún compañero o compañera?

Come algo.

¿Tengo que llamar a casa de alguien?

¿Al colegio?

¿A tu seño?

¡Contéstame, mi niño!

¡Come algo!

Silencio.

Pasaba la tarde…

Cuanto más le preguntaba su padre, Pepe más se encerraba en sí mismo.

No agachó mejor la cabeza porque no le daban más de sí las cervicales.

Solo asintió a la pregunta: ¿Quieres merendar?

Una vez engulló la (sagrada) merienda, y dispuesto a batir su propio récord de silencio, se encerró en su habitación… Su padre estaba preocupadísimo…

Decidió sentarse a leer. Mejor dejar al chiquillo un ratito, a ver…

«El chiquillo» no habló ¡durante una hora! Jamás había estado esa eternidad en silencio, ni debajo del agua.

Llegó la noche, la puerta de la habitación de Pepe se abrió (gracias a él, no es que se abriera sola), haciéndola chirriar y dando un golpecito al final.

Papi…

Despertó a su padre, cuyo libro reposaba en el pecho con las gafas a la altura de la boca (su padre, no el libro).

Pepe tenía los ojos llorosos y los mofletes aún sonrojados. Su padre se levantó con toda la calma que pudo, no quería asustar a su hijo, ya parecía suficientemente indefenso.

Dime.

Papi, en el cole… en el (su boca hizo un pucherito) cole (otro pucherito) se rieron (primera lagrimita) se rieron… (fusión de puchero y lágrima) de-de-de-de- mi… (se acerca el llanto) de m m m m m miii… (ya viene) SE RI RI RI ERON (ahí va)

¡SE RIERON DE MI PAAAAAAAAAAARCHEEEEEEEEEEEEEEEE!

Pepe se abandonó a una llantina gigante y se tiró a los brazos de su padre en busca de refugio.

Este lo abrazó y dijo dándole un beso en la frente: No pasa nada, mi niño. Mira tú… ¡Ay, los chiquillos cómo son! Lo que tienes que hacer es ignorarlos. Si se dan cuenta de que te molesta, te lo hacen más… ¡No es con maldad! Es por molestar.

A Pepe no le entraba en la cabeza cómo es que las ideas «molestar» y «maldad» no fuesen siquiera familia. Para él eran exactamente lo mismo.

Se sentía algo mejor por desahogarse con su padre, pero su plan de «ignorar las burlas» le parecía una estupidez y eso no lo reconfortaba en absoluto.

Ya en la cama y pensando que tendría que enfrentarse a esa situación al día siguiente, le apeteció de pronto ponerse muy enfermo, tener fiebre, dolor de estómago, o partirse un pie… Lo que fuera menos volver allí.

Sin embargo, la vida no pide opiniones…