Cap. 9

Doramas se acercó y le puso la mano, pensando que se trataba de una broma, y entonces Ico levantó la cabeza y con los ojos completamente en blanco lo miró.

—Definitivamente esto no es una broma —dijo Tanausú.

Aquel ser que estaba dentro de Ico, nos empezó a hablar como uno de esos chicos. Me tuve que pellizcar hasta tres veces para decir que aquello que ocurría no era producto de mi imaginación. Siempre había escuchado que esas conexiones eran posibles y yo creo que aquel era un lugar sagrado que propiciaba lo que estaba sucediendo.

Me llamo Tibiabin,[28] y soy sacerdotisa aborigen pero buena cristiana. Estoy convocada por la hermana mayor, que tiene mi mismo parentesco para que estas almas descansen en paz.

Todos estábamos absortos ante lo que le pasaba a Ico, que había perdido su voz fina. Ahora lo hacía ceremonialmente y con una voz gruesa como si viniera del fondo de su cuerpo.

Gara, en voz baja dijo que estaba poseída e Ico miró hacia ella. Todos entendimos que debíamos de callar a partir de ese momento. Teníamos miedo de que cualquier interrupción pudiera afectar a la salud de nuestra amiga o a nuestras vidas.

De repente, Ico volvió a cambiar de tonalidad. Volvía a ser su voz, pero sus ojos seguían blancos y continuó hablando:

Transcurría la víspera de la festividad de reyes, un 5 de enero y la tierra empezó a temblar.[29] Días atrás lo había hecho no muy lejos sobre Icor[30] de donde habíamos visto salir fuego, nubes de humo, volar piedras y discurrir lava sobre la tierra. Salimos de casa de paseo como cualquier día y ya más tranquilos, puesto que el volcán se había dormido, e intentando huir de las continuas peleas verbales, de la que alguna vez nos vimos partícipes con algún que otro lonazo[31] por parte de nuestros padres. Decidimos adentrarnos en el barranco de Tenazo[32] para merendar y pasar la tarde. Estando allí decidimos bajar e ir a la ermita del señor San Joaquín puesto que en ocasiones la víspera de reyes repartían alguna que otra naranja. Tras recoger las viandas que nos habían dado decidimos venir a nuestro escondite secreto a comerlas para luego regresar a casa. Habíamos hecho de este lugar un oasis donde regábamos los árboles que existían e incluso habíamos plantado algún que otro árbol frutal. Entonces el temblor de tierra fue intenso y la tierra se quebró y quedamos atrapados. Por un lado, teníamos el final de las escaleras y por el otro un precipicio que había surgido. Aquella cueva era el lugar donde se guardaban las cabras tras el pastoreo y era de nuestra familia. La guardábamos en secreto puesto que había restos guanches y porque sabíamos que si lo decíamos nos la quitarían las autoridades. ¡Bien se sabe que el pobre no tiene derecho a nada!

Cuando nos vimos atrapados supimos que era nuestro fin porque no había forma alguna de comunicarse y llegar allí. Solo nos quedaba la esperanza que nuestros padres sabiendo el lugar vinieran a por nosotros. Fueron días de temblores en la tierra, oíamos incluso explosiones. El cielo se llenó de oscuridad y caían cenizas. Pensábamos que era el fin del mundo, pero nos recordaba lo que había sucedido semanas atrás. Los más pequeños lloraban de tristeza y tenían hambre, pero no se pudo hacer nada. Sus lloros eran cada vez más fuertes y yo no podía con aquel sufrimiento. Aproveché que dormitaban y con unas ramas secas que había, con paja de las cabras hice una hoguera. Morimos asfixiados todos mientras dormíamos. Estábamos tan debilitados que ni hicimos esfuerzo alguno para luchar por la vida. Fue muy duro verlos morir, pero murieron dulcemente al igual que yo, dormimos plácidamente. Ahora que conocéis mi historia, quiero que vayáis donde mis padres y le contéis lo ocurrido. Solo te pido que vengan a buscar nuestros cuerpos y sean enterrados en lugar sagrado para que mi alma descanse en paz tras la oración del cura y el perdón de mis padres.

De repente Ico, empezó nuevamente a retorcerse de dolor e incluso a soltar espuma por la boca. Ahora sí que nos asustamos del todo. La pusimos de lado para evitar que se tragara la lengua y tras vomitar empezó a respirar despacio. Sus ojos se abrieron y nos dijo:

—¿Qué ha pasado? ¡Me duele mucho la garganta!

Le dimos agua tras incorporarla y secamos su sudor. Todos nos sentamos a su alrededor mirándola.

—¿Por qué me miráis así? ¿Qué ocurre? —dijo ella muy asustada.

«¿A ver, quien era el guapo que le contaba lo que había sucedido?» Pensé yo.

Entonces Gara haciendo gala de su saber, paciencia y cariño le fue contando detalle tras detalle todo lo que había ocurrido, ante la sorpresa de nuestra rubia que viendo que todos asentíamos, terminó creyéndolo.

Tras comprobar que se encontraba bien, decidimos continuar para tratar de salir de aquella gruta. Ico instintivamente se persignó tras darse la vuelta ante aquellos cadáveres y así lo hicimos todos. Tomamos las escaleras y comenzamos a bajar, para a continuación, tras un trozo en recto, volver a subir hasta llegar a una carretera en la que había un mirador en forma circular como aquel tagoror en el que habíamos estado hacía poco rato. Tanausú tomó la palabra.

—Estamos en lo alto del barranco y este es el mirador de La Gambuesa. Aquel pueblo que se ve arriba es La Zarza y aquella, la montaña de Fasnia. Podemos hacer dos cosas, o vamos directamente al puesto de la guardia civil que está a poco más de un kilómetro o vamos a casa de mis abuelos.

—Mejor es ir a casa de tus abuelos y desde allí llamamos a nuestras familias. Les decimos que nos quedamos aquí esta noche. Por la mañana vamos al puesto de la Guardia Civil y ya les contamos lo que nos sucedió —añadió Gara.

Todos asintieron la propuesta y cogimos por la carretera hasta llegar a casa de los abuelos de Tanausú. Tanausú los llamó para decirles que íbamos y que nos prepararan una rica cena porque dormiríamos todos allí.

Los abuelos de nuestro amigo eran gente super amable. Se llaman Auxiliadora e Isidro. Habían pasado toda su vida en el pueblo y tenían un amor grande al terruño. Su casa era encantadora y, aun siendo extremadamente sencilla, tenía detalles super modernos aparte de una estupenda piscina con jardín.

Lo primero que hicimos fue cenar unos espectaculares huevos de corral con papas fritas. Luego, en la sobremesa, fuimos contándoles todo lo que nos había sucedido. Ellos no salían de su incredulidad y nos dijeron que por la mañana irían con nosotros a la guardia civil a contar lo sucedido y a enseñarles el lugar en el que habíamos estado.

Aquella fue la noche en la que hicimos juramento de sangre. Todos nos pinchamos con un alfiler y prometimos ser siempre amigos uniendo nuestra sangre. Formábamos una pandilla y siempre nos protegeríamos. Definitivamente esa noche salieron las verdades que tantas dudas me había ocasionado ese mismo día. Gara se me declaró, Doramas se declaró a Tanausú y por último Moneiba declaró su bisexualidad. La noche transcurrió entre los recuerdos de ese día, los momentos de risa, de tensión, y celebrábamos el final feliz que habíamos tenido. Luego nos dio por empezar a recordar historias del instituto y no parábamos de reír hasta que apareció Auxiliadora, la abuela de Tanausú que dijo que ya estaba bien por ese día y que mañana había que madrugar para ir a contar lo ocurrido a las autoridades.

Al alba, el olor a tortilla francesa recién hecha nos fue despertando a todos. Fuimos levantándonos y al llegar a la mesa encontramos unos bocadillos de tortilla y abundante zumo de naranja. La abuela nos dijo que, si queríamos leche, nos la calentaba, pero solo Ico y Tanausú pidieron un vaso.

Nos fuimos medianamente aseando y nos dispusimos a entrar en la furgoneta que tenía el abuelo para ir rumbo a Fasnia.

Al llegar al puesto de la benemérita, los abuelos hablaron primero y luego nos pasaron a una sala. Todo transcurrió ante la incredulidad de los agentes que finalmente decidieron ir con nosotros hasta el lugar por donde habíamos salido. Así lo hicimos y en los dos coches llegamos al mirador y desde allí descendimos al lugar por donde habíamos salido. Martín y Pablo que eran los guardias civiles dudaban de aquellos mocosos, pero por sus propios ojos vieron que todo lo que contábamos era verdad. Les recordamos que debíamos cumplir con una promesa y ellos dijeron que ahora eso pasaba a manos de los forenses y que si era verdad podríamos cumplir con las voluntades que habíamos recibido.

Regresamos nuevamente a los coches y el abuelo nos llevó a cada uno a nuestra casa.

Nos encontramos dos días después. Algunas familias enfurecieron, pero viendo que estábamos todos bien, no nos castigaron. Ese día habíamos quedado en la playa y cuando nos fuimos encontrando nos dimos un enorme abrazo. Estábamos allí, pero nuestras vidas habían cambiado. Yo dije que iba a estudiar Botánica, Moneiba dijo que Audiovisuales, Ico se decantaba por la Educación Física, Tanausú por la Medicina, Doramas dijo que estudiaría Periodismo y por último Gara dijo que seguramente haría Magisterio.

El verano fue transcurriendo y sabíamos que al final de este ya no nos veríamos tan a menudo, pero habíamos hecho una promesa como amigos. Los datos de los forenses confirmaron con el carbono 14 la antigüedad de los restos encontrados y el tipo de muerte. No se pudo trasladar a la familia de los chicos lo que había ocurrido puesto que no había descendientes.

A finales de agosto, nos llamaron desde el ayuntamiento de Fasnia, solicitándonos hacer un encuentro en la Iglesia vieja de San Joaquín. Allí se haría un responso oficiado por el cura del pueblo y por el descanso en paz de aquellos hermanos.

En un lateral de aquel monumento en ruinas, habían levantado varias maderas del suelo y allí habían socavado un hueco depositar los restos en una caja no muy grande. Todo esto contó con el permiso de autoridades religiosas y civiles, puesto que dicho lugar ya había sido usado como cementerio en épocas pasadas. Era una nueva leyenda que merecía ser recordada en tan significado lugar.

El alcalde nos contó todo lo que habían conseguido averiguar sobre aquella familia, pero solo se guardaban testimonios orales que habían pasado de generación en generación y ya estaban casi olvidados.

Han pasado muchos años y hemos quedado todos en ir a encontrarnos en las ruinas de la Iglesia de San Joaquín a honrar a aquellos hermanos y a recordar que la vida está llena de dificultades.

Doramas y Tanausú ya no eran pareja, pero se llevaban muy bien. Ambos trabajaban en hospitales. Moneiba desarrollaba su vida laboral en dos campos: reportera gráfica en un periódico y creadora de páginas web. Ico, estaba ejerciendo de profesora en un instituto en Fuerteventura y tenía allí una empresa de ocio y tiempo libre. Hacían escalada. Gara, por eso de las causalidades de la vida, era maestra en el colegio de Fasnia. Y yo era profesor de botánica en la Universidad de La Laguna.

Pandemias siempre las hubo, problemas siempre los habrá y lo que cuenta es la lucha por ser cada día mejores personas. Solo quien conoce el pasado, tiene las armas para entender el presente y hacer del futuro algo mejor.

Por eso, no dejes que nadie te diga nunca que eres incapaz de conseguir algo en la vida y cumplir tus sueños, porque lo que transformó el mundo, fue el amor, el no juzgar y la esperanza en el ser humano. Todos podemos cambiar a mejor y así nos ocurrió a todos nosotros; justo por eso te lo he querido contar.

Tatuado en el hombro tengo una pequeña Ave Fénix y debajo una cruz. Hoy he ido al cementerio con mi esposa Gara y mis dos hijos, Joaquina y Pedro, a llevarle unas flores a sus abuelos que están enterrados en la misma tumba. Fueron tremendamente felices durante años y estaban muy orgullosos de aquel ruin nieto que cambió de vida.

Ah y toda mi pandilla tiene en su hombro tatuado también un Ave Fénix.

No soñar y no intentar cambiar las cosas es de cobardes.

Acaimo Pérez


[28]. Tibiabin era una mujer que ejercía un papel destacado en la sociedad aborigen de Erbania o Fuerteventura, siendo muy respetada y teniéndose en gran consideración sus decisiones. Tibiabin era considerada, según Leonardo Torriani, una «mujer fatídica y de mucho saber», siendo la encargada de dirigir las ceremonias religiosas. Torriani indica que tenía la capacidad de profetizar cosas que luego se cumplían, siendo venerada como una diosa por los aborígenes. A la llegada de los conquistadores normandos, en 1404, Tibiabin y su madre Tamonante tuvieron un papel fundamental. Ambas mujeres, que habían anunciado «que por la mar habían de venir cierta manera de gente, que la recogiesen que aquellos les habían de decir lo que habían de hacer», amonestaron a los reyes de la isla, Guize y Ayoze, para que tuvieran paz con los extranjeros. Torriani apunta a su vez que Tibiabin fue la primera de los aborígenes en recibir el bautismo, siendo después «mujer de mucha penitencia y de vida verdaderamente cristiana». Cf. Tibiabin y Tamonante – Wikipedia, la enciclopedia libre.

[29]. Cf. Artículo-VOLCÁN FASNIA (octaviordelgado.es).

[30]. Caserío limítrofe al pago de La Zarza y perteneciente ambos en ese momento al municipio de Arico. La erupción volcánica del volcán de Siete Fuentes a la que le siguió la de Fasnia y, a continuación, la de Arafo. Entre 1704 y 1705 se van a producir tres erupciones en la Dorsal de Pedro Gil, formando conos volcánicos en una línea de 12 kilómetros. En primer lugar, la erupción del volcán de Siete Fuentes, el último día del año 1704. Al mes siguiente, en enero de 1705, el volcán de Fasnia. Y, por último, en febrero de ese mismo año, se produce la erupción del volcán de Arafo. En 1706, la actividad volcánica se manifiesta en la Dorsal de Abeque, al noroeste de la isla, con la erupción del Volcán de Arenas Negras o Trevejo, que derramó sus lavas por el cauce de un barranco destruyendo el antiguo pueblo y puerto de Garachico. Cf. Erupciones históricas en Canarias – GEOGRAFÍA FÍSICA – (GEVIC) Gran Enciclopedia Virtual Islas Canarias.

[31]. La expresión de «dar un lonazo» es la de dar un cholazo. La alpargata o esparteña es un tipo de calzado de hilado de fibras naturales como el algodón, pieles de animal, mimbre o lona con suela de esparto, que se asegura por simple ajuste con un trozo de elástico cosido a la tela o con cintas.

[32]. Barranco de Tenaso o Tenazo. Este barranco divide los pagos de Fasnia y La Zarza. Con el tiempo, el nombre del barranco fue dividido por nombres según a qué altura y conocido como Barranco de La Gambuesa, Barranco de Tenazo o Barranco de San Joaquín. Cf. Los Guanchismos. Diccionario de Toponimia de Canarias (ulpgc.es).



TABLERO PARA TRABAJAR EN GRUPO


TABLERO PARA TRABAJAR EN GRUPO


FICHA DE LECTURA

Cap. 8

Una vez en el otro lado, hizo lo mismo con el otro anclaje y nos mandó pasar sujetos uno a uno a un arnés de escalada que íbamos compartiendo cada vez que pasábamos.

Fueron pasando Moneiba, Gara, Tanausú: habíamos decidido que este último fuera a la mitad para que, si tuviera dificultad, en cada lado hubiera personas suficientes para sostener la cuerda de seguridad, pero él pasó sin problemas. Le siguió Doramas y el último fui yo. Estaba pan comido, eso creí hasta que en mitad del paso se produjo otra de aquellas réplicas de temblores que hizo que, aparte de tambalearme, parte del minúsculo suelo se precipitara y perdiera totalmente el equilibrio. No recuerdo nada de lo que pasó en aquellos segundos, salvo que me vi cayendo hacia el vacío y de repente paré en seco.

—Acaimo, por Dios, dinos algo —oí decir a Gara.

—Estoy bien —le contesté.

—Ahora te sacamos de ahí —volvió a gritar Ico.

—Pesas más que un cochino bajo el brazo —le oí decir a Doramas. Seguramente asfixiado por el esfuerzo de subirme entre todos.

A medida que me iban llevando, las paredes me permitieron apoyar los pies y eso facilitó la segunda labor de rescate del día.

Cuando llegué arriba, me dio un cachetón.

—¿Y esto?

—Tonto, más que tonto, menudo susto nos hemos llevado. No lo vuelvas a hacer.

Entonces le dije que hubiese preferido un beso y un abrazo.

—Esos que te los de tu abuela o alguno de estos, que…

«Fuerte carácter tiene la señorita», dijo Ico echándose a reír.

Todos se contagiaron de su risa y yo también, aunque tuve que dejarlo de hacer porque me dolía bastante el cuello.

—Bueno, te volvemos a tener entre nosotros. Volvemos a ser seis, aunque soy el menos indicado para decirlo —dijo Tanausú riéndose.

—Oye, ¿tantos temblores deben ser consecuencia de eso que dicen los científicos que son enjambres sísmicos? —expuso Moneiba.

—Tiene toda la pinta —dijimos al mismo tiempo Gara y yo.

—Seguramente los temblores sean por la falla submarina que está entre Tenerife y Gran Canaria. Dicen que Tenerife se está moviendo hacia Gran Canaria y en un par de miles de años estarán juntas. Se mueve escasamente un espacio milimétrico.[26]

—Vaya, que los dichosos terremotos nos han fastidiado todo el día y ahora es porque nos vamos a unir a Gran Canaria en miles de años. ¡De locos! —repuso Ico.

A lo que añadió Moneiba:

—Pues yo estoy hasta el moño de ellos. Entre derrumbes, quitar piedras, rescatar y reventárseme las manos y hombros de hacer fuerza tirando de las cuerdas: vuelve a haber otro y yo misma voy a entrar a la tierra y le voy a dar al Guayota ese, una manilla de palos.

No nos quedó más remedio que reírnos todos. Nunca habíamos visto tan endemoniada a Moneiba, que, con aquel aspecto gótico, la hacía aún más creíble y de película. Al final terminó riéndose también ella al pensar lo que había dicho.

Sin lugar a dudas, la vida te da la oportunidad en ocasiones de brindarte la satisfacción de sentirte estimado y querido. Creo que nuestra amistad no dejará de existir por muchos años. Habíamos fortalecido una estrecha afinidad basada en el respeto a la diferencia, a no preguntarnos ni juzgar a los demás y avivada por encima de todo por la fragua de una trepidante aventura.

—Debemos continuar —dijo Tanausú.

Y así lo hicimos. Todos permanecieron quietos hasta que yo me incorporé para de esa forma evaluar cual era mi situación. Cuando me levanté observé que por el suelo avanzaba aquella raya que venía desde el otro lado. Aquella disposición no era casual y debía estar relacionada con algún elemento solar. Podría ser algo sobre el solsticio. Tarde o temprano lo averiguaríamos.

Continuamos por aquella gruta que empezó a oscurecer paulatinamente, lo que era un signo clave de que estábamos volviendo a las profundidades. Y allí apareció nuevamente otra oquedad en la excavación con una piedra en el centro, y en ella un símbolo en espiral hacia donde se dirigía la raya que íbamos viendo en el suelo. Aquel parecía ser un lugar de culto al sol o Magec como lo denominaban los aborígenes de la isla. Cuando alumbramos en las paredes vimos distintos petroglifos, incisiones en la pared a modo de pintura. Se repetían las espirales, luego nos pareció ver una representación de personas como cazadores y también un símbolo de una especie de búho, que Doramas identificó como Guatimac,[27] un idolillo aborigen.

—Es como el mío —dijo Ico.

Todos nos quedamos mirando hacia ella que, sin vergüenza alguna, se bajó los pantalones enseñándonos un tatuaje en una de sus nalgas, que según ella representaba un idolillo que posiblemente colgaba del cuello de un chamán. Fue encontrado a finales del siglo XIX en uno de los barrancos de esta zona y se encontraba en un museo en el Puerto de la Cruz.

Tras esto, la primera cosa que nos sorprendió fue que aparecieron unos escalones hacia abajo esculpidos en la gruta. Íbamos a empezar a bajarlos, pero nos detuvimos petrificados. Algunas linternas habían hecho salir de aquel tenebrismo lo que teníamos ante nuestros ojos. A Ico le vinieron arcadas y vomitó. El resto de las chicas fue en su ayuda para ayudarla y ver que le ocurría.

En el suelo había unos cadáveres. Eran cinco. Todos recordamos la historia de Tanausú sobre aquellos hermanos y los esqueletos eran aparentemente de cinco jóvenes por las dimensiones. Lo más curioso, y lo que más nos llamó la atención, fue que estaban como doblados y algunos tenían las manos cogidas. Es como si hubiesen estado sentados.

En ese momento, Ico se desplomó y empezó a convulsionar en el suelo. Gara chilló de impotencia y Doramas sacó rápidamente una cuchara de su mochila para introducirla por la boca para que no se tragara la lengua. ¿Qué era aquello?

De repente, todo su cuerpo se retorció y se le volvieron los ojos hacia atrás. Empezó a balbucear palabras que eran difíciles de entender. Aquel idioma no era castellano. A medida que fueron pasando los segundos se fueron haciendo más legibles a nuestros oídos. A mí me pareció distinguir alguna palabra guanche, pero lo descarté porque era una auténtica sandez. A medida que pasaban los minutos estábamos preocupados y empezábamos a temer por lo que pudiera pasar. Todos habíamos visto más de una vez documentales sobre posesiones diabólicas, rituales de tribus ancestrales en las que los chamanes entraban en trance. En alguna ocasión habíamos ido juntos al cine a ver películas de miedo.

 

[26]. Cf. ¿Por qué hay terremotos a mitad de camino entre Tenerife y Gran Canaria? (abc.es).

Cf. Ciencia Canaria – Qué es la “gran falla” que existe entre Tenerife y Gran Canaria.

Cf. Un estudio halla indicios de la existencia de una gran falla submarina entre Tenerife y Gran Canaria (eldiario.es).

[27]. Del llamado Guatimac o Ídolo de Guatimac no se conoce su significado, pero parece estar relacionado con el mundo mágico-religioso de los guanches de Tenerife. Se cree que es un espíritu protector y que estuvo colgado al cuello por un cordón de un sacerdote o chamán. Algunos investigadores lo sitúan entre los ídolos antropomorfos-asexuados o sin aparente género sexual.


Cap. 7

Era como si con el terremoto se hubiese abierto uno de esos acuíferos colgados. Aunque el agua tendía a avanzar hacia la salida cada vez se empozaba más y nos llegaba más alto. A los quince minutos de ocurrir todo, ya nos llegaba por la rodilla. Entonces, ya estábamos quitando piedras, pero no todos podíamos hacerlo. Nos convertimos en escalichadores e íbamos pasándolas tras el último de todos. Sentíamos que no avanzábamos y fuimos presa del pánico. Surgieron contestaciones ásperas entre nosotros y alguna que otra magulladura por las piedras. El agua seguía subiendo de altura y a los cuarenta y cinco minutos había subido dos palmos de nuestra rodilla. La desesperación seguía en aumento y al pánico se unió el cansancio. La decisión no fue fácil y se discutió enzarzadamente, pero decidimos hacer un parón para comer algo. Disponíamos que no más de ocho minutos. La temperatura iba en aumento y pese a estar metidos en el agua, aquella humedad y la cada vez más escasa ventilación hacían de aquel lugar un infierno.

Cuando pensábamos que lo peor había pasado se produjo otro temblor, esta vez más intenso, aunque más corto. Reconozco que se me saltaron las lágrimas y sentí que todo llegaba a su fin. De repente otra escorrentía de agua se abrió entre nosotros y la pared. Esta vez llegó un hilo de esperanza, porque una pequeña cantidad de piedras, se las llevó aquella fuerza de agua; entonces alumbramos con nuestras linternas hacia el lugar y empezamos a reír. Pero de repente un grito de dolor se oyó tras nosotros. Era Tanausú. Todos con las linternas empezamos a buscarle hacia atrás puesto que venía el último. Los que estaban más cerca dijeron: «es su tobillo. Le ha caído una piedra y la tiene encajada. No la puede sacar».

La prioridad se centró en él, aunque no teníamos espacio de maniobrar. No sabíamos si se quejaba de dolor o era presa del pánico. Tardamos un gran rato en extraer su tobillo de aquellas piedras ante su dolor. Habíamos dicho que entre todos fuéramos turnando y apartando piedras. Cuando por fin liberamos su pie, le pusimos una venda cohesiva de esas que se pegan por sí mismas y sacamos los palos de caminar que llevaba Ico para que de esa forma no apoyara el pie.

Continuamos con la operación de desescombro, pero ahora debía ser mucho más precisa a pesar de que Tanausú tras el Ibuprofeno, la venda y los palos parecía estar mejor, no debíamos hacerle trepar por aquellas piedras. Una cosa era evidente y es que el tobillo no estaba partido; si no, sus chillidos se hubiesen oído hasta las mismas entrañas del Teide.

El agua seguía cayendo con abundancia, pero se drenaba mejor. Al cabo de veinte minutos, con un nivel de calor mayúsculo por la temperatura que había allí, más el trabajo de desescombro, habíamos abierto una vía libre para que todos saliéramos, incluido Tanausú, sin grandes esfuerzos.

Tras pasar uno a uno aquel pequeño montículo de piedras que se había formado, y al ir yo ahora el último, escuché a Gara decir.

—¡Esto no puede ser!, hay dos pasadizos ahora.

—Al final, la leyenda de mis familiares va a ser verdad —dijo Tanausú.

Acto seguido volvió a decir.

—Esto sí que comienza a ser una aventura. Imagínense que encontramos…

—La muerte, pedazo de tonto —espetó Doramas—. Se nota que el golpe en el tobillo tiene conexión con el cerebro y se ha dañado.

—¡Qué simpático! —protestó Tanausú.

Dándole otro beso en la boca, Doramas le dijo en voz baja pero que oímos todos: «No seas bobo, lo importante es la salud, nadie se va a quedar sin vivir una aventura, pero hay que poner cordura a las cosas». Y dándole otro beso, Tanausú dejó de protestar.

Moneiba e Ico junto a Gara habían hecho un grupo en el poco espacio que permitía el metro cuarenta que tenía de ancho la galería. Ellas habían tomado la decisión de continuar por el nuevo túnel. Simultáneamente nos lo dijeron a los tres varones.

La sociedad estaba cambiando y las mujeres pisaban con pie firme en todos los campos de la misma. Las universidades estaban llenas de mujeres y, por el contrario, iba descendiendo el número de varones. Era cierto que todavía había desigualdades en la sociedad, pero en nuestro país era mucho menor.

En mi adolescente opinión, yo no creía que el hombre y la mujer fuéramos iguales en esa ideológica lucha de grupos políticos y oenegés de derechos; para mí, la mujer tenía cualidades y una impronta que un hombre nunca tendría; si bien hay excepciones: la mujer es intuitiva, más afectiva, tiene mayor capacidad de lucha y de sufrimiento, es más perspicaz, tiene mayor capacidad de organización y distribución del tiempo. Por su impronta, también es capaz de generar mayor confianza, de extraer lo bueno que tiene cada miembro de un grupo, ostentan mayor capacidad de adaptación y mayor capacidad de liderazgo. Puede que las décadas pasadas y en el siglo pasado fueran esas injusticias mayores y que no hubiese el espacio adecuado o no se permitieran ámbitos para desarrollar estas y otras genialidades que tenían las mujeres, pero el presente y el futuro es de ellas. Se lo habían ganado a pulso en su lucha. En muchas ocasiones, en debates en clase llegábamos a conclusiones como que los éxitos de las mujeres eran menores, pues aún quedaban muchos machistas. Yo siempre decía que si quieres saber lo que es una guerra interminable y en la que estás llamado al fracaso: «ve en contra de una mujer» y con esa frase quería expresar que el sexo femenino es más luchador y menos acomplejado que el de los hombres. Ellas lograrían todo lo que se propusiesen.

Al lío (¡que me enrollo!). Pues hicimos caso a las tres chicas y entramos en aquel nuevo conducto. A diferencia del anterior, este era un poco más ancho, lo que nos permitió ir en grupo de tres. No había rieles de tren lo cual daba a entender que no había sido hecho para la extracción de agua.

Tanausú parecía ir a mejor y con la ayuda de los palos, su andar iba siendo más ligero. Avanzamos alrededor de quince minutos y decidimos que merecíamos sentarnos, aunque fuera diez minutos en asamblea. Al sentarnos, Tanausú sacó de una fiambrera unos deliciosos trozos de gofio cortados en tiras y que estaban amasados con almendras y miel. A buen seguro que muchos que dicen que no les gusta el gofio, si probaran aquella exquisitez, cambiarían de opinión. Así le ocurrió a Moneiba e Ico que, sin saberlo en un principio y declarándose de la liga anti-gofio, pedían una y otra vez más. Nos explicó que lo hacía una vecina del pueblo de sus abuelos, justo encima de nuestras cabezas, y que se llamaba Rosa.

Todos nos empezamos a reír y se alargó durante minutos aquellas carcajadas cuando Moneiba e Ico se habían embostado de aquel suculento manjar del cual decían odiar.  Creo que fue el desahogo a la tensión y nervios que habíamos vivido hacía media hora. Pero lo más interesante de lo que nos sucedió, aún estaba por llegar.

Nos pusimos en pie y empezamos a avanzar, cada vez el aire venía más fresco y el calor iba desapareciendo. En escasos diez minutos un animal corrió entre nuestras piernas y todos dimos un brinco, aunque he de reconocer que algunos y yo gritamos. Alguien intentó alumbrarlo con su linterna, pero solo pudimos alcanzar parte de final. Todos coincidimos en que era una rata, pero lo cierto es que aquel animal era presagio, junto con el aire más puro, de que estábamos al final de aquella galería.

A medida que íbamos avanzando parecía que la oscuridad se iba disipando.

—Apaguen las linternas —dije yo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Ico.

—Enseguida lo verás —le contesté.

—¡Parece que hay luz al final! —dijo con alegría Moneiba.

Efectivamente llegaban tímidos rayos de luz natural. Cada paso que dábamos era más notoria aquella tenue claridad. De repente nos encontramos ante una garganta de la cual entraba luz en medio de una cueva de tamaño considerable si lo comparábamos con las estrechas galerías por las que habíamos venido. Para que te hagas una idea, era como una cancha de tenis.

Tanausú estaba tan emocionado que se adelantó a nosotros con aquellos palos y vendaje, lo que supuso un dilema entre todos: o se había curado o la emoción era grande por salir de aquel lugar. Pero aquello de repente se convirtió en el mayor desastre, pues lo vimos desaparecer de pronto en medio de aquella poca luz y chillar. Al igual que nosotros, Tanausú iba mirando hacia arriba, pero desconocíamos lo que había hacia abajo y pecamos de imprudentes. El desenlace fue trágico: había caído. No se oía nada.

De abajo venía un vientecito lo cual daba entender que había alguna corriente. Rápidamente encendimos nuestras linternas y allí abajo en torno a unos dos metros y medio estaba tumbado en un pequeño saliente, y como no se movía, pensamos lo peor.

Ico sacó de su mochila unas cuerdas, arnés, mosquetón y todo el entramado de la escalada que él practicaba y nos dijo:

—Voy a descender. Voy a asegurar las cuerdas, pero eso sí, hay que subirlo luego. Pero me temo lo peor. No se mueve.

—Ojalá sea la conmoción por el golpe y esté aturdido o sin sentido —repuso Doramas.

Así fue, yo al menos di las gracias a todos los santos, esos que tenía mi abuela por toda la casa, de que Ico estuviera allí. Ella bajó cual experta que era hacia Tanausú y nos dijo:

—Respira, está vivo.

Acto seguido con su cantimplora le refrescó la nuca y la cara. Tanausú salió de aquel letargo, pero con tal movimiento brusco que casi hace caer a Ico hacia el resto del precipicio.

—Tranquilo, que aparte del susto que nos has dado, también vas a acabar con mi vida.

—Chicos, recemos para que este saliente sea firme o de lo contrario aquí morimos ahora mismo dos personas. Yo me voy a asegurar a la pared con unos tornillos por si las moscas. Le coloco a él el arnés y lo subís. ¿De acuerdo?

—Sí —chillamos todos.

No fue fácil subir a Tanausú porque no ponía de su parte y por más que Ico le decía que sus pies debían apoyarse contra la pared, él jamás lo hizo. La altura no era considerable y en unos segundos llegamos a él con los brazos y terminamos de alzarlo.

—¿Estás bien? —le preguntó Gara.

—Sí, solo me duele un poco la cabeza —respondió Tanausú.

Doramas le tocó la cabeza y, efectivamente, tenía allí un chichón, pero nada que repercutiera en un mayor problema.

—¡No se olviden que aquí hay una rescatadora en un foso!

—¡Ay, Dios, Ico! —gritó Moneiba.

Lanzamos la cuerda con el arnés y ella casi salió por su propio pie.

Allí sentados en el suelo miramos a Tanausú y él nos dijo que estaba bien y que lo sentía. Todos le fuimos diciendo que no se preocupara y que nos podía haber pasado a cualquiera, porque nadie miraba hacia el suelo. Nadie lo hubiese imaginado.

—Lo importante es que estés bien —dijo Ico.

En asamblea de amigos, todos empezamos a aplaudir y abrazarnos. De los momentos que habíamos vivido, este era el más cercano a la muerte en el que habíamos estado; había motivo para la alegría y para estimarnos y abrazarnos.

Apagamos nuestras linternas en medio del asombro y la alegría de volver a ver la claridad, el sol y, sobre todo, estar bien. Cuando nos giramos, aquella oquedad nos pareció mayor que antes. En medio de ella había como un tragaluz hacia la superficie por la cual entraba tímidamente la claridad. Al estar con mayor tranquilidad pudimos apreciar que podrían tener unos quince metros de largo aquellos tubos excavados hacia la superficie y lo que estaba bajo nosotros era la continuación de lo mismo. El diámetro parecía indicar que aquello fue la consecuencia de un intento para hacer un pozo, aunque estos cortes no eran uniformes del todo, pero daban a entender que hubiesen sido hechos por una potente maquinaria.

De repente sentí un codazo. Era Gara. Me estaba señalando con un dedo hacia un lugar. Todos nos fuimos girando, porque lo más sorprendente estaba por llegar.

Aquel lugar era digno de uno de esos programas de National Geographic o de algún documental de espacios singulares de Canarias. Lo más sorprendente era que en aquel sitio hubiera tan abundante vegetación. Había sombra pero la luz propiciaba aquel verdor. También había abundante agua en estanques, bien por el impermeable suelo o porque esta se retenía en una especie de tanquillas junto a la pared. Incluso había una pequeña fuente, que había sido usada por mano humana porque tenía como canalillo de salida un trozo de pitero vacío y el agua caía dentro de un dornajo, un pino que había sido preparado para tal fin y que Tanausú nos dijo que le recordaba a uno que había muy cerca de casa de su abuela.

Los paseos con el abuelo por los barrancos del sur, junto con su amor por la botánica me llevó a distinguir plantas, arbustos y árboles que se los iba explicando a mis compañeros ante el asombro de ellos. Cuando les iba explicando, Gara se acercó y, dándome un beso en la mejilla, me dijo:

—No los canses que desde la tercera planta que les dijiste, desconectaron.

Al menos me dio tiempo de explicarles que estábamos en medio de un vergel y que muchas de aquellas plantas eran difíciles de encontrar en la vertiente sur de la isla. Contamos dos almendreros, varios cirueleros y al menos tres pinos, una media docena de sabinas.[22] Junto a helechos,[23] unas plantas con flores violetas[24] y otras de colores amarillosos, naranjas y rojos, que para no aburrir tampoco les describiré.

Era indescriptible la sensación, pero en el avance circular, nos dimos cuenta de que de un lateral entraba también luz. Decidimos avanzar y nos encontramos que había numerosas ventanas excavadas hacia la superficie, por donde la claridad invadía todo y era la resultante de tanta vida. Allí, en aquellos salientes, el aire era más seco. Algunos de aquellos miradores estaban sin techumbre con lo cual el sol incidía enormemente sobre los sitios y había tabaibas, cardones, balos, bejeques o verodes[25] o cucharillas como las llamaba yo. Justo al lado había un tagoror, que era un espacio circular rodeado de piedras donde los guanches se reunían para decidir asuntos importantes.

Estábamos en un lugar que muy claramente tuvo un uso por los aborígenes de esta zona de lo que las crónicas hablaban, los últimos guanches de la isla. Lo cierto es que allí no encontramos ni vasijas, ni enseres ni tan siquiera restos de aquellos antepasados, si bien las crónicas sitúan a pocos kilómetros de aquí una de las mayores necrópolis guanches.

Pareciera como si el tiempo se hubiese detenido en aquel lugar. Eran tantas las cosas que nos llamaban la atención. Junto a las descritas, el sol dibujaba una línea que atravesaba el tagoror.

Las tres ventanas de piedra miraban hacia un barranco que no era el mismo por el que habíamos entrado. Pero Tanausú, al llegar clarificó que se trataba del mismo, pero ahora estábamos a una cota superior. Parecía poco creíble porque nosotros escasamente habíamos subido, o al menos así nos lo parecía; pero había que creerlo. Acto seguido nos dimos la vuelta y decidimos continuar nuestro camino hacia la salida tras beber un poco de agua fresca de aquella fuente y escachar unas pocas de almendras con una piedra. Todo aquello era digno de ver.

Parecía todo fácil, pero bordear el hueco en el suelo para continuar por el trayecto que llevábamos se empezó a complicar porque había un pequeño sendero que en alguna parte parecía ser minúsculo y un descuido nos llevaría al precipicio.

La primera en pasar fue Ico, sus padres y ella hacían continuamente rapel. Era la que llevaba el material, era en definitiva la experta. Hizo los pertinentes anclajes de seguridad. Todavía aún, pese a los años, doy las gracias por la gente estupenda con la que fuimos haciendo un grupo de amigos.

La rubia, aseguró uno de esos anclajes en donde estábamos y luego se echó a caminar por aquel minúsculo sendero al borde del precipicio. Estaba claro que había ido con los mejores y aquella muchacha tenía un par de ovarios grandes como una catedral.


[22]. La sabina canaria (Juniperus turbitana) es un arbusto o pequeño árbol que alcanza los diez metros de altura y crece en la zona semiárida de transición entre el matorral costero y la laurisilva a barlovento o entre el matorral costero y el pinar a sotavento de las islas. Esta formación fue degradada paulatinamente por la acción especialmente después de la conquista de Canarias por aportar una madera muy fuerte que fue utilizada para la construcción de casas y armas, junto a la necesidad de crear suelo agrícola.

[23]. El helecho (Woodwardia Radicans) es una especie relíctica de la era terciaria, refugiada en zonas de clima oceánico, con elevada humedad edáfica y atmosférica, como las que se dan en los bosques de laurisilva de la Macaronesia. En Canarias, es una especie propia de riscos, taludes y nacientes situados en las zonas más húmedas de la laurisilva y el fayal-brezal, principalmente vaguadas, barrancos y bordes de pistas y carreteras, siendo frecuente y hasta abundante en algunas zonas muy concretas, como los bosques de la cordillera de Anaga, en Tenerife, el Parque Rural de Doramas, en Gran Canaria, y el bosque de Los Tilos, en La Palma. Sus ejemplares pueden llegar a vivir hasta más de veinte años, desarrollando un grueso tronco que paulatinamente se rinde hacia el suelo por el peso de las frondes. Su nombre genérico (Woodwardia) está dedicado a Thomas J. Woodward, botánico inglés del siglo XVIII especializado en plantas criptógamas. El específico (Radicans) procede del latín radicare (‘enraizar’), haciendo referencia a los bulbillos apicales de sus frondes y su capacidad para echar raíces fácilmente cuando entran en contacto con la tierra.

[24]. El tusilago morado (Pericallis cruenta) es una planta perenne de tallos erectos, hojas orbiculares con los nervios rosáceos y con denso tomento rosa carmesí-purpureo por el envés. Es una especie endémica de Canarias, presente en Tenerife, aunque también se ha citado en las islas de La Gomera, El Hierro y Gran Canaria, pudiéndose haber extinguido en alguna de ellas. Se encuentra en zonas húmedas y umbrías del monte.

[25]. El bejeque o verode (A Urbicum) es un endemismo canario con más de treinta especies diferentes. Tiene las hojas en forma de cuchara dispuestas en una roseta ancha en el extremo superior del tallo. Tiene flores rosadas o blancas y crece en lugares húmedos. Se aplica en el exterior de la piel con callos para su curación en forma de cataplasma.


Cap. 6

Entonces Gara en un alarde de sabiduría espetó lo siguiente:

—Son muchísimas cosas ilógicas porque las galerías en Tenerife están hechas a distintas cotas de altura y todas van en horizontal y la gran mayoría casi en línea recta. Por otro lado, ya las universidades canarias han dicho que, en nuestras islas, no se han encontrado gemas. Sí que existen distintas clases de minerales, pero estos son más opacos y menos duros. La mayoría son calcitas y cuarzos de colores vistosos, pero nada de lo que dices.[19]

—Si —repuso Tanausú—, yo también opino lo mismo, pero lo cierto es que, aunque las galerías estaban en distintos barrancos, estaban próximas en altura y se habían encontrado. Eso decía mi abuelo. Además, una de las galerías fue cerrada porque nunca encontraban una veta de agua y el aire era irrespirable. Por el contrario, habían aparecido unas vetas mínimas de un color entre verduzco y otra de color marrón y según mis abuelos decían que eran como esmeraldas y ópalos. Al parecer, a mi bisabuelo le gustaba todo lo relacionado con este mundillo y conservó dos pequeñas e incluso llegó a hacer alguna obra de joyería.

—¡Chorradas! —repuso Gara.

En ese momento Tanausú abrió una bolsita y sacó un pequeño colgante donde, en medio de dos círculos de plata, estaban engarzadas dos piedritas que brillaban, una de color verde y otra de color marrón. Todos nos fuimos acercando a verlas menos Gara que permaneció inmóvil y espetó.

—Buen trabajo el de tu bisabuelo, pero la realidad es la que es. De todas formas, si al menos se pueden trabajar así, puede ser un buen negocio, aunque su valor es más emocional y artesano que económico. Lo dicho, aquí no tenemos gemas. Aun así, aprovecharemos lo que tienes hecho y si encontramos eso, haremos del hallazgo un negocio para los guiris que nos visitan.

Entonces, para poner fin a aquel momento tan científico y económico de unos adolescentes, dije:

—Vamos a ver qué nos depara esta aventura y si salimos o con un puesto de trabajo o más ricos.

Todos empezaron a reír, aunque Tanausú permaneció en silencio como esperando que todo lo que había contado se demostrara y más de uno se tragara aquellas risas.

Comenzamos a entrar en la galería, en el lateral había una atarjea en el suelo tapada con piedras largas y lisas por donde se oía transcurrir el lento del agua. También había un tubo que Gara dijo que era para extraer los gases. Ico tardó en entrar, y cuando lo hizo llegó la luz. Según nos explicó, había puesto el motor a funcionar, accionó la palanca de encendido y una larga hilera de luces se encendió. Nos aseguró que no nos duraría mucho puesto que el motor apenas tenía gasoil y pronto se acabaría. El motor hacía que salieran los gases y que las luces permanecieran encendidas, por lo que nuestros ánimos fueron mayores al adentrarnos en la galería, aunque poco duró funcionando tal y como había dicho.

El espacio que caminábamos nos permitía ir prácticamente en fila de a dos y solo en algún momento se hacía un poco mayor el espacio, al estar la zona reforzada con piedras a modo de columna. Gara nos explicó que las galerías en Canarias no eran excesivamente largas y que las mayores oscilaban entre los cuatro, cinco y, la que más, seis kilómetros.

—¿No les parece que estamos como sin estar en una pendiente, subiendo un poco? —dijo Doramas.

—Buena apreciación —respondió Gara—. Es cierto, y Doramas se ha dado cuenta de que vamos ascendiendo poco a poco, aunque la pendiente es mínima y para que el agua fuera hacia la boca de salida por el desnivel creado.

Continuó diciendo que las galerías aprovechaban los acuíferos colgados, debidos a las filtraciones de precipitaciones y de ahí los nacientes de agua. Muchos, en el anhelo de encontrar más abundante agua, siguieron excavando, pero el agua que ha surgido está más llena de sales y minerales que enriquecidas con flúor por lo que no son aptas para consumo humano.[20]

La galería en la que estábamos adentrándonos ya sin luz era de esas que se denominaban medianas y la sensación de calor fue aumentando cada vez más. Estaba claro que el oxígeno cada vez era menor y el aire estaba más viciado, aunque no era imposible respirar. En algo más de una hora escasa llegamos al final de la excavación. El agua que en determinados lugares se filtraba nos ayudaba a refrescarnos algo de aquella enorme sensación de bochorno. También el agua transcurría por el suelo y en algunos lugares nos llegaba a los tobillos. Aquella galería todavía funcionaba y prueba de ello era que manaba agua. Muchas habían sido cerradas por estar secas o porque nunca encontraron el líquido elemento, según nos dijo Gara minutos antes.

Habíamos imaginado una aventura llena de leyendas mitológicas canarias, de niños desaparecidos, de piedras preciosas… y lo que habíamos vivido era simplemente una visita guiada porque en todo momento había sido explicada entre Gara y Tanausú. Lo que me quedaba era la sensación de que el trabajo en aquellas condiciones no debió de ser muy cómodo y avanzar picando y extrayendo las piedras no debía ser demasiado fácil; pero sabiendo que se avecinaba otra charla, pregunté:

—¿Y cómo hacían estas grutas cuando aquí no hay espacio?

Entonces Gara volvió a tomar la palabra.

—El trabajo como dices era difícil en los comienzos, aunque hoy haya mejorado bastante.[21] Debido a las dimensiones había cuadrillas por turnos: una se encargaba de picar avanzando en la mina. Apenas se avanzaba unos dos metros diarios, pero al llegar los martillos eléctricos se avanzaba algo más. Luego venían los que escalichaban que eran los que sacaban escombros y limpiaban. Los cabuqueros eran los encargados de colocar los explosivos, salir los últimos de la galería y entrar los primeros tras la explosión y más de uno llegó a perder alguna extremidad en el uso de la dinamita.

Casi al mismo tiempo de decir esa palabra la tierra tembló y, presas del pánico, empezamos a gritar. Alguna linterna calló al suelo y les dije a todos que nos pusiéramos lo más juntos posible pese a las dimensiones del sitio. No sabría decir con exactitud cuánto duró aquella sacudida: al menos veinte segundos. Todos sabíamos que había sido un terremoto y tras habernos llamado todos, respiramos al conocer que estábamos bien. Había pasado lo peor, eso habíamos creído, pero de repente se sintió un estruendo, aunque de menor intensidad que el anterior y empezaron a caer cascotes justo delante de nosotros, tantos que cuando alumbramos con nuestras linternas taponaba la dirección a nuestra salida. No estaba totalmente cerrada, pero desconocíamos el alcance y la cantidad de las piedras caídas y en ese mismo instante empezó a caer muchísima agua.


[19]. Cf. Asociación Mineralógica Aragonito Azul: ÓPALOS DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIAS.

[20]. Cf. Minas y galerías de agua para la captación de aguas subterráneas en las Islas Canarias – (global) (interempresas.net).

[21]. Cf. Galerías de Agua en Santa Cruz de Tenerife: 3 opiniones y 56 fotos (minube.com).




Cap. 5

Los demás fueron abandonando la locomotora y el vagón de un salto poco a poco y solo quedábamos Doramas y yo. Este también parecía estar preso de un shock, así que, señalándole el final de las vías a escaso cinco metros, le grité:

—¡O saltamos o moriremos!

Acto seguido me miró y sin contar tres, saltamos. Creo que fuimos los que peor salimos de aquel trance, porque la maquinaria había cogido ya bastante velocidad si bien la pendiente era casi nula. En ese momento la locomotora descarriló y se precipitó con gran estrépito por aquel precipicio de piedras.

Nos rasguñamos en las rodillas y en los codos, pero nada de importancia. Allí mismo Doramas abrió su mochila y empezó a curarnos a todos las magulladuras del salto y por último él. Es curioso como este muchacho para unas cosas va tan parado y para otras es todo un valiente; por el contrario, a mí todo lo que era sangre, operaciones y demás cosas de medicina me daban un repelús continuo y tenía que dejar de mirar o comenzaba a marearme. Recuerdo que la primera vez que me hicieron un análisis no miraba a la enfermera ni al lugar donde me iban a extraer la sangre del brazo. Instintivamente eché un vistazo y empecé a marearme, por lo que me tuvieron que sujetar entre dos enfermeros y por poco pierdo el conocimiento. Soy un desastre, la verdad.

Moneiba llegó con aire misterioso. «Chicos, ¿sabéis que tengo la primera secuencia de nuestra película?» En aquel momento todos giramos la cabeza hacia ella menos yo que miré a mi herida en la pierna ahora que Doramas me había soltado después de estar hurgándome con unas pinzas y gasas, según él, para quitarme restos de piedrillas y tierra que me habían entrado. Cuando le dio a inicio del vídeo de su móvil, yo ya estaba incorporado y todos mirábamos aquella escena digna de una película de Indiana Jones. De repente, Ico sugirió que por si nos pasaba algo deberíamos dejar pistas de donde estábamos. En ese momento comprendí dos cosas: la primera es que nos podía pasar cualquier cosa o accidente como el que habíamos tenido en aquellas vías, y la segunda que algunos de ellos habían ocultado a su familia dónde estábamos. Por eso no me quedó otro remedio que preguntar:

—¿Cuáles de vuestras familias saben que estamos aquí?

Algunos evitaban dar la respuesta y empecé a preguntar, uno a uno, a todos. Las chicas no dudaron en responder. Gara y Moneiba dijeron que lo habían comentado a sus respectivos padres. Bueno, Moneiba tenía dos madres porque su madre se había separado de su padre y estaba conviviendo con otra mujer. Ico dijo que sus padres estaban todo el día trabajando y que les había escrito una nota diciéndoles donde estaba y con quién. Por el contrario, Doramas habían ocultado a sus padres que estábamos aquí. En el caso de Tanausú no se lo había dicho a sus padres adoptivos, pero sí a sus abuelos. Ellos vivían en un pueblo que estaba por encima del lugar donde nos encontrábamos. De hecho, nos había invitado a todos un fin de semana a La Zarza, donde vivían sus abuelos y tenían una casa con piscina.

Tanausú fue uno de esos niños llegados en patera, y tristemente su madre falleció en el trayecto. No fue reclamado por nadie de su familia y pasó a depender del Gobierno de Canarias que en un primer momento lo entregó a una familia de acogida temporal para finalmente dar en adopción. La verdad es que Tanausú, era un ser noble y no por la historia que llevaba tras de sí; sino por su bondad en todo lo que hacía.

Gara, alias la sabionda, sugirió que nos diéramos un baño en aquellas tanquillas de distribución del agua que no tenían gran altura. Todos sabíamos nadar, aunque allí difícilmente se podía dar unas brazadas. Ella comentó que aquel fresquito nos haría bien porque dentro de las galerías, pese a que creyéramos que iba a haber frío, ocurriría todo lo contrario a medida que fuéramos avanzando porque la humedad y el calor aumentaría.

—Lista… ¿y cómo nos bañamos si no hemos traído bañador? —afirmó rotunda Ico.

—Pues… o te bañas con tus braguitas o en pelotas —le espetó Gara con el mismo retintín con el que había hablado Ico.

—¡Al agua patos! —dije yo que ya estaba en calzoncillos.

Para mi sorpresa todos fueron quitándose la ropa hasta quedarse en ropa interior y de repente Gara y Moneiba se quitaron todo.

—Gara, estos paletos no se dan cuenta de que todos somos iguales y de que tenemos que quitarnos los complejos de arriba. Pero hay que respetar los ritmos de cada uno, que de eso se trata en la vida.

Entonces Doramas se quitó el calzoncillo y con un baile ridículo de culo junto a Gara y Moneiba se tiró al agua. Tanausú e Ico me miraban a mí como esperando mi aprobación en una u otra dirección. Yo me encogí de hombros y fui camino de la tanquilla muy dignamente con mis calzoncillos puestos y ellos me imitaron. Los chillidos de todos eran audibles creo yo desde cualquier punto del barranco, puesto que el agua estaba muy fría, yo diría que hasta congelada. Todavía el sol no estaba en lo alto y, aunque aquella zona era soleada, pensábamos que nuestras articulaciones y cerebro iban a romperse por el frío. Fuimos saliendo y durante unos quince minutos más o menos nos calentamos al sol. Nos vestimos nuevamente entre risas, miradas de reojo, así me pareció a mí. Al menos yo lo hice hacia Gara y Moneiba, y ante el capullo de Doramas que al final tenía menos vergüenza que el carajo. Creo que en ese momento aprendí que los complejos por el físico hay que quitárselos de enano. Ellos tres iban avanzados en la vida, mientras que yo, y seguramente los otros dos, deberíamos avanzar en su línea. También es verdad que había escuchado decir más de una vez que el pudor siempre era necesario y eso no significaba ser un acomplejado. Bueno, que al final todo es relativo en la vida, que todos tenemos que aceptarnos como somos y actuar siempre en libertad, sin coacción de nadie.

—¡Habrá que iniciar la aventura! —dijo Ico.

Entonces, Doramas dijo:

—¿Y cómo abrimos ese candado de la galería?

La verdad es que ni por asomo se me hubiese ocurrido que tendríamos aquel problema. Muchas galerías en Tenerife fueron cerradas para mayor seguridad cuando un grupo de excursionistas, pensando que habían entrado en una cueva, por el contrario, lo hicieron sin saber en una galería y tuvieron un final trágico. Era normal que estas estuvieran señaladas con carteles de aviso de prohibido el paso y de peligro.

Entonces, Ico sacó de su mochila un pequeño estuche y en lo que canta un periquete abrió aquel candado. Aquella muchacha parecía pertenecer a una de esas redes internacionales de espías y no una simple y adolescente compañera de instituto.

A continuación, nos fuimos acercando todos a la boca de la galería y abrimos las mochilas para extraer nuestras linternas. Entonces Moneiba comentó:

—Deberíamos encender la mitad por si hiciera falta en otro momento. Es ilógico encender todas al mismo tiempo.

Tenía razón y le hicimos caso. Aquella galería tenía junto a si una atarjea por donde salía el agua que iba hacia las tanquillas y de allí se distribuía por canales por gran parte del sur de la isla.

—Chicos, tengo que confesarles algo.

Yo di tan gran salto que casi me sale el corazón por la boca.

—No vuelvas a hacer eso, Tanausú: chico, en la oscuridad te camuflas y si no avisas me puede dar un paro cardiaco.

Tanausú empezó a reírse y así lo hicimos todos. Él sabía que no lo había dicho con maldad, pero su negra piel era imposible de apreciar en aquella oscuridad.

Tras unos minutos de risas empezó a hablar.

—Hemos venido aquí por tener una aventura, pero yo antes quisiera contarles una historia del pueblo de mis abuelos. Relacionadas con este barranco en otras épocas existió una leyenda de unos chicos que entraron en una cueva y nunca se les encontró. Algunos dicen que en las noches de luna llena salen penando por el barranco y por toda la zona se les oye llorar porque alguien les persigue. Al parecer su familia tenía una casa en el pueblo próximo junto a unos eucaliptos. Vivían de lo que muchas veces los vecinos les daban puesto que eran muy pobres. El padre bebía continuamente y la madre aparte de beber llevaba muy mala vida. Tal era la situación, que los cinco hermanos un día huyendo de sus padres porque los iban o a matar o vender se adentraron en el barranco. Muchos dicen que realmente los padres no les iban a hacer daño sino todo lo contrario querían esconderlos para que las autoridades no se los llevaran en adopción. Lo cierto es que los chicos nunca aparecieron. Algunos dicen que fueron atacados por perros salvajes, otros que fueron atrapados por una familia que se los llevó a otro pueblo. Y también hay otra leyenda.

—Espera un momento, deja al menos que asimilemos esta —dijo Gara al mismo que todos asentíamos.

—¡Suéltalo ya! —repuso Ico—. Que entre el Guayota de la leyenda guanche de Gara y ahora los chicos desaparecidos, solo nos faltaba una más.

—Al menos vamos a escucharlo —dije yo.

Tanausú, hizo alarde de paciencia y con mucha tranquilidad empezó su historia:

Mis abuelos cuentan que a sus abuelos les habían dicho que en otra galería habían encontrado algo parecido a piedras preciosas. Era como algo brillante de color dorado y que parecía oro. Pero cuando dieron con sus martillos a la veta, hubo un derrumbe y uno de ellos quedó atrapado y murió. Es una historia que sucedió en los primeros intentos de hacer galerías en Tenerife. No es que fuera en esta zona precisamente, pero durante muchos años la gente pensó que igual excavando encontraban minerales preciosos y terminarían con sus vidas de pobre. Dicen también que otros trabajadores de las galerías del entorno hicieron grupos para ir en su rescate, pero jamás lo encontraron. Mi abuelo cuenta que era una maldición y afirmaba que una luz cegadora les había confundido. De repente subió la temperatura y el aire se hizo irrespirable. Que aquello pudo ser consecuencia de la acumulación de gases y posiblemente de fantasía, pero existían algunas evidencias y todavía muchos entraban a las galerías con la esperanza de hacerse ricos.



Cap. 4

Salimos bien temprano, haciendo acopio de víveres, linternas, baterías externas para moviles, abrigos y hasta sacos de dormir. Realmente, aunque todos pensábamos volver a casa esa noche, habíamos imaginado una aventura larga por la cantidad de cosas que llevábamos. Pareciera más una expedición para subir al Teide con media vuelta a la isla por el número de provisiones. La guagua, después de recogernos, paró en Güímar y luego algunas personas se bajaron en La Medida, Lomo de Mena y El Escobonal. Solo puedo decir que, cuando llegamos al sitio donde teníamos que bajar, íbamos mareados. Tantas eran las curvas que, cuando paramos, nos parecía llevar  todavía los movimientos del vehículo de transporte.

El grupo estaba formado por tres chicos y tres chicas. Éramos dignos de ver: los desheredados del cole, entre tímidos, sabiondos y un exproblemático. En el grupo estaban algunos a los que yo había defendido cuando los camorristas se habían metido con ellos. La más callada era Gara:[11] en el instituto hablaba lo justo e imprescindible, aunque fuera del insti era una charlatana. Era la representante de delegados en el consejo escolar y muy querida por los profesores, lo que ellos llamaban una líder en positivo que conseguía que todos termináramos haciendo el bien.

Gara siempre había dado la cara por mí ante los profesores cuando se metían conmigo. Es una chica con temperamento y rompe con el concepto típico de empollona porque es superguapa, morena con unos ojos verdes y un cuerpo de vértigo. Todos le tiraban ficha, pero esta muchacha tiene la cabeza bien amueblada. Siempre pensé que conmigo hacía una obra de caridad y no entendía por qué me apreciaba tanto. Yo pensaba que seguro que conocía la historia de mi familia y que ese era el motivo de sus acciones compasivas hacia mí. Era la más divertida de todo el grupo, la que siempre tenía la razón, y no porque fuera una enteradilla, sino porque siempre acertaba en todo lo que decía para rabia del resto.

La guagua nos dejó en la carretera y desde allí se veía una iglesia en ruinas.[12] No pudimos resistirnos ante aquel lugar y bajamos los escasos metros para hacernos unas fotos para nuestro Instagram. Somos adolescentes y nos gusta, como a todos, el postureo.

Tanausú[13] nos comentó que se trataba de la iglesia de San Joaquín y que gran parte de las ruinas y el arco fueron construidos en la última reforma en torno a 1739, pero que la parte antigua de las mismas era anterior a 1665 y que pisábamos un lugar donde estaban enterradas casi doscientas personas.

Gara apostilló y dijo que así quedaría una pista de donde estábamos si es que nos atrapaba Guayota en el interior de la isla. Automáticamente, el resto miró hacia ella. Ella suspiró y les explicó que, en la mitología guanche, Guayota representaba a un ser maligno, algo así como el diablo que habitaba en el interior de Echeide (el Teide) y era el responsable de los temblores o terremotos y las erupciones volcánicas. Cuenta la leyenda, que un día Guayota, encerrado dentro de Echeide, salió a la superficie provocando la inquietud de la naturaleza y de todos los seres vivos. Entonces, en un alarde de maldad, encerró a Magec, el sol, cubriendo toda la isla de oscuridad. Los guanches acudieron a Achamán, que era el ser sustentador del cielo y de la tierra. Este, en combate con Guayota, lo derrotó y lo volvió a encerrar dentro de Echeide, taponando su salida.

El resto de los chicos se quedaron sin aire escuchando el relato. Todos tenían la vista desencajada e incluso alguno pareció blanquecer su rostro, pero el más que se inquietó fue Doramas.[14] Aunque su nombre era el de un guerrero aborigen grancanario, pareció querer regresar tras decir:

—No creen mejor dejar esta aventura para otro día y comunicárselo a nuestros padres.

Todos nos echamos a reír, pero mi risa se cortó enseguida cuando Tanausú fue hasta donde estaba y le dio un beso en la boca. En ese momento, el que pareció palidecer fui yo. Jamás pensé que Doramas y Tanausú fueran pareja. Casi sin darme cuenta me estaba rascando la cabeza apartando mi gorra como las típicas personas mayores cuando tratan de asimilar algo.

En ese momento, Gara se acercó a mí y me dio un beso en la boca que hizo que se me cayera la gorra de la mano. Me temblaba todo el cuerpo y al mismo tiempo me sentía feliz. Entonces ella me susurró al oído: «¡Viva el amor libre!, no seas cascarrabias y anticuado. Ya va siendo hora de que te vayas enterando de varias cosas». Acto seguido, fue hacia Moneiba[15] y se fundieron en otro largo beso que sin exagerar duró más de dos minutos a diferencia del mío, que duró escasos diez segundos.

Yo no sabía dónde meterme. Pensé que lo que había hecho Gara hacia a mí era amor, pero el beso con Moneiba me dejó descolocado. Reconozco que los tiempos iban cambiando y a mí me costaba asimilar muchos de los cambios, pero había que hacerlo y lo anormal era no estar al día. Lo importante era ser buenas personas y no con quién estabas o dejaras de estar.

En ese momento, el ruido de un arado y la pita de un coche unido al grito de Ico nos hizo salir del momento.[16] Su pelo rubio en medio de aquel solajero brillaba cual guerrera dispuesta a ponernos a todos firmes y aniquilar a quien le fuera en contra.

—¡Espabilen, coño! Se nos va el día con tanto amor.

Doramas siempre estuvo colado por Gara, o al menos eso decían muchos en el instituto, pero lo que había ocurrido hacía unos instantes echaba por tierra todas las hipótesis. ¿Sería Gara bisexual? Menuda confusión tenía yo encima. Con la mirada perdida, llegó Gara y me dio un cogotazo:

—¡Despierta, muchacho!

Subimos una pequeña cuesta y regresamos por la carretera hasta aquel largo puente de tres arcos que sorteaba el barranco para formar la carretera que unía Santa Cruz con todo el sur de la isla. Siempre me he preguntado cómo se hacían antiguamente aquellas altas y enormes construcciones con los escasos medios que había. Creo que los seres humanos de épocas pasadas eran brillantes con los recursos con los que contaban y hacían increíbles obras de ingeniería que resistían el paso del tiempo.

De allí partía una pista de tierra que nos adentraba en el barranco. A medida que íbamos avanzando, el frescor se hacía partícipe de nuestro camino. Era cierto que el sol aún no estaba en su punto más alto y que todavía era temprano. Mientras avanzábamos, el barranco se estrechaba y ganaba altura con paredes verticales que daba vértigo mirar. Aquel cauce estaba lleno de tabaibas, balos[17] y cardones. A medida que nos aproximábamos al final, donde estaban las tanquillas de distribución del agua y las atarjeas, aparecieron varios almendros y alguna higuera, que se mantenían frondosos seguramente por el frescor y la cercanía del agua.

A un lado había un desfiladero con todas las piedras que extraían de la galería en su afán de avanzar al interior de la isla buscando el preciado líquido. Sobre aquel desfiladero y cubriendo todo el espacio hasta la boca de la galería surgían unas vías de hierro y, sobre ellas, la maquinaria en la cual se cargaban todo el material que se iba extrayendo de la galería. Había una vagoneta con una pequeña locomotora. Nuestra reacción fue instantánea: ir todos corriendo a subirnos en ella. Allí la experta en todo lo tecnológico, Moneiba, sacó un pequeño trípode de su mochila y, con un mando en la mano y a distancia, sacó varias instantáneas. En ese momento al simplón de Doramas no se le ocurrió otra cosa que bajar el freno de mano de la locomotora y todos empezamos a ser transportados sobre las vías a gran velocidad, pero cuando quiso tirar por el freno, este se rompió. Instintivamente empezamos a chillar y Moneiba empezó con uno de sus ataques de asma por el nerviosismo. Yo chillé por encima de todas sus voces:

—¡Saltemos!

Moneiba que estaba con el ataque de asma, se quedó petrificada como sin saber que hacer.

—Gara, por Dios, salta con ella —Gara ante la imposibilidad de que Moneiba quisiera, le dio un apretón en la mano, tiró del brazo y ambas cayeron en el suelo.


[11]. Según la leyenda, Gara, de origen en la isla de La Gomera, se enamora de Jonay, hijo del rey aborigen de Adeje. Al prohibirles la unión, ambos huyen en la parte alta de la isla colombina y, al sentirse acorralados, se despeñan juntos por un barranco. Al lugar se le conoce como el Parque Nacional de Garajonay.

[12]. La ermita de San Joaquín, en el pago de La Zarza y equidistante del pago de Fasnia, ambos pertenecientes a la de San Juan de Arico, fue bendecida en 1665, pero estaba ya construida antes de esta fecha (no se tienen más datos, puesto que las diez primeras hojas del documento fueron arrancadas). La construcción de la capilla mayor y supuestamente el consiguiente arco de medio punto de cantería que se conserva y que hoy vemos en las ruinas data del periodo entre 1733 y 1739. Fue elevada a categoría de parroquia el 29 de enero de 1796 hasta la construcción de un nuevo templo. A partir de 1800, comenzaba su deterioro siendo ya grave en 1820. También fue lugar de enterramiento al menos en dos ocasiones, siendo la última en una epidemia en 1828 con 44 muertos. Al menos aquí hay en total 191 enterramientos. Cf. Fasnia. La gestación de un pueblo. Octavio Rodríguez Delgado. Ed. Ayuntamiento de Fasnia. ISBN: 84-7985-086-899.

[13]. Este nombre de origen guanche hace referencia al último rey benahoarita de la isla de La Palma antes de la conquista de la isla. Tanausú dominaba el territorio de la Caldera de Taburiente y, según se narra, fue engañado tras un acuerdo previo con los castellanos y, en una batalla, hecho preso y conducido a la Península para ser presentado ante los Reyes Católicos. Al parecer, este se negó a comer y beber, y murió durante el trayecto.

[14]. Doramas fue un guerrero y caudillo aborigen de la isla de Gran Canaria. Cuentan los relatos que fue uno de los principales líderes de la resistencia frente a la conquista europea de la isla emprendida por los Reyes Católicos para la Corona de Castilla en 1478.

[15]. Los bimbaches, que es el nombre de los habitantes de la isla de El Hierro, antes de la llegada de los castellanos creían en un principio femenino que denominaban ‘Moneiba’ y cuyo significado es «resplandor humeante» y otro masculino llamado ‘Eraorahan’ y que significa «el que está ardiente o brillante», que era adorado por hombres.

[16]. La leyenda de Ico surge en Lanzarote. Era hija de Fayna y Zonzamas, reyes majos antes de la llegada de los castellanos. Su nacimiento ocurre con la llegada de los peninsulares y, al ser de tez blanca y cabellos rubios, empiezan las habladurías de si es hija del rey. A la muerte de estos, su hermano Timanfaya ocupa el puesto de los padres, pero siendo capturado, fue elegido Guanarteme, que estaba esposado con Ico. Algunos dudaron si aceptar al nuevo caudillo por su esposa y la pusieron a prueba. Tenía que salir viva de una cueva en la que estaba con otras mujeres y que llenaron de humo. Uga, la antigua niñera de Ico, le dio una esponja con agua y ella la metió en la boca y resistió la prueba, siendo finalmente reconocida su señoría por el resto de los majos.

[17]. El balo o abalo es un arbusto de hasta cuatro metros de altura con tronco grisáceo algo retorcido, ramas frágiles y colgantes, dándole un aspecto globoso. Las hojas son filiformes, un poco carnosas, de color verde pálido y de hasta cinco centímetros. Las hojas y ramas desprenden cierto mal olor, del que derivan sus nombres comunes.



Cap. 3

He hecho muchas trastadas a lo largo de estos años. Como te decía, nunca tomé por blanco a los más débiles, sino a los chulillos o enterados. Eso suponía meterme en riñas con los malos. La última que recuerdo sucedió entre un compañero y yo, cuando quisimos gastarle una broma a uno de aquellos que quitaban el desayuno y amenazaban a los más pequeños. Dejamos la puerta entrecerrada y en lo alto pusimos un cubo con agua. Al entrar el compañero, le cayó sobre la cabeza y lo empapó. También por mala suerte salpicó a la maestra de Matemáticas, seño Cristi, que, entre roja y a punto de una taquicardia, nos miró. No hizo falta una palabra e inmediatamente fuimos a la directora por nuestra cuenta.

En el recreo siempre había unos niños que empujaban a los demás para sentarse en un sitio. Ese grupito tenía un líder, Sergio, que le quitaba el material escolar a algunos y luego se lo escondía, lo rompía o lo mojaba. Entonces compré un pegamento transparente y embadurné el sitio donde nadie se atrevía a sentarse por miedo a ellos. De la rabia que cogió y sabiendo que fui yo, vino dispuesto con la pandilla a pegarme; pero para su sorpresa todo el patio se puso detrás de mí para apoyarme y se dieron la vuelta. Juró que las pagaría y no tardó en hacerlo, aunque para frustración de él eligió un mal momento, puesto que el policía local que estaba a la salida del colegio, viendo lo que ocurría, lo amenazó diciéndole que, si se enteraba de que me había puesto la mano encima, iría a contárselo a Servicios Sociales, le quitarían la custodia a sus padres y lo llevarían a un reformatorio.

Lo cierto es que todas aquellas situaciones donde había conflictos fueron desapareciendo de mi vida y casi sin darme cuenta empecé a ser un buen muchacho. Hasta a mí me costaba decir que ya no era un trasto. Parecía incluso que la gente dejaba de murmurar sobre mí y mi familia. La abuela mejoró y hasta el momento jamás se volvió a poner enferma. La vida nos sonreía, habíamos sobrevivido a la dichosa Covid y los abuelos estaban vacunados.

El confinamiento en casa me había unido más a ellos y descubrí que el abuelo Pedro no solo contaba historias de su vida, sino del pasado. Un día, en medio de tantas noticias de muertes por el Coronavirus, empezó a relatarme una historia de nuestros antepasados. Me decía que las epidemias eran algo habitual en todas las partes del planeta, que en nuestras islas estas siempre llegaban de fuera y por barco. Incluso habían sido decisivas, puesto que los castellanos habían contagiado a los aborígenes. Esta situación llevó a enfermar a los canarios y por esta situación la propia conquista había sido favorable a los primeros. En el siglo XVIII y XIX se sucedieron epidemias de fiebre amarilla, viruela y peste,[8] y me contó sobre los lazaretos de la isla donde se separaba a los enfermos de lepra para que no contagiaran al resto de la población.

Al parecer mi tátara, tátara… unas largas y abundantes generaciones atrás, allá en el siglo XIX, salió con vida del enorme aluvión[9] que hubo en la isla de Tenerife en 1826. Formaba parte de la milicia en el castillo de San Pedro en Candelaria y no murió en dicha tromba de agua porque no estaba de guardia y había regresado a su casa. Peor suerte corrió el cabo de artillería de la guarnición, su esposa y sus seis hijos que sí murieron. Ese mismo día desapareció uno de los objetos más preciados que tenían los vecinos del pueblo y de toda la isla: las abundantes lluvias que discurrieron por el barranco inundaron parte de la capilla del convento y se llevaron hacia el océano la imagen de la Virgen de Candelaria. Mi abuelo dice que posiblemente fuera verdad, pero que algunos afirmaban que la habían escondido. Lo cierto es que, por más que el pueblo y los frailes la buscaron, jamás la encontraron. Entonces pidieron al obispo que les prestara la copia facsímil[10] que estaba en Adeje, pero sus ruegos nunca fueron escuchados.

El abuelo parecía disfrutar de aquellas tardes contándome muchas anécdotas de su juventud e historias de la familia. Para ser una persona que escasamente sabía leer ni escribir, atesoraba tanta sabiduría que a cualquiera dejaría con la boca abierta. De él aprendí que no hay que menospreciar a ninguna persona por sus estudios. Gracias a personas como él, muchos padres como los míos y yo mismo hemos podido estudiar, ya que ellos con su esfuerzo, renunciando a muchas cosas y trabajando duro, nos han dado una buena educación.

Llegaba el final de curso. Los días eran cada vez más largos y calurosos y muchos compañeros habían dejado de asistir a clase y resultaba agotador aquel calor en las aulas. A los ruines no se les veía el pelo y los profesores, al igual que nosotros, deseaban que llegara el día después y el comienzo del verano porque suponía el final de las clases y del curso. Habían sido dos años difíciles en medio de aquella pandemia. El anterior, con la mitad del curso a través de los ordenadores o, como se dice a lo anglosajón, on line, saturados de tareas que había que entregar por correo electrónico y con clases a través de videollamadas. Y este curso todo el día con la santa mascarilla, continuamente vigilados por los profesores para comprobar si guardábamos las distancias, todo el santo día recordándonos que había que ponerse el fastidioso gel hidroalcohólico y prohibiendo prestarnos el material y los libros.

Una de las cosas mejores de este año fue que en las clases habíamos sido bastantes menos alumnos por aula y eran algo más cortas. Hubo casos de contagios entre los compañeros, pero todos se habían dado fuera del centro y las cuarentenas de algunos alumnos y profesores nunca hicieron que se suspendiera clase alguna. Y la verdad es lo mejor que nos había pasado porque aquello de estar encerrado y con clases en casa era una pesadez.

Un sábado antes de terminar el curso, decidimos hacer una ruta de senderismo un sábado. A aquella aventura la llamamos «viaje al centro de la Tierra» porque el sendero discurría por un barranco y al final había una galería de la que se extraía agua del interior de la isla. El barranco tenía el nombre de La Gambuesa[11] y estaba en una localidad cercana.


[8]. Cf. Memoria de otras epidemias en Canarias | Blog del archivo de El Museo Canario (wordpress.com).

Cf. Grandes epidemias en Tenerife (1) – El Día (eldia.es).

[9]. Cf. Microsoft Word – Artà culo-ALUVIÃfiN 1826 EN CANDELARIA (octaviordelgado.es).

[10]. Ibíd. 6. La copia facsímil fue encargada por Juan Bautista de Aponte, primer marqués de Adeje, y colocada en la Iglesia Parroquial de Santa Úrsula, situada en dicha localidad.

[11]. Topónimo guanche que quería indicar el lugar donde se concentraban las cabras que quedaban sueltas tras el pastoreo y para controlar a los cabritos nacidos en libertad.


 

 

Cap. 2

Como te iba diciendo, soy un suertudo al poder disfrutar de mis abuelos porque gracias a ellos tengo un presente y, si todo va bien, tendré un futuro. Pedro, mi abuelo, está recién jubilado, aunque no para de ir a la huerta a asachar[4] las papas y podar la vid. Tiene de todo plantado: cebollas, calabazas, bubangos, zanahorias y pantanas. En los tres gochos o canteros que tiene, hay un árbol de cada especie: aguacatero, guayabero, naranjero, limonero, granada, duraznero y hasta una platanera. También hay dos o tres plantas, entre ellas: unos rosales y orejas de burro o calas, como la repelente de mi vecina se antoja en decir. Además, tenemos nardos, claveles, algún que otro gladiolo y lirio.

De todo lo que tiene mi abuelo plantado lo que más me llama la atención es el trigo y la cebada porque me recuerda a que nuestros antepasados, los guanches, también lo molían. Así lo hacemos nosotros en las piedras de molino que tenemos en el patio; si bien antes lo tostamos en una sartén grande y luego lo trituramos o molemos en las piedras. En casa del abuelo es un ritual este proceso y tocamos el bucio, que es una caracola, en recuerdo de las costumbres de los guanches.

También hacemos ristras[5] de ajos y cebollas. Mi abuela se ocupa de otros menesteres, como dice ella. Es una luchadora, puesto que superó un cáncer de mama o de pecho. Estos cánceres cada vez son más frecuentes en las mujeres, pero ya no es como antiguamente, como dice mi vecina la chismosa. No soporto a señá Nicolasa porque está todo el día de casa en casa llevando y trayendo todo lo que averigua.

Doña Nicolasa ronda los ochenta años y enviudó joven. Aun así, parece guardar luto tras cincuenta años, puesto que siempre viste de negro con un sombrero en la cabeza y un bastón. Su único hijo, por lo visto, está en el extranjero y vive sola. Pero a mí me da rabia que esté todo el día de pregunta en pregunta para enterarse de todo e ir regándolo por todas las casas del pueblo. La abuela ya le tiene pillado el truco y, cuando no quiere contestarle, le empieza a preguntar por su hijo y por las cosas que a ella no le gusta que se sepan.

Lo único que me agrada de ella es que por el día de Reyes todos los años me regala dos pares de calcetines y pienso que al menos se le ve el detalle por tanto calvario que es aguantarla todo el año, especialmente los fines de semana que me saca de la cama cuando todavía estoy durmiendo. La mujer tiene un fastidioso timbre de voz, alto y agudo, que se te mete en la cabeza y hace imposible seguir descansando.

La abuela siempre me dice: «Estudia, muchacho, que yo sí que he pasado calamidades y penurias. Desde chinija siempre trabajando». Y es que a ella, cuando llegaba la época de la zafra o recogida de tomates, tras horas a un sol de justicia, le tocaba cargar sobre su cabeza las cestas que había que llevar a los camiones para luego ir a la empaquetadora y seleccionarlos. También le tocaba vender pescado, puesto que sus padres eran pescadores y la mar no siempre daba para comer cuando los temporales de viento y de mar hacían imposible la faena.

Ella se reía de todo y decía que tenía la piel salada por la maresía. Tenía un humor envidiable, lo decía todo el mundo. Cada expresión que salía de su boca iba cargada de picardía. Por ejemplo: según ella, olía a pescado porque, de tanto limpiar las escamas y ponerlo a secar, el olor se había impregnado en su piel. Sonriendo, afirmaba que era una nueva fragancia de colonia y que si la comerciara, se haría rica.

De pequeña, colgaba cantidad de pescado al sol y se le llamaba jareas. Me explicó que las jareas son todo tipo de pescados (salemas, viejas, y tollos) que se ponen a secar durante cuatro días. Previamente, se sala con agua de mar y se orea o jarea (esto es, secarse al sol) durante ese tiempo. Ella decía preferir el campo al trabajo en la mar porque algún que otro familiar perdió la vida en el océano.

A mi abuela le encantan las flores y, de todo cuanto hay en la huerta, siempre el abuelo le trae algunas a Joaquina, que es como se llama ella. La verdad es que mis abuelos lo son todo para mí.

Ellos se conocieron en esos bailes de antes en los que un grupo con laúdes, timples y guitarras tocaban cuando los dueños de las casas quitaban los escasos muebles. Joaquina decía que el abuelo siempre fue un zalamero y embaucador porque conquistaba con la sonrisa y esos ojos azules. Tenía muchas pretendientas, pero ella lo hizo rabiar ignorándolo. Cuando fue a pedirle la mano a su madre para bailar, ella le dijo que con aquel no bailaba, porque era un pillo.

Que te digan que no, en muchas ocasiones hace salir de ti la capacidad y la fuerza necesaria para alcanzar lo prohibido. Lo cierto es que al abuelo le hirió el orgullo ser rechazado y con ese desplante, sin darse cuenta, fue presa de la táctica de la abuela. Ella dice entre risas que las mujeres tienen trucos para hacer caer rendido a cualquier hombre. No sé cuáles serán esas técnicas, pero la verdad es que aquel desplante fue fundamental para que ellos se terminaran casando.

El abuelo, por el contrario, cuenta que la abuela era una mojigata, que no tenía pretendiente alguno, que lo único que tenía bonito era la sonrisa y los ojos verdes. También dice que si no fuera por él ella estaría vistiendo santos (al parecer esta expresión se aplicaba a las mujeres cuando no se casaban).

La abuela era medio morena, aunque siempre se tapaba para no coger sol. Fíjate cómo han cambiado las cosas, que antiguamente tener la piel blanca era signo de finura y distinción, puesto que las mujeres de familias de dinero no hacían trabajos en el campo o la mar y su piel era blanquecina. ¡Quién viera a esa gente de antes hoy en día!, las lenguas se les caerían a pedazos hablando de cómo se pasan horas y horas al sol sin la parte superior de sus bikinis. Hacemos todo lo contrario y estamos todo el día como lagartos tumbados en la playa para coger sol y ponernos lo más moreno posible.

Nuestro pueblo ha crecido tanto en los últimos años que ya poco guarda de la vida rural que describen ellos. Seguían existiendo huertas, pero las personas habían dejado sus casas de la zona alta y habían emigrado a la costa. También el pueblo había sufrido la llegada de mucha gente que había comprado y hecho del lugar su segunda residencia o, huyendo de Santa Cruz y La Laguna, habían fijado su residencia allí, buscando las buenas temperaturas junto a la orilla del mar.

De la pesca poco quedaba y el muelle era compartido por embarcaciones de ocio y recreo. Los abuelos decían que ya nada quedaba de la vida de antes y, aunque lo contaban con añoranza, la abuela le soltaba: «¡Cállate, viejo loco! Gracias a los guiris[6] no estamos pasando miseria». Y es que la abuela habla de aquellos tiempos donde comer, lo que se dice comer era llevarse a la boca unas papas guisadas con cebollas y las pocas jareas que no se vendían. «Cuando intercambiaban unas jareas por una gallina o un trozo de carne, veían el cielo abierto», decía sonriendo. Antes todas las familias tenían animales en casa y, tras la matanza, su carne se almacenaba en bidones con sal para ser comida durante el año. Por eso me dice que jamás trate mal a un turista, porque gracias a ellos tenemos la vida tan próspera que llevamos.

Por la calle la gente siempre me señala, y es que soy producto de una historia familiar diferente. Mis abuelos me han enseñado a aceptar mi historia y a no resolver las ofensas a golpe de puñetazo como solía hacer cuando era un mocoso. Te cuento, para que conozcas algo más de mí, que mis padres eran toxicómanos y en muchas de esas peleas habituales entre ellos se insultaban y se pegaban mutuamente. En palabras de la abuela: «casa donde se pierde el respeto, casa que se destruye». Su hija, mi madre, se llamaba Candelaria y siempre fue una chiquilla alocada. Nunca escuchó los consejos que le dio, jamás hizo caso alguno porque todo se lo tomaba como que mis abuelos estaban contra ella.

Al igual que yo, mi madre era muy despierta y en la escuela aprendía con facilidad, aunque era una niña tímida y poco habladora. Un día todo cambió porque se metieron en el pueblo las drogas y aquella niña tímida se transformó y, si bien no dejó de ser dulce con la abuela, continuamente tenían intercambios fuertes de palabras. La abuela dice que el abuelo nunca quiso ponerle una mano encima, pero que ella le dio unas cuantas nalgadas y algún cachetón que otro porque la llegó a empujar. El primer y único cachetón de la abuela, dice entre lloros, fue el más doloroso de su vida. En ese momento, sintió que la había perdido.

Mi madre se enamoró locamente de mi padre, César, uno de aquellos chicos con tan buen corazón a los que las drogas habían transformado. Él traía la droga al pueblo y, casi sin darse cuenta, a la segunda noche que faltó a dormir en casa, mi madre apareció embarazada. Fue un disgusto muy grande para los abuelos.

A los dos años de nacer yo, ella llegó un día con unos moratones en el rostro. La abuela dice que la violencia destruye todo y me jura que ambos se pegaban continuamente. En una ocasión, el que era mi padre llegó con cortes en la ropa y en la piel. Por lo visto, mi madre se los había hecho y ella no lo negaba. La abuela decía que su hija era muy celosa y que, junto a las drogas y el alcohol, se terminó de convertir en un ser oscuro.

La abuela sabía que tarde o temprano todo acabaría mal y sentía tristeza por mí. Todo empezó a cambiar cuando la asistenta social amenazó a mis padres. Les advirtió que, si no cambiaban o me entregaban a los abuelos, les quitarían la custodia y me entregarían a otra familia. Fue entonces cuando los abuelos se hicieron cargo de mí.

Un día, en medio de aquel descontrol de drogas, alcohol y agresiones, el coche en el que viajaban se precipitó por un barranco y murieron. Yo tenía escasamente tres años. Solo puedo decir que pocos recuerdos me quedan de ellos, junto con algunas fotos y las palabras de mis abuelos, que afirman que ambos me querían, pero que las drogas transforman a las personas.

Mi historia siempre ha sido el blanco de muchas conversaciones, centro de burlas y siempre a mi paso se creaban cuchicheos y yo oía murmullos. El primer puñetazo que di a alguien fue cuando me dijeron por primera vez que debía haber muerto con mis padres, porque llegaría a ser lo mismo que ellos: una mierda. La ira me embargó y, movido por la locura, le reventé la nariz a aquel muchacho.

Mi vida no ha sido fácil, puesto que continuamente he recibido desprecios e insultos y durante mucho tiempo reaccioné sin cordura alguna. Sé que no debería ser así, pero lo cierto es que durante años todos esos comentarios, miradas, dedos acusadores me afectaban profundamente y me herían. Solo tenía deseos de que sufrieran en carne propia el dolor que yo sentía cuando me trataban así. Decidí ponerme en contra de los malos y hacer guerra continua contra todos ellos. Había decidido ser un diablo, como decía mi abuela, que lloraba amargamente. Hasta que un día, con nueve años, la cosa empezó a cambiar.

Antes hubo mil historias, aunque muchas de ellas se pueden designar como ruindades. Salíamos por el pueblo y hacíamos peleas entre casetas de morros o piedras. En las piteras[7] había unas vainas que nosotros llamábamos pitangas y, cuando estaban verdes, nos las tirábamos unos a otros. En una ocasión, uno de mi equipo tiró a la otra caseta y le dio a otro niño en un ojo con tan mala suerte que casi lo pierde. Pero, ¿adivinas a quién le echaron la culpa? Pues al que siempre le achacaban todas las ruindades. La madre de este muchacho vino encolerizada a por mí amenazando con que, si perdía el ojo, llevaría a los abuelos a la cárcel. Yo no pude callar y le solté que le preguntara a su hijo, que yo no había sido porque estaba en el mismo equipo que él. Viendo que podía ser verdad, me respondió que seguro que había sido culpa mía por haber inventado aquel juego tan peligroso.

Mi abuela no ganaba para disgustos. Pedro, el abuelo, por el contrario, estaba más tranquilo. Esa pequeña colleja que me daba quería expresar lo mismo, pero sin tanto alarmismo. Por aquel tiempo la yaya empezó a palidecer y se le cayó aquel pelo negro tupido. Yo no entendía nada y escuché  decir a la chismosa de la vecina: «Si el tratamiento no funciona, morirá». En un primer momento, no comprendía nada y seguía con mis trastadas, hasta que un día la ingresaron en el hospital. No la podía ver y, cuando el abuelo la visitaba, me quedaba en casa de otra vecina que era muy buena conmigo.

El día que la dejaron salir quise acompañar al abuelo y cuando ambos llegaban a la puerta del hospital, salí volando con los brazos abiertos. Ella me abrazó y me besó con tanta ternura que curó mi alma. Llorando, le pedí a la abuela:

—¡Abuela, no te mueras!

—Solo con una condición —dijo entre lágrimas—. Prometo luchar por vivir muchos años si empiezas a cambiar: se acabaron las peleas y las riñas, porque necesito tranquilidad para tener salud.

Y así fue. Quien no supiera la historia pensaría que me estaban medicando con ansiolíticos o algún extraño medicamento. Las profes, porque mayoritariamente eran mujeres, me sacaban de clase y me preguntaban si me encontraba bien. Pasaron las semanas y me tocaban el pelo o me ponían la mano en el hombro en señal de cariño. Un día, sonriendo, la maestra de Religión, seño Soco, como la llamábamos, dijo unas palabras que me hicieron sentir identificado. En voz alta ante mis compañeros afirmó que yo era como el Ave Fénix en la mitología griega, un ave que desprendía fuego y que renacía de sus cenizas, que había que matar lo viejo para dar paso a una nueva vida de luz. Ahí surgió en mí el deseo por tatuarme aquella ave mitológica en alguna parte del cuerpo y tal vez también una cruz. Al final, toda la devoción de mi abuela me había marcado.


[4]. Sachar, asachar, asechar: verbo transitivo Acollar. Recubrir con tierra el pie de las plantas, mover. La tierra con el sacho.

[5]. Las ristras son trenzados de ajos, cebolla o pimientas que se hacen para conservarlas y están unidas unas a otras formando una especie de ramo o manojo.

[6]. Término que se usa en Canarias para referirse a los turistas extranjeros.

[7]. Plantas enormes con un pico al final y llenas de espinas por los lados. En el centro, sale una espiga robusta floral conocida como maguén, de la que salían tras las flores una especie de capullo que contenía las semillas.




Cap. 1

LA PANDILLA DEL AVE FÉNIX

Parece ser que los acontecimientos en la historia se repiten, eso decía mi abuelo Pedro. Es como si en la historia de la humanidad nada ocurriera en estos tiempos como novedad, sino que el ser humano sigue teniendo los mismos problemas, ansias y deseos.

Sentarte junto al yayo era como asistir a clases de historia. En épocas pasadas no todas las personas tenían la oportunidad de asistir a la escuela y eso le ocurrió a él. Si algo he aprendido de esta pandemia producida por la Covid es que soy un afortunado por criarme junto a mi abuelo, porque sin salir de casa he viajado en el tiempo a través de infinidad de historias. Tener el calor del hogar es lo más importante de la vida. También en esta pandemia he jugado menos a la consola, cosa que hasta a mí me sorprende, y sé un poco más de la vida, gracias a mis mayores.

¡Uy, qué despiste: que no me he presentado!

Mi nombre es Acaimo. Soy uno de esos que llaman hoy en día un ‘pinta’ porque lo que es estudiar, estudiar… hago lo justo y alguna que otra vez la lío en clase. Por el contrario, soy de esos que tienen bastante memoria y termino aprobando todo, mientras que los que en ocasiones me ríen las gracias no sacan ni una. En el fondo, me alegro de que les ocurra eso para que no sean tontos dejándose llevar por el primer espabilado que aparece.

Creo que hasta para ser ruin y acabado, como me decían muchos, había que tener estilo. Soy un rebelde, pero no tengo mal fondo. Al menos eso dicen los demás de mí.

Muchos han buscado en mi persona el líder para fastidiar o hacer daño a los demás, pero se han llevado un chasco porque, aunque me gusta hacer trastadas, no soy de los que se ensañan en hacer daño a las personas. Siempre fui defensor de los tímidos, de los cuales se burlaban todos, bien por sus defectos físicos e incluso por miedo a fallar, o bien por, incluso por si los chicos o las chicas eran más afeminados o machonas, como decían los tontos de mis compañeros. Me considero un defensor de las injusticias cual Robin Hood en pos de los más desfavorecidos.

Estas formas de actuar hacían que entre los profesores o en el pueblo no fuera considerado de lo peor. Me señalaban porque no salía de un problema para meterme en otro y los castigos se sucedían en la escuela.

Contaba con la admiración de todas las chicas pero, especialmente, de las personas más inseguras y tímidas porque todos ellos no veían en mí a un enemigo sino un baluarte de protección frente a aquellos que sí se metían con ellos por su forma de ser.

¿Y por qué esa defensa a los más desfavorecidos? Me encantaban los cómics y las películas de superhéroes. Era un devorador de cómics de Superman, Spiderman, Thor…; en definitiva, de todo el universo Marvel. El otro motivo que me vinculaba a esa forma de ser y de actuar es que mi abuela era muy piadosa y devota. Rezaba con bastante frecuencia y tenía estampas de santos por todos lados. Si en vez de postales religiosas fueran billetes de cincuenta euros, diría que éramos multimillonarios dada la cantidad que había por toda la casa. De entre ese sinfín de advocaciones de la Virgen, claro está, destacaba la Virgen de Candelaria, que era la que estaba en nuestro pueblo. Entre los santos, a los que más cariño les tenía era al Hermano Pedro[1] y a José Gregorio,[2] el santo venezolano que el papa Francisco había elevado a los altares no hacía mucho tiempo. No es que yo sea muy santurrón para enterarme de todos estos acontecimientos, pero es que mi abuela, si me apuran, era la número uno en la parroquia. Más de una vez terminaba yendo a misa con ella para verla feliz porque siempre, al salir, me caía alguna bolsa de golosinas. Bueno, el sacrificio de ir a misa tenía su recompensa. Tampoco puedo decir que me aburriera, porque allí estaba casi medio pueblo. Las misas eran divertidas porque el cura era enrollado y había un grupo de gente que tocaba la guitarra y cantaba.

No puedo dejar de pensar en las risas de mi abuela al entrar a la iglesia cuando cogía agua bendita en la pila y me bañaba casi de arriba abajo, al mismo tiempo que decía: «A ver si sale el diablillo que tienes dentro». Acto seguido, se persignaba y decía: «¡Ay, Señor!, dame salud y paciencia para criar a este muchacho». Este rito se repetía cada vez que la acompañaba a misa, pero nunca vi en ello maldad alguna porque lo hacía con tanta gracia, unido a una carcajada y un beso por donde me pillara.

Como iba diciendo, lo del hermano Pedro para la abuela era locura. Por eso, en numerosas ocasiones hemos ido a su cueva en El Médano y a su pueblo natal, que es Vilaflor. Dicen que es el pueblo más alto de España. Me llama la atención porque, siendo cabrero y sin que se le dieran mucho los estudios, llegó a ser una persona importante atendiendo a las personas más humildes en América. Era lo que decía mi abuelo: «Para llegar lejos, solo hay que tener buen corazón, la cabeza amueblada y valores». ¡Razón tenía el yayo!

Pero tanta devoción de mi abuela, unida al agua bendita, no siempre hacía salir el bichejo que llevaba dentro. En el instituto me han puesto medidas correctoras tres veces. Anteriormente, salí expulsado del cole en dos ocasiones, y en el instituto, donde llevo dos años, ya me han expulsado en una. No puedo decir la típica frase que repiten los padres o los compañeros del colegio sobre los profesores: «Me tienen manía». Mis castigos me los tengo merecidos y los del resto también, pero siempre usan esa frase para justificar lo que hacen mal. Luego, algunos padres creen tener como hijos a auténticos santos y eso está muy alejado de la realidad. Yo lo reconozco, era un chinijo[3] más ruin que una mierda de perro.

Digamos que en el mundillo de las trastadas soy el típico que las hace, pero al que pocas veces o casi nunca lo pillan con las manos en la masa. Esos atontados, como llamo yo a todos los que tratan de imitar o unirse a mis fechorías, son los que terminan siendo culpables; aunque ya los profesores me tienen pillado el truco. Sin embargo, nada pueden demostrar y la mayor parte de sus miradas son de condenas amenazantes: «¡Ya te pillaremos!».

Por otro lado, tengo el mayor grupo de abogados defensores, y es que los buenos, los empollones del cole, dan la vida por defenderme. Esto hace que escape a castigos porque los profesores terminan cediendo a los alegatos de defensa de los tímidos de la clase; en definitiva, de los que mejor comportamiento tienen. Pero de la última trastada aprendí una lección que jamás olvidaré. Pero eso te lo cuento luego.


 

[1]. Pedro de San José Betancur es el primer santo canario reconocido por la Iglesia católica. Nació en Vilaflor (Tenerife) en 1626 y murió en Guatemala en 1667. Es más conocido como el hermano Pedro. Fue un religioso terciario franciscano y misionero español, fundador de la Orden de los Betlemitas. Fue el fundador del primer hospital de convalecientes y de la primera escuela popular para niños y adultos. En el marco de la América hispana del siglo XVII es considerado uno de los personajes históricos más importantes de Canarias y Guatemala. Realizó una gran labor humana y social en el país centroamericano, atendiendo a los más desamparados y necesitados.

[2]. Beato José Gregorio. Este médico venezolano fue conocido en vida por su bondad, rectitud y fervorosa dedicación a aliviar el sufrimiento humano. Se preparó con profundidad en las áreas de Microbiología, Histología Normal, Patología, Bacteriología y Fisiología Experimental. A su regreso de Francia, fue nombrado profesor de la primera Cátedra de Bacteriología en América del Sur. Se dedicó a la docencia, el ejercicio profesional y la práctica religiosa. Por esta razón, fue profesor desde 1891 hasta 1916. Se distinguió por su fe inquebrantable, su castidad perfecta, su humildad y sencillez profunda, su excelencia profesional, su tierna devoción a la Virgen y su gran amor a Dios y al prójimo. En dos oportunidades quiso hacerse sacerdote, pero su condición física resultó su mayor impedimento. Los venezolanos lo veneran por sus virtudes como médico y por su vocación religiosa. Por esta razón, desde hace varios años se le atribuyen varios milagros y curaciones. Sus restos se encuentran en el templo de la Parroquia de la Candelaria.

[3]. El término ‘chinijo’ significa «pequeño» y es propio del léxico de Lanzarote, donde se usa para referirse con ternura a los niños pequeños. Por otro lado, el archipiélago chinijo es un conjunto de islas situado al noreste de las Islas Canarias y está compuesto por la isla de La Graciosa y los islotes de Alegranza, Montaña Clara y los Roques del Este y Oeste. Pertenecen al municipio lanzaroteño de Teguise y están incluidos en la reserva marina más grande de la Unión Europea.




DRAMATIS PERSONAE

DRAMATIS PERSONAE

 La pandilla del ave fénix

  • Acaimo. Es el protagonista de la historia. Un luchador lleno de dificultades que te ganará el corazón.
  • Gara. La chica sorpresiva por sus reacciones. Inteligente y con carácter.
  • Moneiba. La chica gótica. Amante del negro. Es morena de piel, le encanta la fotografía.
  • Ico. Es una chica deportista, alta y rubia.
  • Tanausú. Es un chico valiente con una historia de travesía en el mar.
  • Doramas. Sin complejos y con capacidad de hacerse un hueco gracias a sus cualidades.

Otros personajes

  • Pedro y Joaquina. Abuelos de Acaimo.
  • César y Candelaria. Padres de Acaimo
  • Seña Nicolasa. Vecina de Acaimo.
  • Seño Soco y seño Cristi. Profesoras de Religión y Matemáticas.
  • Auxiliadora e Isidro. Abuelos de Tanausú.
  • Martín y Pablo. Guardias civiles.

 Temas de interés en la novela

  • Leyendas y costumbres aborígenes en Canarias. Topónimos y nombres aborígenes canarios.
  • Tradiciones y vida del campesino canario.
  • Epidemias en Tenerife en los siglos XVIII-XIX.
  • Aluvión 1826.
  • Recursos hídricos y la vida ligada al agua en Tenerife y Canarias.
  • Pandemia Covid 2020-2021.
  • La identidad de género, la violencia en el hogar y machista. La drogadicción, el acoso en la escuela.
  • Los valores del respeto, el esfuerzo en los estudios, el no juzgar y la aceptación del otro.

Lugares y personas citadas

  • Candelaria. Frailes dominicos-convento-imagen de La Candelaria. Cabo de artillería y su familia, la vida rural.
  • Adeje. Juan Bautista de Aponte y obispo de la Diócesis de Tenerife.
  • Fasnia. La vida rural e hídrica de un pueblo, elementos prehispánicos. Guardias civiles, alcalde y cura párroco del pueblo. Rosa, la repostera.