Páginas 26-29

—Irina, ¿qué pasa? —preguntó la madre desde la cocina—. ¿Ocurre algo?

—Un bicho, mamá. Solo era un bicho.

—Vaya, gracias por lo de bicho —dijo Gara—. Toda la noche currando para la señorita y solo se le ocurre compararme con un bicho.

—Mi niña, ¡vaya susto me diste! Lo siento. Y eso de trabajando toda la noche para mí… ¿te tocó guardia o algo?

—Menos vacilones que cojo la línea del tiempo y me regreso a la cumbre. Y ahí te quedas con tu San Benito.

—Vale más que cojas la línea 1 y te vayas a Las Canteras, que hace mejor tiempo… Y, que yo sepa, no es santo mi Don Benito.

—Pues vístete y ponte los auriculares, que te voy a hablar a través de ellos. Memoriza todo porque no estoy para repetir. Y tú tampoco deberías repetir… curso, ¡ja, ja, ja! Y procura no hablarme si no quieres que te hagan un control antidrogas. Recuerda que tú eres la única que tiene el privilegio de verme. Y a ver cómo lo hacemos con Manuela… ¡No le puedes contar nada de nuestros viajes, recuerda!

—De acuerdo, eso déjamelo a mí. Pero cuén- tame cómo has conseguido la información, porfi. De noche está todo cerrado y…

—Pues tocando el timbre a la altura de Don Benito Pérez Galdós, mi niña. ¿Siglo XIX, dices? Y también

parte del XX, monada. ¿Te acuerdas de la magia de nuestros viajes? ¿O ya eres mayor para esas cosas? Bueno, Iri, ahora calladita y no me interrumpas.

»Finales de mayo de 1843. Paso por delante de la iglesia de San Francisco y veo a un montón de gente saliendo de ella. Acaban de bautizar a un niño al que le han puesto de nombre Benito María de los Dolores.

»Su madre, María de los Dolores Galdós, lo lleva en brazos, maravillosamente vestido de blanco con un faldón reluciente hecho de barbilla. Un montón de chiquillos de todas las edades viene detrás de ella. Y es que el pequeño es el más chico de diez herma- nos. Su padre, Sebastián, trata de que mantengan la calma como buen coronel del ejército que es.

»Las campanas suenan armoniosas y dulces. Y sus hermosos sonidos acallan, a ratos, las voces felices de los nueve hermanos de Benito y también las de sus primos. Ya de mayor, Don Benito dijo que dis- tinguiría el son de aquellas campanas entre cien que tocasen a un tiempo.

—Me parece que lo estoy oyendo decir eso, Gara. Seguro que la nostalgia por haber dejado atrás su ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, no lo abandonó nunca.

—Ya veremos, Irina. Todavía no lo tengo muy claro. Pero lo que sí aprendí en el archivo histórico, por donde te podrías pasar alguna vez, es que cuando Don Benito nació, la ciudad se llamaba Las Palmas, sin lo de ‘de Gran Canaria’. Por no meter la pata, Irina, digo yo…

—Pues gracias, amiga. Pero yo sin magia también puedo aportar algo: acabó el bachiller y se examinó para obtener el certificado en Tenerife porque aquí no había instituto público. Lo hizo por Bellas Artes porque era un grandísimo dibujante.

»Sin tener veinte años ya publicaba poesías satí- ricas, ensayos y cuentos en la prensa canaria. Escri- bió cerca de cien novelas, casi treinta obras de teatro, cuentos, artículos en prensa y ensayos. Su memoria y su inteligencia eran… ¡casi como las mías!

—Sí, claro, ¿ytuestatua? Hablarécon Don Benito.

¡Bájate, Benito, que sube Irina!

—Algún día, amiga. Algún día, ¡ja, ja, ja! ¿Y cuándo abandonó la isla y por qué? ¿Sabes algo de eso?

—Pues resulta que llegó a su casa una primita llamada Sisita de quien dicen que se enamoró el joven Benito. ¿Y qué hizo su madre?, pues echarlo para Madrid para apartarlo de aquella relación.

—¡Pobre Benito! ¡Y pobre Sisita! ¡Y así acabó la relacioncita! ¡Ja, ja, ja!

—Pues sí. Y no te rías, que parece que no lo pasó muy bien. Se fue para Madrid a estudiar Derecho, pero eran más las veces que no iba que las que iba a clase a la universidad. Le gustaba echarse a las calles y observar la vida diaria, ruidosa y diligente de aquella ciudad que lo acogió. Bueno, quien lo acogió, porque estaba en la pensión cuando llegó fue su amigo Fer- nando León y Castillo, también canario.

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—¡La calle que pasa por delante de la Plaza de la Feria! ¡Qué casualidad! Bueno, que me parezco a Marco. Ya sé que antes era el señor y después la calle… ¡Pues vaya, no debe de ser muy malo perderse clases si lo hizo el tan afamado escritor…!

—¡Ay, Irina, qué simple eres! A veces parece que la evolución se olvidó de ti. ¡Vamos, que te dejó atrás! En fin, ¡a lo nuestro! León y Castillo, pues también sé algo de él. En el archivo histórico me informé. Fue abogado, político y embajador de España en Francia.

»Cuando reinó Alfonso XII, lo nombró ministro de Ultramar y de la Gobernación cuando fue regente María Cristina, madre de Alfonso XIII, quien solo era un niño cuando accedió al trono. Por eso gobernó sumamáuntiempo. Lapropia María Cristinacreóun marquesado para Fernando por su labor. Lo nombró marqués del Muni, un lugar en Guinea cuando esta era española.

»Nació en Telde en 1842 y murió en Francia. Fue miembro de la Real Academia de Ciencias, ¡Morales y Políticas!, y estudió Derecho. En 1992 fue nombrado hijo predilecto de Gran Canaria a título póstumo y… que sepas que la Plaza de la Feria, como tú la llamas, tiene otro nombre. El oficial, por así decirlo. Se llama Plaza del Ingeniero León y Castillo. ¡Este dato es para que te eches el pisto un pizco…! Así, Don Benito está en la plaza de su amigo, como acogiéndolo de la misma forma que lo hizo él cuando llegó a Madrid.

—¿Sí?, ¡qué chulada de descubrimiento, Gara! Aunque creo que ese dato lo he leído ya en algún lado.

—¿Sí?, ¡pues no! ¡Qué chulilla! ¡Ja, ja, ja! ¡No te puedes tragar todo lo que te dicen sin antes investi- gar, pequeña Irina! La Plaza de la Feria se llama Plaza del Ingeniero Juan de León y Castillo, hermano de Fernando. Por tanto, Don Benito está en la plaza del hermano de Fernando, así todo queda en familia…

—¡Para, para…! Me tienes la cabeza loca. ¡Y no te permito que me vaciles más! En fin… No, no te enfades, de verdad que te agradezco todo lo que estás ayudando en mi tarea. Pero no sé… Algo me ronda la cabeza y no tengo palabras…

—¡Pues compra un diccionario! O, mejor, un cuento de Galdós que se llama La conjuración de las palabras, y verás qué divertidas son. ¿Qué es eso de que no tienes palabras? Hay que leer, Irina, hay que leer más. La falta de vocabulario es un mal que está muy mal… ¡Y mientras más leas menos te engaña-

ran! ¡Ja, ja, ja! ¡Y más libre serás!

—¡Madre mía, si sumo las broncas de mi madre conlasdelaseño María Dolores, nollegamosalasque tú me estás echando encima a cuenta de Don Benito! Pero sigamos, que no acabo hoy. No te enfades, pero todo lo que hemos ido recopilando hasta ahora no saca a Don Benito del lugar que muchos le han adju- dicado. ¿Te acuerdas? ¿Lo de que se sacudió el polvo de sus zapatos? ¡Y a mí me da tanta pena! Uno de los mejores novelistas del mundo no pudo haber quitado de sus entendederas el lugar en el que nació… No sé. Vamos a investigar a ver qué nos sale.

»Y vamos… digo, voy a quedar con Manuela porque me da que trabaja menos que el sastre de Tarzán. En clase se mueve más la estantería que ella.

¡Vaya personaje, siempre callada y fijándose en todo! Parece un búho. Puede estar enroscada en la silla horas y horas sin moverse y sin hablar, que es todavía peor. A ver, a ver qué le mando hacer.

—Pues te tengo que dar la razón. No solo hay que buscar información, sino leer entre líneas. ¿No es eso? A investigar se ha dicho. Ah, y con respecto a Manuela… ¿no dices que sabe pintar y tocar el piano? Pues que investigue esas facetas de Don Benito, que a él se le daban bien esas otras discipli- nas artísticas.

—De acuerdo. También sabemos que, aparte de escritor, dibujante, constructor de maquetas y músico, Don Benito fue político. Vamos a ver si hay referencias a su tierra por ahí, porque en sus novelas… parece que no hay ninguna, y ¡mira que escribió! Pero claro, Gara, salió a la fuerza porque su madre así lo decidió y dejó atrás a Sisita. Se iría con mucho coraje, digo yo…

—Sí, pero eso no es científicamente demostrable.

—¡Vaya con Einstein! El amor no es ciencia, amiga Gara. Tú tal vez no sepas de eso.

—Puede, pero veo que tú estás muy puesta. ¿No estarás enamorada? ¡Irina tiene novio! ¿Te acuerdas del pastor de Risco Caído, aquel niño que tanto te gustaba hace unos veranos? ¡Irina tiene novio!

—Calla, que te pueden oír. ¡Esto… yo…! Sí, no…

¡No tengo novio! Y vamos a dividirnos el trabajo, que la tarea tiene plazos y, por lo que veo, muchas piedras en el camino.

—Como el amor, Irina, como el amor… ¿Ves como yo también conozco?

Irina se fue a la Biblioteca Pública, portátil en mano, donde había quedado con Manuela. Se sentó a espe- rarla cerca de una ventana por la que podía observar ese océano que surcó Don Benito para dejar atrás la isla. La niña estaba dispuesta a entender a ese hombre. La pena que sentía le dolía en el alma. ¡No podía ser que se fuera y se olvidara de su tierra! ¡No podía ser!

Encendió el ordenador y empezó a leer todo lo que se ponía delante de su vista que tuviera que ver con el escritor. Manuela llegó cargada de libros y, con ese andar desgarbado fruto de su elevada estatura, se puso al lado de Irina. Esta se sobresaltó.

—Chacha, ¡qué susto! Eres más sigilosa que la Pantera Rosa. Siéntate, anda, que me da tortícolis mirar para arriba. ¿Qué traes ahí?

—Perdón. Traigo libros de dibujos de Galdós.

—Vale, vale, no hables tanto que me dislocas. Y siéntate derecha, muchacha, que pareces una culebra.

Páginas 48-49

»¡Yas, Gara, si vieras a Manu en clase! Porque tienes que verla, ya que oírla… Y en el recreo parece un espía de la CIA: mirando, mirando y sola. Pero no se le ve triste, ¡qué va! Es muy rarita. Fíjate que no va algún día a clase y ni le ponen falta porque no lo notamos. Y es que a menudo está enferma: padece de alergias y migrañasMigrañas La migraña es un dolor de cabeza que puede causar un dolor pulsátil intenso o una sensación pulsante generalmente de un solo lado.. ¡No será de hablar…! ¡ja, ja, ja!

—Chacha, mira que eres cotilla. Y Manuela creo que, con lo que le rodea, para hablar de boberías, mejor se calla. Pero sigamos a lo nuestro, que desde que encuentras un charco te bañas… Hablando de la relación de Galdós con su tierra a través de su faceta de dibujante… ¿Entonces?, ¿de qué nos quejamos?

¿Nos olvidó? Está claro que no. Creo que sus recuerdos siempre estaban envueltos en Canarias, pero hay que ponerse en su lugar… —dijo Gara a la vez que ponía cara de estar dándole vueltas a algo importante.

—¿Qué, Gara? ¿En tranceTrance Trance: Momento critico y decisivo por donde pasa alguien.? ¿Qué desayunaste? Se te ve cara de tener una buena pedrada. Habla ya o calla para siempre.

Y es que la indígena fijó su mirada en el punto por donde han de transitar todos los pensamientos que pasan volando, y ella no quería perder el hilo y que escaparan al mundo de las ideas sin aprovechar.

De pronto, se volvió hacia su amiga, le cerró el ordenador, guardó todo en la mochila y la cogió de la mano con brusquedad arrastrándola por la biblio- teca, ya vacía por ser la última hora del viernes.

—Irina, cogemos la guagua y nos vamos a ver a Don Benito. Allí te voy a explicar algo. Localiza a Manuela para que se acerque. O mejor, yo te lo cuento y tú te las entiendes con ella. Por no meter la pata con lo nuestro. ¡Venga, ligerita! ¡Espabila!

—¡Misericordia, doña Perfecta! ¡Ten misericordia de esta pobre Fortunata! ¡No me des tormento!

¡Chacha, que yo también manejo fleje!

—Investigación y espíritu crítico. Investigación, pequeña Irina.

—Madre mía. Con el CNI hemos topado. Y lo de pequeña… En fin. Al grano.

—Esta, nuestra ciudad, desde su fundación por aquellos que vinieron de fuera, no creas que cambió mucho desde el siglo XV. En la época de nuestro amigo Don Benito tendría unos quince mil habi- tantes y estaba formada por dos barrios, Vegueta y Triana, amurallados y comunicados por dos puentes que cruzaban el hermoso barranco Guiniguada, que hoy, en su timidez, yace bajo el asfalto. O mejor, por vergüenza de lo que tu generación ha hecho.

—Bueno, Gara, coge surco que hoy ese no es el tema.

—De acuerdo, ¡pero es que me da mucha rabia! Bueno, no me mires así. Sigo: sus calles estaban ilu- minadas por faroles de aceite y había pilares públi- cos. No había luz eléctrica, ni institutos públicos, ni teatros, ni bibliotecas, ni carruajes por las calles, ni visos de progreso. Sí que había muchos conventos, iglesias y ermitas, eso sí.

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»Por otro lado, Galdós llegó a Madrid y se encon- tró un mundo de cambios políticos mareante. Así, un chico que salía de esa ciudad que te he descrito entra en la villa y corte, capital de una España zaran- deada de lado a lado. Y es testigo del SexenioSexenio Sexenio: Periodo de 6 años. Revo- lucionario, la conspiración y las revueltas que aca- barían con el reinado de Isabel II para dar paso al gobierno provisional del general Serrano.

»Presenció el cortejo fúnebre del general Prim, asesi- nado en 1870, la llegada al trono de Amadeo de Saboya y su posterior abdicación, la Primera República…

—Calla, calla… ¡Ya! No puedo asimilar tanta información. Mi serenidad cotidiana no puede con este tiovivo de hechos…

—Vaya, ¿pues no te me pareciste a Don Benito?

«Mi serenidad cotidiana», ¡madre mía…! Pues eso mismo pudo haberle ocurrido a un Galdós que, encima, resultó ser un hombre comprometido a más no poder —concluyó Gara como quien resuelve un complejo crucigrama.

—Claro, allí tanto y en Canarias tan poco

—resumió Irina.

—Eso tampoco es justo. Pensemos… Lo que creo que ocurrió es que empezó a ver y a transcribir la vida en papel. Su obra, de un realismo a lo bestia, pasó a lo nacional para convertirse, con el paso de los años,

en universal. Él escribía lo que veía. Como un perio- dista, pero con estilo novelístico. Fue para estudiar Leyes y su pasión hizo que las leyes naturales lo aca- pararan. El naturalismo, lo cotidiano, lo cercano…

—Madre mía, Gara. La indígena enseñándome acerca de Pérez Galdós y seguro que sin haber leído nada de sus novelas. Y este rollo último que me has endilgado de sopetónSopetón Sopetón: Sorpresa que causa un hecho que se produce de manera inesperada. y sin anestesia, ¿qué explica?

—preguntó Irina.

—¿Que qué explica? Te estás mostrando más corta que febrero. Pues tal vez el porqué no escri- bió sobre Canarias. Su misión literaria entró en otro ámbito. Y bien que podría haber hecho algo sobre Canarias, pero no lo hizo, ¿y eso explica que no qui- siera a los suyos? Pues no.

»Y un apunte que cubra un poco tu ignorancia, que no la mía. En 1862 se celebró la Exposición Provin- cial de Bellas Artes y nuestro Don Benito recibió una mención honorífica por su obra Boceto sobre un asunto de la historia de Gran Canaria sobre la conquista y ren- dición de la isla. ¡Me toca muy de cerca! ¿O no, listi- lla? Esto lo pillé de una hoja que Manuela se olvidó en la biblioteca. ¡Mira que sabe la calladita!

—¡Vaya si te toca de cerca, con los años que hace y lo mayor que tú eres… ja, ja, ja! Es bromita, compi. Sigamos con lo importante. ¡No es que lo tuyo no lo sea! Tienes razón en todo. Yo creo que sí quería a su tierra.

Páginas 53-54

»Fue víctima de una campaña de desprestigio que le arrebató el Premio Nobel de Literatura para el que fue nominado tres o cuatro veces. Su biografía fue tergiversada por sus coetáneosCoetáneos Coetáneo:[persona] Que vive en la misma época que otra persona o en la época en la que se produce un suceso que se menciona. y por la posterior dictadura de Franco, por los altos cargos de la Iglesia, la política y la sociedad isleña.

»Mucha lucha es la lucha contra la tiranía, el caciquismoCaciquismo Cacique: Persona que valiéndose de su influencia o riqueza interviene arbitraria o abusivamente en la política y administración de una comunidad., la incultura en la que estaba sumida la mayoría de la población y, sobre todo, el fanatismo religioso. No le perdonaron jamás lo que sobre ellos hablaba en sus novelas.

VICTORIA: Socialista… así se dice… la idea de apo- derarme de ti, invadiendo cautelosamente tu confianza, para repartir tus riquezas, dando lo que te sobra a los que nada tienen… para ordenar las cosas mejor de lo que están, nivelando, ¿sabes?, nivelando. CRUZ: (con violencia) Cállate; no me provoques… Si eso fuera verdad, tendría que exterminarte.

VICTORIA: Pues empieza ya tu exterminio…

de la loca de la casa

—Pues sí que voy estando de acuerdo con estas reflexiones. No sé si serán muy acertadas, pero a mí me valen para algo importante. Se me está borrando aquella pena de la que te hablé. Ahora solo siento pena por no haber descubierto antes a este señor que nació en mi ciudad y que es uno de los grandes genios de la literatura. Gara, nos hace falta mucho tiempo para desagraviarlo. Ya lo dijo Unamuno. ¿Te acuerdas de la estatua en Artenara?

—Sí, Irina. Y espero que tengas claro que primero fue el hombre…¡Pobre Marco, se me vino a la cabeza!

¡Ja, ja, ja!

—Pues eso, Gara. Unamuno, que en vida no se llevó demasiado bien con Don Benito, en fechas cercanas a la muerte de nuestro escritor dijo:

Leyendo su obra, nos daremos cuenta del bochorno que pesa sobre la España en que él ha muerto.

—No nos va a pasar. No lo creo. ¡Míralo! Parece que sonríe. Ya has empezado a poner las cosas en su sitio. Ahora la palabra, la misma que él usó de forma tan magistral, su palabra, es la que tiene que sonar a los cuatro vientos. Como las campanas de San Fran- cisco. Y cuando te pregunten por Don Benito y te digan que por qué sí, solo tendrás que decirles lo que le dijo a Enrique González Fiol en julio de 1910 con motivo de una entrevista: «¿De dónde es usted, Don Benito?».

¿Que de dónde soy? Pero hombre, si eso todo el mundo lo sabe, de Las Palmas.

 4 de enero de 2020