Capítulo 1

Noviembre había llegado con un calor propio del verano y sin ánimo de cambio. Irina había ido a la Biblioteca Insular a buscar información para hacer unas tareas del instituto. El trimestre estaba descargando sobre ella una presión que solo la Navidad podría aliviar. ¡Y quedaba tanto…!

Cuando llegó a la biblioteca, oyó hablar acerca de la manifestación que tendría lugar esa misma tarde y que iba a recorrer desde la Plaza de Santa Ana hasta la Delegación del Gobierno, atravesando la Plaza de las Ranas, Triana, el parque de San Telmo y León y Castillo hasta llegar a la Plaza de la Feria; así que, como las ganas de estudiar no eran tantas, decidió acercarse y participar en ella. Era 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, y la reivindicaciónReivindicación Reivindicar: reclamar como propia la realización o la autoría de una acción determinada. lo merecía.

Como se le había hecho un poco tarde, decidió caminar en paralelo por la Peregrina, Cano, Viera y Clavijo, Perojo… esperando sumarse a la manifestación y llegó a la Plaza de la Feria en el preciso instante en que lo hacía la misma. Entonces sonó su móvil.

—¡Ay, mi madre! —dijo Irina, ya que… era su madre. La muchacha olvidó contarle el cambio de planes y Margaret estaba esperándola en la Plaza de las Ranas.

—¡Tienes la cabeza en otro lado, Irina! ¿Que estás… en dónde? ¡Con el tráfico que hay! ¿Y ahora qué hago? ¿Cómo te voy a ir a buscar con lo de la manifestación? ¡Tú acabas conmigo! ¡Me vas a quitar del mundo!

«Y todo esto sin tartamudearTartamudear Tartamudear: Hablar con pronunciación entrecortada y repitiendo algunas sílabas y sonidos. ni respirar», pensó Irina.

—Mamá, es que pensé… la mani… la violencia de género…

—Pues pensaste mal y gracias a que soy pacífica porque si no te iba a explicar un par de cosas sobre violencia… Bueno, voy para allá. Tú cruza la plaza y espérame detrás de la estatua de Pérez Galdós. O mejor, en la Plaza de la ConcordiaConcordia Concordia: Acuerdo o armonía entre personas o cosas., que es más fácil aparcar… ¡La concordia…! ¡Que cuando te vea la vamos a necesitar…!

—¿Dónde dices? ¿Qué estatua? Ah, sí, esto que está en la plaza de… ¿de quién dijiste que era? ¿De Pérez qué más…? ¿Y qué es concordia?

—Tanto estudiar para naítanaíta Naíta: Vulgarmente es lo mismo que nada., mi niña. ¡Esto… la estatua es de Pérez Galdós! Vaya incultura… En fin, que me quedo sin batería. ¡Detrás de la estatua en diez minutos! ¡No, en la Plaza de la Concordia; y a ver si llego antes para comprarte un diccionario!

¡Porque vaya escasez de vocabulario, mi niña! ¡Tanto gastar en ti para esto!

—Pero ¿Pérez Galdós no es una calle?, ¿la de mi institu…

—¡Cambio y corto, que no quiero escuchar más estupideces!

Irina fijó sus ojos en la escultura de don Benito Pérez Galdós y se llevó en la retina aquella cabeza apoyada en un bastón, y se llevó en el alma un quebrantoQuebranto Quebrantar: Romper de forma violenta una cosa dura, especialmente sin que lleguen a separarse del todo sus partes. cercano a un dolor que no supo explicar. ¿Qué tenía aquella mirada?

Leyó las palabras escritas a sus pies… No entendía. Y esos ojos de bronce, y esas manos grandes…

¿Por qué le dolía? Tal vez fuera fruto de la bronca que su madre estaba a punto de endosarle, tal vez por lo que oyó a una de las manifestantes sobre que hoy mismo la brutalidad de género se había cobrado otra víctima, o tal vez…

Sacó el móvil y fotografió el texto que venía en el lateral de la escultura de aquel hombre que le pareció tan triste y solo:

Y como de la noche nace el claro día, de la opresión nace la libertad.

—Mamá, ¿por qué tiene que existir lo malo para que nazca lo bueno? ¿Quién es ese anciano triste de la Plaza de la Feria? ¿Por qué le pusieron su nombre a una calle, un instituto, un teatro…?

—Primero, un beso, muchacha. Y segundo, ¡no eres lista ni nada! Para evitar la bronca que te mereces, te subes al coche en plan Aristóteles, con esa filosofíaFilosofía Filosofía: Conjunto de reflexiones sobre la esencia, las propiedades, las causas y los efectos de las cosas naturales, especialmente sobre el hombre y el universo. que deja bastante que desear por otro lado. Anda, ponte el cinto que nos vamos. ¡No sé ni cómo accedí a que tuvieras móvil si para lo necesario no lo utilizas! ¡Ya me podrías haber dicho que no estabas en la biblioteca! ¡Tienes que pensar un poco en los demás, que estoy todo el santo día trabajando para que tú…!

—Mamá, ¿ese tal Pérez Galdós es canario? ¿A qué se dedicaba? ¿Y qué hizo para tener esa escultura tan grande en la Plaza de la Feria?

—Pero ¿tú me estás escuchando a mí o estás «de viaje», como sueles hacer? Para cambiar de conversación que te llamen. ¡Vaya con la filósofa! ¡Espero que en las notas del primer trimestre se vea reflejado lo espabilada que te has vuelto!

—¿Tú sabes algo de él?

Irina solo tenía pensamientos para Don Benito: aquella estatua, aquella frase… no se lo quitaba de la cabeza. ¡Y la pena…! Subió al coche y lo llenó de pena, oía a su madre pero veía al anciano, y otra vez la pena. Veía a su madre y en sus ojos creía leer la frase. No había merendado, ese podría ser el problema…

—Pérez Galdós es canario, de Gran Canaria, pero no se prodigó mucho por la isla —comenzó a contarle su madre—. Se fue a Madrid con diecinueve años y regresó solo cuatro o cinco veces para acá. Fue un grandísimo escritor según dicen. Nació en la calle del Cano y allí está su Casa-Museo. Se bautizó en la Iglesia de San Francisco y estudió en el colegio de San Agustín, en Vegueta. Más tarde viajó a Tenerife para pasar el examen de bachiller.

»Por lo que cuentan, se sacudió el polvo de sus zapatos; unos dicen que al llegar a Cádiz, y otros que en el Muelle de San Telmo, en 1862, cuando lo mandaron a estudiar a la Península. Otros dicen que lo hizo cuando regresaba a Madrid después de su último viaje a la isla, a finales del XIX, cuando tenía cincuenta y un años y ya era un escritor consagrado.

—¿Cómo es eso, mamá?

—Pues no sé. Como lo cuentan, te lo cuento. Parece ser que no quería saber nada de su tierra y hasta el polvo que pudiera tener de ella se lo quitó de encima. Bueno, de debajo, de los zapatos, ¡ja, ja, ja! Eso es lo que sé de Benito Pérez Galdós. Un madrileño más creo yo… Ah, y que en Schamann muchas calles tienen el nombre de algunas de sus novelas y personajes de ellas: Doña Perfecta, Mariucha, Pepe Rey, Pedro Infinito, Pío Coronado, Voluntad, Sor Simona… Y si quieres saber más, busca información, que hoy tienen todos los medios y no saben buscarse la vida. En mi época…

—¡No empieces, por favor, que esto es serio!—alzó la voz Irina—. ¡Ya está bien de comerme la bola! ¡Ya…! —soltó Irina de muy malas maneras.

Margaret se quedó pasmada con la salida de tono de su hija. No supo bien si darle un guantazo o un grito… No supo. Miró para ella, con sus bonitos ojos color miel, y vio los de su hija muy abiertos y llenos de lágrimas, y… no supo.

Llegaron a casa en silencio. La una todavía en shock por la salida de tono de la otra, que miraba sin mirar. Tal vez ni parpadeara en todo el camino.

Esa noche aquellas dos personas no hablaron más. No hubieran sabido ni qué contarse. Todo era muy raro. No era cotidiano, no.

Así acabó el día y el descanso nocturno se llenó de manifestación, escritores, barcos, calles que cobraban vida de novela y polvo en el camino. Mucho polvo…