Capítulo 4

Pablo Serrano fue el escultor que inmortalizó a Don Benito en la Plaza de la Feria. Este gran escultor quiso mostrar a un Galdós enérgico y observador a la vez que con un aire como ausente de la cotidianeidad. Lo que para Irina era penita bien pudiera ser la serenidad de la edad o su carácter introvertido, lo mismo que la niña Manuela.

Después de un bañito y una cena espectacular que Margaret, su mamá, le había preparado, se fue a dormir y a soñar con el hombre de bronce. Manuela tocó un rato el piano y Gara se esfumó en su mundo. O tal vez en el nuestro…

Por la mañana, la indígena despertó a su amiga. Esta dio tal grito que puso a su madre tensa como el arco de Orzowei, como ella misma decía…

—¿Qué haces? ¿Cómo me asustas de ese modo, compi?

—Irina, ¿qué pasa? —preguntó la madre desde la cocina—. ¿Ocurre algo?

—Un bicho, mamá. Solo era un bicho.

—Vaya, gracias por lo de bicho —dijo Gara—. Toda la noche currando para la señorita y solo se le ocurre compararme con un bicho.

—Mi niña, ¡vaya susto me diste! Lo siento. Y eso de trabajando toda la noche para mí… ¿te tocó guardia o algo?

—Menos vacilones que cojo la línea del tiempo y me regreso a la cumbre. Y ahí te quedas con tu San Benito.

—Vale más que cojas la línea 1 y te vayas a Las Canteras, que hace mejor tiempo… Y, que yo sepa, no es santo mi Don Benito.

—Pues vístete y ponte los auriculares, que te voy a hablar a través de ellos. Memoriza todo porque no estoy para repetir. Y tú tampoco deberías repetir… curso, ¡ja, ja, ja! Y procura no hablarme si no quieres que te hagan un control antidrogas. Recuerda que tú eres la única que tiene el privilegio de verme. Y a ver cómo lo hacemos con Manuela… ¡No le puedes contar nada de nuestros viajes, recuerda!

—De acuerdo, eso déjamelo a mí. Pero cuéntame cómo has conseguido la información, porfi. De noche está todo cerrado y…

—Pues tocando el timbre a la altura de Don Benito Pérez Galdós, mi niña. ¿Siglo XIX, dices? Y también parte del XX, monada. ¿Te acuerdas de la magia de nuestros viajes? ¿O ya eres mayor para esas cosas? Bueno, Iri, ahora calladita y no me interrumpas.

»Finales de mayo de 1843. Paso por delante de la iglesia de San Francisco y veo a un montón de gente saliendo de ella. Acaban de bautizar a un niño al que le han puesto de nombre Benito María de los Dolores.

»Su madre, María de los Dolores Galdós, lo lleva en brazos, maravillosamente vestido de blanco con un faldón reluciente hecho de barbilla. Un montón de chiquillos de todas las edades viene detrás de ella. Y es que el pequeño es el más chico de diez hermanos. Su padre, Sebastián, trata de que mantengan la calma como buen coronel del ejército que es.

»Las campanas suenan armoniosas y dulces. Y sus hermosos sonidos acallan, a ratos, las voces felices de los nueve hermanos de Benito y también las de sus primos. Ya de mayor, Don Benito dijo que distinguiría el son de aquellas campanas entre cien que tocasen a un tiempo.

—Me parece que lo estoy oyendo decir eso, Gara. Seguro que la nostalgia por haber dejado atrás su ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, no lo abandonó nunca.

—Ya veremos, Irina. Todavía no lo tengo muy claro. Pero lo que sí aprendí en el archivo histórico, por donde te podrías pasar alguna vez, es que cuando Don Benito nació, la ciudad se llamaba Las Palmas, sin lo de ‘de Gran Canaria’. Por no meter la pata, Irina, digo yo…

—Pues gracias, amiga. Pero yo sin magia también puedo aportar algo: acabó el bachiller y se examinó para obtener el certificado en Tenerife porque aquí no había instituto público. Lo hizo por Bellas Artes porque era un grandísimo dibujante.

»Sin tener veinte años ya publicaba poesías satíricas, ensayos y cuentos en la prensa canaria. Escribió cerca de cien novelas, casi treinta obras de teatro, cuentos, artículos en prensa y ensayos. Su memoria y su inteligencia eran… ¡casi como las mías!

—Sí, claro, ¿y tu estatua? Hablaré con Don Benito. ¡Bájate, Benito, que sube Irina!

—Algún día, amiga. Algún día, ¡ja, ja, ja! ¿Y cuándo abandonó la isla y por qué? ¿Sabes algo de eso?

—Pues resulta que llegó a su casa una primita llamada Sisita de quien dicen que se enamoró el joven Benito. ¿Y qué hizo su madre?, pues echarlo para Madrid para apartarlo de aquella relación.

—¡Pobre Benito! ¡Y pobre Sisita! ¡Y así acabó la relacioncita! ¡Ja, ja, ja!

—Pues sí. Y no te rías, que parece que no lo pasó muy bien. Se fue para Madrid a estudiar Derecho, pero eran más las veces que no iba que las que iba a clase a la universidad. Le gustaba echarse a las calles y observar la vida diaria, ruidosa y diligente de aquella ciudad que lo acogió. Bueno, quien lo acogió, porque estaba en la pensión cuando llegó fue su amigo Fernando León y Castillo, también canario.

—¡La calle que pasa por delante de la Plaza de la Feria! ¡Qué casualidad! Bueno, que me parezco a Marco. Ya sé que antes era el señor y después la calle… ¡Pues vaya, no debe de ser muy malo perderse clases si lo hizo el tan afamado escritor…!

—¡Ay, Irina, qué simple eres! A veces parece que la evolución se olvidó de ti. ¡Vamos, que te dejó atrás! En fin, ¡a lo nuestro! León y Castillo, pues también sé algo de él. En el archivo histórico me informé. Fue abogado, político y embajador de España en Francia.

»Cuando reinó Alfonso XII, lo nombró ministro de Ultramar y de la Gobernación cuando fue regente María Cristina, madre de Alfonso XIII, quien solo era un niño cuando accedió al trono. Por eso gobernó su mamá un tiempo. La propia María Cristina creó un marquesado para Fernando por su labor. Lo nombró marqués del Muni, un lugar en Guinea cuando esta era española.

»Nació en Telde en 1842 y murió en Francia. Fue miembro de la Real Academia de Ciencias, ¡Morales y Políticas!, y estudió Derecho. En 1992 fue nombrado hijo predilecto de Gran Canaria a título póstumo y… que sepas que la Plaza de la Feria, como tú la llamas, tiene otro nombre. El oficial, por así decirlo. Se llama Plaza del Ingeniero León y Castillo. ¡Este dato es para que te eches el pisto un pizco…! Así, Don Benito está en la plaza de su amigo, como acogiéndolo de la misma forma que lo hizo él cuando llegó a Madrid.

—¿Sí?, ¡qué chulada de descubrimiento, Gara! Aunque creo que ese dato lo he leído ya en algún lado.

—¿Sí?, ¡pues no! ¡Qué chulilla! ¡Ja, ja, ja! ¡No te puedes tragar todo lo que te dicen sin antes investigar, pequeña Irina! La Plaza de la Feria se llama Plaza del Ingeniero Juan de León y Castillo, hermano de Fernando. Por tanto, Don Benito está en la plaza del hermano de Fernando, así todo queda en familia…

—¡Para, para…! Me tienes la cabeza loca. ¡Y no te permito que me vaciles más! En fin… No, no te enfades, de verdad que te agradezco todo lo que estás ayudando en mi tarea. Pero no sé… Algo me ronda la cabeza y no tengo palabras…

—¡Pues compra un diccionario! O, mejor, un cuento de Galdós que se llama La conjuración de las palabras, y verás qué divertidas son. ¿Qué es eso de que no tienes palabras? Hay que leer, Irina, hay que leer más. La falta de vocabulario es un mal que está muy mal… ¡Y mientras más leas menos te engañaran! ¡Ja, ja, ja! ¡Y más libre serás!

—¡Madre mía, si sumo las broncas de mi madre con las de la seño María Dolores, no llegamos a las que tú me estás echando encima a cuenta de Don Benito! Pero sigamos, que no acabo hoy. No te enfades, pero todo lo que hemos ido recopilando hasta ahora no saca a Don Benito del lugar que muchos le han adjudicado. ¿Te acuerdas? ¿Lo de que se sacudió el polvo de sus zapatos? ¡Y a mí me da tanta pena! Uno de los mejores novelistas del mundo no pudo haber quitado de sus entendederas el lugar en el que nació… No sé. Vamos a investigar a ver qué nos sale.

»Y vamos… digo, voy a quedar con Manuela porque me da que trabaja menos que el sastre de Tarzán. En clase se mueve más la estantería que ella.

¡Vaya personaje, siempre callada y fijándose en todo! Parece un búho. Puede estar enroscada en la silla horas y horas sin moverse y sin hablar, que es todavía peor. A ver, a ver qué le mando hacer.

—Pues te tengo que dar la razón. No solo hay que buscar información, sino leer entre líneas. ¿No es eso? A investigar se ha dicho. Ah, y con respecto a Manuela… ¿no dices que sabe pintar y tocar el piano? Pues que investigue esas facetas de Don Benito, que a él se le daban bien esas otras disciplinas artísticas.

—De acuerdo. También sabemos que, aparte de escritor, dibujante, constructor de maquetas y músico, Don Benito fue político. Vamos a ver si hay referencias a su tierra por ahí, porque en sus novelas… parece que no hay ninguna, y ¡mira que escribió! Pero claro, Gara, salió a la fuerza porque su madre así lo decidió y dejó atrás a Sisita. Se iría con mucho coraje, digo yo…

—Sí, pero eso no es científicamente demostrable.

—¡Vaya con Einstein! El amor no es ciencia, amiga Gara. Tú tal vez no sepas de eso.

—Puede, pero veo que tú estás muy puesta. ¿No estarás enamorada? ¡Irina tiene novio! ¿Te acuerdas del pastor de Risco Caído, aquel niño que tanto te gustaba hace unos veranos? ¡Irina tiene novio!

—Calla, que te pueden oír. ¡Esto… yo…! Sí, no…

¡No tengo novio! Y vamos a dividirnos el trabajo, que la tarea tiene plazos y, por lo que veo, muchas piedras en el camino.

—Como el amor, Irina, como el amor… ¿Ves como yo también conozco?



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