Cap. 7

Aquella mañana, las madres emprendieron el viaje a la colonia. Iban apenadas.
Les embargaba la tristeza, la marea de la muerte había atrapado a varias amigas. Solo la alegría de conocer a sus polluelos les hacía más soportable el trayecto.
Cuando los machos advirtieron la llegada de las hembras, muchos huevos ya habían eclosionado. Entre las patas de los pingüinos asomaban las crías con su plumaje gris. Pronto en la colonia estallarían los cantos de reconocimiento. Aker no había encontrado el huevo. No sabía cómo decírselo a Ámbar. Escuchó su melodioso canto y no se atrevió a responderle. Ni siquiera a adelantarse para dar la bienvenida al grupo. Seguía escuchando el grito de Ámbar y se volvía loco por no acudir a su encuentro. Sin embargo, Berni, con alegría, emitía los sonidos para encontrar a su pareja. Nadie respondía. Caminó eufórico entre el grupo recién llegado sin dejar de llamarla. Ella seguía sin contestar. Horas más tarde, cuando las parejas se hubieron reunido, se dio cuenta de que la suya no regresaría. Le dijeron que muchas hembras habían salido a pescar y la marea negra las había envenenado.

 

Lloró con desconsuelo. El pequeño moriría de hambre. Él solo no podría alimentarlo. Necesitaba a la hembra para ayudarle y turnarse en la búsqueda de comida.
Con la cabeza gacha, Berni se alejó de la colonia. No podía soportar ver el reencuentro de las parejas con sus retoños nacidos. Sintió en el pliegue ventral los movimientos del huevo. El bebé estaba a punto de salir. Debía decidir qué hacer. Había empollado aquel huevo robado durante muchas semanas. Aprendió a quererlo y el bebé no merecía morir. Retornó a la colonia y no paró de llamar a Aker. Debía devolverle a su hijo antes de abandonar la colonia de cría y morir de soledad.
Aker y Ámbar lloraban la pérdida del polluelo con las cabezas inclinadas. Él se culpaba de no haber sido un buen padre cuando le llegó el canto de Berni. Respondió a la llamada de inmediato. La pareja lo buscó con desespero. Por fin, se reencontraron.
Avergonzado frente a los verdaderos padres del polluelo, Berni entregó el huevo a Ámbar y le contó a ella y a Aker lo que había ocurrido después de que perdiera el suyo. En el momento en que pedía perdón por su mal comportamiento, la cría rompía el cascarón y asomaba su cabeza piando para recibir su primera comida. Era una hembra.
Berni miró a la recién nacida y le acarició la cabeza con el pico. Luego, se alejó abrumado, sin ilusiones y descontento consigo mismo. Comenzaba a clarear un nuevo día cuando escuchó a Aker llamándolo:

–Berni, Ámbar y yo deseamos que te quedes con nosotros este invierno. Nos ayudarías a cuidar al pequeño. Nos repartiríamos los trabajos de pesca. ¡Seremos una gran familia! ¿Qué dices?
Berni se acercó a mirar al polluelo. Era precioso. Él lo quería, también lo había empollado, lo había protegido… También era hijo suyo.
–¡Me encantaría! –contestó Berni, feliz– ¡Sí, sí, sí! ¿Puedo elegir su nombre? –preguntó agitando las aletas. Los padres asintieron con la cabeza.
–¡Entonces se llamará Gema!




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