Cap. 6

Las hembras estaban a punto de zambullirse por última vez. Antes de hacerlo, comprobaron en lo cristalino del agua si había alguna amenaza. El fondo lucía transparente. Las algas se abrían y cerraban como abanicos verdes a modo de saludo. Los pececillos nadaban cerca de la superficie, y el krill deslumbraba con su luz azul verdosa.
Todo animaba a la inmersión. No podían rechazar la invitación para conseguir comida y llevarla a la colonia. Hasta el sol parecía feliz de brillar y desperezar sus rayos sobre el gélido invierno.
El entusiasmo se extendió por todas partes. Ya tocaba volver con sus familias, sería la última captura. El día prometía una buena pesca. En la placa de hielo esperaban las mamás a que la primera se decidiera a lanzarse. La exhibición acuática de Gema animó a las amigas a imitarla. Saltaron con sus estridentes gritos. A Ámbar le divertía verlas tan bulliciosas. Parecían crías todavía, divirtiéndose. Decidió zambullirse un rato con ellas.
Como era habitual en ella, antes de saltar miró al horizonte. Podía llegar muy lejos con la vista, era capaz de localizar peligros a grandes distancias. Sin embargo, nada raro ocurría, salvo el rumbo del viento. Había comenzado a soplar fuerte. Arrastraba las nubes, y los tímidos rayos del sol desaparecieron. Tras una última ojeada, Ámbar advirtió algo extraño.
Una gigantesca mancha negra avanzaba a gran velocidad. Parecía una isla que viajaba con prisa a empujes del viento. El corazón le golpeó el pecho. Vocalizó los gritos de socorro, movió las aletas con desespero. Trataba de alertar del peligro a sus amigas.
Las mamás que buceaban cerca, se percataron de la llamada de amenaza. Inmediatamente, regresaron a la seguridad con acrobáticos saltos fuera del agua. No lo tendrían tan fácil aquellas que pescaban distantes. Ojalá no agotaran el tiempo de inmersión bajo el agua. Si la marea negra mantuviera aquella velocidad, quedarían atrapadas entre sus garras.
Las mamás no apartaban la vista del mar. Rezaban para que sus amigas regresaran antes de que la marea de la muerte llegara hasta ellas. A lo lejos, el monstruo causante del desastre navegaba a toda máquina tras haber vertido el veneno en el mar. Nada compensaría el daño que iba a causar a la fauna y a la flora del océano.



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