Cap. 5

Nadie le daba respuestas, era como si el hielo se lo hubiese tragado. Le asaltó la desconfianza; la respuesta podría tenerla su amigo.
En otro lugar más alejado, las madres pescaban sin descanso para llevar, de vuelta a casa, la mayor cantidad posible de alimentos. Les ilusionaba poder ver a sus bebés ya nacidos o a punto de hacerlo. Desde la placa congelada, saltaban al agua una tras otra. Ámbar ya guardaba en el estómago gambas, krill, calamares, y pececillos. Ahora buceaba muy profundo para conseguir más pescado. Esperaba que a su pequeño le gustara lo que le iba a llevar. Había comido suficiente. Se sentía fuerte y recuperada después de la puesta del huevo.
Cada mañana, antes de la primera zambullida, las hembras se comunicaban entre sí. Hablar de la vuelta a casa hacía que los casi dos meses de ausencia no resultasen tan largos. Les gustaba hablar de cómo sería el momento de la llegada. Encontrarse con tantos nuevos polluelos, y sobre todo conocer y abrazar a sus propias crías, las emocionaban.

Ámbar y su amiga Gema conversaban de todo esto mientras el alboroto del grupo de madres crecía.
–Ya falta poco tiempo para regresar a la colonia. Éramos tantas cuando vinimos y ahora muchas no regresarán –Ámbar desvió la mirada al mar como si creyera encontrar allí a los culpables de que sus compañeras no volvieran jamás.
–Hemos tenido suerte –Gema agachó la cabeza–. Cualquiera de nosotras pudo haber servido de comida a los asesinos. Una orca estuvo muy cerca de mí, nunca vi nada tan grande. Nunca las había visto. Es la primera vez que vengo a pescar –continuó Gema como si hablara para ella misma–. Dejé en la colonia mi primer huevo…
–Están todo el tiempo al acecho –Ámbar hablaba y observaba el mar–. En este lugar la comida es fácil de conseguir. Recuerdo que hace unos días me sumergí a pescar. Me había alejado y bajé varios metros. No sé cuánto tiempo estuve bajo el agua. Cerca de veinte minutos, creo. Al subir, un león marino me esperaba recostado sobre un trozo de hielo flotante.
–¿Cómo conseguiste que no te devorara? –Gema abrió los ojos, asombrada, mientras Ámbar revivía su aventura.
–Me quedé paralizada. Mi enemigo estaba a punto de lanzarse al agua tras de mí. Creí que me despedazaría para comerme. No podía moverme, no sabía qué hacer. De pronto, la capa de hielo comenzó a balancearse con furia. El león resbaló y cayó al agua.
–Pero… ¡Estás aquí! ¿Cómo sobreviviste?
–Una orca vigilaba bajo el hielo. Levantó al león marino con la cabeza y lo devoró. Fue un día de suerte para mí. Pude escapar.
–¡Oh, querida amiga! Alguna estrella te protegió. Aker y tu cría hubiesen muerto si tú no regresaras.
–Lo sé. Por eso miro tanto el mar antes de bucear. Cada día le temo más –Ámbar se entristeció. Ella era la única salvación para su familia. Hacía casi dos meses que abandonó la colonia. En todo ese tiempo Aker no había comido. Solamente probaba la nieve para sobrevivir. El poco alimento que guardaba en el estómago lo quería para el pequeño. Cuando naciera, lo regurgitaría y el bebé tomaría las primeras grasas y proteínas. Ámbar contaba los días y las horas para volver junto a su pareja. Desde el momento en que Aker la cortejó, le atrajo la forma de pavonearse frente a ella. Decidió unirse a él para toda la vida. Se acicaló y ambos intercambiaron los sonidos para reconocerse.