Cap. 4

Sabía que no estaba bien, pero lo justificó con un solo pensamiento: pudo haber ocurrido lo contrario. Pudo haber sido Aker quien perdiera el huevo y tratase de robárselo a él. ¿Quién le aseguraría que no lo hiciera? Comenzó a tramar un plan para conseguir su objetivo. Debía ser rápido y encontrar el momento.
Durante la tormenta, Aker había estado todo el tiempo manteniendo el equilibrio, ayudado por su rabo. El huevo no debía moverse, ni rodar en su bolsa de cría. Este esfuerzo lo había fatigado, y al final cerró los ojos. Pegó sus aletas al cuerpo. Necesitaba descansar un poquito. Berni vigilaba cerca. No encontraría mejor ocasión para cometer el rapto.
Con mucha maña y poco escrúpulo, Berni separó las plumas ventrales de Aker y con gran ingenio sacó el huevo. Una vez conseguido su propósito, lo colocó sobre sus patas. Luego se movió hacia el centro del círculo de calor tratando de engañar al verdadero padre.
Después de que Aker se encontrara mejor, notó algo extraño, como un vacío en el cuerpo.
No sospechaba que le hubiesen secuestrado su huevo. Él nunca haría nada como eso. Inclinó el cuerpo cuanto pudo. Bajó la cabeza hasta donde debería estar el huevo. ¡La bolsa estaba desocupada!
No era posible, no pudo haberlo perdido. Durante el tiempo de la tormenta no se movió ni fue derribado. Tendría que encontrar a Berni para que le ayudara a buscar su huevo. Pero Berni no aparecía y Aker decidió bordear el círculo de calor en su busca. Con su torpe caminar, la tarea resultaba lenta. Lo llamaba con el grito por el que se reconocían, mientras preguntaba a los pingüinos por él. Estaba seguro de que Ámbar lo abandonaría en cuanto se enterara de la tragedia. Si eso ocurriera, moriría de soledad sin ella y sin el hijo.
Sin descanso, Aker seguía deambulando por la colonia. Muchos pingüinos también habían perdido sus huevos en la tormenta. Probablemente más de uno habría secuestrado el de otro padre. Tal vez el suyo estaría en la bolsa de algún ladrón. Continuaba preguntando por Berni.