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Fueron pasando los días y Simón se sentía muy bien en su nuevo hogar. Ayudaba a Rubén a cazar insectos, que eran la comida favorita del perenquén. Y cuando subían por las rocas, Simón observaba los dedos de su amigo: parecía que tenían pegamento, nunca se caía. Simón intentaba imitarlo, pero sus dedos no tenían la magia de los de Rubén el perenquén. Un día cazaron muchos insectos y los llevaron como regalo a Elisa la lisa, que acababa de parir a sus crías: dos pequeñas lisas llegaban al mundo. A Simón le sorprendió que las lisas no pusieran huevos como los lagartos y los perenquenes.

Unos días después volvieron a llevar a Simón al laboratorio. Le parecía muy aburrido aquel cuarto con tanto frasco y tanto aparato extraño. ¿Para qué querría todas esas cosas aquel hombre de la bata blanca? Y siempre que lo llevaban allí era para lo mismo: otra vez a pesarlo, medirlo y analizar cada parte de su cuerpo, incluso anotaban su temperatura. Esto era lo más molesto en la nueva vida de Simón. Él quería estar tranquilo, tumbado en una roca, cogiendo el sol junto a Simoneta, pues ya eran inseparables; pero este era el precio que tenía que pagar por estar disfrutando de una vida sin animales salvajes y sin problemas para encontrar alimento.

Al principio, Simón no comprendía por qué los humanos anotaban tantos datos acerca de él y de sus compañeros; pero con el tiempo, al ver lo bien cuidados y protegidos que estaban, Simón entendió que querían ayudarlos, impedir que su especie se extinguiera. Desde entonces no le molestó tanto que lo pesaran y lo midieran. Incluso empezó a mirar con cariño a aquel hombre que lo atrapaba entre sus manos y lo observaba. Se dio cuenta de que el ser humano ya no era un enemigo, ahora se había convertido en ese aliado que tanto necesitaban.

Después de su visita al laboratorio, Simón volvió al terrario y notó que allí ya no estaban ni su primo, ni su amigo de la infancia. Buscó debajo de cada piedra, pero no pudo encontrar a ninguno. Nadie los había visto en todo el día. Simón empezaba a preocuparse por esta desaparición cuando, de repente, se abrió la puerta y alguien dejó sobre el jable a su viejo amigo, que venía emocionado y algo cansado. Simón se acercó a él para saber qué ocurría y entonces este le contó una increíble aventura:

—Esta mañana aparecieron los humanos y nos atraparon: a tu primo, a mí y a diez lagartos más. Creíamos que nos llevaban al laboratorio, como siempre, pero no. Fue un viaje mucho más largo. Un viaje al otro lado de la isla. A través de un monte, llegamos a una ladera que baja hasta un mar manso y callado. Recorrimos gran parte de aquella ladera hasta encontrar el lugar que los humanos buscaban. No te vas a creer las maravillas que había en aquel sitio. Vi un árbol muy raro, un árbol que se doblaba hacia el suelo y que, con el tronco inclinado, arrastraba sus ramas por la tierra. Vi también unas piedras enormes con unos garabatos dibujados. ¡De verdad! Parecía que alguien había escrito en ellas. Y había, además, un montón de conchas marinas. No sé quién pudo llevarlas hasta allí, pero estaban tiradas por todas partes. Es un lugar mágico, un lugar sagrado, donde ni siquiera los humanos pueden entrar sin permiso.

—Y entonces, ¿para qué los llevaron allí? —preguntó Simón.

—Para dejarnos en aquel lugar —contestó su amigo.

—¿En serio?

—Totalmente. Antes de soltarnos, nos pusieron unos extraños collares que no sé para qué servían. Debía de ser para algo importante, porque el mío se rompió y por eso no quisieron dejarme allí. Seguramente, cuando lo arreglen, me llevarán otra vez. Espero que sea pronto. Aquel lugar es perfecto. Al principio estábamos todos un poco asustados, después empezamos a recorrer el terreno y nos gustó volver a ser libres. Ese árbol tan extraño del que te hablé da unos pequeños frutos muy ricos, y hay tanto espacio y tanta paz allí que estoy deseando volver.

Al día siguiente, cuando vinieron por su amigo, ya todos sabían a dónde lo llevaban. Simón se despidió y le deseó suerte en su nueva vida en libertad. Se preguntaba si a él también lo llevarían algún día a ese lugar sagrado.


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