Simón miró hacia el lejano Roque y pensó en lo bonito que sería vivir rodeado por las olas del mar. ¡Seguro que hasta allí no podía llegar El Garras! Quizá algún día debería hacer un viaje y visitar aquel solitario Roque.
Horas después terminó la reunión, de la cual todos salieron muy preocupados porque no encontraron una solución a su problema. Eran demasiados los enemigos y no tenían ningún aliado ¿Quién podría ayudarles? ¿Cómo luchar contra animales más grandes y más rápidos que ellos?
Simón estaba tan nervioso que esa noche le costó mucho dormirse, e incluso tuvo una terrible pesadilla: cuando intentaba huir de una horrible rata peluda, resbaló y, rodando, fue a parar a las patas de un cuervo que lo agarró con su pico y lo levantó por los aires. Justo cuando iba a ser tragado por el ave, Simón se despertó temblando de miedo. Se alegró de que solo fuera un sueño, pero ya no pudo volver a dormirse. Se quedó pensando en la manera de evitar tantos peligros. Él quería tener alguna buena idea, pero no se le ocurría nada para impedir que todos los lagartos desaparecieran.