Capítulo 4

Corrían los primeros años del siglo XXI y un buen día, paseando por los aledaños de la Alameda de Colón, observé que se reiniciaban trabajos de reconstrucción al pie de la espadañaEspadaña Espadaña: Campanario de una sola pared en la que están abiertos los huecos para colocar las campanas. abandonada. Las tareas, lentas pero cuidadosamente realizadas, captaron mi curiosidad.
Con frecuencia me acercaba para comprobar el progreso de la obra: la paulatina recuperación de la cantería, la culminación de la balconada de tea, la limpieza y restauración de las campanas, los refuerzos en la estructura del monumento… Incluso me sorprendió la leyenda esculpida en el basalto, rememorando las palabras de un prócer de las letras canarias, don Benito Pérez Galdós, criado y bautizado al son de las campanas de San Francisco.
La obra se coronó con la recuperación de las puertas exteriores en forma de arcos de medio punto apoyados en columnas, emulando lo que antaño fuera fachada sur del conventoConvento Convento: Casa de religiosos o religiosas.. También con la reposición de rejas, pretendiendo armonizar el difícil equilibrio entre lo que fue, a juzgar por los testimonios gráficos que han llegado a nosotros, y el nuevo y sorprendente estilo de vanguardia de la reciente edificación del ConservatorioConservatorio Conservatorio: Establecimiento en el que se enseña música y otras artes relacionadas con ella. de Música.
Con más tiempo consumido del que yo deseara, tuve la fortuna de asistir a la culminación final de las obras que al fin recuperaban y daban nuevo esplendor a la espadaña de la iglesia de San Francisco y a la voz de sus tres campanas.
Ya todo anunciaba que muy pronto volverían a sonar de nuevo las viejas campanas, incluso señalaron una fecha emblemática para su inaugu-
ración, que se había previsto en torno al día de San Juan Bautista, en la conmemoración de la fundación de la ciudad.
Llegado ese momento, deseé encontrarme en el interior del Conservatorio de Música, a oscuras, en la soledad callada de la media noche (esa noche misteriosa del solsticio de verano) reviviendo en mi memoria y en mi alma viejos recuerdos, rancias imágenes y sentimientos insondables. Y cuando sonaran las doce campanadas, estaba seguro, totalmente seguro, de que entonces enmudecerían para siempre las voces misteriosas que tanto desasosiego habían provocado, porque ya nadie volvería a estremecerse nunca más por el susurro tenebroso de aquel llanto desgarrador que lamentaba el silencio de las campanas.
Al fin, arrullado de nuevo por la música de estas, descansa el corazón de Fray Juan que sigue latiendo incansablemente al ritmo de la resurrección postrera de los bienaventurados. En su quietud, desde el seno de la tierra que lo cobija y abriga al pie de la espadaña, disfruta gozosamente con la compañía y el arrorró de una música celestial: la voz de las campanas de San Francisco.



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