Tahíche. (Pgs. 70 – 78)

Tahíche
A media tarde acompañé al alcalde y al Gobernador de las Armas a Tahíche, pues se comentaba que desde allí se estaba viendo una gran fumarola en dirección a Zonzamas. Al trote nos acercamos al caserío a través de una espléndida vega. Lo componían unas pocas casas dispersas, edificadas con piedras secas y que solo tenían albeados los umbrales de las puertas y algunos ventanucos. En ocasiones se confundían las viviendas con los muros de las fincas. Se asentaba este caserío sobre un llano terroso al pie de una montaña que creo recordar llamaban, sin más, Montaña de Tahíche. Ya antes de llegar estuvimos mirando en dirección a Zonzamas, pero realmente lo que se veía era el cielo oscuro de humos allá al fondo de la isla. Pero, por fortuna, debo añadir que en aquel instante tuve la suerte de presenciar un momento de belleza sin igual.
Se hizo un claro entre las nubes por el poniente, y el sol en su caída incendió el cielo de tonos naranjas que llegaban áureos1 a la Montaña de Tahíche, dorándola como el más maravilloso de los retablos. La montaña que un poco antes solo enseñaba su piel áspera de un tono siena rojizo, de pronto se presentó fulgúrea; contra el fondo plúmbeo de unas nubes gruesas parecía una inmensa escultura de oro, un templo levantado para mayor gloria del sol y los dioses. Cada hendidura y grieta de la montaña parecía caprichosa y artísticamente cincelada.
No pudimos sustraernos a tan sugestiva presencia, bajamos de los caballos y los tres nos sentamos en un muro bajo de piedras, a la vera del estrecho sendero, y estuvimos allí sentados contemplando la mole de oro hasta que la caída del sol le devolvió lentamente su estado natural.
Por el poniente unas nubes grises dejábanse perfilar de hilachos rosas y la tarde comenzó a dejar paso a la noche, siendo ya totalmente oscuro cuando entramos por el portón de la casa del alcalde.
Cenamos ligeramente: una sopa de verduras con hebras de carne de res, que estaba sabrosa y bien caliente, lo que venía bien porque las noches en Teguise son frías en invierno, según mi anfitrión, y casi todo el año según el gobernador.
Sobre un aparador del salón, donde tomamos un poco de vino aromatizado y caliente, observé que había una bandola de muy buena factura con hermosa filigrana de taracea. A su lado, una cajetilla de nácar contenía dos plectros. Ante mi curiosidad, don Melchor me dijo que tal instrumento pertenecía a su familia desde tiempo inmemorial y que aún hoy la música seguía siendo el distraimiento principal de la casa, cosa que pude constatar habida cuenta de los varios y distintos instrumentos que pude ver en su propiedad.
Hablamos de todo y principalmente, cómo no, de los estragos del volcán y de cómo la isla iba a transformarse. No ya solo la calidad de su superficie y tierras sino hasta la propia relación de poder, ya que un hecho de tal dimensión trastoca los fundamentos económicos y sería, de pararse el volcán un día, una isla diferente a la que fue. Y más cosas que hablamos, algunas de las cuales por no tener yo experiencias en esos asuntos, propios de los políticos, no recuerdo por no haberlas entendido del todo.
Me fui a la cama con la imagen de la Montaña de Tahíche presente en mi cabeza. Un hermoso retrotabulum, como le gustaba decir con majestuosidad a mi maestro de pintura.
Por la mañana temprano, en los alrededores de la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe se hallaba arremolinada una importante cantidad de personas. Viéndolas, parecían los miembros de varias familias, pues había mixturados gente mayor con medianos y muy pequeños. Supe al rato que eran vecinos de los pueblos sepultados por la lava. Había un buen grupo de Santa Catalina, el lugar que yo recogí en el mapa y al que asigné el número 2. Algunos de los miembros de esta aglomeración que había convertido la plaza en un improvisado caravasar estaban en el templo, probablemente dando gracias al cielo por haberlos salvado. LuegoLuego Luego: Después. me enteré de que marchaban hacia unos valles que están en el camino hacia Haría, donde habían obtenido permiso para asentarse y tierras para trabajar.