La buhardilla

La buhardillabuhardilla Desván, también conocido como ático, buhardilla, guardilla, altillo, sobrado o doblado, ​ es una habitación en la parte superior de una vivienda disponible bajo el caballete del tejado.

Cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos en una habitación muy desordenada. Parecía la vieja buhardilla de una casa abandonada. A un lado y a otro podíamos divisar toda clase de objetos esparcidos por el suelo. El polvo cubría cada centímetro de la estancia y era evidente que nadie pisaba aquel habitáculo desde hacía mucho tiempo.

La bruja entró por la ventana y soltó la cama en la que permanecíamos escondidos al lado de un coche color rojo con las ventanas rotas y la pintura cuarteada. Se escuchó un estruendo cuando las patas de metal rozaron el suelo de madera.

Estábamos muy asustados y nos abrazamos con fuerza bajo la sábana que nos cubría. Teníamos la esperanza de que la bruja no se percatarapercatara Darse cuenta. de nuestra presencia si permanecíamos quietos sin hacer ruido.

Habíamos colocado la sábana de manera que podíamos visualizar los movimientos de la bruja sin que ella nos viera. Esta parecía muy contenta y estaba preparando algún tipo de brebajebrebaje Bebida que resulta extraña o desagradable al beberla. en una enorme marmita.

—Uhmm, ancas de rana, cola de lagarto, cuatro arañas… ¡Delicioso! —canturreaba la bruja mientras se relamía.

Yo estaba cada vez estaba más asustada.

—Abuelo, ¿qué vamos a hacer?, ¿cómo vamos a escapar? —pregunté preocupada.

—Ten paciencia, debemos esperar —contestó él con tranquilidad.

—¿Esperar? ¡Ya hemos esperado demasiado! ¿Y si está preparando ese brebaje para comernos?

El abuelo estaba pensativo y no decía nada. Parecía que no tenía respuestas, cosa que me resultaba extraño, ya que solía saberlo todo.

—Uhmm… Si tuviera mis pinceles y acuarelas, otro gallo cantaría… —afirmó mi abuelo pensativo.

—¿Acuarelas? ¿Pinceles? ¡Abuelo! Yo los traje, me imaginé que te podían ser de utilidad —murmuré entusiasmada.

—¡Perfecto! Sabía que podía confiar en ti. Dámelos, tengo una idea…

Con mucho entusiasmo, empezó a dibujar una enorme jaula y no paraba de repetir:

—Ya verás, bruja, ya verás…

En ese momento, la bruja se dio la vuelta y lentamente se dirigió hacia nosotros. Las garras rasgaban el suelo de madera y emitían un sonido muy desagradable.

—Abuelo, abuelo, ¡date prisa! —grité agarrándolo del brazo—. ¡Se acerca!

—Espera… Me faltan los últimos retoques —dijo el abuelo con mucha calma.

—Pero abuelo… —insistí.

—Una pincelada por aquí… Una pincelada por acá y… ¡Ya está! —concluyó con entusiasmo.

—¡Abuelo! ¡Ya está aquí! —estaba desesperada.

La bruja agarró la sábana que nos envolvía y tiró de ella con fuerza dejando que cayera al suelo. Volvió a reír estruendosamente. Su aliento nauseabundo me dejó sin respiración y un sudor frío empezó a recorrer mi frente.

—Uhmmm, hoy comeré un exquisito manjar. ¡Ja, ja, ja, ja! —chilló—. Empezaré con la carne más tierna de esta niña y acabaré con la sabrosa carne de este viejo aventurero…

Mientras la bruja intentaba agarrarme, yo empecé a gritar:

—¡¡¡Abuelo, abuelo!!! ¡Socorroooooo! —busqué su brazo con la mano, pero… él ya no estaba junto a mí.

Miré a un lado y a otro…

—Abuelo, ¿dónde te has metido?, ¿me has abandonado?

La bruja estaba a un palmo de agarrarme cuando de repente el abuelo salió por detrás de ella y, ¡zas!, la empujó con todas sus fuerzas y esta cayó directamente dentro de la jaula. Sin pensarlo dos veces, cerró la puerta con una gran llave de metal que encajaba a la perfección en la cerradura.

—¡Ahhhhhhhhhh! —gritó la bruja.

El grito era tan agudo que no pude evitar taparme los oídos.

—¡Sácame de aquí, asqueroso! —siguió gritando la bruja.

Estaba muy asustada, el corazón me latía con tanta fuerza que parecía que de un momento a otro me iba a atravesar el pecho. Mi abuelo se acercó y yo me abalancé sobre él. Nos abrazamos largo rato hasta que el corazón volvió a la calma.

—Abuelo, ¡me has salvado la vida!

—No, estás equivocada, todo ha sido gracias a tu ingenio. Si no hubieses traído mis acuarelas, ahora estaríamos muertos y en el estómago de esa malvada bruja —me alabó mi abuelo.

—¿Y ahora cómo salimos de aquí? —pregunté.

Rápidamente, me levanté y comencé a caminar de un lado a otro. Me asomé a la ventana, pero estábamos en un ático y era imposible bajar por ahí. Mientras tanto, mi abuelo me miraba con media sonrisa en la cara.

—Pero, abuelo, ¿qué haces ahí parado? ¡Tenemos que encontrar una forma de salir! —insistí.

—Hija mía, ¿no te das cuenta de que yo soy el autor de estos cuadros?

—Ya lo sé, abuelo, pero ¡tenemos que salir de aquí! Y no sirve de nada que estés ahí parado —contesté enfadada.

—Tranquila… Saldremos, hija mía, saldremos. ¡Sé exactamente dónde está la salida!

—¿Cómo? ¿Y por qué no lo has dicho antes?

—Te lo intenté decir, pero estabas muy nerviosa… Yo pinté el cuadro. ¡Ven, acércate! Justo debajo de la lavadora hay una pequeña puerta. Ayúdame a rodarla.

Entre los dos movimos la lavadora y dejamos al descubierto la puerta. Estaba dilatada por la humedad y nos costó bastante abrirla.

Cuando conseguimos abrirla, vimos una escalera y, después de eso, oscuridad. Era imposible distinguir lo que encontraríamos. Empezamos a bajar y, a pesar de la incertidumbre, ya no tenía miedo, sabía que con mi abuelo podía salir airosa de cualquier situación. Nos esperaba otra aventura y estaba preparada para vivirla.