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Le di la espalda y me fui corriendo hacia la sala. Esquivé al productor que me preguntaba por el tabaco, y me metí entre bastidores a esperar temblando el momento en que debía aparecer en escena. Me parecieron siglos los minutos que pasaron hasta que, al compás de la música, salí junto al resto de los extras en un desfile circense. En efecto, allí estaba, en el palcoPalco Palco: Espacio en forma de balcón con varios asientos que hay en los teatros. central; ella también me miraba, como me había dicho. Solo tenía ojos para mí, eso fue al menos lo que yo sentía mientras lanzaba al aire el látigo que restallaba con la violencia de los latidos de mi sangre.
Cuando terminó la función salí corriendo para ver si la veía de nuevo, pero esta vez habían cerrado las puertas de acceso al vestíbulo, con lo que me fue imposible acceder a la puerta principal por donde se habían marchado. Di media vuelta y me encaminé hacia la salida trasera por donde todavía estaban saliendo los cantantes y músicos. Apenas tuve tiempo de alcanzar a ver el RollsRoyce azul Prusia de don Feliciano enfilar la calle de La Marina. Creí ver a través de la ventanilla cómo Leticia del Cielo me lanzaba un beso volado.
Aquella noche no dormí, ni la siguiente, ni la otra. Indagué sobre ella todo lo que pude con la ayuda de mis amigos, que creyeron encontrar la pista de su escondite, pero se perdió poco después de cruzar el Camino Nuevo. También pregunté en los puestos de la Plaza del Mercado de Vegueta, a los betunerosBetuneros Betunero: Persona que tiene por oficio limpiar y lustrar el calzado de otras personas. de la Alameda de Colón, a los vendedores de periódicos de la Calle Mayor de Triana… Las respuestas se repetían idénticas e insuficientes, nadie quería saber más de lo poco que se conocía de don Feliciano y su familia. Mentar su nombre aterrorizaba; pero me había enamorado de su hija a pesar de la diferencia de edad, yo tenía catorce y ella estaba a punto de cumplir dieciocho. Me convencí de que eso no sería obstáculo; cuando conociera mis deseos, mis honestas pretensiones, me aceptaría como lo que era: su más rendido admirador. Aún hoy, después de todo lo que sucedió, de lo que sufrí con el incendio del Pérez Galdós, que abrasó mi infancia y mis esperanzas, me descubro imaginándome arrobado el sabor de los labios rojo coral de Leticia del Cielo.

CUESTIONARIO.



 

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