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La consigna de don Feliciano retumbó como si hubiera explotado dentro del recinto una bomba. Vi cómo dos de sus guardianes se llevaban en volandas a un Caruso con el rostro desencajado. Los demás apuntaban con sus armas a los músicos y gritaban órdenes espeluznantes para que nadie se moviera de su sitio. La cosa se ponía muy fea. La cartera había caído sobre una de las butacas de la cuarta fila. La cogí confiando, como había previsto, en que su devolución amansara a la fiera desatada en que se había convertido su propietario; pero ahora sí que tenía miedo y este me impedía actuar, tanto miedo que no pude ni siquiera llorar, que era lo que deseaba. Todos los rumores sobre su ferocidad habían tomado cuerpo en aquellos momentos. Don Feliciano era un temporal de ira. Agazapado llegué hasta la puerta, abrí, escuchélas carreras de los esbirrosEsbirros Esbirro: Individuo que sirve a quien le paga para cumplir cualquier orden de su superior o para protegerlo. de don Feliciano profiriendo maldiciones y escapé escaleras arriba hacia mi habitación.
–¿Pero qué has hecho, insensato? ¿Qué has hecho? –don Lucas me zarandeaba, yo parecía un guiñapo entre sus manos.
–Déjelo, don Lucas, apenas disponemos de unos minutos. Si nos atrapan, nos matan –a Olegario, que había sorteado a las huestes de don Feliciano y había llegado a nuestro cuarto antes que yo, le bastó echar una ojeada a la cartera para saber que estábamos metidos en el peor lío posible.
–¿Por qué?
–Eso no importa ahora, don Lucas, tenemos que salvarnos. Quédese aquí, usted es cura y además no estaba metido en el ajo; no le harán daño –Olegario no estaba totalmente convencido de sus palabras, pero sí de que el párroco correría mucho más riesgo, y ellos también, huyendo por el teatro con su pesada constitución a cuestas.
–¿Qué hay en esa cartera? –preguntó don Lucas.
–No lo sé, yo sólo quería cogerla sin que se diera cuenta y luego devolvérsela, para que me viera con buenos ojos.
–Mira que eres imbécil –me espetó Olegario–, lo que sea que haya en esa cartera es tan importante para don Feliciano que no se la confió ni a su chófer. ¡Y va a dejar que quien se la ha robado, aunque sea un chiquillo, siga con vida!

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