VI OLAS TOMANDO LA LUNA

VI

OLAS TOMANDO LA LUNA

Fuera del agua, Carla se deshacía del chaqueChaque Chaque: chaleco. y enredaba la amarraderaAmarradera Amarradera: Pieza con la que se sujeta el pié a la tabla de surf. con las quillas de la tabla. Irene hundía los pies todavía mojados en la arena seca, un acto reflejo de cuando era niña, y Lolo se sacaba agua del oído izquierdo dando saltitos con el pie derecho, todo un experto vaciándose los tímpanos.

—Pues sería la hostia, morena. —Lolo retomó el palique—. Descubrir un sitio donde no hubiera tanta peña. ¿Te imaginas? Una playita para nosotros solos con olas cojonudas, ¿eh, Carlita?

—Hombre, genial. Pero eso no existe. La gente viaja a Maldivas, a Portugal o a Marruecos y aún así está todo lleno de surfistas. Mejor pensamos otra cosa.

—Pues tampoco estaría mal lo de la escuela de surf que dijiste antes —argumentó Irene—. En Las Canteras tenemos unas cuantas, además con dinosaurios de la Cícer que han pasado la vida en la playa. Tú empezaste en una escuela, ¿no, Carla?

—Sí, es verdad, en Mojosurf —recordó Carla—. Estoy contigo Irene en lo de la escuela, en un tiempo nos ponemos a ello. Podríamos aportar cosas nuevas que esos viejitos ya no hacen. Sangre nueva, ideas nuevas, movimientos nuevos, algo se nos ocurrirá. Yo, sinceramente, no encuentro otra cosa que me guste más.

—Si yo pudiera —dijo Lolo—, ni carrera ni nada, para lo que nos sirve. En este país todos al jodido paro. Por lo menos tengo una ilusión que me flipa.

— Pues yo creo que podríamos intentarlo, tenemos que vivir de ilusiones —insistió Carla—. No por ahora, está claro. Pero si aunamos esfuerzos, creo que podremos conseguirlo.

—Oído cocina —espetó Lolo.

Colacho y Mingo, que seguían tumbados en la misma postura, como bardinos un día de fuego, reaccionaron ante la última frase.

—¿Vamos a comer algo? —preguntó el ojijunto Colacho—. ¿Tiramos al Ñoño, a Pinomar, al «Oh qué Bueno» de la plaza del Pilar?

—Pareces el Tripadvisor de la Cícer, hermano —se burló el Largo, y añadió arrastrando las sílabas—. Tengo la clave sobre qué significa el código del choriqueso y sus números ocultos. He investigado mejor que en la «uni». Me van a poner un sobresaliente.

—Joder, ya me había olvidado de la calavera de las narices…—dijo Carla.

—El choriqueso, pibaPiba Pibe: Niño, muchacho adolescente., el choriqueso.

La plaza del Pilar era una explanada circular que parecía cuadrada. Era la cuadratura del círculo, rematada con la iglesia que lleva su nombre y algunas cafeterías que se habían adaptado al ritmo cambiante de una ciudad mestiza como Las Palmas. El calor pegajoso golpeaba con panza de burro incluida, transformándose en una grisura calimosa. Tras unos refrescos, unos bocatas y unos platitos de papas con las tres salsas, Mingo comenzó a exponer sus sesudas teorías acerca del código de numeración del cráneo.

—Miren, surferillos de pacotilla, según mis sensatas averiguaciones esto puede ser un par de cosillas de nada.

—A ver, inteligente, dinos.

—Primero, en internet hay una página que habla de un lenguaje secreto, un lenguaje críptico, lo llaman. Como no tenía ni pajolera idea de lo que significaba críptico, lo busqué y, tras leer la definición, seguí sin tener puta idea de lo que era.

—Críptico es secreto. Lo sé por las criptomonedas…los bitcoins esos —aclaró Colacho—. Un primo mío tiene un par de ellos. Valen una pasta. Pues podría ser, sí…

—Vale, sí, puede ser, no lo había pensado, pero no lo veo claro —continuó Mingo acariciándose la barbilla como si estuviera pensando—. Lo que yo creo es que tiene que ver con un lenguaje secreto, como tú dices, que mezcla números y letras, pero por más que lo he intentado, chicos, esto no tiene ni pies ni cabeza…

—Por lo tanto —repuso Lolo—, que tampoco tienes puñetera idea, claro. Pues estás bonito tú de investigador.

—Espera, loco.

Carla e Irene, expectantes, escuchaban mientras sorbían los últimos tragos de sus bebidas. Una media sonrisa como una media luna asomaba en sus labios.

—Después pensé —prosiguió Mingo— que esto puede que tenga que ver con la Biblia…

—¿La Biblia? —preguntó Carla.

—¿Qué dices? Ah, que el choriqueso es de un cura… —ironizó Colacho.

—No, ¡coño! Que puede ser algo de los versos esos de la iglesia, de la Biblia, digo…

—Versos no, versículos —aclaró Carla—. Los versículos de la Biblia son como las partes o los capítulos en que se divide…

—Eso, tú. Escucha: «L 2817». Eso no puede ser otra cosa que Lucas 28:17…

—¿Y el resto? —curioseó Irene—. ¿Los demás números del código y las otras letras?

—Oye, tranquilita…, que no soy una máquina. Poco a poco. Solo tengo hasta ahí: Lucas 28:17.

—¿Y bien…?

—¿Bien, qué?

—Que, ¿qué dice ese versículo?

—Atenta peña, aquí viene lo fuerte.

—Venga, machango, sorpréndenos.

—Lo apunté y los… ¿cómo era?, los versículos dicen lo siguiente. —El Largo carraspeó y puso tono de predicador—: «Asimismo como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos».

Un silencio estridente golpeó de repente a los cinco amigos. Quedaron mudos. Lolo se rascaba la menuda barba de tres días, las niñas miraban hacia el suelo moviendo ligeramente los dedos de los pies en sus cholas balanceantes. Y Colacho, tras unos segundos de tensión reprimida, empezó a carcajearse con una risa gutural que explotó en la plaza entera. Al unísono, comenzaron a reír sin filtro. La algarabía fue brutal. Los clientes de las mesas colindantes miraban con asombro y el ambiente se llenó de una guasa que contagió al grupo durante mucho tiempo. Incluso el propio Mingo, genial investigador, tuvo que descojonarse de sí mismo hasta que lo detuvo una tos perruna.

—¡Joder! Pero qué chorrada acabo de decir. —Intentaba articular palabras pero volvía la tos y la risa floja—. Fuerte chorrada, por Dios. La verdad, gente, esto tampoco lo tengo muy claro.

—No me digas, simplón —intervino Lolo.

—¿Y quiénes son esos Lot y Sodoma? —preguntó Colacho.

Todos miraron a Carla, la resabida del grupo:

—Creo que Lot es un personaje del Antiguo Testamento, algo de una estatua de sal, no sé. Y Sodoma fue un lugar de sexo y perversión…

—Entonces el código es eso: sexo y perversión —concluyó Colacho.

La tarde cayó lentamente y el sol neblinoso dejó paso a una brisa que cerca de las Canteras empezaba a erizar la piel. Recogieron mochilas y tablas y bajaron por Lepanto de nuevo hasta las Canteras. Los cinco formaron un corrillo junto a uno de los bancos frente a la barandilla.

—¿Qué día es hoy? —preguntó Lolo.

—Miércoles, ¿por qué?

—Se me está ocurriendo una idea.

—A ver, di, Lolito.

—Señores, estamos de vacaciones todavía, ¿no? No tenemos compromisos urgentes, ¿verdad? Somos unos putos flipados de las olas, ¿ok?

—Chacho, arranca ya —espetó Carla.

—¿Quién quiere venir conmigo un par de días a Vagabundo?

—¿Cuándo?

—Mañana y pasado, jueves y viernes. Por la tarde ya estamos de vuelta y por la noche nos vamos de fiesta. Tengo la furgona. Preparamos un par de cosillas, nada…, unas chorradas, y mañana temprano arrancamos. ¿Qué dicen?

—¿Vagabundo? —Quiso saber Irene.

—Sí, es una playa junto a San Felipe, en el norte. En realidad, es aquí cerquita.

—Cuenta con nosotros —dijeron deprisa Colacho y Domingo.

—¡Venga, chicas, apúntense! Si el viento sopla como hoy puede haber unas olitas muy chachis, y no son excesivamente grandes. Van a flipar. No hace falta ni caseta. Hay una ruina que se limpia y plantamos ahí mismo los sacos. Está de puta madre. Un asaderito por la noche y si está rico hasta cogemos olas tomando la luna. ¿Qué?

Irene fue la primera en responder:

—Por mí sí, pero sola no voy. Si tú vas, Carla, me apunto contigo y con los pringaos estos…

—Vale, pero a ver cómo convenzo a mis viejos.

—Carla, tú y yo ya nos hemos ido al sur solas otras veces, ¿verdad?

—Hecho, morena —contestó la de ojos azules con diligencia.

—Genial, tíos, pues nos vamos tempranito al norte. Nos vemos aquí, en la esquina de la plaza, a las 9:00, ¿perfecto?

—Espera un momentito. —Retomó la palabra y tal vez la conciencia de Carla—. ¿Y qué pasa con eso?

—¿Con qué?

—¡Coño! Con el cráneo, joder, con el cráneo…

—Mierda, ni me acordaba. La verdad es que solo nos está dando problemas el rollo este.

—También unas risitas de vez en cuando —sentenció Colacho—. Chicas, no se preocupen. Lo tengo en mi mochila. Pues ahí se queda. Me lo llevo al chabolo y lo dejo allí. A mí no me da mal rollo y en casa nadie me va a preguntar.

—Ya, no creo que nos pase nada —atajó Lolo—. Nos encontramos la movida esa, nos asustamos un poco, pero no creo que pase de ahí. No vamos a estar condicionando nuestras vidas por el jodido choriqueso. Dicho queda: hasta mañana, que nadie falle.