Capítulo 9

Aquella noche, Fei volvió al viejo puerto que había visitado con la Marie ficticia. Sus pasos hicieron crujir la destartalada plataforma de madera. Una sensación extraña, como de culpa, la invadió al haber roto la quietud sagrada de aquella noche. En ese sitio todo parecía estar en calma, como si el mar jamás se embraveciese. Fei dirigió la vista hacia el océano. Esperó ver, por un segundo, a la Marie ficticia de la noche anterior acunada por la corriente; su cuerpo lívidoLívido Lívido: Pálido., tan irreal que parecía que se volatilizaría en cualquier momento. Sin embargo, en el mar no había nada más que la oscuridad del océano, interminable.

Fei, incapaz de reprimir sus impulsos, comenzó a desvestirse. La brisa de la costa hizo que su piel se erizase instantáneamente, pero el frío le traía sin cuidado. Solo quería terminar, de una vez por todas, con aquellos sentimientos que la abrumabanAbrumaban Abrumar:  Agobiar con algún peso o trabajo.. Matar a esa parte suya que era dócil, que rezumaba pureza y que sentía como si, de un momento a otro, sus pesares fuesen a unirse para ser los causantes de su muerte. Que sabía que todo lo que amaba podía matarla. Fei no quería ser ella nunca más.

Después de desnudarse por completo, saltó al agua y comenzó a bucear. Pensaba que, si se esforzaba lo suficiente, encontraría a la Marie ficticia. Que quizá todavía podría salvarla de aquella noche infinita del océano. Incluso aguzó el oído esperando escuchar sus confusas palabras. Pero en aquella oscuridad perpetua, aunque abriese los ojos, no veía nada. Ante ella, todo se reducía a la negrura infinita. Solo salía a la superficie para tomar una bocanada de aire cuando su cuerpo se lo exigía, cuando sabía que, de lo contrario, dejaría de respirar y su cuerpo se hundiría hasta alcanzar el fondo del mar. Así, buceó sin rumbo en aquella espesura oscura durante un tiempo impreciso sin encontrar nada. Ni siquiera divisó peces o algas. Parecía como si todo en aquella porción de mar hubiese desaparecido, dando lugar a la definición más exacta de Vacío. Con cada brazada, Fei notaba cómo algo en ella comenzaba a desprenderse. Como cuando de niño se te mueve un diente y, de tanto jugar con él, terminas arrancándolo por ti mismo. Mientras más se alejaba de la costa, más la azotaba el sentimiento de que, en aquellas aguas, estaba perdiendo algo que jamás podría volver a recuperar. No obstante, Fei no podía dejar de nadar. Lo hacía de forma automática, impulsada por el anhelo incesante de tener entre sus brazos, aunque fuese por un momento, a la copia ficticia de la mujer que amaba. Nada le importaba que después desapareciera, al igual que nada le hubiese importado desaparecer ella misma.

Tras un tiempo incalculable, la rigidez de sus brazos y el palpitar desacompasado de su corazón la obligaron a detenerse. Sabía que la Marie ficticia también había desaparecido para siempre, pero ya no le dolía. Nada era ya lo suficientemente importante. Tomando una gran bocanada de aire, volvió a sumergirse en lo vasto del océano y nadó hacia el fondo. Casi parecía que quisiera tocarlo con la punta de los dedos. Sin embargo, a medio camino se detuvo. Mirase donde mirase, en aquel lugar estaba totalmente sola. Fei, sin moverse del sitio, se abrazó a sus rodillas y se dejó flotar en la amarga oscuridad, como un bebé que habita en el vientre de su madre. Abría y cerraba los ojos a intervalos alternos, pero la oscuridad era, en esencia, la misma. Se había acostumbrado tanto al agua que pensó que, si le salieran escamas y branquias, seguro que podría vivir allí sin problemas. Probablemente, la Fei de hacía unas horas hubiese contenido la respiración para siempre y hubiera vivido allí durante toda la eternidad. Pero Fei ya no era Fei. Ahora solo era ella a medias, como cuando cortas una fruta a la mitad. Quizá era aquella parte suya, pasional y llena de deseo, la que había encontrado a la Marie ficticia en el agua, nadando felizmente, y se había unido a ella. Cuando notó que los latidos de su corazón comenzaban a espaciarse, volviéndose más lentos y pesados, nadó hacia la superficie.

El frío que sintió la mañana siguiente, esperando al metro, fue comparable al que había sentido nadando desnuda en plena noche. Sentada en un banco de la estación, libro en mano, esperaba la llegada de la línea 13. Los alaridos de los estudiantes, que conversaban entre ellos animadamente, le impedían concentrarse del todo en la lectura. Las voces robóticas que se manifestaban por los altavoces de la estación anunciaban la llegada de la línea correspondiente y advertían a los ciudadanos que se mantuvieran lejos de las vías. Al fin y al cabo, eran muchos los que saltaban buscando poner fin a sus vidas. Años antes, había sido Fei quien se había arrojado a ellas agotada de sentir. Estaba harta de la rutinaRutina Rutina: Costumbre, hábito adquirido de hacer las cosas sin pensarlas de morir en vida, de no verse a sí misma ni aunque cerrase los ojos, del olor del metro, de las náuseas tras los antidepresivos. Pero todo eso ya se había terminado.

Tras subir al metro, se sentó en un asiento libre y continuó hojeando el libro. Las palabras que conformaban aquellas páginas le resultaban triviales y carentesCarentes Carente: sinónimo de "sin". de belleza, pero no tenía nada mejor que hacer que leerlas. Lo hacía por simple costumbre, como el resto de gente que habitaba aquel vagón. De repente, ella también había pasado a sentirse parte del decorado, otra pieza producida en serie de la cadena de montaje. Por algún motivo, aquel día el metro estaba, en comparación con otros días, prácticamente vacío. Fei cerró el libro y permaneció unos segundos con la mirada perdida. Al estar tan desierto, el vaivén de la gran máquina que se deslizaba entre las vías se acentuaba. Fei recordó como la marea mecía el cuerpo de la Marie ficticia y el silencio de aquella noche. Lo veía como un suceso tan lejano que parecía que habían pasado años desde entonces. Inconscientemente, como quien realiza cualquier movimiento de forma involuntaria, Fei miró hacia su izquierda. En la ventana pudo observar, lejano y borroso, su reflejo. Las bolsas bajo sus ojos, la mirada lánguida y el semblante abatido. Casi parecía una aparición. En un impulso giró la cabeza hacia atrás rápidamente, como si esperase encontrar a alguien tras ella, pero a su espalda no había nadie. Estaba sola. Volvió a mirar hacia la ventana, intentando concentrarse en la oscuridad de los túneles por los que pasaba el metro. Sin embargo, su reflejo seguía ahí, mirándola. Aunque le pareciese lejano, como el de otra persona, no cabía duda de que aquel rostro era el suyo.

Incapaz de sostenerse la mirada, Fei agachó la cabeza, abrió el libro por una página aleatoria y continuó leyendo. Con todo, el pensamiento de que su reflejo no le quitaba la vista de encima, vigilándola, persistió durante todo el trayecto.


FICHA DE LECTURA