Capítulo 6

Al día siguiente, Fei acudió a clase más temprano de lo normal. Al encontrar a Wong desde tan pronto en la sala de profesores, le saludó e iniciaron una conversación casual:

—No sabía que Haruko era la hija de Marie —comentó Fei. Wong asintió con la cabeza, despacio.

—Es uno de los motivos por los que dejó el trabajo, según tengo entendido. Supongo que querría dedicarse al completo a su familia.

Como de costumbre, a Haruko aquel día la recogió su abuelo. Aunque Fei no albergaba muchas esperanzas de que Marie volviese a aparecer por allí solo para verla, lo cierto es que se sintió un poco decepcionada. Recordando lo íntimo de sus conversaciones pasadas se sentía patéticaPatética Patética: Grotesco, que produce vergüenza ajena o pena., avergonzada. Odiaba aquella sensación de que las cosas en su vida solo crecían en un único sentido, esa soledad culpable que le producía no tener a nadie más que a sí misma.

Tal y como solía hacer cuando la asaltaba aquella sensación, Fei salió del trabajo y caminó varios kilómetros. Una vez se alejó lo suficiente para sentirse cómoda, buscó un bar que le llamase la atención, a sabiendas de que a esas horas era complicado encontrar alguno abierto. Tras vagar por las callejuelas una media hora, encontró uno y entró sin pensarlo demasiado. Se acercó a la barra y, mientras un disco de Lou Reed giraba distorsionadoDistorsionado Distorsionar:  Deformar un sonido o una imagen:. en el viejo tocadiscos del local, pidió un whisky con hielo. Tenía el estómago vacío y las tripas le rugían como leones. Una vez tuvo la bebida frente a ella, le dio un par de tragos. Después, comenzó a jugar con el hielo del vaso al ritmo del coro de Walk on the Wild Side. Por ahora, era la única clienta. A veces, tras haber bebido un poco, Fei conversaba con algún hombre y, si le apetecía, se acostaba con él. Siempre elegía a un hombre aleatorio, sin importarle su aspecto físico ni su personalidad. Una vez el acto —mecánico y falto de pasión alguna— terminaba, Fei se vestía, recogía sus cosas y se marchaba. Muchas veces pensaba que esa costumbre suya provenía de la necesidad de sentir afecto, de cerrar la cicatriz de la soledad aunque fuese solo por unos instantes. Sin embargo, al momento se daba cuenta de que esa explicación carecía totalmente de sentido. Su sensación cuando un hombre se alzaba sobre ella en la cama no era otra que la soledad en su máximo esplendor. Establecía, con aquellos hombres, un mero truequeTrueque Trueque: Intercambio directo de bienes y servicios, sin mediar la intervención de dinero. en el que el cuerpo no tenía otro papel que el de un recipiente vacío. Casi parecía más intensa la frialdad de aquellos cuerpos que su calidez, como si en lugar de ser hombres que sudasen fueran gélidos cubos de hielo que se derritiesen sobre ella. Ni siquiera recordaba ya el rostro de ninguno de ellos. Una vez llegaba a casa, lo primero que hacía era ducharse. Lavaba obsesivamente todos aquellos lugares en los que había sido tocada, aplicando jabón y agua en una sucesión infinita, como si intentase borrar las huellas que hubiesen podido dejar sobre su piel aquellos cuerpos muertos. Puede ser que, las primeras veces, se acercase a estos hombres buscando una conversación amena, o incluso el clásico consuelo paternalista. No obstante, tanto ella como ellos acababan muchas veces lo suficientemente bebidos como para ser incapaces de mantener una charla estimulante, por no mencionar que muchos de aquellos hombres no tenían interés alguno. Así, esta costumbre de Fei comenzó sin querer, como cualquier otra acción rutinaria y corriente. Cuando alguno de estos hombres tenía la idea de preguntar por su nombre, Fei contestaba muy seria que se llamaba Sherezade. «¿Cómo la mujer de Las mil y una noches?», le preguntaban sorprendidos. Ella asentía, conteniendo las ganas de reírse.

Aquella tarde, sin embargo, Fei solo quería tomar un par de bebidas y volver a casa. O, al menos, eso era lo que pretendía hasta que el barman comenzó a conversar con ella desde detrás de la barra.

—Una bebida muy peculiar, el whisky con hielo —comentó señalando su vaso—. Suelen pedirla mucho los ancianos, o los que abusan del tabaco.

Fei permaneció en silencio. Cuando no le apetecía hablar era porque estaba cansada de formular frases superficiales. La quietud del bar hacía crecer su desasosiegoDesasosiego Desasosiego: Inquietud, intranquilidad.. No podía evitar, de forma automática, vislumbrar alguna segunda intención en las palabras del hombre, aunque estas fuesen de lo más corrientes. «Seguro que se ha fijado en mí», pensó Fei. «Él es solo otro más entre todos los que buscan un trueque, una mera relación de usar y tirar». Pensó en terminarse la bebida de un trago y marcharse, recrear sus pasos, volver a casa. Pero algo la mantenía sentada en aquella incómoda banqueta.

—También lo bebe la gente enferma —comentó Fei. Su rostro carecía de expresión y se había sonrojado ligeramente a causa del whisky.

—¿Estás enferma? No lo parece. —Aquel hombre hablaba como si se tratase de una simple trivialidadTrivialidad Trivialidad: Lo sabido por todos o carente de importancia., como quien comenta que mañana lloverá. —¿Qué te ocurre?

—Estoy enferma de la cabeza.

—¿Y te medicas? El alcohol puede alterar los efectos de las pastillas. A una tía mía le ocurrió una vez. En el cumpleaños de mi sobrina, tras un par de copas, se le cruzaron los cables. Era como si su cabeza hubiese tenido un cortocircuito: ¡Chas! —El hombre chasqueó los dedos frente al rostro de Fei.

—Siento desilusionarte, pero eso no funciona así.

—Sea como sea, deberías tener cuidado. ¿No te medicas, entonces?

—Ya no.

—Discúlpame, entonces. ¿Quieres que te sirva otra bebida?

Fei negó con la cabeza. Aunque el parloteoParloteo Parloteo: Conversación sobre un tema cualquiera, indiferente o de poca importancia. infatigable de aquel hombre la molestara, lo cierto es que también la distraía. Aquella manía suya de quitarle hierro a las cosas, en cierto modo, la hacía sentir mejor.

—Siento si te he molestado. A veces hablo de más. —Fei hizo un gesto indicándole que no se preocupara. —¿Y cuál es tu problema? Quiero decir, ¿qué te ocurre ahí dentro? —El hombre señaló la sien de Fei sin llegar a tocarla.

—No lo sé. Si lo supiera, supongo que ya no sería un problema tan grande.

—¿Entonces… nunca has ido al psiquiatra?

—Claro que sí. Los nombres técnicos los conozco. Pero ¿qué más da todo eso? Yo sé que hay algo mal en mí desde que nací. Todo esto nada tiene que ver con un diagnóstico. Depresión, TDAH, esquizofrenia… Podrían nombrarme todos ellos y yo me quedaría igual.

—No entiendo lo que quieres decir. —El hombre sacó del bolsillo de su uniforme un paquete de Winston y comenzó a jugar con él, como indeciso.

—Quiero decir que, cuando afirmo que estoy enferma de la cabeza, nada tiene que ver con un diagnóstico previo. Nada tiene que ver con tener o no una enfermedad mental. Simplemente es que, si los humanos fuesemos fabricados en serie, como los coches, yo habría sido uno de los defectuosos del lote.

—¿Así que no podrías arrancar, por ejemplo?

—Algo así. Supón que solo puedo andar marcha atrás. Lo único que queda por hacer conmigo es llevarme al desguace y reciclar mis piezas.

Fei tenía una media sonrisa en su cara. No sabía por qué —quizá fuera efecto del alcohol—, pero le resultó cómico proyectarse a sí misma como un vehículo que solo puede dar marcha atrás. Aquel hombre la miraba perplejoPerplejo Perplejo: Dudoso, incierto, confuso.. Tenía un cigarrillo entre los labios y sujetaba un mechero con su mano izquierda. Sin embargo, no se decidía a encenderlo. Se limitaba a juguetear con la tapa de metal del encendedor, abriéndola y cerrándola, produciendo un sonido acompasado.

—Es decir, que eres demasiado nostálgica.

—En absoluto —le corrigió Fei. —No me refiero a eso. Está mas relacionado con que hay algo en mí, no sé el qué, que parece funcionar al revés. Es como si toda esta soledad me reconfortase en cierto modo. Como si este vacío a veces tuviese una cara amable que me invitase a vivir en él para siempre. Y lo que me preocupa sobremaneraSobremanera Sobremanera: En extremo, mucho. es que, en el fondo, a una parte de mí no le importaría vivir así para siempre.

El hombre guardó silencio por un rato. Después, se quitó el cigarrillo de los labios.

—Estoy intentando dejar el tabaco —dijo como si nada. —Y me he dado cuenta de que todo en esta vida se parece un poco a eso. Al cigarrillo que tenemos entre los labios pero no nos fumamos.

Fei sabía que aquella era una reflexión más bien simplistaSimplista Simplista: Que está basado en ideas demasiado elementales., pero en aquel momento encontró en ella una especie de respuesta. El ambiente tranquilo del local, el paquete de Winston sobre la barra y el carácter desenfadado de aquel hombre la hicieron sentirse, de repente, en paz.

—¿Sabes? Hace poco estuve ingresada en un sanatorioSanatorio Sanatorio: Establecimiento convenientemente acondicionado para que en él residan los enfermos sometidos a un tratamiento o régimen curativo.. Fue un ingreso voluntario. Aquellos fueron varios de los años más tranquilos y estables de mi vida, y salí de allí con la convicción de que, a partir de entonces, iba a ser profundamente feliz. Al fin y al cabo, había pasado mucho tiempo aprendiendo cómo serlo. Pero, una vez puse los pies fuera de aquel sitio, mi cabeza volvió a desajustarse de forma automática. Las únicas cosas que me hacen sentir viva, a su vez, me matan lentamente. Como te ocurre a ti con el tabaco.

—Aristóteles decía algo así como que la virtud se encuentra en el término medio. La dorada medianía, ya sabes. Seguro que te suena.

Fei negó con la cabeza. Nunca había escuchado nada al respecto.

—De todos modos, ¿de qué sirve la vida si no podemos exprimirla hasta el límite?

—Bueno… —El hombre guardó silencio unos segundos. —Yo no soy ningún entendido del tema, simplemente es algo que he escuchado. Supongo que cada cual decide cómo vivir su vida. Por eso se dice que la muerte es un reflejo de cómo vivimos.

Fei asintió lentamente con la cabeza. El hielo en su vaso, ya vacío, estaba comenzando a derretirse.

—Debería irme. Gracias por la conversación.

—Ningún problema. ¡Vuelve cuándo quieras!

El hombre —cuyo nombre Fei desconocía— se despidió amablemente, haciendo un gesto con la mano. Al levantarse del asiento, Fei pudo notar el efecto del alcohol en su sangre. Aunque bebía de vez en cuando, su cuerpo no toleraba del todo bien bebidas tan fuertes como el whisky. No obstante, de no ser por el rubor de sus mejillas, nadie hubiese dicho que estaba ebriaEbria Ebria: Que tiene sus capacidades físicas o mentales mermadas por causa de un excesivo consumo de bebidas alcohólicas.. Salió del local a paso firme y decidido y puso rumbo hacia la estación más cercana. Pese a que inicialmente se dirigia hacia su casa, terminó en la misma línea que todas aquellas veces que había acordado verse con Marie. «¿Seguirá viviendo en aquella zona?», se preguntaba. Se apeó en la estación de siempre y, recreando los mismos pasos que dio en el pasado, se dirigió hacia el bar en el que solían beber juntas.

Comenzaba a atardecer. El cielo sobre ella se teñía de colores cálidos de límites difusos, dando la sensación de formar parte de un cuadro impresionistaImpresionista Impresionismo:  Corriente artística surgida en Francia a finales del siglo xix que consiste en intentar reproducir las impresiones que produce en el autor la naturaleza o cualquier otro estímulo externo.. La brisa se tornaba más fresca y las golondrinas gorjeabanGorjeaban Gorjear:  Se usa hablando de la voz humana y de los pájaros., sobrevolando las casas. Frente al ventanal de siempre, en la mesa de siempre, Marie bebía una Sapporo y hojeaba un libro de bolsillo. Su pelo oscuro, suelto y ligeramente despeinado se inclinaba suavemente hacia el lado izquierdo. Estaba sumida en la lectura. Tanto era así que realizaba gestos involuntarios, denotando concentración: mordía su labio inferior; inclinaba la cabeza imperceptiblemente; cruzaba y descruzaba las piernas a intervalos irregulares. Hasta parecía haberse olvidado de que, sobre la mesa, la esperaba una cerveza a medio beber.

Fei entró al local y, tras pedir una bebida, se sentó frente a Marie y tomó un sorbo. Los ojos de Marie, antes centrados en leer palabra tras palabra, se posaron en Fei. Ambas se dedicaron una media sonrisa.

—Puedes seguir leyendo, si quieres —le indicó Fei. —Solo quería verte.

Marie recondujo la mirada a las páginas del libro que tenía abierto frente a ella. Era un ejemplar desgastado de páginas amarillentas de Lolita, de Nabokov. Fei le había recomendado en varias ocasiones que lo leyera, pero ella no parecía muy animada a hacerlo. Fei sabía que la Marie real no leería a Nabokov, ni bebería cerveza estando totalmente sola. Varias veces le había confesado a Fei que aprovechaba aquellos ratos solitarios para reflexionar sobre sí misma sin distracción y para beber sin preocupaciones. La cerveza no apasionaba a Marie, pero era la única bebida que la permitía mantenerse sobria tras unas cuantas rondas. Por eso, solo la bebía cuando estaba acompañada. A pesar de que sabía con certeza que aquella Marie no era más que un producto de su imaginación, Fei la observaba atónitaAtónita Atónito: Muy sorprendido, estupefacto o espantado. Aquella copia imperfecta realizaba cada movimiento con la delicadeza propia de la real. Agarró el botellín de Sapporo que tenía frente a ella, prácticamente abandonado, y le dio un trago. Sus labios, humedecidos y entreabiertos tras probar la bebida, se enrojecieron con el roce sistemático de sus dientes. Sus manos, por otra parte, se aferraban ambas al libro, pálidas y delicadas. Sus facciones marcadas de contornos claramente definidos eran imposibles de distinguir a las de la real. Fei tenía la sensación de que, en caso de alargar el brazo, lo que tocaría sería piel y no vacío. Pero no reunió el valor suficiente para intentarlo. Simplemente permaneció allí, sentada en silencio, tomando un sorbo de su bebida de vez en cuando y observando a alguien que, si fuera real, ya se hubiese marchado haría mucho tiempo.