Capítulo 9

Aquella noche, Fei volvió al viejo puerto que había visitado con la Marie ficticia. Sus pasos hicieron crujir la destartalada plataforma de madera. Una sensación extraña, como de culpa, la invadió al haber roto la quietud sagrada de aquella noche. En ese sitio todo parecía estar en calma, como si el mar jamás se embraveciese. Fei dirigió la vista hacia el océano. Esperó ver, por un segundo, a la Marie ficticia de la noche anterior acunada por la corriente; su cuerpo lívidoLívido Lívido: Pálido., tan irreal que parecía que se volatilizaría en cualquier momento. Sin embargo, en el mar no había nada más que la oscuridad del océano, interminable.

Fei, incapaz de reprimir sus impulsos, comenzó a desvestirse. La brisa de la costa hizo que su piel se erizase instantáneamente, pero el frío le traía sin cuidado. Solo quería terminar, de una vez por todas, con aquellos sentimientos que la abrumabanAbrumaban Abrumar:  Agobiar con algún peso o trabajo.. Matar a esa parte suya que era dócil, que rezumaba pureza y que sentía como si, de un momento a otro, sus pesares fuesen a unirse para ser los causantes de su muerte. Que sabía que todo lo que amaba podía matarla. Fei no quería ser ella nunca más.

Después de desnudarse por completo, saltó al agua y comenzó a bucear. Pensaba que, si se esforzaba lo suficiente, encontraría a la Marie ficticia. Que quizá todavía podría salvarla de aquella noche infinita del océano. Incluso aguzó el oído esperando escuchar sus confusas palabras. Pero en aquella oscuridad perpetua, aunque abriese los ojos, no veía nada. Ante ella, todo se reducía a la negrura infinita. Solo salía a la superficie para tomar una bocanada de aire cuando su cuerpo se lo exigía, cuando sabía que, de lo contrario, dejaría de respirar y su cuerpo se hundiría hasta alcanzar el fondo del mar. Así, buceó sin rumbo en aquella espesura oscura durante un tiempo impreciso sin encontrar nada. Ni siquiera divisó peces o algas. Parecía como si todo en aquella porción de mar hubiese desaparecido, dando lugar a la definición más exacta de Vacío. Con cada brazada, Fei notaba cómo algo en ella comenzaba a desprenderse. Como cuando de niño se te mueve un diente y, de tanto jugar con él, terminas arrancándolo por ti mismo. Mientras más se alejaba de la costa, más la azotaba el sentimiento de que, en aquellas aguas, estaba perdiendo algo que jamás podría volver a recuperar. No obstante, Fei no podía dejar de nadar. Lo hacía de forma automática, impulsada por el anhelo incesante de tener entre sus brazos, aunque fuese por un momento, a la copia ficticia de la mujer que amaba. Nada le importaba que después desapareciera, al igual que nada le hubiese importado desaparecer ella misma.

Tras un tiempo incalculable, la rigidez de sus brazos y el palpitar desacompasado de su corazón la obligaron a detenerse. Sabía que la Marie ficticia también había desaparecido para siempre, pero ya no le dolía. Nada era ya lo suficientemente importante. Tomando una gran bocanada de aire, volvió a sumergirse en lo vasto del océano y nadó hacia el fondo. Casi parecía que quisiera tocarlo con la punta de los dedos. Sin embargo, a medio camino se detuvo. Mirase donde mirase, en aquel lugar estaba totalmente sola. Fei, sin moverse del sitio, se abrazó a sus rodillas y se dejó flotar en la amarga oscuridad, como un bebé que habita en el vientre de su madre. Abría y cerraba los ojos a intervalos alternos, pero la oscuridad era, en esencia, la misma. Se había acostumbrado tanto al agua que pensó que, si le salieran escamas y branquias, seguro que podría vivir allí sin problemas. Probablemente, la Fei de hacía unas horas hubiese contenido la respiración para siempre y hubiera vivido allí durante toda la eternidad. Pero Fei ya no era Fei. Ahora solo era ella a medias, como cuando cortas una fruta a la mitad. Quizá era aquella parte suya, pasional y llena de deseo, la que había encontrado a la Marie ficticia en el agua, nadando felizmente, y se había unido a ella. Cuando notó que los latidos de su corazón comenzaban a espaciarse, volviéndose más lentos y pesados, nadó hacia la superficie.

El frío que sintió la mañana siguiente, esperando al metro, fue comparable al que había sentido nadando desnuda en plena noche. Sentada en un banco de la estación, libro en mano, esperaba la llegada de la línea 13. Los alaridos de los estudiantes, que conversaban entre ellos animadamente, le impedían concentrarse del todo en la lectura. Las voces robóticas que se manifestaban por los altavoces de la estación anunciaban la llegada de la línea correspondiente y advertían a los ciudadanos que se mantuvieran lejos de las vías. Al fin y al cabo, eran muchos los que saltaban buscando poner fin a sus vidas. Años antes, había sido Fei quien se había arrojado a ellas agotada de sentir. Estaba harta de la rutinaRutina Rutina: Costumbre, hábito adquirido de hacer las cosas sin pensarlas de morir en vida, de no verse a sí misma ni aunque cerrase los ojos, del olor del metro, de las náuseas tras los antidepresivos. Pero todo eso ya se había terminado.

Tras subir al metro, se sentó en un asiento libre y continuó hojeando el libro. Las palabras que conformaban aquellas páginas le resultaban triviales y carentesCarentes Carente: sinónimo de "sin". de belleza, pero no tenía nada mejor que hacer que leerlas. Lo hacía por simple costumbre, como el resto de gente que habitaba aquel vagón. De repente, ella también había pasado a sentirse parte del decorado, otra pieza producida en serie de la cadena de montaje. Por algún motivo, aquel día el metro estaba, en comparación con otros días, prácticamente vacío. Fei cerró el libro y permaneció unos segundos con la mirada perdida. Al estar tan desierto, el vaivén de la gran máquina que se deslizaba entre las vías se acentuaba. Fei recordó como la marea mecía el cuerpo de la Marie ficticia y el silencio de aquella noche. Lo veía como un suceso tan lejano que parecía que habían pasado años desde entonces. Inconscientemente, como quien realiza cualquier movimiento de forma involuntaria, Fei miró hacia su izquierda. En la ventana pudo observar, lejano y borroso, su reflejo. Las bolsas bajo sus ojos, la mirada lánguida y el semblante abatido. Casi parecía una aparición. En un impulso giró la cabeza hacia atrás rápidamente, como si esperase encontrar a alguien tras ella, pero a su espalda no había nadie. Estaba sola. Volvió a mirar hacia la ventana, intentando concentrarse en la oscuridad de los túneles por los que pasaba el metro. Sin embargo, su reflejo seguía ahí, mirándola. Aunque le pareciese lejano, como el de otra persona, no cabía duda de que aquel rostro era el suyo.

Incapaz de sostenerse la mirada, Fei agachó la cabeza, abrió el libro por una página aleatoria y continuó leyendo. Con todo, el pensamiento de que su reflejo no le quitaba la vista de encima, vigilándola, persistió durante todo el trayecto.


FICHA DE LECTURA

Capítulo 8

A la mañana siguiente, incapaz de recordar nada, Fei despertó con un terrible dolor de cabeza. Miró hacia todos lados, desorientada, y comprobó que la Marie ficticia ya no estaba con ella. Como resquiciosResquicios Resquicio: Abertura que hay entre el quicio y la puerta. de la noche anterior solo pudo encontrar su ropa empapada, tirada sobre el recibidor, y un incipiente olor a humedad proveniente de su almohada. Al comprobar que eran las diez de la mañana, llamó a Wong y le explicó que había tenido una urgencia familiar. Él, a sabiendas de que Fei nunca faltaba al trabajo, le dijo que no se preocupase y prometió hacerse cargo de la situación.

Una vez todo estuvo resuelto, Fei volvió a tumbarse en su cama. La almohada bajo su cabeza seguía humedecida. Cubierta solo por una fina sábana, se dejó llevar de nuevo por el sueño. Sin embargo, se despertaba a cada rato, como quien tiene una pesadilla. Su sueño apacible se sustituía, constantemente, por un despertar empapado en sudor y asfixiante. Parecía que algo muy pesado oprimía su pecho sin dejarla respirar. Cuando abría los ojos, de pronto, notaba como todo su cuerpo se tensaba y, tras unos segundos incapaz de respirar en condiciones, comenzaba a hiperventilar. Pero Fei, agotada, retomaba el sueño una vez conseguía controlar su respiración. Estuvo inmersa en aquel bucle durante horas, hasta que sonó su teléfono. Era extraño que la llamasen.

—¿Diga? —contestó Fei. El teléfono había sonado tantas veces que tuvo miedo de haber perdido la llamada.

—¿Fei? Soy Marie.

Sus palabras resonaron en la mente de Fei como voces difusas. El silencio invadió la atmósfera por unos segundos largos. Se sentía desorientada debido a la somnoliencia y al dolor de cabeza.

—¿Fei? —repitió—. ¿Eres tú, verdad?

—Sí, soy yo.

—Disculpa que te llame. Quería hablar contigo, así que hoy pasé a recoger a Haruko yo misma. Me extrañó no verte por allí. Sin embargo, me encontré a Wong y me informó de que no habías podido ir. Como sabía que habíamos trabajado juntas, me dio tu número. ¿Te importa?

—No, no me importa. No hay ningún problema. ¿Necesitas algo?

—Quería proponerte algo, pero creo que es mejor que nos veamos en persona. ¿Te viene bien esta tarde, a eso de las cinco?

—Claro.

Marie le indicó rápidamente a Fei como llegar a su nueva casa. Estaba mucho más cerca que la anterior. Tan solo debía tomar la línea 8 y apearse en un par de paradas.

Tras asearse, vestirse y tomar un almuerzo ligero, Fei salió de casa con el tiempo justo. La luz deslumbrante del sol empeoró su migraña, persistentePersistente Persistente: Duradero, permanente. desde que había despertado. Durante todo el camino, continuó preguntándose cual sería aquella propuesta de la que Marie quería hablarle con un carácter tan urgente. Sin embargo, no logró hallar una respuesta convincente. Al fin y al cabo, llevaban años sin verse y, a juzgar por su reencuentro, Marie parecía haber olvidado todo aquello que compartieron juntas en un pasado. Quizá, para Marie, todo aquello no habían sido más que conversaciones casuales, y era Fei quien siempre tendía a darle demasiada importancia a las cosas.

Una vez estuvo frente a la casa de Marie, se aseguró de que aquella fuese la dirección correcta. La vivienda daba la sensación de ser amplia e incluso tenía un pequeño jardín exterior. Aquella era una zona residencial que, aunque no pudiese considerarse lujosa, sí que era inasequible para una gran parte de la población. Tras llamar a la puerta, Fei esperó pacientemente. Tras unos segundos, Marie le abrió la puerta. Llevaba un vestido de tonos azulados y corto por las rodillas.

—¡Fei! ¿Cómo estás? —La saludó amablemente con una sonrisa. —Acabo de preparar algo de té. ¿Quieres una taza?

—Claro. Muchas gracias.

Marie le hizo un gesto indicándole que entrara. Fei cerró la puerta a su paso y siguió a Marie hasta la sala de estar. La casa, por lo que había podido comprobar, estaba minuciosamente limpia y ordenada. Casi parecía el trabajo de un profesional. Ambas se colocaron ante la mesa, la una frente a la otra. Marie sirvió dos tazas de té con cautela. Parecía preocupada por no derramar ni una sola gota, como si en lugar de té aquella bebida fuese la ambrosíaAmbrosía Ambrosía: Manjar de los dioses. de los dioses. Fei se fijó en sus movimientos sutiles y recordó a la Marie ficticia de la noche anterior, que leía un libro mientras bebía cerveza. Inevitablemente, pensó en lo mucho que había cambiado Marie durante aquellos años. En que ahora, quizá, Marie ya no saldría por las noches a beber y a encontrarse a sí misma. En que puede que se hubiese olvidado de buscar aquella «sensación extraordinaria». Estaba demasiado ocupada cuidando de una casa tan grande y de una hija tan pequeña. Ambas bebieron un primer sorbo de té en silencio. Después, dejaron las bebidas humeantes posadas sobre la mesa.

—¿Cómo te encuentras? Debe haber sido un gran cambio volver aquí después de tanto tiempo.

—Me encuentro bien —mintió Fei. —Aunque es cierto que parecen mundos diferentes. ¿No está Haruko en casa?

—Todavía no. Los martes y los jueves pasa la tarde en sus actividades extraescolares, así que estamos solas.

—¿Y tu marido?

Fei esperó, por un momento, escuchar algo así como que el marido era una mera ilusión. Que no existía. O que Marie había decidido ser madre soltera. Cualquier cosa le hubiese valido.

—Está en un viaje de negocios. Ya sabes, últimamente las empresas funcionan así.

Fei asintió con la cabeza. Por un segundo, tuvo la insondableInsondable Insondable: Que no se puede averiguar. necesidad de hacerle miles de preguntas: ¿Sigues sintiendo que eres más joven de lo que realmente eres; o has comenzado a sentirte mayor de repente? ¿Acaso ya no tienes la necesidad de encontrarte a ti misma; o es que por fin has descubierto quién eres? ¿Será que ya no necesitas estar sola? ¿Alguna vez has tenido la necesidad de dejar todo esto y salir corriendo, como si tu vida no fuese tuya? ¿Te acuerdas de todas aquellas bebidas que compartimos? ¿Qué más puedo hacer por ti, Marie?

—Es curioso. Ahora que estamos reunidas así, charlando tranquilamente, parece como si no hubieran pasado los años. Si cierro los ojos y me concentro un poco, me da la sensación de que estamos en el bar de siempre. ¿Lo recuerdas?

—Claro que lo recuerdo. El servicio incluso conocía tu nombre. Eras una de las escasas clientas habituales.

—A veces deseo tener un momento como aquellos. —Marie mantuvo el silencio.

—Pero pareces feliz —observó Fei.

—Lo soy. Simplemente es que, con el transcurso de los días, a veces no tengo tiempo siquiera para preguntármelo. Me levanto temprano, acudo al trabajo y, por las tardes, cuido de Haruko. A decir verdad, pienso más en ella que en mí. Es curioso cómo, antes de tenerla, no dejaba de hacerme preguntas sobre miles de cosas. Ahora me duermo según toco la cama, como una anciana.

—Es lógico. Al fin y al cabo, la estabilidad conlleva cierto sacrificio. ¡Qué daría yo por poder dormir del tirón cada noche! —bromeó Fei.

Ambas rieron. Marie sacó un paquete de Lucky Strike del cajón de la mesa y colocó un cigarrillo entre sus labios.

—No sabía que fumabas.

Marie tomó una calada larga y, tras expulsar el humo por la boca, utilizó su taza de té vacía como cenicero.

—No lo sabe mucha gente. Si mi marido se enterase, me mataría —dijo entre risas. —Como es ex-fumador, odia todo lo relacionado con el tabaco. Así de tristes son los actos de rebeldía que se pueden llevar a cabo siendo una mujer casada y estable.

Ambas rieron. Marie, con un gesto, invitó a Fei a servirse más té. Una vez llenó su taza, centró la vista en Marie de nuevo. Fumaba el cigarrillo despacio, como quien no teme al paso del tiempo. Fei pensó que las manos de Marie eran como un mapa con las puntas dobladas pero en perfecto estado, y que ella era la navegante que intentaba descifrar cada una de sus leyendas, siguiendo con la mirada las líneas que se inmiscuíanInmiscuían Inmiscuirse: Entremeterse. en su piel. Observó sus dedos largos y pálidos con cautela, como si Marie fuera a escandalizarse, y después se fijó en el cigarrillo encendido entre ellos. El gesto de llevarlo a su boca despertaba en Fei una revelación de placeres alternos; el fuego del deseo se avivaba con la certitud de que jamás estaría entre sus labios.

—Si te digo la verdad, jamás hubiera imaginado que quisieras ser madre.

—Es algo que sorprende a mucha gente. Yo tampoco lo tenía del todo claro, pero simplemente ocurrió. Además, a mi marido le ilusionaba la idea.

—¿Cuándo te casaste con el?

—Antes de que naciera Haruko. Llevábamos viéndonos unos meses y me lo pidió. No lo planeamos en profundidad, pero al final todo salió bien y la ceremonia fue bonita.

—Os felicito, de corazón. Además, tenéis una niña preciosa y muy educada.

—Gracias. —Marie le dedicó una cálida sonrisa. —Además, él es un hombre bueno, y tanto a Haruko como a mí nos trata muy bien.

Marie hablaba como si necesitase convencerse a sí misma. Una vez terminó su cigarrillo, lo tiró en los restos de té que permanecían en su taza. Gracias a que las ventanas estaban abiertas, el humo del ambiente se había dispersado casi por completo.

—¿Sigues pintando? Prometiste enseñarme alguno de tus cuadros un día, pero jamás lo hiciste.

Marie negó con la cabeza instantáneamente.

—Es una pena. Me hubiese gustado ver alguna de tus obras.

—Tiré todas cuando me mudé —mintió. —No sufras. Ni siquiera eran buenos. ¿Sabes cómo ocupo mi tiempo libre ahora? Salgo a bailar con otras madres del colegio.

—¿De verdad? —Fei se mofó, divertida. —Tendría que verlo para creerlo.

—Está bien.

Marie se levantó sonriente de la mesa y dispuso un viniloVinilo Vinilo: Disco de música. sobre el tocadiscos que se encontraba en la parte trasera de la habitación, sobre una pequeña mesita. Habilidosa, colocó la aguja sobre el surco perfecto y comenzó a sonar Baudelaire, de Serge Gainsbourg.

—Ven, te enseñaré algunos pasos.

Marie alargó la mano sonriente hacia Fei y, al ver cómo negaba con la cabeza, agarró su mano ella misma y la obligó a levantarse. Fei reía, nerviosa. Pocas veces habían estado tan cerca la una de la otra. Tomando a Fei de ambas manos, Marie comenzó a balancearse al ritmo de la música, despacio. Fei, atenta a seguir el ritmo correctamente, bajó la cabeza para mirarse los pies.

—Sube la cabeza. Mírame a mí.

Fei, obediente, fijó su mirada en la de Marie. Como si fuese una norma no dejar de mirarse a los ojos, siguieron moviéndose hasta que sus movimientos se coordinaron.

—Es mejor si me agarras de la cintura —indicó Marie.

Sin dejar de mecerse, Fei soltó las manos de Marie y posó ambas manos en su cintura. Aunque su corazón latía fuerte, su atención se centró en la belleza y en la gracia de Marie. Sus movimientos estaban llenos de naturalidad. Posó sus manos en los hombros de Fei como si se le acabase de ocurrir. En voz baja, de modo casi inaudible, cantaba la canción suavemente. Jamás la había escuchado hablar en francés hasta entonces. Fei se veía incapaz de apartar la vista de sus ojos. De nuevo, parecía que iban a permanecer así para siempre, como les ocurría cada vez que se miraban profundamente. Sin embargo, Marie se separó de Fei según terminó la canción.

—Es un tema bonito, ¿verdad? La letra parece poesía.

—Me gusta especialmente aquello de “tus ojos que nada revelan, ni dulce ni amargo”.

Marie tuvo el impulso de preguntarle a Fei si había aprendido francés, pero lo contuvo. Simplemente la miró y le dedicó una sonrisa sincera. Fei creyó advertir en los ojos de Marie un brillo inusual, una profundidad distinta a la de todas sus anteriores miradas, y pensó que quizá esa sería la solución al misterio de Marie, la llave que ella misma llevaba tanto tiempo buscando. Sin embargo, esa luz se desvaneció no bien Marie apartó la mirada de Fei.

A los pocos minutos, el sonido de la puerta distrajo a ambas de la conversación que acababan de retomar. Marie comprobó la hora con un gesto rápido.

—¿Haruko? ¿Cariño, eres tú?

—¡Soy yo! —Vociferó una voz masculina. A los pocos segundos, la figura de un hombre se asomó al marco de la puerta.

—¡Toshi! ¿No llegabas el lunes?

—En principio sí, pero la firma del contrato salió bien, así que conseguimos marcharnos unos días antes.

El hombre, sonriente, acarició con cariño la cabeza de Marie.

—Esta es Fei —le indicó Marie. —Es la profesora de Haruko.

—Encantado de conocerla. —El hombre se dirigió hacia Fei, inclinándose. Ella, cortésmente, le devolvió el saludo. —¿Ha habido algún problema?

—Nada de que preocuparse —intervino Marie.

—Debería irme. —Fei giró la cabeza hacia la ventana que tenía a su derecha y observó el exterior de la vivienda. La presencia de aquel hombre le causaba un sentimiento de pérdida y de engaño. —Ya está anocheciendo.

—Por mí no se preocupe. Puede quedarse el tiempo que necesite —manifestó el hombre.

—No es necesario, de verdad.

—Te acompaño a la puerta, entonces.

Marie se levantó y ambas se dirigieron hacia la salida. Una vez Fei estuvo fuera de la casa, se despidieron cordialmente. Justo antes de que comenzara a marcharse, Marie la detuvo.

—Fei, espera un segundo. Casi se me olvida. Te había llamado porque quería hablar contigo sobre Haruko.

—Es cierto. Tenías algo que proponerme. ¿De qué se trata?

—El pediatra de Haruko me ha dicho en varias ocasiones que se comporta de forma extraña para una niña de su edad. Aunque tenga ganas de llorar, nunca lo hace, y es muy callada. No muestra demasiada emoción por nada en concreto, y tampoco deja ver cuando algo la pone triste. Me recomendó que hablase con ella seriamente del tema, pero ni siquiera eso surte efecto. He pensado que, quizá, si le enseño otras formas de expresarse, Haruko pueda canalizar sus emociones de una forma sana para ella. Al fin y al cabo, no es más que una niña. Algunas tardes la enseño a expresarse mediante la pintura, aunque no termina de gustarle. He pensado que, si te parece bien, podrías pasarte por aquí un par de días a la semana para enseñarle algunas técnicas de escritura. Esa es la forma que utilizas tú para expresarte, ¿no es así? Al ser su profesora, te verá como alguien cercano y de confianza. Por supuesto, te pagaré debidamente e intentaré adaptarme al horario que te venga mejor.

Fei, tras callar unos segundos, miró a Marie a los ojos. Tenía las mismas facciones marcadas y la misma expresión misteriosa que el día que la conoció. Su mirada, a pesar de todo, seguía rebosante de luz. Casi parecía que nunca se apagaría.

—Lo siento, pero no creo que pueda hacer eso.

Marie ladeó la cabeza. Su rostro expresaba extrañeza. El vestido azul con el que la había recibido tiempo antes ondeaba suavemente con la brisa del atardecer, como una bandera atada a un gran mástil. Recordó sus gestos atropellados, su manera de sentarse con las piernas cruzadas y cómo pronunciaba, a susurros, el francés. Y entonces supo que esa sería la última vez que la vería.

—¿Te resulta un inconveniente venir hasta aquí? Si lo prefieres, podemos ser nosotras las que nos desplacemos.

—No es eso. Simplemente no creo que pueda seguir como si no pasase nada, Marie. Lo siento.

Tras mirarla una última vez, Fei se dio la vuelta y se marchó. Marie permaneció en la puerta hasta que perdió de vista la inconfundible espalda de Fei, que se alejaba a paso tranquilo como si esperara a que alguien la detuviese. Marie hubiera querido alzar la voz, decir algo convincente que evitase su marcha, retenerla. Pero era incapaz de articular palabra. Las disculpas de Fei resonaban en su cabeza como una dulce condena.

—¡Qué curioso! —le dijo su marido cuando entró a casa. Estaba en pie en la cocina, bebiendo un vaso de agua. —La profesora de Haruko se parece mucho al retrato de la mujer que tienes en el sótano. Aquel que pintaste en tu antigua casa, ¿te acuerdas?

—Sí. ¿Es curioso, verdad? Son realmente parecidas.

Capítulo 7

A decir verdad, Fei tendía a dejarse llevar por su imaginación a menudo. Cuando estaba sola en casa, por ejemplo, y le apetecía conversar, imaginaba que Marie estaba allí con ella. Proyectaba una conversación ficticia entre ambas e incluso le respondía en voz alta. A veces, hasta terminaba riendo a carcajadas. Le explicaba a Marie los argumentos de sus relatos, lo que había hecho durante el día, las partes más apasionantes de los libros que leía e incluso le recitaba algunos versos que habían tenido la capacidad de conmoverla. Fei, conocedora de lo extraño de aquella costumbre, intentaba no ponerla en práctica a menudo. Sin embargo, su vida era a veces tan solitaria que solo quería tener a alguien con quien hablar. Fei se daba cuenta de que, cada vez que llegaba a casa tras el trabajo, no pronunciaba una palabra. Se volvía muda de repente. No se encontraba con nadie, el buzón de voz de su teléfono estaba vacío, jamás tenía una llamada perdida. Quizá a causa de ello, los días en los que el cariño se volvía cada vez más ausente, como si fuera una fantasía, y la soledad crecía de forma pesada sobre sus hombros, Fei no podía evitar hablar con la Marie ficticia sin parar. En aquella entelequiaEntelequia Entelequia:  Cosa irreal, que no puede existir en la realidad. había encontrado un hogar, un bienestar culpable. A pesar de todo, Fei nunca había visto a Marie de aquella forma frente a ella, como una alucinaciónAlucinación Alucinación: Sensación subjetiva falsa. o un sueño febrilFebril Febril: Vivo, desasosegado, violento.. Hubiese sido sencillo caer en la confusión y afirmar que aquella era la Marie real, ya que entre ambas no había diferencias: gozaban de la misma belleza etéreaEtérea Etéreo:  No concreto, poco determinado, vago., poseían una blancura y delicadeza idénticas. Pero si Fei supo distinguirlas al instante fue porque Marie jamás habría reaccionado de esa manera a un encuentro fortuitoFortuito Fortuito:  Casual, no programado. que invadiese su espacio. Aunque fuese amable y risueñaRisueña Risueña: Que muestra risa en el semblante o ríe con facilidad., Marie le había confesado a Fei que, si necesitaba tiempo a solas, llegaba a ser hurañaHuraña Huraña: Que rehúye el trato y la conversación con la gente, poco sociable. y ariscaArisca Arisca: Áspera, intratable. con las personas, como si necesitase nutrirse de aquellos momentos de aislamiento para recuperar sus habilidades sociales.

No sabía cuánto tiempo había pasado observando cómo la Marie ficticia leía, impasible, hoja tras hoja. Fei apenas había tocado su bebida. El hielo que flotaba en su interior prácticamente se había derretido. Miró por la ventana y observó que ya había anochecido. Algunos de los establecimientos cercanos cerraban sus puertas, y los dos o tres clientes habituales que frecuentaban el local cada noche comenzaban a llegar. La Marie ficticia se inclinó sobre la mesa y miró a Fei directamente a los ojos, como hacía siempre la Marie real.

—¿Vendrías conmigo? —Le dedicó una media sonrisa.

—Claro.

Fei no sabía adónde, pero le traía sin cuidado. Solo quería disfrutar de aquel delirioDelirio Delirio: Estado de excitación que no obedece a razón ni a la propia voluntad. hasta que, inevitablemente, se disipaseDisipase Disipar: Desaparecer, esparcir gradualmente, desvanecer. ante sus ojos.

Marie echó a correr una vez salieron del establecimiento. Fei intentaba seguir su ritmo, pero era realmente rápida.

—¡Vamos! ¡Date prisa! —vociferaba Marie desde la distancia.

Al ver que alcanzarla le iba a ser imposible, Fei la siguió desde una distancia corta. Marie corría frente a ella, rebosante de energía y de gracia. A veces, Fei disminuía el ritmo con el fin de recuperar el aliento, aunque la sensación de que Marie podría desaparecer ante ella inminentemente si no la seguía de cerca no le permitía dar márgen a la distancia. Su corazón, no tan acostumbrado al esfuerzo físico, repicaba contra su pecho como si quisiera escaparse. Pero Fei traspasó las calles desérticas sin detenerse un segundo, sintiendo como la adrenalinaAdrenalina Adrenalina:  Nerviosismo, exceso de tensión acumulada. brotaba de cada uno de los poros de su cuerpo.

Tras unos minutos eternos, alcanzaron un pequeño puerto desvencijadoDesvencijado Desvencijar: Aflojar, desunir las partes de una cosa que estaban unidas.. Fei nunca hubiera imaginado encontrar un lugar así de descuidado tan cerca. Saltaba a la vista que la amplia plataforma de madera que lo conformaba era vieja y necesitaba una renovación. Marie caminó por encima de aquella superficie desgastada, que crujía con cada uno de sus pasos, y se detuvo en el extremo.

—Simplemente tuve, de repente, muchas ganas de ver el mar de noche.

Fei se dirigió a paso decidido hacia Marie que, de espaldas, contemplaba el mar atentamente, y se detuvo a su lado. Tenía la cabeza gacha, como si intentase adivinar la distancia que había entre la plataforma y el agua. Por un segundo, Fei pensó cuan feliz podría llegar a ser si aquella ilusión de Marie jamás desapareciese. No le importaba que hablase poco o que en algunas cosas distaseDistase Distar: Estar apartada una cosa de otra cierto espacio de lugar o de tiempo de la Marie real. Ni siquiera se le pasó por la cabeza que jamás podría tocarla. Lo que tenía más peso para ella era la compañía incondicional, aquel silencio reconfortante.

Como quien realiza cualquier acción rutinaria, sin prisa y con total naturalidad, Marie comenzó a desvestirse. Primero, colocó el libro de Nabokov en la plataforma, tras ella. Después, con ambas manos libres, comenzó a desabrochar, uno a uno, los botones de su camisa. Fei la miró perpleja, incapaz de romper aquel silencio sagrado que se había formado entre ambas. El único sonido que flotaba en el ambiente era el del suave oleaje de la marea que, de vez en cuando, colisionaba sin un ápice de brusquedad contra la plataforma. Marie cubrió el libro con su camisa bien doblada y, una vez se despojó de sus zapatos y de sus pantalones, realizó el mismo ritualRitual Ritual: Los rituales son prácticas sociales simbólicas. con ellos. Finalmente, Marie se quitó la ropa interior. Su cuerpo desnudo, al completo, era pálido y blanquecino, como si fuese un símbolo de la pureza en sí mismo.

Sin previo aviso, Marie se arrojó al agua. A la luz de la luna, lo lechoso de su piel era tal que daba la sensación de que la negrura del mar comenzaría a traslucirseTraslucirse Translúcido: Cuerpo a través del cual pasa la luz, pero que no deja ver sino confusamente lo que hay detrás de él. a través de ella. Al principio, Fei sintió el deseo de saltar al mar y de aferrarse a ella. Sin embargo, se detuvo. Sabía bien que si sus brazos rodeaban a Marie esta desaparecería al instante. Así, se limitó a observarla desde la distancia. Marie parecía haber olvidado por completo la presencia de Fei. Se había abandonado al agua sin pensarlo, cual marinero que escucha el canto lejano de una sirena. Su cuerpo, yertoYerto Yerto: Tieso, rígido, especialmente a causa del frío. ante el vaivén del oleaje, se balanceaba sin parar a merced de la corriente. La expresión de su rostro denotabaDenotaba Denotar:  Indicar, significar: paz, y Fei pensó que quizá aquella era la sensación extraordinaria que Marie llevaba tanto tiempo buscando.

Capítulo 6

Al día siguiente, Fei acudió a clase más temprano de lo normal. Al encontrar a Wong desde tan pronto en la sala de profesores, le saludó e iniciaron una conversación casual:

—No sabía que Haruko era la hija de Marie —comentó Fei. Wong asintió con la cabeza, despacio.

—Es uno de los motivos por los que dejó el trabajo, según tengo entendido. Supongo que querría dedicarse al completo a su familia.

Como de costumbre, a Haruko aquel día la recogió su abuelo. Aunque Fei no albergaba muchas esperanzas de que Marie volviese a aparecer por allí solo para verla, lo cierto es que se sintió un poco decepcionada. Recordando lo íntimo de sus conversaciones pasadas se sentía patéticaPatética Patética: Grotesco, que produce vergüenza ajena o pena., avergonzada. Odiaba aquella sensación de que las cosas en su vida solo crecían en un único sentido, esa soledad culpable que le producía no tener a nadie más que a sí misma.

Tal y como solía hacer cuando la asaltaba aquella sensación, Fei salió del trabajo y caminó varios kilómetros. Una vez se alejó lo suficiente para sentirse cómoda, buscó un bar que le llamase la atención, a sabiendas de que a esas horas era complicado encontrar alguno abierto. Tras vagar por las callejuelas una media hora, encontró uno y entró sin pensarlo demasiado. Se acercó a la barra y, mientras un disco de Lou Reed giraba distorsionadoDistorsionado Distorsionar:  Deformar un sonido o una imagen:. en el viejo tocadiscos del local, pidió un whisky con hielo. Tenía el estómago vacío y las tripas le rugían como leones. Una vez tuvo la bebida frente a ella, le dio un par de tragos. Después, comenzó a jugar con el hielo del vaso al ritmo del coro de Walk on the Wild Side. Por ahora, era la única clienta. A veces, tras haber bebido un poco, Fei conversaba con algún hombre y, si le apetecía, se acostaba con él. Siempre elegía a un hombre aleatorio, sin importarle su aspecto físico ni su personalidad. Una vez el acto —mecánico y falto de pasión alguna— terminaba, Fei se vestía, recogía sus cosas y se marchaba. Muchas veces pensaba que esa costumbre suya provenía de la necesidad de sentir afecto, de cerrar la cicatriz de la soledad aunque fuese solo por unos instantes. Sin embargo, al momento se daba cuenta de que esa explicación carecía totalmente de sentido. Su sensación cuando un hombre se alzaba sobre ella en la cama no era otra que la soledad en su máximo esplendor. Establecía, con aquellos hombres, un mero truequeTrueque Trueque: Intercambio directo de bienes y servicios, sin mediar la intervención de dinero. en el que el cuerpo no tenía otro papel que el de un recipiente vacío. Casi parecía más intensa la frialdad de aquellos cuerpos que su calidez, como si en lugar de ser hombres que sudasen fueran gélidos cubos de hielo que se derritiesen sobre ella. Ni siquiera recordaba ya el rostro de ninguno de ellos. Una vez llegaba a casa, lo primero que hacía era ducharse. Lavaba obsesivamente todos aquellos lugares en los que había sido tocada, aplicando jabón y agua en una sucesión infinita, como si intentase borrar las huellas que hubiesen podido dejar sobre su piel aquellos cuerpos muertos. Puede ser que, las primeras veces, se acercase a estos hombres buscando una conversación amena, o incluso el clásico consuelo paternalista. No obstante, tanto ella como ellos acababan muchas veces lo suficientemente bebidos como para ser incapaces de mantener una charla estimulante, por no mencionar que muchos de aquellos hombres no tenían interés alguno. Así, esta costumbre de Fei comenzó sin querer, como cualquier otra acción rutinaria y corriente. Cuando alguno de estos hombres tenía la idea de preguntar por su nombre, Fei contestaba muy seria que se llamaba Sherezade. «¿Cómo la mujer de Las mil y una noches?», le preguntaban sorprendidos. Ella asentía, conteniendo las ganas de reírse.

Aquella tarde, sin embargo, Fei solo quería tomar un par de bebidas y volver a casa. O, al menos, eso era lo que pretendía hasta que el barman comenzó a conversar con ella desde detrás de la barra.

—Una bebida muy peculiar, el whisky con hielo —comentó señalando su vaso—. Suelen pedirla mucho los ancianos, o los que abusan del tabaco.

Fei permaneció en silencio. Cuando no le apetecía hablar era porque estaba cansada de formular frases superficiales. La quietud del bar hacía crecer su desasosiegoDesasosiego Desasosiego: Inquietud, intranquilidad.. No podía evitar, de forma automática, vislumbrar alguna segunda intención en las palabras del hombre, aunque estas fuesen de lo más corrientes. «Seguro que se ha fijado en mí», pensó Fei. «Él es solo otro más entre todos los que buscan un trueque, una mera relación de usar y tirar». Pensó en terminarse la bebida de un trago y marcharse, recrear sus pasos, volver a casa. Pero algo la mantenía sentada en aquella incómoda banqueta.

—También lo bebe la gente enferma —comentó Fei. Su rostro carecía de expresión y se había sonrojado ligeramente a causa del whisky.

—¿Estás enferma? No lo parece. —Aquel hombre hablaba como si se tratase de una simple trivialidadTrivialidad Trivialidad: Lo sabido por todos o carente de importancia., como quien comenta que mañana lloverá. —¿Qué te ocurre?

—Estoy enferma de la cabeza.

—¿Y te medicas? El alcohol puede alterar los efectos de las pastillas. A una tía mía le ocurrió una vez. En el cumpleaños de mi sobrina, tras un par de copas, se le cruzaron los cables. Era como si su cabeza hubiese tenido un cortocircuito: ¡Chas! —El hombre chasqueó los dedos frente al rostro de Fei.

—Siento desilusionarte, pero eso no funciona así.

—Sea como sea, deberías tener cuidado. ¿No te medicas, entonces?

—Ya no.

—Discúlpame, entonces. ¿Quieres que te sirva otra bebida?

Fei negó con la cabeza. Aunque el parloteoParloteo Parloteo: Conversación sobre un tema cualquiera, indiferente o de poca importancia. infatigable de aquel hombre la molestara, lo cierto es que también la distraía. Aquella manía suya de quitarle hierro a las cosas, en cierto modo, la hacía sentir mejor.

—Siento si te he molestado. A veces hablo de más. —Fei hizo un gesto indicándole que no se preocupara. —¿Y cuál es tu problema? Quiero decir, ¿qué te ocurre ahí dentro? —El hombre señaló la sien de Fei sin llegar a tocarla.

—No lo sé. Si lo supiera, supongo que ya no sería un problema tan grande.

—¿Entonces… nunca has ido al psiquiatra?

—Claro que sí. Los nombres técnicos los conozco. Pero ¿qué más da todo eso? Yo sé que hay algo mal en mí desde que nací. Todo esto nada tiene que ver con un diagnóstico. Depresión, TDAH, esquizofrenia… Podrían nombrarme todos ellos y yo me quedaría igual.

—No entiendo lo que quieres decir. —El hombre sacó del bolsillo de su uniforme un paquete de Winston y comenzó a jugar con él, como indeciso.

—Quiero decir que, cuando afirmo que estoy enferma de la cabeza, nada tiene que ver con un diagnóstico previo. Nada tiene que ver con tener o no una enfermedad mental. Simplemente es que, si los humanos fuesemos fabricados en serie, como los coches, yo habría sido uno de los defectuosos del lote.

—¿Así que no podrías arrancar, por ejemplo?

—Algo así. Supón que solo puedo andar marcha atrás. Lo único que queda por hacer conmigo es llevarme al desguace y reciclar mis piezas.

Fei tenía una media sonrisa en su cara. No sabía por qué —quizá fuera efecto del alcohol—, pero le resultó cómico proyectarse a sí misma como un vehículo que solo puede dar marcha atrás. Aquel hombre la miraba perplejoPerplejo Perplejo: Dudoso, incierto, confuso.. Tenía un cigarrillo entre los labios y sujetaba un mechero con su mano izquierda. Sin embargo, no se decidía a encenderlo. Se limitaba a juguetear con la tapa de metal del encendedor, abriéndola y cerrándola, produciendo un sonido acompasado.

—Es decir, que eres demasiado nostálgica.

—En absoluto —le corrigió Fei. —No me refiero a eso. Está mas relacionado con que hay algo en mí, no sé el qué, que parece funcionar al revés. Es como si toda esta soledad me reconfortase en cierto modo. Como si este vacío a veces tuviese una cara amable que me invitase a vivir en él para siempre. Y lo que me preocupa sobremaneraSobremanera Sobremanera: En extremo, mucho. es que, en el fondo, a una parte de mí no le importaría vivir así para siempre.

El hombre guardó silencio por un rato. Después, se quitó el cigarrillo de los labios.

—Estoy intentando dejar el tabaco —dijo como si nada. —Y me he dado cuenta de que todo en esta vida se parece un poco a eso. Al cigarrillo que tenemos entre los labios pero no nos fumamos.

Fei sabía que aquella era una reflexión más bien simplistaSimplista Simplista: Que está basado en ideas demasiado elementales., pero en aquel momento encontró en ella una especie de respuesta. El ambiente tranquilo del local, el paquete de Winston sobre la barra y el carácter desenfadado de aquel hombre la hicieron sentirse, de repente, en paz.

—¿Sabes? Hace poco estuve ingresada en un sanatorioSanatorio Sanatorio: Establecimiento convenientemente acondicionado para que en él residan los enfermos sometidos a un tratamiento o régimen curativo.. Fue un ingreso voluntario. Aquellos fueron varios de los años más tranquilos y estables de mi vida, y salí de allí con la convicción de que, a partir de entonces, iba a ser profundamente feliz. Al fin y al cabo, había pasado mucho tiempo aprendiendo cómo serlo. Pero, una vez puse los pies fuera de aquel sitio, mi cabeza volvió a desajustarse de forma automática. Las únicas cosas que me hacen sentir viva, a su vez, me matan lentamente. Como te ocurre a ti con el tabaco.

—Aristóteles decía algo así como que la virtud se encuentra en el término medio. La dorada medianía, ya sabes. Seguro que te suena.

Fei negó con la cabeza. Nunca había escuchado nada al respecto.

—De todos modos, ¿de qué sirve la vida si no podemos exprimirla hasta el límite?

—Bueno… —El hombre guardó silencio unos segundos. —Yo no soy ningún entendido del tema, simplemente es algo que he escuchado. Supongo que cada cual decide cómo vivir su vida. Por eso se dice que la muerte es un reflejo de cómo vivimos.

Fei asintió lentamente con la cabeza. El hielo en su vaso, ya vacío, estaba comenzando a derretirse.

—Debería irme. Gracias por la conversación.

—Ningún problema. ¡Vuelve cuándo quieras!

El hombre —cuyo nombre Fei desconocía— se despidió amablemente, haciendo un gesto con la mano. Al levantarse del asiento, Fei pudo notar el efecto del alcohol en su sangre. Aunque bebía de vez en cuando, su cuerpo no toleraba del todo bien bebidas tan fuertes como el whisky. No obstante, de no ser por el rubor de sus mejillas, nadie hubiese dicho que estaba ebriaEbria Ebria: Que tiene sus capacidades físicas o mentales mermadas por causa de un excesivo consumo de bebidas alcohólicas.. Salió del local a paso firme y decidido y puso rumbo hacia la estación más cercana. Pese a que inicialmente se dirigia hacia su casa, terminó en la misma línea que todas aquellas veces que había acordado verse con Marie. «¿Seguirá viviendo en aquella zona?», se preguntaba. Se apeó en la estación de siempre y, recreando los mismos pasos que dio en el pasado, se dirigió hacia el bar en el que solían beber juntas.

Comenzaba a atardecer. El cielo sobre ella se teñía de colores cálidos de límites difusos, dando la sensación de formar parte de un cuadro impresionistaImpresionista Impresionismo:  Corriente artística surgida en Francia a finales del siglo xix que consiste en intentar reproducir las impresiones que produce en el autor la naturaleza o cualquier otro estímulo externo.. La brisa se tornaba más fresca y las golondrinas gorjeabanGorjeaban Gorjear:  Se usa hablando de la voz humana y de los pájaros., sobrevolando las casas. Frente al ventanal de siempre, en la mesa de siempre, Marie bebía una Sapporo y hojeaba un libro de bolsillo. Su pelo oscuro, suelto y ligeramente despeinado se inclinaba suavemente hacia el lado izquierdo. Estaba sumida en la lectura. Tanto era así que realizaba gestos involuntarios, denotando concentración: mordía su labio inferior; inclinaba la cabeza imperceptiblemente; cruzaba y descruzaba las piernas a intervalos irregulares. Hasta parecía haberse olvidado de que, sobre la mesa, la esperaba una cerveza a medio beber.

Fei entró al local y, tras pedir una bebida, se sentó frente a Marie y tomó un sorbo. Los ojos de Marie, antes centrados en leer palabra tras palabra, se posaron en Fei. Ambas se dedicaron una media sonrisa.

—Puedes seguir leyendo, si quieres —le indicó Fei. —Solo quería verte.

Marie recondujo la mirada a las páginas del libro que tenía abierto frente a ella. Era un ejemplar desgastado de páginas amarillentas de Lolita, de Nabokov. Fei le había recomendado en varias ocasiones que lo leyera, pero ella no parecía muy animada a hacerlo. Fei sabía que la Marie real no leería a Nabokov, ni bebería cerveza estando totalmente sola. Varias veces le había confesado a Fei que aprovechaba aquellos ratos solitarios para reflexionar sobre sí misma sin distracción y para beber sin preocupaciones. La cerveza no apasionaba a Marie, pero era la única bebida que la permitía mantenerse sobria tras unas cuantas rondas. Por eso, solo la bebía cuando estaba acompañada. A pesar de que sabía con certeza que aquella Marie no era más que un producto de su imaginación, Fei la observaba atónitaAtónita Atónito: Muy sorprendido, estupefacto o espantado. Aquella copia imperfecta realizaba cada movimiento con la delicadeza propia de la real. Agarró el botellín de Sapporo que tenía frente a ella, prácticamente abandonado, y le dio un trago. Sus labios, humedecidos y entreabiertos tras probar la bebida, se enrojecieron con el roce sistemático de sus dientes. Sus manos, por otra parte, se aferraban ambas al libro, pálidas y delicadas. Sus facciones marcadas de contornos claramente definidos eran imposibles de distinguir a las de la real. Fei tenía la sensación de que, en caso de alargar el brazo, lo que tocaría sería piel y no vacío. Pero no reunió el valor suficiente para intentarlo. Simplemente permaneció allí, sentada en silencio, tomando un sorbo de su bebida de vez en cuando y observando a alguien que, si fuera real, ya se hubiese marchado haría mucho tiempo.

Capítulo 5

Cuando Fei volvió al bar, encontró a Marie sentada en una de las mesas adyacentesAdyacentes Adyacente:  Contiguo, situado en las inmediaciones o proximidades de otra cosa al ventanal. Dado que había comenzado a lloviznar hacía poco, se apresuró a entrar al local. Desde que Marie advirtió su presencia, la saludó con una amable sonrisa y la invitó a tomar asiento frente a ella. Comenzaron su charla de forma natural, comentando el temporal y otros asuntos anodinosAnodinos Anodinos: Insignificante, insustancial.. Marie se había pintado los labios de un tono ligeramente rojizo y su ropa era diferente a la que la que llevaba esa misma mañana, más informal. Cuando el camarero se acercó a su mesa, se dirigió instantáneamente a Marie.

—¿Le pongo lo de siempre?

—No. Esta vez tráeme una cerveza, por favor.

Fei pidió lo mismo. Ambas conversaron animadamente hasta que llegaron las bebidas. Una vez el camarero colocó los botellines sobre la mesa, Marie se recogió el pelo suavemente hacia atrás con un pasador de forma habilidosa. Después, ambas brindaron. Marie, como de costumbre, no dejaba de sonreír, lo que se acentuó cuando Fei le cedió su ejemplar de Lo bello y lo triste. Durante el almuerzo, había resaltado aquellas frases y partes que le gustaron especialmente. Marie hojeó el libro con mirada nostálgica.

—Realmente te gusta Kawabata—comentó Fei. Marie asintió y tardó unos segundos en responder.

—Es un autor que me trae muchos recuerdos. Comencé a leer sus libros en una etapa muy concreta de mi vida.

—Se nota que tiene un significado profundo para ti. Hablas de su obra con mucha pasión.

Marie asintió con la cabeza. Fei la miraba directamente a los ojos, como quien intenta descifrar un misterio. Marie cerró el libro y lo apoyó en la mesa con la cubierta hacia arriba.

—A decir verdad, si conozco a Kawabata es gracias a otra persona. Un chico que conocí en la facultad. Era un apasionado de la literatura japonesa y, cuando le pregunté cómo iniciarme, me dijo que Kawabata era de sus autores favoritos, aunque no es un escritor que le guste a todo el mundo —. Mientras Marie hablaba, su mirada se volvía cada vez más ausente, como si estuviera reviviendo aquellos recuerdos pasados. —No sé cómo, pero terminé obsesionada con Kawabata y con aquel chico —continuó. Una sonrisa triste apareció en sus labios mientras miraba a Fei. —Qué absurdo, ¿verdad?

Por cómo hablaba, era evidente que Marie llegó a albergar sentimientos muy profundos hacia ese chico.

—Para nada. A todos nos ha ocurrido algo así alguna vez.

—Claro. —Marie tenía la mirada perdida en algún punto remoto de la gran mesa de madera—. Simplemente desearía poder quedarme con lo bueno de aquella época y olvidar lo malo.

Tras verse unas cuantas veces, Fei descubriría que Marie había tenido su primer encuentro sexual con aquel chico. Ella le idealizó perdidamente y, después de quedar varias semanas, comenzarían a compartir sus más íntimos secretos y a llevar sus encuentros al terreno sexual. Para Marie, aquel chico era un ángel que jamás haría daño a nadie de forma intencionada. Tras hacer el amor, se abrazaban y se sonreían. Parecían una verdadera pareja durante cinco minutos hasta que él le recordaba que, para empezar, nunca habían acordado salir juntos. Se puede decir que aquel hombre tenía dos caras: la de antes de la cama y la de después. Tras sufrir varias situaciones desagradables—no profundizó demasiado en los detalles, aunque mencionó diversas vejacionesVejaciones Vejación: Maltrato, humillación causada a otra persona. tras el sexo o insultos por no querer acostarse con él—, Marie se alejó de aquel chico. Sin embargo, sus relaciones se habían visto profundamente dañadas por el hecho de que creyó, por mucho tiempo, que lo único bueno que podía ofrecer a los hombres era el sexo. Aquel fue uno de los escasos momentos en los que Fei observó a Marie realmente vulnerableVulnerable Vulnerable: Que puede ser herido o dañado física o moralmente., tan humana que le resultó, por un segundo, alcanzable. Parecía que, con solo estirar el brazo, podría acariciar aquel rostro que amenazaba estallar en lágrimas en cualquier momento, pero era una mera ilusión. Marie se recompuso enseguida y volvió a adoptar su papel correspondiente, por mucho que Fei hubiese deseado acortar aquella distancia insalvable.

Marie jugueteaba con el botellín de cerveza mientras hablaban. De vez en cuando, como si se acordase de él de repente, le daba un trago.

—¿Escribes? —le preguntó Marie de pronto. Fei asintió con la cabeza.

—Poesía, principalmente, aunque también escribo prosa y algún que otro relato.

—Tienes aspecto de novelista. Siempre vas con un libro bajo el brazo, llevas una libreta pequeña en la que escribes a menudo, y hablas de forma peculiar.

Fei rio. De algún modo, se sintió halagada por sus palabras.

—¿Hablo de forma peculiar? No me lo habían dicho nunca. Supongo que escribir condiciona muchas más cosas de las que pensaba. Incluso la manera de hablar. — Ambas se miraban y reían con complicidad. —Te fijas mucho en los detalles.

—¿Por qué escribes? ¿Sueñas con publicar un libro? —Marie parecía realmente interesada. Sus preguntas eran comunes, pero saltaba a la vista que las respuestas de Fei le interesaban sobremaneraSobremanera Sobremanera: En extremo, mucho..

—Si te digo la verdad, antes escribía por aburrimiento, con el fin de dejar por escrito todo aquello que no podía decir en voz alta. Una vez, me presenté a un concurso por casualidad y lo gané. Desde entonces, supuse que tenía talento y me esforcé lo máximo posible en intentar que mi escritura fuese perfecta. Quería parecerme a los grandes autores, tener ideas ingeniosas, publicar un libro. Yo era muy joven y pensaba que todo aquello estaba en la palma de mi mano. Sin embargo, hace tiempo me di cuenta de que nada de eso importa en realidad. Si hoy en día sigo escribiendo es porque me duele lo que escribo. Me duele tanto que temo no expulsarlo sobre el papel y que se quede dentro de mí, haciéndose más grande, alimentándose de mis entrañas.

—¿Y, al igual que te desborda ese dolor, no te desborda también la belleza?

—Sí —admitió Fei—, pero a la belleza no le tengo miedo. Si pudiera, incluso moriría por ella. Es mejor que morir de cualquier otra forma.

Fei miró a Marie atentamente. Analizó sus ojos amables sumidosSumidos Sumidos: Hundidos. en la concentración, su forma de asentir con la cabeza casi imperceptiblemente mientras se le hablaba, sus dedos finos aferrados al botellín verde y su mano libre, como muerta, reposando sobre la mesa.

—A veces, me abrumaAbruma Abrumar: Agobiar con algún peso o trabajo. la gran cantidad de cosas que puedo llegar a sentir en un solo segundo —continuó Fei—. Es como si las sensaciones despertasen en mí de repente, sin previo aviso. Me desplazo desde la completa indiferencia hasta la más profunda fogosidadFogosidad Fogosidad: Apasionamiento, viveza.. Y hay algo en mi interior que siempre ha rechazado eso. Si lo que un día siento es conmovedor, como cuando me veo asaltada por el pensamiento de que toda la belleza que hay en este mundo es inalcanzable y normalmente pasajera, me siento incluso afortunada y llena de vida. La inspiración me recorre y me veo capaz de escribir sobre dicho sentimiento por días enteros. Sin embargo, cuando lo que me invade es la tristeza, siento como si el sentimiento fuese a permanecer en mi interior, invariable, para siempre. Creo que por eso escribo más sobre la tristeza. Porque todo lo bello o bueno, aunque lo disfrute, me resulta inalcanzable. Sin embargo, siento que a la tristeza la conozco tan bien que parece que nos despertásemos juntas cada mañana.

Fei se interrumpió de forma automática, como si estuviera avergonzada de haber monopolizado la palabra durante tanto tiempo. Marie, no obstante, no había dejado de escucharla ni un segundo.

—¿Te ocurre algo? Te has detenido de repente.

—Simplemente no estoy acostumbrada a hablar de mí durante tanto tiempo. Lo siento.

—No tienes que disculparte. Me gusta escucharte hablar.

Rara vez Fei se había sentido tan cómoda al hablar con alguien. Marie le inspiraba una confianza innataInnata Innata: Que ha nacido con el sujeto, no adquirida por educación ni experiencia. y, tal como ella confió en el chico de su facultad, Fei creyó ciegamente en que Marie jamás podría hacerle daño. Durante horas, intercambiaron ideas, anécdotas y sensaciones, y aunque Marie parecía estar siempre cubierta por un caparazón que la protegía y la alejaba de Fei, Fei la notaba más cerca que nunca. El libro de Kawabata permaneció sobre la mesa, intocable, como si ninguna de las dos recordase cómo había llegado hasta allí. Al terminar la tercera cerveza, Marie alegó que comenzaba a hacerse tarde y decidieron que sería mejor volver a casa. Ambas se despidieron frente a la puerta del bar y tomaron caminos diferentes.

Fei sintió como si aquellos recuerdos lejanos no fuesen suyos. Parecían producto de una vida pasada o una invención de su mente. Sin embargo, eran reales. Desde aquel encuentro, Marie y Fei comenzaron a verse algunas semanas, de forma puntual. Casi siempre hacían lo mismo: acudían al bar que tanto gustaba a Marie y charlaban. Fei, después de varias visitas, comenzó a entender por qué Marie sentía tanta devoción hacia aquel sitio. Era un lugar tranquilo e íntimo; poseían una gran variedad de cerveza de importación a la disposición del cliente; los camareros eran educados y amables, pero jamás llegaban a perder la cordialidad; y, sobre todo, siempre estaba prácticamente vacío. Daba la impresión de ser un sitio apropiado para reflexionar y encontrarse a uno mismo. Sin embargo, Fei nunca había reunido el valor suficiente para acudir allí por su cuenta. En varias ocasiones se le había pasado por la cabeza, pero pensó que quizá, si encontraba allí a Marie, esta sentiría que Fei estaba invadiendo su espacio. Fei era totalmente capaz de imaginar, apoyada en la barra o en una solitaria mesa, a una Marie triste y bebida de más. A una Marie con los pómulos rojizos que se tambaleaba hasta casa pero que no contaba con nadie, que era un misterio incluso para ella misma. Y, aunque tuvo el impulso de correr hacia aquel bar en su búsqueda, como alguien que se quita la venda con un golpe seco de muñeca para no prolongar el dolor, Fei permaneció inmovil en su asiento, inconmovible y ausente, con el sentimiento de tener un agujero negro que absorbía todo en el lugar donde debería estar situado su corazón.

A veces le ocurría aquello. Dejaba de sentir de repente, como quien tiene una muerte súbita. Su cuerpo seguía funcionando, pero su mente se quedaba estancada en un punto oscuro y desértico. Se veía, de repente, totalmente desconectada de sus sentimientos, impasible hacia cualquier tipo de estímulo. Normalmente, esta sensación, una vez estaba sola un rato, iba a más. Se despersonalizaba a sí misma y terminaba percibiendo sus sentimientos y sus vivencias como si fueran ajenas a ella, de otra persona cualquiera. En ocasiones, hasta le parecía surrealistaSurrealista Surrealista: Absurdo, sin sentido. que aquella se tratase de su vida, como si, en realidad, todas las experiencias que había tenido de un tiempo a una parte fuesen un sueño del que despertaría en cualquier momento.

Capítulo 4

Todo empezó cuando Marie fue a buscar a Fei a su clase para hacerle una consulta. Acababan de estar juntas hacía unos minutos, asegurándose de que cada niño se marchase con su familia, pero Marie había olvidado preguntarle por completo. Fei estaba recogiendo sus cosas sin prisa, metiéndolas ordenadamente en su bolso. Marie se dirigió educadamente a ella para hacerle la consulta y, justo cuando pretendía marcharse para recoger ella también, vio que Fei sujetaba entre sus manos un ejemplar de Lo bello y lo triste.

—¿Te gusta Yasunari Kawabata? —preguntó, curiosa—. Es uno de mis autores favoritos.

—La verdad es que este es el primero de sus libros que leo.

—Yo comencé leyendo País de nieve. Pero, aunque sus historias sean buenas, lo que realmente me enamoró es su forma de narrar. Relata cada acción con mucho cuidado y, cuando describe un paisaje, generalmente es minuciosoMinucioso Minucioso:  Detallista, cuidadoso hasta en los menores detalles.. Como si quisiera hacernos ver los sentimientos de los personajes mediante los colores del cielo o las formas de las montañas.

El brillo en los ojos de Marie dejaba ver que realmente era una apasionada de Kawabata. Sus obras debían ser realmente importantes para ella —o al menos eso dedujo Fei—, ya que las describía con entusiasmo y con aires de experta, como si hubiera leído todas. Marie le hizo prometer a Fei que, en cuanto terminase de leer Lo bello y lo triste, le contaría sus impresiones sobre la novela. Y Fei, animada, dedicó todavía más horas diarias a la lectura y en un par de días fue capaz de terminar la obra. Cuando lo hizo, pudo entender por qué Marie sentía tanto entusiasmo por la forma de escribir del autor. Era una escritura íntima y sentimental, que daba mucha importancia a los pequeños detalles cotidianos. Sin embargo, Fei disfrutó aquella lectura más de lo normal porque, una vez abría el libro por la página en la que lo había dejado, se acordaba de Marie instantáneamente. Se preguntaba, mientras leía, cuál sería la opinión de Marie sobre uno y otro personaje, si alguna parte de la historia había conseguido conmoverla y cuáles serían sus partes favoritas. Esperaba ansiosa el día en que, al decirle que había terminado la novela, Marie volviese a emocionarse y la invitase a almorzar después del trabajo para intercambiar impresiones. Sabía que una parte de esas expectativas eran probablemente falsas, que Marie podría estar ocupada aquel día o simplemente cansada, sin ganas de hablar. O que también podría ocurrir que Marie no quisiera almorzar con ella, y que con «comentar sus impresiones» se hubiera referido a mencionarlas fugazmente, mientras los niños jugaban distraídos a la pelota. Por eso, Fei se sorprendió gratamente cuando Marie le ofreció que, si no tenía nada que hacer, podían verse esa misma noche en un bar que quedaba cerca de su casa. Fei aceptó con gusto. Aquel día no le apetecía volver a casa, así que almorzó sola en un restaurante en las inmediaciones del metro que debía tomar. Marie le había entregado una hoja arrancada de su agenda con instrucciones claras anotadas a bolígrafo sobre cómo llegar al lugar donde se encontrarían. Si había insistido en que se viesen en esa zona era porque, según le había comentado, todavía no se orientaba muy bien en Japón a pesar de llevar viviendo allí unos cuantos años. No tenía problemas a la hora de desplazarse, pero pensó que quizá podría perderse y retrasarse, y no quería causar ningún tipo de molestias a Fei.

Fei pasó varias horas sentada a la mesa del restaurante. Una vez terminó de comer, todavía era temprano para coger el metro, así que pidió un café y esperó a que pasase el tiempo. Aquellas últimas semanas, su interés por Marie había ido acrecentándoseAcrecentándose Acrecentar: Aumentar el tamaño, la cantidad o la importancia de algo. de forma natural. Un sentimiento que había comenzado como una simple admiración de la gracia y la belleza, se desarrollaba precipitadamente hacia algo —como las pequeñas piedras que caen al abismo, presagiando un derrumbamiento—, a lo que Fei no sabía ponerle nombre, pero que conocía muy bien.

A decir verdad, desde edades muy tempranas había desarrollado en varias ocasiones sentimientos de este tipo. Estudió, la mayor parte de su infancia y adolescencia, en un colegio religioso situado en la prefecturaPrefectura Prefecto:  Ministro que preside y manda en un tribunal, junta o comunidad eclesiástica. de Kagoshima. Aunque se trataba de un centro mixto, la mayor parte de la plantilla y de los estudiantes —quizá un 80%— eran mujeres. Fei permaneció en este colegio hasta los quince años, influenciada sobre todo por la imposición de sus padres, quienes habían decidido matricularla allí para que se impregnaseImpregnase Impregnar: Imbuirse de los conocimientos o ideas de alguien a través del contacto con él. de las mismas creencias con las que ellos comulgabanComulgaban Comulgar:  Compartir ideas o sentimientos con otra persona.. Con su hermano mayor les había funcionado, ya que trabajaba desde muy joven como sacerdote en aquel mismo colegio. Sin embargo, Fei se alejó totalmente de la religión tras su paso por aquel sitio.

Debido a los valores que le inculcabanInculcaban Inculcar:  Imbuir, infundir con firmeza en el ánimo de alguien una idea o sentimiento. en dicho centro, Fei recuerda vivir durante su más tierna infancia con un sentimiento de miedo al castigo inminente. Con tan solo cinco o seis años se martirizabaMartirizaba Martirizar:  Torturar, hacer sufrir el martirio. a sí misma por su condición de pecadora. Se odiaba a por mentir, por tener sentimientos negativos como el odio o la tristeza, por querer más a Kaori —su mejor amiga de aquel entonces— que a su padre y a su madre, quienes debían de ser lo más sagrado para ella. Con frecuencia —una o dos veces por semana— asistía a la iglesia y se confesaba. Tenía miedo de que, si no lo hacía, muriese en cualquier momento y Dios no la dejase ascender al cielo. En todo momento, la perseguía un sentimiento de que alguien, omnipotenteOmnipotente Omnipotente: Que lo puede todo. y omnipresenteOmnipresente Omnipresente:  Que está presente en todas partes a la vez; ubicuo., la vigilaba, sin quitarle los ojos de encima ni un segundo. Por ello, tomó la costumbre de pedirle perdón cada vez que sabía que hacía algo mal. Así, aquella tarde en la que ayudó a Kaori a recoger su habitación y a prepararse para la mudanza, lo primero que hizo cuando recibió un tierno beso de su amiga en la mejilla a modo de despedida fue pedir perdón en un susurro casi inteligible. Fei recibió la muestra de afecto encogiéndose, tensando todo su cuerpo, como si temiese que, de repente, una mano gigante fuese a aparecer del cielo para reprenderla con un golpe. Y si Fei tuvo tanto miedo fue también porque, en aquel preciso momento, cayó en la cuenta de que el cariño infantil y la ligera pena que sentía por la marcha de Kaori eran sentimientos tan tenuesTenues Tenue:  Débil, delicado, suave, con poca intensidad o fuerza. que sería incapaz de recuperarlos nunca. Sabía que, desde entonces, al tiempo que iría creciendo, sus sentimientos se intensificarían más y más hasta hacerse insoportables. Fue consciente de repente de que, una vez fuera adulta, la ligera pena se convertiría en un mar de melancolía; el cariño infantil, en amor; y el fuerte latido de su corazón que sintió cuando Kaori posó sus labios en su mejilla, en una auténtica obsesión como respuesta al beso de cualquier mujer.

Desde su juventud, Fei solo se sentía atraída por mujeres adultas, más maduras que ella. Desconocía el significado del amor si este no había sido fruto antes de una gran admiración. De hecho, la primera vez que se enamoró —fervientemente, sin descanso ni pausa, todo un furor amorisFuror amoris Furor amoris: El tópico furor amoris es el que expresa la concepción del amor como una locura, como una enfermedad mental que niega todo poder a la razón. que duró años enteros— fue de una de sus profesoras, una mujer joven enormemente evocadora e interesante, que para nada era afín a la doctrina que se enseñaba en el colegio. Cuando miraba hacia atrás, con la perspectivaPerspectiva Perspectiva: Lejanía o distancia desde donde se observa o estudia algo. y la experiencia que le habían otorgado la madurez, recordaba aquella época como una de las más bonitas de su vida. Fei se enamoró de ella por accidente —en aquel momento, de hecho, hubiese deseado no sentir nada; tener un corazón ahogado en la melancolía por el resto de su vida—, pero fue un proceso que transcurrió con naturalidad, como si aquel fuera su destino y, por mucho que ella quisiera, no pudiese desobedecerlo. Fei acababa cada día desbordada de ternura, conmovida al extremo por un sentimiento precioso que se cultivaba en su corazón con el paso de los días: un amor incondicional y sobre todo desinteresado, al que nada le importaba no ser correspondido. A Fei le bastaba con el gozo desbordante que le otorgabaOtorgaba Otorgar: Consentir o conceder. su presencia. Se inspiraba lo suficiente para pasarse días enteros escribiendo solo con observarla, como un romántico que se inspira en los lugares exóticos no solo por su belleza, sino también por su lejanía. Fei, en el arrebato de pureza más largo de toda su vida, solo deseó agradecerle a aquella mujer todo lo que había hecho por ella, las cosas tan importantes que le había enseñado y los sentimientos tan valiosos que habían florecido en su interior desde que la conoció. Fei había aceptado tantas cosas, había dado por hecho que existían tantas verdades universales desde que era una niña —como la necesidad de obedecer sumisamenteSumisamente Sumisión:  Sometimiento, acatamiento o subordinación. para acceder al Paraíso, la maldad de los placeres, o que todos hemos llegado a este mundo con la simple labor de sufrir—, que durante aquel primer amor sintió, en numerosas ocasiones, grandes remordimientos. Sin embargo, el sentimiento de plenitud al verla era mucho mayor que el de desasosiegoDesasosiego Desasosiego: Inquietud, intranquilidad.. Fei pensó que, si aquel era el fruto prohibido del que tanto se hablaba, el verdadero pecado sería no pararse a probarlo. Sabía que aquel era un amor imposible e idealizado —quizá también, en ello, residiera su gracia—, pero con el mínimo gesto o la más rutinaria frase aquella mujer era capaz de hacerla sentir viva. Su corazón palpitaba como jamás lo había hecho antes, cual caballo desbocado; se encontraba a sí misma sonriendo de repente, sin saber por qué; escribía poemas sin descanso, cada noche; y se alimentaba cada día de toda aquella adrenalinaAdrenalina Adrenalina:  Nerviosismo, exceso de tensión acumulada.. ¿Cómo iba ella a poner fin a todo eso? ¿Quién hubiese sido tan devotoDevoto Devoción:  Inclinación, amor y fidelidad especiales hacia alguien o algo. como para interponerse en aquellos sentimientos, en esa vida, vivida con el único proposito de experimentar aquellos placeres intermitentes?

Sus remordimientos terminaron totalmente eclipsadosEclipsados Eclipsar:  Oscurecer, deslucir. por aquel sentimiento —de nuevo, dulce y amargo— y por el hecho de que Fei, en realidad, jamás había tenido una fe verdadera en la existencia de Dios. Creció con la idea de que su existencia era una realidad universal —como lo eran el ciclo del agua o la gravedad—, por lo que se le hizo extraño pensar en una realidad sin un Dios al que obedecer. No obstante, ella jamás había sentido una fuerte conexión mientras rezaba, ni se veía acogida por los brazos de un Padre que la protegía. Más bien, se sentía sola y constantemente juzgada, como si la vida fuera un período de prueba en el que se decide si vas a ascender o no al cielo. Mientras crecía, al abandonar las creencias religiosas, Fei se preguntaba frecuentemente cuál era el sentido de la existencia. Si todos estamos vivos por un motivo o si somos producto de un simple accidente. Y ella encontró, por primera vez, un porqué a todo el sufrimiento en aquellos sentimientos desbordantes. Siempre se ha dicho que todo el mundo debe tener algo en lo que creer, una esperanza, fe —aun ciega— hacia algo. Fei creía en las mujeres a las que amaba. Podría decirse que sentía una especie de adicción hacia esa serotoninaSerotonina Serotonina: Hormona de acción vasoconstrictora y neurotransmisora formada en las células del intestino.. Que constantemente anhelaba mantener en su interior, durante el mayor tiempo posible, aquella felicidad que por un momento parecía imperecederaImperecedera Imperecedera: que se considera inmortal o eterna.. No eran solo las mujeres a las que amaba, sino el Amor. Esa mezcla entre ternura, deseo y admiración que le removía las entrañas y la hacía sentir viva. Aunque para ella fuera difícil albergar estos sentimientos, y a pesar de que eran pocas las mujeres que se los evocaban, cada vez que brotaban en su interior le era imposible evitarlos. A veces, se sentía como Ícaro. Estaba fascinaba por el Sol de forma irremediable y quería acercarse a él, aunque supiera que sus alas iban a derretirse y que su destino sería morir ahogada en el inmenso mar. Sin embargo, Fei se convencía a sí misma por momentos de que cualquier destino, aunque terrible, valdría la pena.

Tras un tiempo de espera que le resultó eterno, Fei pagó la cuenta y abandonó el restaurante. Una vez en la estación, esperó por el metro que Marie le había recomendado tomar. Aquella tarde, el transporte público parecía estar especialmente concurrido. Sin embargo, al bajarse en la estación correspondiente, la cantidad de gente disminuyó drásticamenteDrásticamente Drástica:  Rigurosa, enérgica, radical.. Seguía siendo una zona céntrica, aunque saltaba a la vista que era mucho más tranquila. Al no haber visitado apenas aquella zona, no la conocía muy bien y un par de veces llegó a desorientarse. Sin embargo, logró llegar enseguida al bar gracias a las detalladas y bien redactadas explicaciones de Marie. Casi por instinto, ya que no iba a necesitarla más, acercó la nota de Marie a una papelera. Pero, en el último momento, la agarró con fuerza y decidió conservarla como un recuerdo. Tras guardar el papel en uno de sus bolsillos comprobó el reloj y, al ver que todavía quedaba un rato hasta la hora acordada, decidió dar una vuelta por el barrio.

Las casas se sucedían las unas a las otras de forma bella y, aunque el tiempo estuviese ventoso y nublado, se observaban bonitas vistas desde los rincones más altos. Daba la impresión de que el lugar se encontraba ligeramente elevado sobre una pequeña colina o una suave pendiente. Además, el ambiente resultaba familiar y agradable, como si de repente se encontrase en un pequeño pueblo rural tradicional. Unos niños jugaban a la pelota en un callejón mientras una anciana, agotada, cargaba varias bolsas llenas de frutas volviendo a casa. Sin embargo, tanto la naturaleza del lugar como lo hogareñoHogareño Hogareño:  Amante del hogar y de la vida de familia del mismo contrastaban con la potente industrialización, presente en cada pequeño detalle. Fei creía haber escuchado que, una o dos veces por semana, ciertas poblaciones de la zona se inundaban de humo proveniente de las fábricas. Tanto era así que estas parecían estar inundadas de una densa neblina, aunque en realidad se trataba de vapor. Imaginó a Marie caminando por todos aquellos rincones como una turista, con una cámara de fotos colgada al hombro, recopilando razones por las que quedarse en Japón. Fei pudo entender sus motivos a la perfección. Si ella abandonase Japón, no lo haría en busca de un destino más bonito o provechoso. El simple hecho de escapar, lo más lejos posible, le sería suficiente para restablecer su vida en cualquier otro sitio. Pero ella no era tan impulsiva y, una vez lo pensaba bien, sus ganas de marcharse no eran mayores que su profundo miedo a las cosas cuyo control se nos escapa entre los dedos, como arena fina.

Capítulo 3

Cuando llegó a casa, Fei se sentó en su escritorio y abrió por la primera página la libreta que llevaba siempre consigo. Seguidamente, sin pensar, comenzó a escribir:

«Marie tiene el pelo castaño y largo, y cuando lo lleva suelto tengo el impulso irrefrenable de acariciarlo o de querer que caiga sobre mí como cae sobre un pez la red de un pescador. De querer que me atrape y que me haga cosquillas por la piel hasta que las dos nos volatilizemosVolatilicemos Volatilizar: Desaparecer o disiparse. en gozo o nos convirtamos en dos personas diferentes que ya no se anhelan lo más mínimo».

Fei pensó en Marie bajo la lluvia. Acaba de llegar a casa y de dejar a su hija cuando empieza a llover y, sin descalzarse, le dice a su hija que tiene que salir un momento. La niña asienteAsiente Asentir: Admitir como cierto o adecuado lo dicho o lo expuesto. y Marie, sin paraguas, sale a la calle. Las gotas caen sin un ápice de compasión sobre su cuerpo y el pelo se le oscurece todavía más, pero a Marie le da igual mojarse. Ella solo quiere sentir algo más. Como varias veces le dijo, siempre ha estado «en búsqueda de ese sentimiento extraordinario». Marie solo quiere salir por un momento de la rutinaRutina Rutina: Costumbre, hábito adquirido de hacer las cosas sin pensarlas, no volver a sentir la paz de su vida anodina. Tiene, por un segundo, el impulso de hacer una locura: quitarse el sostén, robar una botella de sakeSake Sake: Bebida alcohólica japonesa que se obtiene por la fermentación del arroz. de la tienda del barrio, bailar e incluso romper a llorar desconsoladamente. Pero Marie no hace nada de eso. Simplemente permanece quieta bajo la lluvia, sintiendo como las gotas se encuentran con su cuerpo pálido y lo recorren mientras respira hondo, con los ojos cerrados. Marie parece brillar entre el gentío, destacar sobre toda aquella multitud. La ve tan claramente que, si extiende la mano, parece que llegará a acariciarla. Pero Marie es lejana e intocable, como una estrella de cine de rostro bellamente esculpidoEsculpido Esculpir: Grabar, labrar en hueco o en relieve sobre una superficie dura.. Y entonces Fei se percataPercata Percata: Darse cuenta clara de algo, tomar conciencia de ello. de que en su casa seguramente la espere un novio o un marido que no dejará que se moje. O, peor aún, que bailará con ella bajo la lluvia. Y aunque sepa de sobra que no puede tenerla, que la gracia de aquel amor es la no posesión y la distancia insalvable entre ambas, Fei se ve aquejadaAquejada Aquejar: Afectar o causar daño una enfermedad, vicio o defecto: por un nudo en la garganta que nada tiene que ver con las ganas de llorar, sino más bien con el sinsentidoSinsentido Sinsentido: Cosa absurda, ilógica e irracional..

Recordó entonces aquellos versos de Safo de Mitilene: «Eros, esa bes­tia dulce y amarga con­tra la que no se pue­de luchar». Pensó en lo dulce y en lo amargo de su sentimiento por Marie. En lo mucho que amaba su sensibilidad camufladaCamuflada Camuflar: Esconder algo o a alguien., su aspecto a veces inocente, la amabilidad con la que articulaba cada palabra; y en lo mucho que odiaba su fijación por mantener los pies en la tierra, esa falta de valentía, la tristeza intrínsecaIntrínseca Intrínseca: Característica, esencial. a ella y a ambas. Cuando comenzó a conocerla, agradecía al Universo en repetidas ocasiones. Pero ahora, aunque todavía no la conociera bien, y a pesar de que supiera que una gran parte de lo que pensaba que Marie era sería probablemente falso, producto de su pura idealizaciónIdealización Idealizar: Creer o representarse la realidad como mejor y más bella de lo que es en realidad, en aquel momento deseó no haberla conocido nunca. Pero sabía bien que era imposible luchar contra algo que florece naturalmente en el interior de uno mismo, al igual que no podía luchar contra su propia enfermedad.

A Fei le hubiese gustado saber cuándo comenzaron a aflojársele los tornillos. Si había sido así toda la vida, desde que nació, o si, por el contrario, su enfermedad devenía de una mala decisión en algún momento de su vida. Su infancia fue, en términos generales, de lo más normal. Pero se aseguraba a sí misma que algún día debió de haberle ocurrido algo fuera de lo común. Al menos, esa era la única explicación que podía encontrarle a ese sentimiento de absurdezAbsurdez Absurdo:  Contrario y opuesto a la razón. y sinsentido —una especie de náusea sartrianaNáusea sartriana Nausea sartriana: Obra de Paul Sartre que hace referencia a un hombre que busca la respuesta a su propia existencia, a su propia visión de las cosas, pero que se topa una y otra vez con la inutilidad de comprenderse a sí mismo— que la asaltaba de vez en cuando y que la acompañaba desde hacía mucho tiempo. A veces, para Fei era difícil lidiar con sus propios pensamientos y consigo misma. Deseaba apagar su cabeza, o al menos tener la oportunidad de ponerla en pausa y dejar de pensar durante unos instantes. Veía el mundo como vacío. Sentía la soledad sobre sus hombros a cada rato, como una pesada carga. En muchas ocasiones, cuando pasaba por una calle concurrida o tomaba el transporte público, la gran cantidad de gente la abrumabaAbrumaba Abrumar: Sinónimo de agobiar.. No era capaz de entender cómo, existiendo tantas personas —que van de aquí para allá con prisa y que han perdido por completo la capacidad de conmoverse—, podía sentirse tan sola en medio del tumultoTumulto Tumulto: Motín, alboroto producido por una multitud:, como un pequeño pez que se ha separado de su grupo y que se ve rodeado por todas las especies del más escalofriante fondo marino, sabiendo que solo se fijarían en su presencia si les asaltara de pronto el hambre. Quizá por esta visión que tenía del ser humano, Fei odiaba profundamente relacionarse con los demás. Le encantaba conversar, ser escuchada y escuchar, pero era algo que solo podía darse el lujo de hacer con ciertas personas. Prefería mantenerse en silencio antes que iniciar una conversación superficial, en la que las respuestas estaban cargadas de puro compromiso. Para ella, era ínfima la cantidad de personas con las que valía la pena ahondarAhondar Ahondar:  Investigar, profundizar en algo. en la conversación. Sabía que la mayoría de la gente permanecía en la superficie de las cosas, flotando como lo harían unas latas vacías, sin ser capaces de atreverse a buscar en sus rincones más recónditos. Esto era, quizá, porque la curiosidad no superaba al miedo de indagarIndagar Indagar: Investigar, averiguar algo., excavar y hasta ahogarse en lo más profundo del ser para, finalmente, no encontrar nada.

A pesar de todo, Fei no podía culparles. Ella muchas veces deseaba ser una autómataAutómata Autómata: Persona que se deja dirigir o actúa condicionada y maquinalmente. más. Uno de los insignificantes tornillos que permiten el funcionamiento de la cadena de montaje y que no se cuestionan nada, ni se percatan de la existencia de los cientos de tornillos más, idénticos a ellos. Como si aquel destino, carente de reflexión alguna, fuera más feliz. Como si el hecho de desconocer ciertos aspectos que tenía arraigados en la memoria —por ejemplo, que en nuestra sociedad actual no existen las diferencias, o que todos actuamos como si hubiéramos sido producidos en masa— fuera a convertirla, de repente, en una mujer menos enferma y más risueñaRisueña Risueña: Que muestra risa en el semblante o ríe con facilidad..

Cuando era más joven, Fei era amable y encantadora de forma natural. Cada vez que alguien —incluso un desconocido— se dirigía a ella, contestaba de la forma más agradable posible. Daba igual que estuviera teniendo un mal día o que se encontrara cansada. Era muy paciente y una persona con la que se podía hablar fácilmente. No obstante, su carácter había evolucionado hacia el lado opuesto con el paso del tiempo. No es que fuera descortés ni mucho menos, pero había acabado aborreciendo el carácter egoísta por naturaleza que caracterizaba al grueso de los seres humanos, por lo que evitaba en la medida de lo posible establecer contactos innecesarios. Quizá esto también se debía a que Fei era más vulnerableVulnerable Vulnerable: Que puede ser herido o dañado física o moralmente. de lo que dejaba ver con su apariencia indiferente. Cuando se encariñaba o le importaba alguien, tendía a idealizarloIdealizarlo Idealizar:  Creer o representarse la realidad como mejor y más bella de lo que es en realidad., y siempre esperaba más de los demás de lo que debía. Esto le había llevado a vivir continuamente, durante toda su vida, una sucesión de decepciones. Nadie era tan bueno como ella pensaba. Los vínculosVínculos Vínculo: Lo que ata, une o relaciona a las personas o las cosas. que establecía, más que ser recíprocosRecíprocos Recíproco:  [Acción o sentimiento] que se recibe en la misma medida en que se da., resultaban, en muchas ocasiones, profundos e importantes solo para Fei. En cierto modo, se decepcionaba a sí misma. Parecía ser capaz de pasar de puntillas por la vida de cualquiera, sin hacer un mínimo ruido aunque se lo propusiera. Y tras el encuentro de aquel día temío haber pasado también de puntillas por la vida de Marie. Sintió un profundo dolor a causa del sentimiento desgarrador de ser un completo desconocido para alguien que ha marcado tu vida.

Cuando Marie y Fei se conocieron, puede decirse que se llevaron bien inmediatamente. Aquel año, el colegio había decidido incorporar más aulas debido al aumento de los alumnos en aquel tiempo. Así, el curso inferior —del que antiguamente solía encargarse únicamente Fei— se dividió en dos clases, cada una con unos treinta niños. Marie fue la elegida para hacerse cargo de la nueva clase. Sin embargo, a pesar de ser años mayor que Fei —Marie, por aquel entonces, tenía unos treinta años—, no tenía experiencia previa en el cuidado de niños tan pequeños, por lo que le confiaron a Fei la tarea de ayudarla en lo que necesitase y de comprobar varias veces durante la jornada si todo transcurría correctamente en su clase. Fei, aunque jamás lo hubiera admitido, conectó con ella desde el primer día. Marie desprendía una simpatía innataInnata Innata: Que ha nacido con el sujeto, no adquirida por educación ni experiencia.. Era algo torpe, algunos de sus movimientos eran atropellados y a veces hablaba por los codos, pero dedicaba una envidiable pasión a todo lo que hacía. Aunque Fei descubriría más tarde, en una de sus muchas conversaciones, que su verdadera vocación no era el cuidado de los niños, sino la pintura, Marie parecía estar hecha para aquel ambiente infantil. Hablaba con los niños con una gracia innata, transmitiéndoles confianza. Parecía ser capaz de sacar lo mejor de cada uno de ellos, al igual que de descifrar los misterios de sus pequeños corazones. Los niños de su clase carecían de filtros; se lo contaban todo, como si se tratara de una terapia en lugar de una clase de parvularioParvulario Parvulario: Conjunto de los niños que reciben educación preescolar, hoy denominada Educación Infantil..

Gracias a la atención y preocupación de Fei hacia Marie, ambas pasaron mucho tiempo juntas. Aunque se encargaban de dos clases diferentes, los niños a los que atendían tenían la misma edad, por lo que juntaban ambos grupos habitualmente para realizar ciertas actividades. Desde el principio, Fei se había fijado en la forma de mirar de Marie mientras esta vigilaba, distraída, a los niños. Había quedado fascinada, en más de una ocasión, por sus movimientos grácilesGráciles Grácil: Sutil, delicado o menudo. y lo natural de su sonrisa, que aparecía frecuentemente para deslumbrarla, como un rayo de sol que se escapa entre las nubes. A pesar de todo, su relación fue inicialmente cordial, y no fue hasta que Marie se fijó en la costumbre de Fei de escribir o leer en cada uno de sus ratos libres que iniciaron una conversación más profunda.

Capítulo 2

La libreta de Fei permaneció blanca y virgen durante la siesta. Por mucho que lo intentara, era incapaz de escribir algo que valiese la pena leer. Le costaba encontrar el significado de las cosas, incluso de su propia existencia, así que pensó que cada una de las palabras que podría plasmar en el papel no tendrían el aspecto de algo bello, sino que parecerían cadáveres carentesCarentes Carente: sinónimo de "sin". de alma y vacíos de vida. Hasta que los niños comenzaron a despertarse, pasó el tiempo con la mirada perdida en el color pálido de las vacías páginas de la libreta. Si alguien la hubiera visto, hubiese pensado que cada poro de su cuerpo rezumaba una profunda tristeza. Pero Fei solo se sentía incompleta, carente de sentido, como si la vida hubiera deshabitado su cuerpo, al igual que un cadáver o que la libreta que sostenía entre las manos.

Al terminar las clases, era obligación de Fei asegurarse de que cada niño se marchaba con un adulto autorizado. Así, cuando sonó el timbre, acompañó a los niños a la salida, permaneciendo con ellos hasta que aparecían sus padres o tutores legales. Con el paso de los días ya había llegado a conocer —al menos de vista— a muchos de los padres y madres, lo que facilitaba su tarea. Sin embargo, aquel día no apareció el abuelo de Haruko, quien siempre esperaba con antelación en la puerta para recoger a su nieta. Una vez el resto de niños volvieron con sus familias, Haruko y Fei se quedaron solas en la puerta, esperando. Al cabo de un par de minutos, Fei miró su reloj y, después, se agachó a la altura de la niña para dirigirse a ella:

—¿Sabes dónde está tu abuelo, Haruko?

La niña negó con la cabeza, seria. De nuevo, tenía esa expresión en su rostro y parecía estar a punto de romper en lágrimas en cualquier momento, aunque no fuera a hacerlo. Fei le devolvió una sonrisa tranquilizadora y le acarició la cabeza.

—No pasa nada, ¿vale? Seguro que es por el tráfico. Yo me quedo contigo hasta que alguien llegue a buscarte.

La niña asintió con la cabeza. Parecía haberse relajado. Ambas esperaron en la puerta unos minutos, cada una perdida en sus propios pensamientos. Justo cuando Fei pretendía volver con la niña adentro para llamar a su casa, una voz la sacó de sus pensamientos.

—¡Haruko, cariño, perdona!

Su voz era inconfundible. Estaba ligeramente sudada, su respiración estaba agitada y su pecho subía y bajaba con rapidez fruto del esfuerzo físico, pero no cabía duda de que era Marie. Tras agarrar a Haruko de la mano, su mirada y la de Fei coincidieron. Había pasado un tiempo pero era, en esencia, la misma Marie. El corazón de Fei se agitó como si acabase de resucitar de repente, tanto que temió, de forma irracional, a que se le saliera del pecho o a que el resto del mundo pudiera escuchar sus latidos, ya que aquella era una sensación que conocía pero que había olvidado por completo.

—¿Fei? — Marie le dedicó una cálida sonrisa — ¡Cuánto tiempo! Pensaba que no volveríamos a vernos.

Fei también lo pensaba. Marie había dejado de trabajar allí no sabía desde hacía cuánto. Sin embargo, la esperanza de Fei era volver del sanatorioSanatorio Sanatorio: Establecimiento convenientemente acondicionado para que en él residan los enfermos sometidos a un tratamiento o régimen curativo. y encontrarla en el colegio, inalterable, como si nada hubiera pasado. Deseó entrar por la puerta el primer día y observarla al fondo del patio infantil, lejana, sonriente, jugando con los niños como siempre solía hacer. Sin embargo, Marie dejó de trabajar allí a los pocos meses de que Fei ingresase al sanatorio. Lo sabía gracias a Wong, que se lo había contado un día mientras tomaban un café como quien menciona un asunto sin importancia, como quien habla de si el clima está soleado o lluvioso. No le había dado más detalles y Fei, fingiendo indiferencia, tampoco había querido preguntárselos. A pesar de todo, desde que Fei tomaba la línea 13 cada mañana hasta que volvía a casa, imaginaba numerosos encuentros con Marie de forma fortuita. Fantaseaba sobre cómo se abrazarían, sobre todo lo que se dirían, sobre ser invitada a su casa o intercambiar los números de teléfono. A veces, veía una espalda similar en complexión a la de Marie, o una cabellera castaña, caminar frente a ella, pero controlaba el deseo de acelerar el paso para comprobar si se trataba de Marie o si era otra ilusión de su mente. Era conocedora del sentimiento de decepción que permanecía hasta horas después de reconocer, en todas aquellas mujeres, un rostro diferente al que fervientemente buscaba.

Fei le devolvió la sonrisa a Marie sin saber qué decir. Se alegraba de verla, por supuesto, pero también sintió de repente un profundo miedo. Aunque desde que había regresado del sanatorio no había hecho más que imaginar encuentros ficticios, ahora que esa realidad se materializaba, se encontraba indefensa. Sabía que el gran poder de Marie —que incluso ella misma desconocía— era que, si quisiera, podría pedirle lo que fuera y Fei sería incapaz de decir que no.

Hasta entonces, Marie había mantenido la vista fija en los ojos de Fei, quien era incapaz de quitarle la mirada. Observaba los ojos de Marie con atención, analizando aquella mirada almendrada que tan bien conocía. La sobrecogía un sentimiento que se balanceaba, como un pez que nada en aguas turbulentasTurbulentas Turbulento: Confuso, alborotado y desordenado: y es incapaz de matener el rumbo, entre la ternura y el respeto. Una mirada que oscilaba entre querer quedarse o huir para siempre. Ambas conectaron —como lo habían hecho siempre— a través de la mirada, y ninguna quiso romper el silencio aunque pareciera que fueran a permanecer así durante toda la eternidad, mirándose la una a la otra sin mediar palabra.

—Tengo hambre — interrumpió Haruko tirando del brazo de su madre.

Ambas soltaron una pequeña risa. Fei no sabía decir cuánto tiempo habían estado con la mirada fija en la otra.

—Siento haber llegado tarde —se disculpó Marie —. He venido lo más rápido posible desde que salí del trabajo.

—No pasa nada. Me alegra volver a verte. —Ambas frases se le escaparon sin pensar entre los labios.

—A mi también me alegra que hayamos coincidido —. Marie comprobó su reloj sin dejar de sonreír—. Deberíamos irnos, así no te quitamos más tiempo. Lo siento de nuevo.

Ambas se despidieron. Fei dijo adiós a la niña con la mano y permaneció apoyada en la puerta, observando como Marie se marchaba de la mano con su hija. Se alejaron en silencio, sin dirigirse la palabra la una a la otra. Marie estaba resplandeciente y no dejaba de sonreír. En eso no había cambiado. No obstante, Fei nunca hubiera podido imaginar que Marie quisiera ser madre. Pensó que en varios años uno puede cambiar su percepción de las cosas y se marchó a casa, caminando en dirección contraria a la que había tomado Marie.

De repente se sintió muy feliz. Mientras caminaba por las calles atestadasAtestadas Atestadas: Es sinónimo de llenas. de gente, le dieron ganas de dar vueltas sobre sí misma. Quería ser la peonzaPeonza Peonza: Juguete de madera de forma cónica al cual se enrolla una cuerda para lanzarlo y hacerlo bailar. En Canarias la conocemos por trompo. de la que hablaba Kafka, congelarse en el tiempo y en el movimiento, ser eterna. Sin embargo, sabía que ese tipo de felicidad era como el hielo que se te derrite entre los dedos. Una vez lo tienes entre las manos, su pervivenciaPervivencia Pervivencia: Permanencia, duración de una cosa. es imposible: si jamás se derritiera, el hielo comenzaría a quemarnos las manos y aquel sentimiento inicialmente agradable se convertiría en un creciente sufrimiento.

Capítulo 1

Una vez llegaba al trabajo —siempre precavidaPrecavida Precavida; Persona que piensa y prepara con antelación las cosas que hará o las que necesitará., con unos veinte minutos de antelación por lo que pudiera pasar—, Fei bebía un café en la sala de profesores y leía un libro, haciendo tiempo. Estos días, sin embargo, más que leerlo lo hojeaba. Era incapaz de concentrarse plenamente en la lectura. Las palabras se le escapaban delante de los ojos, creando formas inconexasInconexas Inconexas: Que no tienen conexión. en su cabeza. De veinte o treinta páginas, quizá llegaba a captar dos o tres frases con claridad. La cabeza le daba vueltas de forma desordenada, como hacía tiempo que no le ocurría. Aquellos últimos tres años había estado aprendiendo a mantener la concentración, a valorar las pequeñas tareas diarias y a no proyectarse en futuros irreales, lo que le había costado mucho esfuerzo. Sin embargo, desde que había vuelto a la ciudad, aquel tiempo pasado había dejado de tener sentido. Lo recordaba como un largo paréntesis, como una borrosa quimeraQuimera Quimera: Sueño o ilusión que es producto de la imaginación y que se anhela o se persigue pese a ser muy improbable que se realice. ideal, como algo imposible de aplicar a su ajetreadaAjetreada Ajetreada: Que tiene mucha actividad o movimiento a causa de un trabajo u ocupación. vida.

El sonido de la puerta la sacó de sus pensamientos. Levantó la cabeza y, por un segundo, esperó ver el rostro de Marie. Deseó fervientemente que sus ojos chocasen con aquellos ojos color avellana y con su mirada, propia de quien desconocía los secretos más importantes del Universo. Marie no los necesitaba, le daba igual saberlos. Era en su interior donde escondía los misterios más importantes, guardados bajo llave. Casi pudo escucharla dando los buenos días con su voz dulce, tan sencilla de confundir entre un milagro y una maldición. La recordaba claramente. Nunca mentía y sonreía a cada rato, con la boca muy abierta y la expresión brillante. Todas y cada una de las veces que Marie hablaba, como quien se pierde en una senda sin salida, Fei deseaba retroceder en el tiempo para descifrar así todos sus matices. Para escuchar en bucle, una y otra vez, como maldecía, se disculpaba, reía, callaba con cautela, carraspeaba y comenzaba otra frase. Pero quien entraba por la puerta no era Marie, sino Wong, otro de sus compañeros de trabajo. Se saludaron con una expresión amable, casi sin mediar palabra, y Fei fijó sus ojos en el libro fingiendo que retomaba la lectura. Wong era, quizá, uno de los profesores más antiguos. No tenía muchos más años que Fei —era un chico joven, de menos de treinta años— y, sin embargo, recuerda verle por allí desde que empezó a trabajar. Era simpático y bonachón, y daba la impresión de estar muy entregado a su trabajo.

Unos minutos antes de que sonase la campana que marcaba el inicio de las clases, Fei bajó las escaleras hacia la puerta principal. Se encargaba del curso inferior, en el que se encontraban los niños más pequeños. Desde el marco de la puerta pudo observar que, como era usual, muchos niños llegaban antes de la hora de entrada y esperaban pacientemente. Algunos estaban acompañados de sus madres, otros de sus padres y otros —en este caso una minoría— de ambos. Desde que la vieron, los niños se apresuraron a saludarla efusivamente con la mano. Algunos incluso se acercaban a ella animados, despidiéndose de sus padres apresuradamente. Los más miedosos, por su parte, se aferraban fuertemente a las manos de sus padres, temiendo tener que desprenderse de ellas en algún momento. Fei siempre los recibía a todos con una sonrisa, intentando transmitirles seguridad. Una vez sonó el timbre, los niños se despidieron de sus padres y fueron entrando, uno por uno, a sus clases.

Fei comenzó la clase leyendo un cuento infantil. Era un método efectivo para que los niños centrasen su atención en ella y guardasen silencio. Una vez terminó de leer, comenzó a explicar lecciones sencillas sobre las letras y las figuras geométricas. Había tenido mucha suerte, ya que en su clase de aquel año todos los niños eran tranquilos y tendían a atenderla con facilidad. Rara vez tenía que enfadarse o castigar a alguno; con una simple llamada de atención bastaba para que cualquier niño corrigiese su comportamiento.

Una de las pequeñas, llamada Haruko, había llamado la atención de Fei de forma inevitable. Era una niña tímida y más bien callada. No quería llamar la atención —como intentaban hacer muchos niños— gritando o no parando de hablar. Más bien parecía parte del decorado, un elemento más de la escena. Era una niña tierna a la que rara vez se la escuchaba decir una palabra. Incluso cuando se le preguntaba algo directamente, Haruko parecía pensar sus pocas palabras con cautela, comportamiento extraño para una niña de su edad. A pesar de todo, lo que más llamaba la atención de Fei era como Haruko se compungíaCompungía Compungir: Causar a alguien pena profunda, [especialmente algo que se ha hecho mal o el padecimiento propio o de otras personas, como sus ojos parecían estar a punto de estallar en lágrimas en múltiples ocasiones —como cuando el final del cuento no era feliz, o cuando algún niño travieso le arrebataba su juguete—, pero nunca lloraba.

Cuando el reloj marcó las once, Fei detuvo su explicación y anunció que era la hora de la siesta. Los niños, alegres, sacaron de sus pequeñas mochilas sus futonesFutones Futón: Colchoneta de algodón que sirve como asiento o como cama , típica del Japón. plegables y los colocaron en el suelo, cada uno en su sitio habitual. Normalmente siempre había algún percance en la siesta —algún niño que no quería dormir u otro que se echaba a llorar porque tenía miedo—, pero aquel día todo transcurrió de forma tranquila. Fei vigiló a los alumnos sentada desde su escritorio y, una vez estuvo todo en calma, sin que se escuchase un solo murmullo, sacó una pequeña libreta de la mochila y la hojeó. Estaba totalmente en blanco, sin una palabra escrita. Fei lo sabía, pero pasaba hoja tras hoja casi esperanzada, como si las palabras fueran a escribirse solas. No había escrito nada desde hacía casi dos años, durante sus primeros días en el sanatorioSanatorio Sanatorio: Establecimiento convenientemente acondicionado para que en él residan los enfermos sometidos a un tratamiento o régimen curativo.. Cuando ingresó, libreta en mano, se encerraba todas las horas libres en su habitación y escribía incansablemente. Su libreta estaba a rebosar de poesía, prosa poéticaProsa poética Prosa poética: La prosa poética o poesía en prosa es un género moderno poco conocido y explorado, pero elegido por grandes escritores, que se diferencia de la poesía en verso por su formato, ya que combina sugestivamente el lenguaje poético con las formas de escritura que utilizamos cotidianamente, liberadas de la rima y la métrica, e incluso de vivencias que quería preservar por escrito a modo de relato. Acostumbraba a escribir desde que era joven, pero hacía unos años que lo había tomado como costumbre y cada día escribía aunque fuese un poco. Era un modo de desahogo y, además, parecía dársele bien, ya que había ganado algún que otro pequeño concurso hacía años. Con todo, pocos días después de estar allí encerrada dejó de escribir de repente, de modo casi automático. La vida en el sanatorio era ocupada y tenía una rutinaRutina Rutina: Costumbre, hábito adquirido de hacer las cosas sin pensarlas muy estricta —asistía a terapia individual y grupal, se ejercitaba, leía, se dedicaba a variados pasatiempos y hasta aprendía francés—, y aunque nunca se olvidó de la escritura, dejó de ser capaz de escribir. Cuando asistía a la habitación en sus ratos libres, abría la libreta y empuñaba el bolígrafo, las palabras le parecían de repente vacuasVacuas Vacuo: Que es superficial y carece de contenido o interés.. Ninguna frase le resultaba lo suficientemente sugerente. Pensar en un verso era para ella una tarea tan tediosaTediosa Tediosa: Sinónimo de aburrida. que, cuando lo escribía y lo veía sobre el papel, instantáneamente lo aborrecía. Leyendo la gran cantidad de poemas que albergaba en su libreta, cayó en la cuenta de que, aunque estos hubieran sido escritos con indudable pasión y sentimiento, esas palabras ya no tenían ningún sentido para ella. Conceptos tan humanos como la intensidad o lo irrefrenable le eran, de repente, completamente desconocidos. Ni una estrofa conseguía conmoverla, aunque esos sentimientos que plasmabaPlasmaba Plasmar: Expresar o manifestar algo en sus poemas habían sido tan reales como lo era ella. Era como si su corazón se hubiese endurecido de repente, hasta convertirse en un órgano de piedra impenetrable. Ni siquiera los poemas sobre Marie eran capaces de encoger su corazón con ternura. Fei recordaba su belleza, su amabilidad y la admiración. Recordaba cómo Marie se humedecía los labios, su manera de hablar apasionada, sus ojos almendrados, su fluidez en el idioma —hablaba como si con cada palabra hiciera el idioma suyo—. Pero, al igual que ahora, ya no sentía ese anhelo desesperante que le hacía perder hasta el apetito. Tan solo pensaba en ella siempre, a cada momento, en segundo plano, como tenía siempre presentes a todas las mujeres a las que había amado —aunque a Marie todavía la recordaba con la tempestad que provoca el más reciente amor—. A pesar de que no fuese el foco principal de su pensamiento, Marie siempre estaba en su cabeza, y Fei se sentía como quien se ve refrescado por una suave brisa que no cesa nunca y que, aunque al principio es agradable, termina rasgando la piel de forma lenta y tediosa.